“La gran flaqueza de las sociedades latinoamericanas es que no funciona el Estado de derecho”
La pandemia no ha logrado detener a Jon Lee Anderson. El veterano periodista californiano, que vive en Dorset –un pequeño pueblito portuario al sur de Inglaterra–, pasó el último año y medio recorriendo Estados Unidos y varios países de América del Sur y África. Aun con las restricciones para circular, Anderson se sigue moviendo y escribiendo sus historias para The New Yorker, donde es uno de los autores más destacados. A mediados de junio de 2021, cuando nos conectamos por videollamada, estaba viajando por América Central. Eran las siete de la tarde en Ciudad de Guatemala y las diez de la noche en Santiago del Estero. Charlamos sobre el tema que mejor conoce, y que pocos conocen como él: América Latina y sus transformaciones recientes. Anderson dice que “la región está hecha leña”. Habla un español fluido, pero repleto de expresiones que traduce literalmente del inglés. Hace referencia al tercer escenario que siguió a la década y media de gobiernos progresistas, seguida por el ascenso y caída de algunas derechas conservadoras, y que da lugar hoy a un continente atomizado y sin referencias políticas regionales claras.
Tu último libro [Los años de la espiral, Sexto Piso, 2021] reúne crónicas de personajes y episodios de América Latina durante el período 2010-2020, y da la sensación de que está todo bastante diferente: en 2010 todavía estaban los gobiernos denominados progresistas o de izquierda, más o menos en sintonía, luego hubo una reacción en muchos países donde ascendieron las derechas y ahora estamos ante un tercer momento también muy distinto. ¿Cómo ves este tercer escenario?
Cuando escribí el prólogo del libro, durante la pandemia, me aventuré a decir que era el eclipse de “la marea rosa”, y lo es todavía, a pesar de los repuntes de la izquierda en algunos lugares. “La marea rosa” es un término que puso alguien en The Economist cuando estaban vivos Fidel y Chávez, y aún estaban Correa, los Kirchner, estaba Evo… Y hasta Bachelet y Pepe Mujica. Todos gobiernos de izquierda, distintos, con sus matices. Los Kirchner con su peronismo, Bachelet más socialdemócrata, Pepe Mujica un Yoda total, como el abuelo de todos. Hasta que la veta chavista, que era una referencia, se fue a la hecatombe. Y aunque en Bolivia ahora Luis Arce ha reemplazado a Evo, es una izquierda atenuada en relación a lo que fue el gobierno de Morales. Ahora estamos ante izquierdas diferentes.
Mientras, Venezuela se ha convertido un poco en el Congo de las Américas. Si vas a la selva es una rapiña total. Con milicias, paramilitares, guerrilleros… Es un caos. Y cinco millones y medio de personas han huido. Más allá de lo que uno quisiera que fuera, es un desastre. Y sea como sea, se les ha ido de control. Daniel Ortega anda arrestando cualquier oponente que tiene. Y se muestra a full con Putin. AMLO en México no es la izquierda tradicional. Pensábamos que iba a ser un poco más frontal con Trump, pero no lo fue. Estamos en una era, diría yo, pos ideológica. Tenemos los nuevos populismos de la era de las redes sociales, de la era Trump. Mira [Nayib] Bukele, Mr. Bitcoin en El Salvador. Y tenemos gente de la vieja escuela, que todavía se dicen revolucionarios, como Maduro. Estamos ante una especie de atomización de la política en este momento en América Latina.
En el siglo XX Cuba era un faro para las izquierdas. En las primeras décadas del siglo XXI Venezuela era un faro con poder geopolítico, y ya no lo es. ¿Cuánto tiene que ver esa pérdida de referencias en la atomización que describís?
Creo que no hay referencias y no hay dinero. Venezuela y el chavismo mantuvieron la batuta mientras tenían plata. Las izquierdas de América Latina fueron subsidiadas por Chávez. Casi un billón de dólares pasaron por sus manos con el petróleo. Y se fueron. ¡Un billón! Algo inconcebible para la región. Y mientras estaba la plata, estaba la izquierda, hasta cierto punto. Así como en América Latina la economía y la economía política son extractivistas, en gran medida también parece serlo la política. Tiene que ver con esto. Y Cuba se ha vuelto un lugar gris. Hasta conservador. Ya no es un lugar de peregrinación. No es un lugar donde los jóvenes del hemisferio van a buscar la utopía ni mucho menos.
“Cuba se ha vuelto un lugar gris. (…) No es un lugar donde los jóvenes del hemisferio van a buscar la utopía ni mucho menos.”
Y además hay una parte importante de la juventud cubana muy movilizada en contra del régimen. Pienso en el Movimiento San Isidro. Carlos Manuel Álvarez, que es leído hoy como una de las voces jóvenes más importantes de América Latina, es durísimo contra el régimen cubano. ¿Esto lo lees también dentro del cambio de época o tiene antecedentes parecidos?
Hasta cierto punto sí. No lo compararía con el desafío de los intelectuales o la represión de los intelectuales de los 60, que se desencantaron con el rumbo de la Revolución, y cuando muchos del principio se fueron y fueron vilipendiados, calificados como burgueses o decadentes, hasta no quedar prácticamente nadie. Eso terminó con el caso famoso de [Heberto] Padilla en los 70. Pero este es, quizás, el primer rebrote en muchos años en Cuba de una intelectualidad crítica. Y no son sólo intelectuales. Son músicos, son afrodescendientes, son jóvenes que buscan futuro, que se sintieron envalentonados por la apertura con Obama, la llegada de Internet. Inclusive con la posibilidad de viajar. Se les levantó el techo. Pero tienen la imposibilidad de cambiar el sistema y de hablar y de expresarse de una forma que no sea sólo decorativa. Creo que tampoco son los disidentes de antes. No son chicos que quieren irse a vivir en Miami. En muchos casos son hijos de revolucionarios. Ellos mismos no rechazan del todo la noción de la Revolución. Pero la cuestionan. Quieren ser críticos, quieren un debate, quieren oxigenar ideas. Como es propio de la juventud. Y no los dejan. Es un poco trágico presenciar el rol de los herederos del poder en Cuba.
El problema es que Cuba es una burbuja, es una isla y eso afecta mucho. El continuismo, la noción de que es una especie de lugar especial, la forma en que no cambia nunca aparentemente… Y el gobierno ha quedado un poco desencajado por la reacción de Biden al asumir el poder. Se suponía que como demócratas iban a liberar las sanciones impuestas por Trump. Pero estos demócratas son más pragmáticos. Han entrado con una noción mucho más sensible de sus flaquezas internas. Como Florida ya se convirtió en un estado clave para la política doméstica, para la migración centroamericana y la frontera con México, han tenido mucha cautela y no han querido mover ninguna ficha que los pueda afectar en las elecciones legislativas de 2022. No vaya a ser que alguien como Trump o alguno de sus secuaces asuma de nuevo la presidencia. Entonces están tratando por todos los medios de restaurar lo minado y lo desgastado, ganar posiciones y mantenerse en el poder. Y lugares como Cuba ya no les rinden nada en términos políticos.
Ya sin Raúl ni Fidel, ¿cómo cambió el manejo del gobierno con el ascenso de la segunda línea al poder?
Díaz-Canel encarna la segunda generación en una era en que podemos preguntarnos qué fue de todo aquello. Yo mismo me lo estoy cuestionando: ¿qué pasó con la Revolución? No sólo con la cubana sino con la noción de revolución. ¿Qué significa hoy en día? ¿Acaso Daniel Ortega es revolucionario? Perdón, pero no lo creo. ¿Maduro lo es? Él sí lo cree. También Díaz-Canel y los cubanos, en su burbuja. ¿Pero cuál es el logro final de la Revolución? ¿Educación, medicina subvencionada por el Estado? ¿Acaso no son esos logros o anhelos de la sociedad social-liberal demócrata? ¿Qué alabamos los que nos consideramos demócratas? Los países de Escandinavia. ¿Acaso no son los que más hábilmente han manejado sus recursos y han logrado sociedades más armoniosas? Con educación gratis, medicina gratis, altos niveles relativos de vida y respeto por el medio ambiente. Y no estoy hablando de Estados Unidos aquí. ¿Acaso hace falta una tiranía política para lograrlo? Creo que no.
“¿Qué pasó con la Revolución? No sólo con la cubana sino con la noción de revolución. ¿Qué significa hoy en día?”
¿Cómo ves el ejemplo de Chile? Porque ahí hay una movilización que puede ser leída como revolucionaria en cierto sentido. Una movilización popular muy grande que intenta movilizar el cambio social por la vía institucional.
Es muy interesante. Cuando pienso en algún lugar con porvenir en el hemisferio sur, pienso en Chile, ya que tantos otros países están atrapados por sus propias psicopatías. Por ejemplo Colombia, que no logra salir de la violencia, que siempre parece ser su forma de llegar al próximo escalafón. Chile es una sociedad muy interesante, hasta cierto punto insular. Casi como una gran familia. Son interesantes [los chilenos] por su empeño democrático. Están todavía traumados con lo que fue el pinochetismo. Esos años de dictadura sangrienta. Son hasta neuróticos, en el buen sentido de la palabra. Porque son muy intensos y apasionados para hablar de política, pero en cada conversación que he compartido con ellos he podido ver su búsqueda de una vida más justa y de una mayor democratización de su propia sociedad. Y eso siempre me da confianza y optimismo de que al final tienen una fibra que los va a llevar por ese camino. Y la Constituyente es eso. El ejemplo en vivo. Puede que haya habido más bochinche, pero van por ese camino.
Al mismo tiempo hay que reconocer a Piñera, que es un tipo que no demostró muchas luces en sus reacciones a la violencia en la calle. Vimos cómo actuaron los carabineros. Pero tuvo al menos la iluminación de reconocer que había cometido un error, y lo dijo ante su ciudadanía y cambió de parecer. Y eso no lo hace nadie. Dime otro mandatario en la región que haya admitido un error así de gordo y delante de su ciudadanía haya admitido que cometió un error de juicio y que está dispuesto a capitanear un proceso que ha sido impuesto por clamor popular. No conozco a otro mandatario que haya hecho eso. Tiene sus méritos y eso también es un mérito chileno. Como es un pueblo chico, se conocen todos entre sí, se escuchan y recapacitan. Yo no sé si es el final del camino. Pero juntos y a tropezones se dieron cuenta de que tienen un problema medular. Y ese problema es esa Constitución impuesta por Pinochet. Y sea como sea, esa Constitución ha creado una sociedad más desigual, a pesar de ser más próspera. Y ahora se han propuesto arreglarlo. Estoy seguro de que va a ser como una especie de motín. Ojalá que no. Ojalá logren un texto nuevo que los una y les dé un camino por delante. Ojalá Perú fuera capaz. Ojalá Colombia, Venezuela fueran capaces.
Hablas de la sensatez de Piñera, pero tampoco parece que los líderes de derecha regionales, que han tenido su momento de acceso al poder por vía electoral, hayan sido capaces de aprovechar su oportunidad, porque los están echando otra vez por las urnas.
Se me viene a la mente Bolsonaro. Y los argentinos, con su economía y su deuda nacional. Nadie los entiende. Yo no pretendo tratar de analizarlo. Uruguay es un caso aparte, es otra pequeña isla. Cuando pienso en Brasil siempre pienso en Estados Unidos. No por nada fueron los dos grandes importadores de esclavos. Y Brasil fue el último país en abolir la esclavitud y el que más importó de África, hasta cuatro veces más que Estados Unidos. Su gran herencia de pobreza y desigualdad tiene que ver con eso. Tendemos a verlo como un país mestizo o mulato, pero tiene un racismo muy arraigado. Los militares son paranoicos, tienen una visión de estrategia militar del siglo XIX, todavía no han conquistado sus fronteras. Por eso el apego a Bolsonaro. Un mata indios, un quema bosques. Podría ser un sheriff de Oklahoma de 1870. Lo único que no ha hecho es él mismo salir a ametrallar a indios. Brasil es un desastre. No tiene una reserva intelectual que funcione. Tiene una población y una ciudadanía atomizadas. Y también por el colapso del viejo sueño brasilero, que surge como leche caliente cada unos cuantos años y después se desploma.
“Bolsonaro podría ser un sheriff de Oklahoma de 1870. Lo único que no ha hecho es él mismo salir a ametrallar a indios.”
Hablando de Brasil, donde parece que está recobrando fuerzas Lula para volver al poder, en Suramérica la izquierda ha planteado mucho el tema del lawfare, la guerra judicial. Aquí la izquierda lo ha leído como la estrategia de los sectores conservadores del poder que ya no necesitan tomar las armas y voltean presidentes con operaciones judiciales. ¿Cómo crees que juega esto?
Es como el huevo o la gallina. ¿Qué vino primero, Sergio Moro o la corrupción? El caso Odebrecht parece ser de una operatividad muy politiquera. Sumado al extraño comportamiento de Moro y su falta de ética. Hay indicios de que Odebrecht también se ha movido en las aguas peruanas de esa forma. Por ejemplo a [Pedro Pablo] Kuczynski, que es uno de los ex presidentes peruanos con arresto domiciliario, se le acusa también de corrupción. Y él impidió que Odebrecht exportara su dinero de Perú. Uno podría imaginar que el chisme en contra de él viene de la misma Odebrecht. [Martín] Vizcarra, que fue quien lo reemplazó, los dejó inmediatamente exportar su dinero. Es obvio que hubo sobornos y esfuerzos para lograr contratos engrasando la palma de todos los políticos en el continente. La corrupción ha venido a ser la gran matiz latinoamericana. También la hay en África, en Asia, en Rusia y Estados Unidos. Pero aquí… Mira El Salvador, o mira el Perú, y vaya… de cuatro o cinco presidentes que han tenido desde la vuelta a la democracia, o han ido a la cárcel, o se han suicidado o están prófugos.
Aquí en Guatemala dos presidentes han ido a la cárcel. Donde vayas hubo escándalos reales de corrupción. ¿Pero cuál es la gran flaqueza de estas sociedades? No funciona el Estado de derecho. Porque los jueces están corrompidos y la policía también. Mira México cómo está. Si vas a Venezuela o Brasil y matas a alguien hay menos de dos o cinco por ciento de posibilidades de que te pillen. Y si tienes plata hasta te puedes tomar vacaciones de la cárcel.
América Latina está corroída por la corrupción. Un ex secretario [de Obras Públicas] de Cristina [José López] fue pillado con una bolsa llena de billetes en un convento. Yo sé que hay una lectura tanto de la izquierda como de la derecha de estos temas. Hablé ayer con el presidente [Alejandro] Giammattei, aquí en Guatemala, y durante la conversación se desahogó en contra de este empeño gringo de meter fiscales anti impunidad o anti corrupción. Porque sí, afecta a la soberanía. Y el discurso político que apela contra eso apela a los instintos nacionalistas de cada país que tienen razón en sentirse invadidos. Pero a la vez hay una realidad: tomate un avión a Miami, mira esa ciudad y mucha de las riquezas ahí, esas torres, esos condominios y esos Lamborghinis; todo eso es la plata robada de América Latina en Estados Unidos. Todo eso es lo que no se construyó en sus propios países y que muchos rateros de sus propios países y gobiernos se han llevado para allá. O a Panamá también.
Hablabas del presidente de Guatemala, pero te pregunto por El Salvador, que también es un país que estás recorriendo. Ahí aparece Bukele, quizás el presidente más extraño de América Latina. ¿Cómo se lee un político de sus características en la región?
Bukele es un cambio total a lo que hubo. Hubo una guerra de doce años, muy cruenta. Terminó con una impunidad total. Los grupos extremistas que lideraron la violencia se convirtieron en partidos políticos, se intercambiaron asientos en el poder y desgastaron su reputación con la corrupción de sus presidentes y sus gobiernos. Bukele llega en el marco de la era Trump alegando ser alguien distinto. Viene de una familia inmigrante árabe, que son buenos en los negocios. Su familia tiene una cadena de night clubs. Y él pasó de gerente de los night clubs a alcalde de una pequeña ciudad aledaña a San Salvador, y luego a gobernar San Salvador. Se mete en un partido ex guerrillero, remonta ese vehículo y después sale, inventa un partido nuevo utilizando redes sociales y logra la presidencia. Entonces es un poco como hizo Trump. Su nombre de usuario en Twitter era “el más cool”. Anda con la gorra hip hop para atrás. Acaba de aprobar el bitcoin como moneda de curso legal. En una de sus fotos de Twitter aparece con la bandera salvadoreña y la estadounidense atrás, siendo presidente de El Salvador. Era mejor amigo del embajador gringo, que era un agente de la CIA que fue designado embajador en El Salvador, antiguo asesor militar durante la guerra. Un tipo turbio.
Bueno, te iba a decir que Bukele quizás encarna esto que decías al principio del fin de las ideologías, pero este último dato ya lo ubica en un lugar muy claro, ¿no?
Yo creo que el entendió que Trump lo favorecía. Como populistas se entendieron. En El Salvador Bukele hizo migas con las fuerzas de seguridad de su país y les hizo la guerra a los legisladores. Al parecer ha sabido manejar muy bien las redes sociales. Aunque muchos chillaban por la represión, manejó bien la pandemia. Sus índices de popularidad son altísimos: del noventa por ciento. Pero al mismo tiempo ha endeudado mucho al país. Una deuda impagable, que está entrando en zona de riesgo. La jugada del bitcoin se la ha ingeniado como un recurso para salir de esos aprietos. Pero te digo una cosa: en privado, Bukele es el líder que más preocupa a mucha gente en la región. Y ya va armando partidos y alianzas en los demás países. Es alguien para seguir de cerca…
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♦ Álvaro García Linera por José Natanson — Leela aquí
* Periodista, docente e investigador en la Universidad Nacional de Santiago del Estero. Su último libro es Soñar con las Islas. Una crónica de Malvinas más allá de la guerra, Prohistoria, Rosario, 2020.
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