Real acoso virtual
“Negra de mierda” , “primate”, “simio” u “ojalá te mueras de una ETS [enfermedad de transmisión sexual]”. Estos son solo algunos de los mensajes de odio que cotidianamente recibe la política y activista afrobritánica Seyi Akiwowo a través de Twitter. A esta altura del siglo XXI, ya está más que claro que lo suyo no es una excepción, sino más bien la regla no escrita sobre la violencia online de la que son blanco las mujeres en general y mucho más si pertenecen a una minoría étnica, o son lesbianas, bisexuales, transgénero o intersex, o si tienen alguna discapacidad, o si simplemente alzan la voz para expresar lo que piensan. Esto es lo que se sostiene en el informe #ToxicTwitter que realizó Amnesty International en 2018. En Internet, la misoginia se materializa mediante acoso, hostigamiento, extorsión y amenazas, robo de identidad, doxing (la revelación de datos personales, como el domicilio o el teléfono) o alteración y publicación de fotos y videos sin consentimiento.
Es cierto que la explosión de las redes sociales durante la última década intensificó el ataque online hacia las mujeres, pero antes, cuando todavía eran una minoría en Internet, la cuestión ya se manifestaba ostensiblemente. En el libro She’s Such a Geek: Women Write About Science, Technology, and Other Nerdy Stuff (Seal Press, 2006) la escritora y periodista tecnológica Annalee Newitz contaba cómo sus artículos publicados en sitios web especializados (como Slashdot) inspiraban encendidos debates acerca de si ella era gorda o poco atractiva; mientras que a nadie se le ocurría opinar sobre la contextura física o la belleza de los varones que firmaban otros textos.
“Los actos de violencia en línea pueden llevar a las mujeres a abstenerse de usar Internet. Las investigaciones indican que el 28% de las mujeres que fueron objeto de violencia basada en las TIC [Tecnologías de la Información y la Comunicación] han reducido deliberadamente su presencia en línea”, advertía Dubravka Šimonović, la Relatora Especial sobre la Violencia contra la Mujer, sus Causas y Consecuencias de las Naciones Unidas en un informe presentado en la Asamblea General en 2018. “Otras consecuencias comunes son el aislamiento social, que lleva a las víctimas o supervivientes a retirarse de la vida pública, incluidos la familia y los amigos, y la movilidad limitada, es decir, la pérdida de libertad para desplazarse en condiciones de seguridad”. Porque eso que se expresa en bytes siempre excede los límites de la pantalla en que se puede ver.
Sin duda uno de los casos paradigmáticos que evidenció la gravedad del problema fue el conocido como #GamerGate en 2014, cuando se apuntó a Zoë Quinn, una joven desarrolladora de videojuegos. Su ex novio despechado había escrito un largo texto en un blog en el que contaba intimidades de Quinn y la difamaba todo lo que podía para que se creyera que la buena prensa que estaban teniendo sus creaciones se debía a la relación amorosa que ella mantenía con un periodista del rubro. Luego de meses de insultos, acoso y amenazas de violación y asesinato expresados por una horda de machos virtuales, Quinn tuvo que abandonar su hogar, porque le habían hecho doxing y sus datos personales fueron difundidos por todos lados.
La manosphera
En Ctrl-Alt-Delete: An Antifascist Report on the Alternative Right (Kerpslebedeb, 2017) Matthew N. Lyons, un investigador de los movimientos políticos de derecha de Estados Unidos, considera que esta línea dura de odio hacia las mujeres se vincula con lo que los anglosajones llaman la manosphera (esfera de hombres), una especie de subcultura antifeminista online que creció rápidamente en los últimos años y que proclama que los hombres han sido oprimidos y desempoderados por el feminismo. Algo que resuena a lo que sostiene el “racismo inverso” de Estados Unidos –promovido por los nacionalistas blancos desde la década de 1970–, cuando denuncia que los estadounidenses blancos sufren discriminación.
Más o menos para la misma época del #GamerGate, en la pequeña ciudad de Huauchinango, en Puebla, en el centro de México, una joven comenzaba a sufrir profundamente debido a que su novio había difundido por redes un video sexual con ella. Olimpia Coral Melo Cruz tenía 18 años entonces. Se encerró en su casa por ocho meses e intentó suicidarse en tres ocasiones. Pero después de un largo proceso entendió que ella era la víctima de un tipo de violencia, aunque tardó en identificarla. Estudió sobre el tema y escribió una iniciativa de ley que es respaldada por mujeres de todo México. Coral Melo logró que la Ley de Delitos contra la Intimidad Sexual, conocida como “Ley Olimpia”, se aprobara en 11 de los 31 estados de México, con la esperanza de que la discusión se extienda al resto del país.
María Florencia Zerda, integrante de la Red de Abogadas Feministas de Argentina y especialista en violencia de género digital, sostiene que en América Latina el tema viene rezagado. “Aunque haya herramientas jurídicas disponibles la justicia sigue siendo muy patriarcal, el acceso para las mujeres a la justicia es muy complicado y a veces no tienen los medios ni las posibilidades. La justicia las revictimiza, y tampoco está preparada para litigar en temas que incluyan prueba digital y los proveedores de servicios de Internet tampoco prestan muchas veces una cooperación adecuada para que se logre dar con los agresores”. En Twitter, Instagram, Facebook, YouTube o WhatsApp, entre otras tantas plataformas, la misoginia y el machismo parecen encontrar nuevos cauces para manifestarse de las formas más virulentas (1).
1. Véase el informe de Amnistía Internacional, “#Corazones verdes: violencia online contra las mujeres durante el debate por la legalización del aborto en Argentina”, presentado el 28-11-19 en Buenos Aires.
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* Licenciada en Ciencias de la Comunicación (UBA), realizó una maestría en Estudios Literarios Latinoamericanos en la Universidad Nacional de Tres de Febrero. Trabaja como periodista freelance.
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