Viaje al centro de la vacunación de los pueblos indígenas de Brasil
Maroquinha Neto Bernardinho Guajajara tiene aproximadamente 47 años y 14 hijos. Mientras algunos se vacunaban, otros buscaban el regazo de su madre por miedo y vergüenza al hombre blanco. Para encarar la lucha contra el Covid-19 en territorio indígena, primero pedimos permiso al cacique para entrar en el pueblo, y luego las enfermeras recorren las casas para convencer a los mayores de 18 años de que se vacunen. Los caciques con los que tuve contacto, conscientes de los efectos devastadores de la enfermedad, no sólo animaron a sus compañeros a vacunarse, sino que aceptaron ser los primeros en hacerlo para servir de ejemplo.
La vacuna finalmente llegó, pero el extraño discurso anti-inmunización del presidente Jair Bolsonaro fue más rápido. Temerosos de morir o de convertirse en caimanes, algunos indios mostraron resistencia y otros, por desgracia, se negaron a darse la vacuna.
En la aldea de Capim Duro, a 80 km del centro urbano de Grajaú, en el interior de Maranhão –a 565 km de la capital, São Luís–, donde fotografié a Maroquinha y sus descendientes, todas las mujeres recibieron la segunda dosis. Los hombres estaban en el campo, en algún lugar lejano, en medio del bosque, en un lugar al que el coche no llegaría. Tras unas horas de espera, las enfermeras comunicaron a los habitantes del pueblo que volverían en los próximos días, y así seguimos nuestro camino.
Otras tres aldeas componen esa región: Nova Josiel, Mangueira y São Pedro dos Cacetes, donde conocimos al cacique Marcelino Guajajara, casado con la técnica en enfermería Marinista Guajajara. Marcelino explica que, junto con su mujer, organizó el trabajo de movilización antes de la llegada de los profesionales sanitarios. “Fuimos de casa en casa explicando que la vacuna era para combatir la enfermedad, se lo explicamos todo a los familiares. Sólo tres se negaron al principio, pero después de que todos se dieran la primera dosis, acabaron tomándola también”, dijo.
El reloj marca el mediodía y, bajo un sol abrasador, nos dirigimos a la siguiente parada. A más de un año del estallido de la pandemia en Brasil, acompaño a la expedición de agentes del Distrito Sanitario Especial Indígena (Dsei), responsable de la vacunación de los pueblos indígenas, y a la Fuerza Sanitaria del Estado de Maranhão (Fesma), que fue desplegada por el gobierno estatal para reforzar la campaña en territorio indígena.
Según el censo de 2010, Maranhão cuenta con 35.272 indígenas pertenecientes a ocho grupos étnicos: Guajajara, Awá-Guajá, Ka’Apor, Krenyê, Canela, Krikati, Gavião y Timbira. Pero, según el Ministerio de Salud, la población mayor de 18 años atendida por el Subsistema de Atención de Salud Indígena (SasiSUS) es de 18.708 personas. La vacuna no se recomienda a los menores de 18 años ni a las mujeres embarazadas.
Según el último boletín epidemiológico de la Secretaría Especial de Salud Indígena (SESaI), ya se han aplicado 15.231 primeras dosis y 12.1257 segundas.
El peor enemigo
Muchas aldeas se encuentran en lugares aislados y sólo las camionetas cuatro por cuatro pueden hacer frente a los caminos de tierra. En algunos lugares, el acceso es sólo por barco. Sin embargo, los implicados en la vacunación dicen que más que la distancia, el peor enemigo son las noticias falsas, como afirma el enfermero Henrique Queiroz, destinado por Fesma a trabajar en las aldeas del municipio de Barra do Corda. “Hemos tenido indígenas que dijeron tener miedo de convertirse en caimanes cuando se vacunaron. Por increíble que parezca, este problema existe en los pueblos. Ya sea a través de Internet, la radio o la televisión, reciben esta información y a algunos les cuesta comprobar si es cierta o no”, afirma.
Apoyándose en la ciencia para combatir las noticias falsas, las teorías conspirativas y el discurso negacionista, las enfermeras, los médicos y los trabajadores sociales desarrollan actividades de educación sanitaria en las aldeas, como conferencias y diálogos con los jefes y los líderes familiares.
El Asistente de Movilización Indígena y Políticas Sociales, José Raimar Guajajara, es el responsable de hacer el planteamiento inicial en la expedición que estoy acompañando. “Voy a las aldeas y hablo con los familiares de Tupi-Guarani, hablo de varios temas, digo que hay que tener amor al prójimo, que no hay que tener miedo a la vacuna, digo que todo esto que circula por internet es mentira”.
Al principio de la pandemia perdió a su padre, a su abuelo y a dos tías. “No es fácil perder a los seres queridos. Esta enfermedad sigue siendo un enigma, cada día hay algo nuevo, y los indígenas somos muy vulnerables, ya sea por razones de accesibilidad, geográficas o culturales. Así que llamo a los familiares: ¡vacúnense! Si amamos a la gente, a nuestros hermanos y hermanas, a la esposa, al marido, tenemos que tomar precauciones. Para mí, vacunarme es un acto de amor», dice Raimar.
Tras el primer contacto, una enfermera o médico bajan del coche y preparan el inmunizante. Mientras, les piden permiso para que yo pueda hacer fotos. En una ocasión, vi a un indígena escondido en medio de la selva cuando los autos entraron en el pueblo.
Para Rômulo Béliche, enfermero que trabaja para Fesma en las aldeas cercanas al municipio de Grajaú, quienes evitan la vacunación están influenciados por noticias falsas. “Muchos indígenas tienen ideas erróneas sobre la vacunación y nuestro gran reto es luchar contra las noticias falsas. Estamos luchando para deconstruir estas falsas informaciones y aportar la información correcta, que es que la vacunación ayuda y es la principal arma en la lucha contra el Covid-19”, explica.
En la aldea Cajazeiro, sin embargo, la jefa María de Nazaré Guajajara celebró la llegada de la expedición. Al ser entrevistada, respondió en tupí-guaraní. Cuando descubrió que no hablaba su lengua materna, se rió y tradujo la respuesta al portugués. “No sé mi edad y no sé leer. Les dije a mis parientes que se vacunaran, que no tuvieran miedo, porque el hombre blanco viene a nuestra aldea para salvarnos de la enfermedad, no podemos ir a la ciudad, y si vienen a buscarnos, no es para hacer daño, es para hacer el bien. La vacuna es buena, no hace daño. No hemos nacido para convertirnos en piedras, hemos nacido para estar sanos.”
* Periodista.
© Le Monde diplomatique, edición Cono Sur