Erdoğan, adaptación, éxito y crisis
Alguna vez celebrado en Occidente como exponente de la democracia liberal islámica, el presidente turco Recep Tayyip Erdoğan hoy aparece identificado con la represión en el país y el militarismo en el extranjero. Su deformación de ícono democrático, mimado por los liberales occidentales, a hombre fuerte de derecha refleja tanto cambios en su política como en el mundo que lo rodea.
Nacido en una familia trabajadora de Rize, luego establecida en Estambul, Erdoğan asistió en su juventud a una escuela religiosa de imán hatip –diseñada para formar clérigos– y jugó al fútbol de manera semiprofesional. Se acercó a la política a través de grupos juveniles vinculados a los partidos de Necmettin Erbakan, pionero del islamismo turco. Elegido alcalde de Estambul en 1994 por ese espacio, ganó enorme popularidad con una campaña para reformar los servicios públicos y erradicar la corrupción. Estambul le proporcionó la plataforma para entrar en la política nacional, donde rompió con su antiguo referente y fundó el Partido de Justicia y Desarrollo (AKP), con el que accedería al poder rápidamente, en 2002, con una plataforma moderada y pro europea. Esto dio inicio a dos décadas de transformación política sin paralelos desde la época del fundador de la República, Mustafa Kemal Atatürk.
Del pragmatismo político al dominio institucional
Desde un comienzo Erdoğan disfrutó de ponerse en el centro de las campañas y la atención del público. Tras haber conseguido una Presidencia ejecutiva elegida por la mayoría del electorado, se presentó a sí mismo y a su movimiento como la encarnación de las esperanzas y aspiraciones latentes del pueblo, las cuales, según él, habían sido reprimidas por demasiado tiempo por políticos pusilánimes y generales laicos. Las tendencias democratizadoras y liberales del inicio fueron siempre instrumentales para las tradiciones religiosas de extrema derecha de las que proviene. Su transformación política durante las últimas dos décadas no fue ideológica, sino táctica.
En materia económica, al igual que su par ruso Vladimir Putin, Erdoğan consolidó su mandato en la década del 2000 al llevar a muchos turcos a una nueva vida de clase media. Erdoğan empoderó a liberales para privatizar vastas porciones del Estado, mientras magnates políticamente leales y el grupo religioso del clérigo Fethullah Gülen se apoderaban de los contratos públicos, el sistema educativo y la burocracia, particularmente en el área de seguridad y justicia. A eso se sumó una economía política basada en la construcción y los servicios con salarios bajos, que favoreció a constructoras amigas en la licitación de aeropuertos, autopistas y hospitales. Un modelo de crecimiento cuyas grietas políticas aparecieron incluso antes que las económicas, en las manifestaciones del Parque Gezi, en 2013, en el corazón de Estambul.
Las privatizaciones, elogiadas por los liberales en el extranjero, trasladaron funciones de la burocracia estatal secular a sus aliados religiosos, aprovechando las redes existentes para externalizar y politizar el bienestar social. Una estrategia dual de mercado para la mayoría y clientelismo para sus partidarios.
La oposición a Erdoğan se divide cada vez más en dos bandos: manejable o irrelevante.
El avance sobre el poder de una pequeña élite tradicional devino en nuevos actores políticos, los cuales también mostraron poco interés en la democracia como tal. Erdoğan utilizó al grupo de Fethullah Gülen y otras órdenes religiosas como vanguardia para apoderarse de instituciones del Estado que de otro modo hubieran quedado fuera de su control. No obstante, si bien demostró una enorme capacidad para manejar a las diferentes facciones dentro de su coalición, a veces ha fallado. Su partido perdió la mayoría parlamentaria en 2015, lo que obligó a abandonar los acercamientos a liberales y kurdos en favor del Partido del Movimiento Nacionalista, de extrema derecha. Las tensiones prolongadas desde 2011 con los gülenistas estallaron en un intento de golpe de Estado el 15 de julio de 2016. Durante los años inmediatamente anteriores y posteriores al intento de golpe, Erdoğan y sus aliados rompieron con todos los partidos que habían dominado el intenso, aunque disfuncional, sistema parlamentario de Turquía. Comenzaron por cooptar a la extrema derecha luego del colapso del proceso de paz con el Partido de los Trabajadores del Kurdistán en 2015 y, tras las elecciones de 2023, redujeron al históricamente poderoso Partido Republicano del Pueblo a una posición de oposición dócil y conciliadora. Si bien siguen existiendo vías para el disenso y la política de masas fuera de la coalición gobernante, la oposición a Erdoğan se divide cada vez más en dos bandos: manejable o irrelevante.
La crisis de la Nueva Turquía
Después de la ruptura con el clérigo Gülen, Erdoğan reemplazó a sus partidarios por históricos nacionalistas de extrema derecha, quienes, durante mucho tiempo destacados en la llamada “burocracia armada”, lograron abrirse paso en otras áreas del sector público.
Nombró a uno de sus yernos, Berat Albayrak, como ministro de Finanzas, y dio impulso a otro, Selçuk Bayraktar, para que fabricara los drones asesinos que permiten al Ejército turco atacar objetivos en Irak, Siria y el Cáucaso sin necesidad de una inversión sostenida en presencia militar. Su colección de aduladores se estabilizó en torno a un grupo familiar de operadores políticos y personalidades de los medios de comunicación.
Fue en esa época cuando Erdoğan renunció a complacer a los inversores extranjeros y priorizó los intereses económicos de sus redes de apoyo político. La inflación se disparó, afectando principalmente a los partidarios de la oposición en la clase media-alta y a los habitantes de los centros urbanos en Ankara, Estambul e Izmir. Erdoğan despidió a cualquier banquero central que se atreviera a subir las tasas de interés. Después de las elecciones de 2023 siguió gastando, incluso después de que los catastróficos terremotos en el sudeste de Turquía y el norte de Siria demostraran la absoluta endeblez de la Nueva Turquía que Erdoğan y sus contratistas aliados habían construido durante las dos décadas anteriores. A medida que la crisis económica se profundiza, las redes clientelares de Erdoğan pierden la eficacia que tuvieron en el pasado.
Más allá de su gestión económica, los acontecimientos en la guerra civil siria estuvieron íntimamente ligados a los cálculos cambiantes del líder turco en su país y en el extranjero. Después del levantamiento popular en Siria en 2011, millones de personas huyeron hacia Turquía y el Presidente los recibió con los brazos abiertos. Partidario y patrocinador vocal de la oposición siria predominantemente sunnita contra el ex presidente Bashar al-Assad, veía su lucha como una extensión de la interna contra el viejo orden secular. Si bien muchos turcos recibieron bien a los sirios, su actitud hacia estos refugiados se volvió más hostil con el paso de los años. La situación se agravó en 2016, cuando los líderes de la Unión Europea llegaron a un acuerdo con Erdoğan, dirigiendo dinero al Gobierno para mantener a los inmigrantes musulmanes en Turquía, lejos de las fronteras del bloque. Este acuerdo, concretado cuando la perspectiva de la adhesión turca a la UE estaba congelada, convirtió a los refugiados sirios en peones de la islamofobia europea y de los intentos de Erdoğan de apuntalar su mayoría demográfica conservadora. No obstante, esta política tuvo un efecto contrario. Los turcos de todo el espectro político empezaron a resentir la presencia de los sirios y las maquinaciones políticas de quienes los instrumentalizaron. La inmigración sigue siendo la mayor vulnerabilidad política del Presidente turco, por lo que la reciente caída del dictador podría impulsar difíciles intentos de relocalización.
En busca de la reinvención en un sistema agotado
En el último año, el líder de Turquía ha vuelto a dar un giro: retomó la ortodoxia económica y buscó reparar las relaciones con Estados Unidos ante las oportunidades que le presenta el gobierno entrante de Trump. En la campaña presidencial de 2023, una coalición de partidos de oposición respaldada por Kemal Kılıçdaroğlu prometió desmantelar el sistema presidencial de Erdoğan y restaurar la democracia parlamentaria. Si bien existían algunas dudas sobre si cumplirían esta promesa, la derrota de Kılıçdaroğlu ha consolidado la centralización del poder de Erdoğan por el momento. Pero la posibilidad de un error de cálculo aún existe: la austeridad del Presidente turco le costó caro a su partido en las elecciones locales de marzo de 2023, con la clase trabajadora urbana liderando los apoyos opositores. Pero, incluso si el alcalde de Estambul, Ekrem İmamoğlu, sucede a Erdoğan como presidente, muchos aspectos del régimen actual probablemente permanezcan en el futuro. Su modelo político no es una excepción. En última instancia, su fortaleza reside en aprovechar los fracasos del liberalismo y la izquierda en ofrecer una alternativa convincente a la política neoliberal y el fascismo que la acompaña.
* Politólogo, abogado y activista basado en Estambul. Se trata de un seudónimo para preservar su identidad.