Lucidez de velorio
Estamos pasando por un momento de intensa lucidez de velorio. Esa que aparece y nos trastoca las prioridades cuando la muerte está presente. Se da en terapias intensivas, salas de espera y, claro, velorios y entierros. En estos momentos nos damos cuenta de que estar mal por no haber podido conseguir entradas para ver a Pimpinela o habernos peleado con nuestra pareja por la caída de un iPhone en un locro, lo mismo que entrar en furia por tragedias burguesas como la de un cajero automático tragándose nuestra tarjeta, no son nada frente a la muerte. Lo cual lo hace a uno alcanzar cierto grado de sabiduría momentánea. Pero también de angustia.
La cotidianidad es una de las mejores falopas para ponerse la gorra y alejarse de la muerte. “Y bueno… la vida sigue” es la frase que, como un timbre de recreo o un despertador, indica que estamos saliendo de la Chacarita. La muerte queda en el cementerio. Nosotros volvemos a la vida.
Pero resulta que la vida no es solo la parte noble, amorosa, romántica, plena de niños que sonríen y abrazos con gente a la que queremos mientras miramos el mar. La vida también es un montón de frivolidad, imbecilidad y miseria.
Las primeras semanas, junto a la llegada de delfines a Venecia y ciervos a la estación de Once, Almagro, se pensaba que esto estaba haciendo caer al capitalismo. A la gente de Techint puede que le haya parecido lo mismo. La mitad de la población está trabajando con barbijo y la otra convertida en centauro sin caballo, medios cuerpos hechos de televisión que siguen como pueden para que ésto se parezca a lo anterior. Es probable que, de haber algún saldo positivo, se deba a que haya gente que lo intente. No es trabajo de la pandemia que la vida sea mejor.
Este artículo integra la serie: ¿Dejará algún saldo positivo la pandemia?, parte II. Volver a nota principal.
* Productor, guionista y director de cine, de radio, teatro y televisión argentino.
© Le Monde diplomatique, edición Cono Sur