MITOS Y VERDADES EN TORNO A LA SPUTNIK V

¿Por qué genera desconfianza la vacuna rusa?

Por Ayelén Oliva*
Las primeras dosis de la vacuna Sputnik V están por llegar al país y la esperanza del fin de la pandemia se acerca. Sin embargo, una parte importante de la población desconfía de la vacuna rusa pese a la aprobación que recibió en el ámbito científico. ¿Qué pasa ahí? ¿Qué imaginarios sociales y políticos despierta? Claudio Ingerflom, Hinde Pomeraniec y Martín Baña, tres expertos en Rusia, los revisan.
Afiche antibolchevique con la leyenda «El bolchevismo trae la guerra, el desempleo y la hambruna», Berlín, 1918.

Las primeras 300 mil dosis de la vacuna Sputnik V llegarán a Buenos Aires en Navidad. La épica que buscó imprimirle el gobierno argentino al despegue del vuelo a Moscú habla de la urgencia política por recuperar alguna idea de futuro que nos saque de este drama social. En todo caso, de lo que se trata es de crear un horizonte de expectativas hacia lo que todavía no experimentamos. Pero en el paso de la expectativa a la experiencia, además de esperanza hay temores.

A pesar de la aprobación que recibió la vacuna rusa en el ámbito científico, existe una parte importante de la sociedad argentina que cuestiona la vacuna solo por su origen. ¿Qué pasa ahí? ¿Por qué desconfiamos de la vacuna Sputnik V? ¿Qué imaginarios sociales y políticos, fundamentados o no, despierta en nosotros?

La política y los fantasmas

Entre los elementos que liman la confianza en la vacuna está la injerencia del poder político ruso en la ciencia. Para Claudio Ingerflom, doctor en Historia por la Universidad de París y director del Centro de Estudios de los Mundos Eslavos de la Universidad de San Martín, “si el poder político en Rusia no se hubiera metido en el tema, si hubiera dejado el anuncio a los científicos como sucedió en otros países, le hubieran quitado el piso a los que critican a Rusia por otras razones que no son las científicas”.

Para entender este comportamiento es necesario comprender la cultura política del país. “Mientras en Occidente tenemos una separación entre sociedad y Estado, que hace que inclusive los poderes autoritarios dejen espacio para el sector social, sea económico o científico, en Rusia la situación es diferente. Desde hace siglos el poder nunca le dejó a la sociedad constituirse en una esfera autónoma”, explica Ingerflom.

Hinde Pomeraniec, periodista y autora del libro Rusos de Putin, refuerza esta lectura. “En Rusia existe una injerencia estatal fenomenal. El Estado en Rusia atraviesa todo. Está en los medios de comunicación, de producción, en la economía, en la salud pública”.

El impacto negativo que puede llegar a causar la incidencia de la política en la ciencia reactiva los fantasmas de la época soviética. La lista va desde el más conocido desastre nuclear de Chernóbil, hasta el caso de Lysenko, un ingeniero agrónomo ucraniano, apoyado por Stalin, que dirigió la planificación de la agricultura soviética y terminó arruinando cosechas enteras.

Esto no quita que Rusia sea también reconocida en el mundo por su importante complejo científico heredado del socialismo. El Centro Gamaleya, encargado de la producción de vacuna Sputnik V, es un instituto de más de 100 años que en 2015 registró con éxito dos vacunas contra el Ébola. Por eso, el elemento que puede llegar a limar confianza en sociedades como las nuestras no está en su sistema científico, sino en que no sean los investigadores sino los políticos los voceros de lo que está pasando con la vacuna.

En segundo lugar, existe una falta de confianza basada en prejuicios. Martín Baña, doctor en Historia por la Universidad de Buenos Aires y coautor de Todo lo que necesitás saber sobre la Revolución Rusa, explica que existen imaginarios enraizados en el etnocentrismo y el esencialismo desde donde Europa miró históricamente a Rusia. Incluso antes de la Unión Soviética. “Ya en siglo XVIII los diplomáticos europeos describían a los rusos como borrachos, con malos modales, ignorantes del arte. Es ahí cuando empieza a operar la idea de que Rusia es el espejo negativo de Europa. La identidad europea comienza a construirse en contraposición a la rusa y eso se traslada al siglo XX con la Guerra Fría”, explica Baña. “Pensar que los rusos tienen un alma rusa que los predispone hacia el autoritarismo, o que son todos locos, suicidas y melancólicos, además de ser una lectura parcial de Dostoievski o Chéjov, deja de lado los vínculos culturales que existen entre Rusia y Europa”, agrega.

América Latina ha heredado parte de esta mirada europea, reforzada después por Estados Unidos en épocas de la Unión Soviética. Para Ingerflom “existe una derecha racista y soberbia que mira desde hace siglos a los rusos como una sociedad inferior cuyo paroxismo fue el nazismo y la idea de transformar a los pueblos eslavos en esclavos”.

En tercer lugar, está el difícil acceso a la información en un país con una tradición hermética. Este punto fue denunciado por un grupo de científicos que, en una carta pública, pidieron conocer las cifras originales sobre los ensayos clínicos de la vacuna para sacar conclusiones definitivas sobre la confiabilidad de los datos presentados por Gamaleya (1).

En cuanto a la confiabilidad de los datos, Pomeraniec se pregunta “por qué creerle al gobierno ruso cuando dice que tiene la misma cantidad de muertos que Argentina, teniendo en cuenta que es el país más grande de la tierra y tiene más de 4.000 kilómetros de frontera con China. Hay algo que no cierra”.

Para Baña este punto no es exclusivo de Rusia. “Estamos en medio de una pandemia inédita intentando desarrollar una vacuna a contrarreloj, eso genera tensiones y dificultades”.

Además, está el interés político que esconde la carrera por la vacuna. Es evidente que esto no le concierne solo a Putin, pero en el caso del presidente ruso, el desarrollo de la vacuna lo encuentra en un momento de caída de confianza en el gobierno (2). Para Baña, “Putin se dio cuenta de eso porque tuvo que hacer cambios importantes. En enero renovó medio gabinete y después cambió la Constitución. Esas son decisiones que apuntan a fortalecer un modelo que ya hace unos años viene sintiendo una crisis social y sobre todo económica”.

En ese contexto, con la vacuna el presidente ruso busca recuperar algo de ese poder perdido. “Putin tiene que garantizarse que no lo toquen, por eso avanzó con la reforma de la Constitución, para que lo que venga después de él esté bajo control, también para no perder lo que él recuperó, que fue el orgullo de los rusos por ser rusos y, por último, cierto lugar en el concierto de las naciones”, explica Pomeraniec.

Otro de los elementos que genera desconfianza es el modo de financiamiento de la vacuna. Cuando hablamos de la vacuna de Moderna o de Pfizer, hablamos de laboratorios, de empresas privadas de biotecnología. Cuando decimos “Sputnik V” no pensamos en un laboratorio sino en un Estado o, incluso peor, en un gobierno. Esto tiene que ver con el hecho de que está financiada por el Fondo Ruso de Inversión Directa, un fondo público de Rusia creado en 2011 para invertir junto con inversores institucionales internacionales (3).

Según describe Pomeraniec, este fondo se asemeja en su funcionamiento al noruego, conocido como un fondo modelo por sus buenos resultados económicos. Si bien este mecanismo no debería generar mayores temores, existe un sector de la sociedad al que lo tranquiliza más idea de que sean los laboratorios privados y no los Estados quienes estén detrás del desarrollo de la vacuna.

Por último, en esta época de retroceso para los gobiernos de izquierda y progresistas en América Latina, los vínculos de afinidad política con Rusia no ayudan a generar confianza. En Argentina, la simpatía personal de la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner por Vladimir Putin activa las señales de alerta en los opositores al gobierno. La pregunta que aparece es: ¿firmamos un acuerdo con Gamaleya porque la vacuna es buena o porque la vicepresidenta tiene buen vínculo con Putin? Una pregunta incómoda para el gobierno, que solo puede responder con los argumentos de la ciencia. Poco importa lo que pueda decir la política en esto.

A ello se suma que, para los especialistas consultados, es un gran error asociar a Putin con la izquierda. “En nuestros países existe una izquierda ingenua que razona en términos de que si Estados Unidos es mi enemigo, el enemigo de mi enemigo es mi amigo. Lo cual es un andamiaje muy frágil porque habría que demostrar que la Rusia de hoy es realmente enemiga de Estados Unidos», explica Ingerflom. Esta visión no sólo aparece en los imaginarios de la izquierda, sino también en la derecha latinoamericana, que ve a Putin como la encarnación de la vieja Unión Soviética.

En conclusión, hay varios elementos que intervienen en nuestro imaginario sobre la vacuna producida en Rusia. Existen prejuicios etnocentristas, esencialistas, también críticas fundamentadas en el manejo del tema por parte de los que gobiernan y su articulación con la ciencia.

Con la llegada de 300 mil dosis de la vacuna Sputnik V a la Argentina, es momento de dejar a un lado las simpatías o antipatías políticas para escuchar las respuestas de los que entienden del tema. Es la única manera segura de calmar los miedos y la desconfianza que generan estos tiempos en los que no abundan las certezas.

1. Carta de los científicos https://www.reuters.com/article/salud-coronavirus-rusia-carta-idLTAKBN2602WW

2. La vacuna, Putin y el verdadero poder de Rusia, Jorge Saborido, https://www.eldiplo.org/notas-web/la-vacuna-putin-y-el-verdadero-poder-de-rusia/

3. Fondo Ruso de Inversión Directa https://sputnikvaccine.com/esp/about-us/the-russian-direct-investment-fund/

 

* Politóloga y periodista.

© Le Monde diplomatique, edición Cono Sur

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