CARTOGRAFÍAS. COORDENADAS DE UN MUNDO QUE CAMBIA

Un desafío a la imaginación sindical

Por Paula Abal Medina*
Las transformaciones del capitalismo han segmentado al movimiento obrero organizado que el peronismo generó en los años 40, con su alta afiliación sindical, representación gremial y conquista de derechos laborales. El surgimiento de organizaciones de trabajadores de la economía informal plantea el desafío de su incorporación a la Confederación General del Trabajo (CGT).

“El modelo sindical argentino es el mejor del mundo”, dice hoy [fines de 2018] buena parte de la dirigencia de la Confederación General del Trabajo (CGT), e incluso de la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP). Si dejamos de lado la rutinización de los enunciados, la evocación tiene fundamentos porque los trabajadores organizados sindicalmente lograron convertirse en un poderoso actor de la vida nacional durante el proyecto nacionalista popular que encarnó el peronismo. En el libro La columna vertebral. Sindicatos y Peronismo (1), Alvaro Abós reconstruye sus características utilizando la metáfora que popularizó su determinante función social justamente como vertebrador social. En definitiva, esta forma política permitió grandes conquistas a la clase trabajadora. La investigación que realizó Juan Carlos Torre sobre los sindicatos durante 1973-1976 lo llevó a otra síntesis: El gigante invertebrado (2). El mismo Abós calificó al sindicalismo, hace pocos años, como un “gigante con pies de barro”.

Durante los más de setenta años transcurridos desde entonces, el capitalismo creó transformaciones tan estructurales que puso en crisis la línea divisoria de la relación entre capital y trabajo. Posiblemente el rasgo más saliente consista en la eyección del riesgo empresario desde las grandes empresas y su propagación por toda la geografía del trabajo. Desprenderse del riesgo, “que no se te pegue”, una destreza del mundo financiero que pone su impronta en el conjunto. De este modo, desde los años 1970, se desvanece el gigantismo empresarial mientras nos ensordecemos con enunciados gerenciales del tipo “small is beautiful”. Un modelo de producción centrífugo que arroja segmentos productivos y trabajadores fuera de las casas matrices de las corporaciones transnacionales, aunque quedan subordinados a estas, a través de lo que Jean Pierre Durand ha llamado “la cadena invisible” de la subcontratación. Sus eslabones “más distantes” son las viviendas precarias de barriadas populares donde familias enteras se ponen a producir sin salario, sin derechos, sin regularidad, a riesgo propio. Este nuevo jeroglífico social anida en las mercancías del capitalismo neoliberal. Se combinan nuevas y viejas formas de desposesión, endeudamiento y explotación. La resultante es la contracción de la condición asalariada y la consiguiente proliferación de trabajadores autónomos, independientes, informales, ilegales, desocupados o microempresarios. El poder de reclasificar a los asalariados como “otros” se acrecienta mientras el salario y los derechos laborales desaparecen.

La imaginación sindical se ve desafiada. La pregunta que se impone entonces es: ¿cuál es la forma política para la actual composición de la clase trabajadora?

Ayer: el hervidero sindical

Durante los dos primeros gobiernos peronistas (1946-1955), la CGT se transformó en un actor determinante de la vida nacional. En 1954, Argentina tenía alrededor de 6,6 millones de trabajadores. Una fuerza de trabajo mucho más homogénea que la actual, organizada en torno a la figura del asalariado registrado, abarcado por convenios colectivos. La agrupación de trabajadores en “grandes organizaciones masivas de primer grado y con ámbito jurisdiccional en todo el territorio nacional que comprenden por lo tanto a una numerosa masa de afiliados y poseen una sólida base contributiva y una mayor capacidad de movilización y negociación en el plano reivindicativo” (3), integrantes de una poderosa central de grado superior –la CGT– que representaba entonces alrededor de 5 millones de esos trabajadores. La afiliación sindical se disparó entre 1945 y 1954, pasando de 400.000 afiliados a cerca de 2,5 millones.

Las crónicas históricas permiten imaginar que desde su expropiación e inauguración en 1950, el edificio de Azopardo 802 [sede de la CGT] se convirtió en un hervidero al igual que la vida de muchas de sus regionales. Si bien no existen registros que permitan conocer los niveles de organización gremial en las empresas, es razonable inferir que las figuras de los delegados se diseminaron vertiginosamente por el tejido productivo. Y activaron tensiones internas puestas de manifiesto en las declaraciones de José Ber Gelbard, quien en la apertura del Congreso de la Productividad y el Bienestar Social, dijo: “Es intolerable que un delegado toque el silbato y pare la fábrica”. Si bien la acción sindical en las empresas estuvo sub-legislada, a partir de la sanción de la Ley 14.250 en 1953, se introdujo en convenios y estatutos. La asamblea o congreso de delegados pasó a ser reconocida como un órgano directivo de la vida de los sindicatos, destacándose su representatividad, ya que eran elegidos por el conjunto de los trabajadores de las empresas: afiliados y no afiliados al sindicato. Como lo registra Alvaro Abós: “La figura del delegado se había generalizado, tanto en las grandes concentraciones fabriles como en todas las dependencias estatales, incluso en el sector comercial y de servicios; en miles de pequeños establecimientos era frecuente que un solo delegado ostentase la representación sindical de un puñado de trabajadores” (4).

Una sublevación profunda de las estructuras de la identidad de los trabajadores fundamenta la magnitud de su fuerza social. Juan Carlos Schmid, un dirigente comprometido con la tradición de un sindicalismo poderoso y transformador, retiene este rasgo definitorio: “Lo mejor que hizo Perón no fue sancionar el estatuto del peón rural; lo que nunca le perdonaron los patrones a Perón fue que el obrero desde entonces les sostuviera la mirada”. Como un reguero de aceite sobre la placa de mármol la insolencia se expandió por toda Argentina: la sirvienta, el peón de campo, el empleado de comercio se comportaban con altanería y prepotencia, dice Reynaldo Pastor, un ápice ilustrativo de una temible reacción de clase frente a los avances sociales y políticos de las grandes mayorías (5). Concebidos como “invasores” desde “las patas en la fuente”, irían a veranear a Mar del Plata para finalmente trastocar la configuración liberal de la democracia representativa ocupando la esfera política.

Cristian Buchrucker estima que “entre 1946 y 1955, unos 3.000 sindicalistas ocuparon diversos puestos del gobierno, en calidad de ministros, secretarios de Estado, diputados, agregados obreros en el servicio exterior, concejales, etc. El porcentaje de diputados nacionales pertenecientes a los estratos más altos de la sociedad disminuyó entre 1942 y 1952 del 30% al 5%, y casi la mitad de los parlamentarios peronistas constituyeron el bloque de origen gremial” (6). En la entonces Presidente Perón, actual provincia del Chaco, el movimiento obrero fue la cabeza entre 1953 y 1955 con la gobernación de Felipe Gallardo. De origen obrero, Gallardo quiso realizar su declaración de bienes al iniciar el mandato que no pudo terminar: “Un carro, una bicicleta, una heladera a kerosene y algunas pequeñas cosas del hogar”. Como sintetiza el fiscal de su provincia: “Gallardo no tenía bienes, era la declaración de un proletario”. Realizó una transformación en parte irreversible que aún se respira en el tejido cooperativo y de pequeños productores de un territorio que organiza la vida social con conflicto. Tras la sanción de la Ley Agropecuaria Eva Perón, Gallardo expropió latifundios como las veinte mil hectáreas de tierras de Bunge y Born, que fueron entregadas a pequeños productores rurales, muchos de origen indígena, y se convirtieron en unidades económicas que garantizaron a la vez condiciones dignas de vida a las familias dueñas y un aporte al desarrollo provincial y nacional (7). El gobernador oficiaba como tal en la Casa de Gobierno de la provincia y una vez por semana en la sede regional de la CGT.

Hoy: un sindicalismo de segmentos

Actualmente hay en Argentina alrededor de 17 millones de trabajadores ocupados. El 42,7% son mujeres. Unos 8,3 millones son asalariados registrados y cerca de 4,3 millones, asalariados no registrados. Dentro de los ocupados hay trabajadores del sector privado y público, asalariados no registrados, monotributistas, otras categorías de autónomos, trabajadores independientes no registrados, trabajadores de programas estatales, cooperativistas de la economía popular.

La heterogeneidad de situaciones de trabajo es un rasgo saliente, aunque la condición común es inapelable: son quienes necesitan vivir del laburo propio, tengan empleador, patrón oculto o sean trabajadores sin patrón. Si sumamos a los desocupados y “desalentados”, la cantidad de trabajadores supera los 19 millones.

Estimaciones recientes establecen que unos 6 millones están representados por sindicatos adheridos a la CGT. Este número es una aproximación basada en las estructuras sindicales más grandes que son las que intervienen con congresales y afiliación efectiva directa. Actualmente existen algo más de 1.500 sindicatos con personería gremial. Sin embargo, unas 230 estructuras gremiales están confederadas –aunque muchas de ellas contienen numerosos sindicatos– y alrededor de 80 organizaciones participan de manera intermitente de la vida colectiva de la central. Más allá de cualquier número, una recorrida por el edificio de la CGT sólo autoriza a constatar el extravío de la instancia colectiva del movimiento obrero. Las regionales, otrora instancias de federalización efectiva del sindicalismo, han sido relegadas de la estructura nacional.

Las tasas de afiliación sindical rondan entre el 37 y el 40% (8). La negociación colectiva alcanza a alrededor del 46% de los trabajadores ocupados (9). De acuerdo a una encuesta, realizada en 2005 por el Ministerio de Trabajo, en el 86% de las empresas no hay ninguna instancia de representación directa de los trabajadores. Asimismo, algunas investigaciones han mostrado que desde hace varias décadas las reformas de estatutos y convenios de muchos sindicatos han tendido a licuar el poder efectivo de los delegados en la vida de sus organizaciones, que han quedado reducidos a la función de gestores de servicios al afiliado en los lugares de trabajo, y radialmente subordinados a secretarios generales o a algún otro integrante de las comisiones directivas.

El “otro” movimiento obrero

A fines de 2010 se creó en Argentina la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP). La formación de este otro movimiento obrero no nació por generación espontánea, acumula varias décadas y un extenso despliegue de conflictividades: el territorio reconfigurado por el plato de comida, los cortes de ruta desde Cutral Có, Plaza Huincul, Tartagal y Mosconi, la resistencia organizada a los desalojos, la consolidación de las organizaciones populares disputando planes, la constitución de un movimiento piquetero con epicentro en el conurbano bonaerense, la recuperación de fábricas, la organización en cooperativas, la enorme capacidad de movilización social y la habilidad para conquistar nuevas institucionalidades populares: como el salario social complementario o la más reciente “ley de barrios populares” que implicará que centenas de miles de familias sean dueñas de las tierras que habitan. Finalmente, tras numerosas iniciativas de articulación, la CTEP aguarda respuesta tras solicitar formalmente su afiliación a la CGT. El trayecto recorrido se inició con excluidos y pobres para reconocer a trabajadores organizados de un sector de actividad: la economía popular.

Estimaciones estadísticas realizadas en 2014 permitieron dimensionar la población potencialmente representable por el sindicalismo de la economía popular: más de cinco millones de trabajadores (10). Es posible encontrar una rica caracterización de oficios y actividades en materiales elaborados por referentes de la organización (11). Sus experiencias organizativas de trabajo y producción en el campo y en las ciudades –trabajadores y delegados de la economía popular distribuidos por toda Argentina– construyen un amarre de tanta fortaleza que el neoliberalismo ya no podrá “descartarlos”.

Los trabajadores de la economía popular producen un valor sub-remunerado o directamente ninguneado. El mecanismo puede ser más tortuoso con la aparente desaparición del patrón y su sustitución por “proveedor de insumos y herramientas”, “comprador de bienes y servicios” a precios de estafa: los patrones ocultos. Otras veces es un “pagadiós empresario”, como con los envases plásticos. Las grandes empresas los lanzan al mercado y se desentienden del costo ambiental. Quienes tuvieron que “inventarse el trabajo” son los que realizan el reciclado que nadie quiere pagar. Por eso la CTEP ha propuesto una Ley de Envases, largamente cajoneada. También está el “pagadiós estatal” que financia con montos de mercado servicios para barrios acaudalados y paga a precios-miseria en los barrios empobrecidos.

¿Cómo se hace sindicalismo de la economía popular? Dependerá de la singularidad de las actividades y de los espacios en los cuales se despliega el trabajo. Sin embargo es posible describir algunas prácticas comunes que comienzan con la identificación de los trabajadores en un registro sindical y también estatal, la inscripción en el monotributo social, la organización en cooperativas, la obtención de tierras, la unificación de la producción de diversos trabajadores y cooperativas, la fijación de precios mínimos de venta, la fabricación de las herramientas de trabajo, la compra conjunta de insumos para evitar los mencionados precios de estafa, la elaboración de proyectos productivos para financiar las iniciativas a través de programas vigentes en reparticiones municipales, provinciales y nacional, el compre estatal de la producción popular, la provisión de servicios a las cooperativas para fortalecer la comercialización, entre tantas otras. Dos experiencias merecen destacarse: el Movimiento de Trabajadores Excluidos que agrupa a recicladores y cartonerxs, inspirado en el dispositivo reivindicativo de la CTEP, y el Sindicato de Ladrilleros (UOLRA), confederado en la CGT, porque tras la modificación de su estatuto a principios de 2016 ejerce la representación “del todo”: trabajadores de fábricas, informales y los de la economía popular. Su movimiento más audaz es transformar el terreno minado de la economía informal en economía política popular.

Jacqueline Flores, una referente del Movimiento de Trabajadores Excluidos que agrupa a recicladores y cartonerxs, suele decir: “Nosotros al principio decíamos que teníamos derechos; la diferencia es que ahora lo creemos”.

La experiencia de la economía popular sintoniza y crece con las elaboraciones del feminismo porque convergen en la conexión de los espacios de reproducción y producción. Una nueva formulación política permite la elevación de la mirada que narra Jackie: hay trabajo aunque no haya salario, se produce valor, de múltiples formas, por fuera de la empresa privada. El trabajo de cuidados es trabajo. El problema crucial es en definitiva la reproducción de la vida; más allá del nombre que el capitalismo imponga al trabajo que la garantiza en cada momento histórico.

El movimiento “Ni una menos” funciona como una caja de resonancia y el debate feminista se está instalando adentro de las estructuras sindicales. El 7 de marzo de 2018 se constituyó el Bloque Gremial Feminista, que reúne compañeras de la mayoría de las organizaciones populares y de las centrales sindicales. Juntas convocaron al último Paro Internacional de Mujeres del 8M. Desde entonces la organización con perspectiva feminista crece exponencialmente.

En definitiva el desafío es la reconstrucción de una CGT INMENSA para lxs más de 19 millones de trabajadores que viven en Argentina. Un sindicalismo vivo y tupido que encarne la composición heterogénea de la realidad trabajadora, un renovado protagonismo federal y político y un nuevo sentido de felicidad laburante.

1. Alvaro Abós, La columna vertebral, Hyspamérica, Buenos Aires, 1986.
2. Juan Carlos Torre, El gigante invertebrado, Argentina 1973-76, Siglo XXI de Argentina editores, Buenos Aires, 2006.
3. Néstor Corte, El modelo sindical argentino, Rubinzal Culzoni editores, Buenos Aires, 1994.
4. Alvaro Abós, op. cit.
5. Natalia Milanesio, Cuando los trabajadores salieron de compras, Siglo XXI, Buenos Aires, 2014.
6. Cristian Buchrucker, Nacionalismo y Peronismo, Sudamericana, Buenos Aires, 1987.
7. Manuel Millán Ford en un documental sobre Felipe Gallardo. Disponible en: www.youtube.com/watch?v=_XD0mitvKAQ
8. El porcentaje corresponde al sector privado no primario en establecimientos de 10 y más ocupados. Véase Cecilia Senén González, David Trajtemberg y Bárbara Medwid, “Tendencias actuales de la afiliación sindical en Argentina: evidencias de una encuesta a empresas”, Relations industrielles / Industrial Relations, Vol. 65, N° 1, 2010.
9. David Trajtemberg, Los nuevos retos del modelo de negociación colectiva, 2018. Disponible en http://lanaciontrabajadora.com.ar/los-nuevos-retos-del-modelo-de-negociacion-colectiva/
10. Véase Juan Martín Bustos y Mariela Molina, Economía Social. Descripción y caracterización del sector y principales hallazgos de la investigación cualitativa, 2014. Disponible en: http://www.trabajo.gob.ar/downloads/estadisticas/talleres/Presantacion_Molina.pdf
11. Juan Grabois y Emilio Pérsico, Trabajo y organización en la economía popular, 2015. Disponible en: www.ctepargentina.org


Este artículo forma parte de El Atlas del peronismo

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Este artículo integra la serie: Cartografías. Coordenadas de un mundo que cambia

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* Socióloga (CONICET/IDAES-UNSAM).

© Le Monde diplomatique, edición Cono Sur

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