“Libertades confiscadas”: el discurso de los medios frente a la pandemia
Es sabido que los medios crean sus audiencias, pero también se sabe que no siempre –ni en todos los tiempos– lo hacen con igual éxito. Este es el caso de los “ciudadanos inquietos por el avance sobre sus libertades”.
En efecto, durante un lapso no tan breve las pantallas de los canales de televisión reprodujeron imágenes de personas manifestándose, visiblemente irritadas ante las medidas tomadas por el gobierno en el contexto de la pandemia. Se buscó decodificar estas expresiones “anticuarentena” como reclamos en torno a la libertad. Ganó extensión massmediática la idea según la cual el gobierno nacional, bajo la coartada de “la cuarentena”, avanzaba con medidas autoritarias, al borde de lo dictatorial, que lesionaban el ejercicio de la libertad individual.
Articulada a esta narrativa podía encontrarse, además, un rechazo a las medidas adoptadas por China al inicio de la pandemia en virtud de su también manifiesto sesgo totalitario. China no se ajustaba, para muchos, al horizonte argentino de estrategias para contener el avance del virus por el tinte antidemocrático de sus acciones, entre las cuales se incluía una mayor presencia de las fuerzas de seguridad, el seguimiento estrecho del movimiento de cada ciudadano, los testeos masivos y los aislamientos compulsivos.
No obstante, ambas imágenes construidas por los medios colisionan con los testimonios recogidos en 95 entrevistas realizadas durante el mes de mayo de 2021, en el pico de la segunda ola, en diferentes regiones de Argentina, por la Red ENCRESPA. A partir de la escucha atenta de las voces de nuestrxs entrevistadxs, podemos afirmar que una abrumadora mayoría no relató haber sufrido las restricciones a la movilidad en términos de “falta de libertad”, ni tampoco se opuso a China por considerarla “demasiado autoritaria”.
Sólo unos pocos ciudadanxs consideraron afectadas ciertas libertades, sobre todo de reunión familiar o social. Pero en general no le dieron mayor connotación política a esta cuestión, sino que se focalizaron en los problemas laborales que les generaban las medidas o bien que arrastraban con antelación y que la pandemia agudizó.
La cuestión de la libertad, sobrerrepresentada en los medios masivos de comunicación, no parece haber sido, por lo tanto, un problema para la mayor parte de la población, para la que las políticas orientadas a restringir la circulación estaban bien justificadas, sea porque procuraban el cuidado recíproco de los ciudadanos o porque no se trataba de una cuestión “personal”.
De hecho, varios entrevistados se sintieron sorprendidos por la pregunta: “¿Siente que el gobierno intervino por demás en su vida y le quitó libertades?”. Un comerciante platense respondió: “¡No llamaría que me quitó libertades! Tampoco lo sentí como un peso, me parece que por ahí, ya te digo, fue demasiado en encierro… obvio que libertades te quitan, pero bueno, ¡es el bien para todos!”. En la misma línea, una docente jubilada de Salta señaló: “No sentí que me quitaron libertad, no porque yo sabía […] lo que era, entonces no podés pensar que te quitaba libertad; si vos al salir a la calle peligraba tu vida”. Otra mujer mayor, fueguina, con una posición bastante crítica respecto de la gestión de la pandemia, ante el interrogante en torno a la libertad, afirmó: “Yo creo que no. Te repito que, si no hubieran hecho lo que hicieron, habría habido muchísimas más muertes, muchísimos más contagiados. Hubiera colapsado totalmente el sistema sanitario”. Incluso los pocos que afirmaban que sí les habían quitado libertades aclaraban de inmediato, como sucedió con un empleado riojano, que “en estos tiempos de pandemia no se puede pedir libertad absoluta”.
Insistencia
El sentimiento de merma de libertades fue entonces excepcional, y se hacía más patente en quienes manifestaban tener desde siempre una posición muy crítica respecto de la gestión de la pandemia, o bien entre quienes experimentaban dificultades claras en términos laborales. Pudimos comprobar que para una porción significativa de nuestros entrevistados, la idea de libertad no se traduce en un reclamo de poder movilizarse y realizar salidas o consumos. Al contrario, a juzgar por el grado de rechazo que tuvo la propia pregunta, inferimos que ante la pandemia se priorizó una idea de libertad vinculada a una “libertad colectiva”, relacionada con el cuidado de la vida y de los derechos del conjunto.
Inferimos que ante la pandemia se priorizó una idea de libertad vinculada a una “libertad colectiva”, relacionada con el cuidado de la vida y de los derechos del conjunto.
A pesar del predominio discursivo-mediático de una idea de libertad individual, desresponsabilizada del destino de los “otros”, pareciera que, al menos ante la situación límite impuesta por el Covid, se produjo un efecto de revalorización del destino común; como si se pudiese advertir hasta qué punto el bienestar de cada quien depende también del bienestar de nuestros semejantes.
A la luz de estos resultados preliminares ¿cómo leer esa insistencia de los medios en la cuestión de la libertad? Podríamos recurrir a la hipótesis de la filósofa política Wendy Brown, para quien la racionalidad neoliberal exacerba la apelación liberal clásica a la libertad, al tiempo que apuntala la espontaneidad y autonomía del mercado y la moral tradicional como fuente de la que emanan las reglas de todo agrupamiento de individuos (1). El problema se suscita cuando el neoliberalismo actual, en su privilegio de la libertad (del mercado y la moral tradicional), pretende desmantelar la instancia de la sociedad como terreno donde se producen, reproducen y dirimen jerarquías sociales, conflictos distributivos y derechos de ciudadanía.
En esta línea, los medios de comunicación concentrados, en consonancia con el boicot que las burguesías realizaron frente a las políticas de cuidados (2), movilizaron una constante apelación a esta idea neoliberal de “libertad”. Sin embargo, como señalamos, la mayoría de los y las entrevistadas no se hizo eco de estas prédicas. Y si bien no hay elementos suficientes como para afirmar el despliegue de una conciencia clara de la interdependencia o un privilegio de la idea de igualdad por sobre la de libertad, sí constatamos un reconocimiento de que el cuidado personal es inescindible del cuidado de los otros, de tener “empatía” –según afirmaron distintos entrevistados– o bien de la voluntad de aportar a “una colaboración social”.
¿Y Brasil? ¿Y China?
El dato de la dimensión y relevancia colectiva de las medidas de cuidado “personales” se confirma por el rechazo casi unánime al modo en que Brasil (y también Estados Unidos) actuó ante la pandemia. Constatamos aquí el establecimiento de una correlación clara entre menor intervención del Estado y mayor número de muertos, lo cual es motivo de un juicio negativo sin concesiones. Brasil parece confrontar a los y las entrevistados/as con el límite moral de priorizar la economía por encima de la vida. Muchos consideran lo actuado por Bolsonaro como “desastroso”, cuestionan el hecho de haberse “reído” del virus, el “cancherear” y el subestimar su impacto.
Por otro lado, al contrastar las políticas aplicadas en nuestro país con las medidas que implementó China, y en contraste con la imagen de un rechazo cerrado a ellas (algo que también circuló en muchos medios de comunicación), relevamos una valoración positiva. La mayoría de los entrevistados, en efecto, parece ver con buenos ojos las políticas adoptadas en China, aunque las considerara impracticables en Argentina. Entre las razones aducidas que explicarían esa “inviabilidad” se deja ver lo que Argentina debería ser, pero no es: un país más desarrollado en términos económicos, una sociedad con mayor disposición a la obediencia o con más fuerzas policiales o militares capaces de hacer cumplir las medidas y, articulando estos dos primeros elementos, una nación con más capacidad tecnológica al servicio del testeo y el seguimiento de los infectados.
En el reverso de esta inviabilidad, podemos hipotetizar, no asoma tanto una crítica política a China por “demasiado autoritaria” sino, antes bien, un reconocimiento a sus avances. China aparece así como modelo deseable pero “impracticable”. En algunos casos, aquello que parece envidiarse es un mayor control, castigos más duros a los transgresores y normas de comportamiento más estrictas.
Un profesional de alto rango, crítico del oficialismo, afirmó: “Claro, acá no se podría haber hecho, y no se pudo. Por eso no podés tener el control sobre todos. No tenemos militares desde un helicóptero tirando con ametralladoras para que se queden quietos, es imposible”. Una frase prácticamente igual escuchamos llamativamente de un trabajador no calificado de Córdoba.
Esto nos lleva a reflexionar sobre los contornos del autoritarismo del que somos contemporáneos. ¿Cómo pueden convivir demandas de mayor vigilancia, control y castigo por parte de la ciudadanía con denuncias mediáticas de intromisión en la vida privada, de restricción del derecho a circular o de consumir? ¿Cómo conciliar el reclamo de mayor castigo individual con el reconocimiento incipiente de la interdependencia que condiciona y habilita la autonomía individual? Y, por otro lado, ¿cómo puede un gobierno satisfacer de modo simultáneo expectativas tan difíciles de compatibilizar? ¿Es posible vigilar sin ejercer autoridad? ¿Se puede afirmar la responsabilidad colectiva y, no obstante, pedir que caiga todo el peso de la ley sobre quien transgreda la norma o no satisfaga el estándar de conducta esperada?
Encontrar lo que late tras esas demandas hoy es tarea de la sociología. No acoplarse de modo inmediato e irreflexivo a ellas es responsabilidad de la ciudadanía y de la política. Como sostiene Brown (3), sabemos que “el ataque neoliberal a lo social es clave para generar una cultura antidemocrática desde abajo, al mismo tiempo que para construir y legitimar formas antidemocráticas de poder estatal desde arriba”.
*Este trabajo se basa en materiales producidos por la Red ENCRESPA, en el marco del Proyecto “Identidades, experiencias y discursos sociales en conflicto en torno a la pandemia y la postpandemia”, que forma parte del Programa de Investigación de la Sociedad Argentina Contemporánea (PISAC). Las ciencias sociales y humanas en la crisis COVID-19 (Agencia I+D+i). Más información en http://encrespa.web.unq.edu.ar/. Agradecemos la colaboración especial de Marcelo Gómez y Guillermo de Martinelli en el análisis de las entrevistas. Confirma nuestra hipótesis el informe realizado por el equipo de análisis materialista del discurso ideológico (AMDI) sobre portales de noticias, programas de televisión y redes sociales, en el marco de nuestro proyecto. En dos de ellos se destaca tanto la presencia del eje no-partidario de antagonizaciones relativas al apoyo a las medidas sanitarias restrictivas de la circulación y la presencialidad, y las demandas de mayor “libertad” individual (subsidiarias a la crítica de “políticas autoritarias”), como un cuestionamiento –en particular en programas televisivos– a medidas de restricción de circulación por cercenar libertades individuales y, por elevación, por antidemocráticas.
1.Wendy Brown, “La sociedad debe ser desmantelada”, En las ruinas del neoliberalismo. El ascenso de las políticas anti-democráticas en Occidente, CABA, Tinta Limón, 2020.
2. Ver la nota de Javier Balza www.eldiplo.org/notas-web/la-sociedad-anestesiada-frente-a-las-muertes-por-covid
* Respectivamente: Doctora en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires, magíster en Comunicación y Cultura, y licenciada en Sociología por la misma universidad. Desarrolla sus actividades de docencia e investigación en la Escuela IDAES de la UNSAM y en el Instituto de Investigaciones Gino Germani (IIGG) de la UBA. / Profesor titular de la UNQ, investigador independiente del CONICET.
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