TRAS LA MUERTE DEL CORONEL

La era pos-Gadafi

Por Patrick Haimzadeh*
El pasado jueves 20 de octubre, Muamar Gadafi resultó abatido en la ciudad de Sirte. Aunque la información ya ha sido confirmada por la OTAN, aún hay distintas versiones sobre el modo en que se han desarrollado los hechos. En este marco, reproducimos una nota publicada en nuestro ejemplar el pasado mes de septiembre sobre el futuro de Libia tras la caída de Gadafi.
Celebraciones en Bengasi por la caída de Gadafi, 23-8-11 (AFP/Gian Luigi Guercia)


La caída de Gadafi deja un país arrasado, en el que queda mucho por hacer para reconstruir la paz. El Consejo Nacional de Transición, que promete llamar a elecciones, deberá desmontar los pilares del régimen depuesto y aprender a trabajar con las tribus, principalmente las del oeste, que tuvieron un papel decisivo en la victoria.

ntusiasmados por las revueltas tunecina y egipcia, que en pocas semanas habían provocado la renuncia de dos autócratas, muchos analistas quisieron creer que lo mismo sucedería con la insurrección libia del 17 de febrero de 2011. En efecto, no cabía más que emocionarse ante las imágenes de los rebeldes de Cirenaica lanzándose a comienzos de marzo en sus pick-ups por la ruta desértica hacia el oeste –difundidas a repetición por todos los canales satelitales–, ante el entusiasmo y el valor de esos jóvenes combatientes que afirmaban con orgullo que podían “liberar” Trípoli en dos días.

Sin embargo, después de más de seis meses de guerra civil y 8.000 misiones de bombardeo de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), los frentes de Brega y Misrata casi no evolucionaron. Las acciones decisivas en el plano militar que llevaron en pocos días a la caída de Trípoli no fueron producto de esas poblaciones del Este sino principalmente de las poblaciones de algunas ciudades del Oeste lideradas por una gran tribu árabe de las montañas del Oeste (Jebel Nefusa): los Zintan.

Tres pilares

Para comprender las especificidades de esta guerra civil y los inmensos desafíos de la era pos-Gadafi, conviene repasar las principales características del sistema Gadafi, implantado desde hace 42 años. El sistema de poder jamahiriyo (de Jamahiriya, “Estado de las masas”) se fundó en tres fuentes de legitimidad: revolucionaria, militar y tribal. Desde 1975, estos tres pilares le permitieron garantizar su longevidad. Y siguieron funcionando, aunque de manera degradada, durante los seis meses que siguieron al estallido de la insurrección.

En primer lugar, los comités revolucionarios, que pueden compararse con los partidos Baas del Irak de Saddam Hussein y de la Siria de los al-Assad. Presentes en el seno de todas las estructuras del Estado y de las grandes empresas, debían ser los garantes de la doctrina jamahiriyista y de la movilización de las masas, según el modelo de los Guardias Rojos chinos o de los Guardianes de la Revolución iraníes. Sus 30.000 miembros (aproximadamente), cooptados, recibían ascensos y gratificaciones materiales. Son ellos quienes intervinieron en Bengasi en la represión de la primera manifestación del 15 de febrero de 2011, lo que derivó en el inicio de la insurrección dos días después. Los comités revolucionarios se apoyan en diferentes milicias presentes en todo el país, agrupadas bajo el vocablo genérico de “guardias revolucionarias”. Estos hombres, armados y vestidos de civil, desempeñaron un papel disuasivo, o incluso represivo, desde que comenzó la insurrección.

En segundo lugar, las guardias pretorianas, dedicadas a la protección del coronel Gadafi y su familia. Antes de la insurrección, se calculaba que contaban con unos 15.000 hombres, repartidos en tres grandes batallones llamados “de seguridad” (entre ellos el de Bengasi, que se disolvió en los primeros días, aunque muchos de sus líderes y soldados se replegaron en Tripolitania) y tres brigadas interarmas. Los miembros de estas unidades han sido reclutados principalmente en el seno de las dos grandes tribus del centro y del sur de Libia, consideradas fieles al régimen (Qadadfa y Magariha). Disponían de muchas ventajas financieras –bonificaciones salariales– o en especie –autos o viajes al extranjero–. Se trata de unidades que han luchado durante casi seis meses en los tres frentes (Marsa Brega, Misrata y luego Jebel Nefusa) y que intervinieron puntualmente en las ciudades de Tripolitania (Zawiya, Sabrata, Zwara) para reprimir los inicios de la insurrección en febrero y marzo. El hijo menor del coronel Gadafi, Jamis, dirigía una de las tres brigadas en el frente de Misrata; su hermano mayor, Mutasim, habría dirigido otra.

Por último, el sentimiento de pertenencia tribal y su instrumentalización por parte del poder constituye el tercer elemento importante que puede explicar la longevidad del sistema Gadafi. Durante los primeros años de la Libia revolucionaria, entre 1969 y 1975, el poder no hacía referencia a las tribus. Pero, en 1975, el Libro Verde las devolvía a un lugar de honor y les consagraba un capítulo entero (1). Desde entonces, las tribus constituyeron un elemento indisociable del clientelismo que está en el corazón del sistema. Se trata de distribuir la renta petrolera cuidando de respetar los equilibrios entre tribus y regiones, bajo riesgo de amenazar la paz social, o incluso la unidad del país.

Lazos tradicionales

El coronel Gadafi supo consensuar durante mucho tiempo con las tribus, alternando restricciones, amenazas, retribuciones y negociaciones. Lejos de ser una estructura monolítica o piramidal, en tiempos de paz, la tribu libia contemporánea se parece ante todo a una red de solidaridad flexible, que permite acceder a recursos o a cargos y autoriza estrategias personales o colectivas.

Dependiendo de la proximidad o de la distancia de uno de sus miembros con el Príncipe, la pertenencia a una tribu procura ventajas o, por el contrario, representa una desventaja. Así, los habitantes de Misrata (2) –las grandes familias de la ciudad, aun cuando en realidad no conforman una tribu en sentido estricto (3)– fueron favorecidos por Gadafi hasta 1975. Luego, debido a divergencias personales e ideológicas con el coronel Omar al-Mheichi, uno de sus compañeros de la primera hora, originario de Misrata, el líder rompió su alianza con ellos para volcarse hacia sus adversarios históricos, los Warfalla, originarios de Bani Walid. Desde entonces, los habitantes de Misrata fueron apartados de las funciones clave (guardias pretorianas, servicios de seguridad) y relegados a puestos tecnocráticos.

En tiempos de guerra, las tribus pueden constituir una herramienta de movilización particularmente eficaz en zonas rurales y en las ciudades, donde las poblaciones originarias de una misma región están agrupadas por barrios. Allí también están segmentadas en varias decenas de subconjuntos, disponiendo cada una de su jeque. Así se pudo observar, al iniciarse el conflicto, cómo dos campos invocaban los juramentos de lealtad recibidos de los jeques de una misma tribu: algunos de los miembros de la tribu Qadadfa que residen en Bengasi, por ejemplo, juraron lealtad ante el Consejo Nacional de Transición (CNT) rebelde, aunque absteniéndose de comprometerse militarmente en sus filas. Por lo tanto, las listas de tribus aliadas al CNT o a Gadafi que se presentaron en la prensa a comienzos del conflicto no tienen mucho sentido.

En el centro, en el oeste y en el sur del país, las zonas rurales y las ciudades pobladas mayoritariamente por miembros de grandes tribus muy comprometidas con el sistema Gadafi se sublevaron poco. Algunas suministraron al régimen combatientes y milicianos. Fue el caso, en particular, en las regiones de Bani Walid (feudo de los Warfalla), en Tarhuna (feudo de la importante confederación tribal de los Tarhuna, que representa a más de la mitad de la población de Trípoli), en Sirte (feudo de los Qadadfa), en Fezzan (feudo de las poblaciones Qadadfa, Magariha, Hassawna y Tuareg, retribuidas y reclutadas desde hace tiempo por el régimen), en Tawurgha (cuyos habitantes manifiestan una vieja desconfianza respecto de los habitantes de Misrata, que se encuentra muy cerca) o incluso en Ghadames (en la frontera argelina, cuya importante población Jaramna permaneció hasta hoy fiel al poder).

Otras regiones, aunque simpatizantes del régimen, se cuidaron de permanecer neutrales, a la espera de ver hacia dónde se inclinaría la balanza: las ciudades de Mizda (feudo de los Machachiya y de los Awlad Bu Sayf), de Al ‘Ujeylat, Waddan, Hun, Sukna y Zliten (cuyos habitantes Awlad Shaykh desconfían de los de Misrata, lo que explica en parte el hecho de que, a pesar de sus repetidos asaltos y los numerosos bombardeos de la OTAN, los rebeldes de Misrata no hayan logrado ocuparlas).

Así pues, de un pueblo a otro surgen estrategias diferenciadas, que se explican por antagonismos que se remontan a veces hasta la colonización italiana. Por ejemplo, el que opone a los Zintan y a sus grandes rivales históricos, los Machachiya. Antes de la insurrección en la ciudad de Mizda, los miembros de las dos tribus coexistían pacíficamente, aun cuando los matrimonios entre sus miembros seguían estando prohibidos. Cuando la ciudad de Zintan, feudo de los Zintan, entró en rebelión, los Zintan de Mizda se unieron a sus compañeros en la insurrección, cuidando de no atacar nunca Mizda, donde los Machachiya siguieron siendo neutrales… contrariamente a los de otros pueblos, que se unieron a las filas de los gadafistas. Los ejemplos podrían multiplicarse. Pero lo importante es que los mecanismos tradicionales de negociación permitieron limitar un poco la violencia y evitar situaciones irreversibles, que volverían más difícil la reconstrucción de una comunidad nacional cuando finalice el conflicto.

Representación y autonomía

En el caso de la capital, Trípoli, la ausencia de un levantamiento generalizado hasta la llegada de los contingentes provenientes de las ciudades “liberadas” de Tripolitania se explica por dos factores. Por un lado, la densidad del aparato de seguridad y represivo: guardias revolucionarias, batallones de seguridad y “guardias populares” constituidas por presos comunes liberados y organizados como milicia y controlados por los comités revolucionarios. Y, por otro lado, la propia sociología de la ciudad. Contrariamente a Bengasi –donde la cohesión de las grandes tribus de Cirenaica, unidas por el mismo rechazo al poder, permitió la unidad en la acción–, una mitad de Trípoli está constituida por poblaciones de las grandes tribus originarias de las regiones de Bani Walid y Tarhuna, cuyo destino está íntimamente ligado al del régimen de Gadafi, y la otra mitad está compuesta por miembros de pequeñas tribus o por citadinos que no constituyen grupos importantes con capacidad para transformarse en estructuras de movilización y combate. Los intentos de sublevación en algunos barrios fueron, por lo tanto, rápidamente reprimidos.

La “ruptura táctica” anunciada durante cinco meses como inminente en los frentes de Brega y Misrata por los portavoces del CNT y de la OTAN finalmente fue operada por la poderosa tribu árabe de los Zintan –originaria del Jebel Nefussa–, que contaba con apenas más de 3.000 combatientes a principios de mayo. Una de las claves de su éxito reside en su capacidad para integrar la tradición libia de primacía de lo local sobre lo regional y de lo regional sobre lo nacional; es decir, que es responsabilidad de los habitantes originarios de cada región o ciudad “liberarlas”. En efecto, los Zintan –punta de lanza y cohesionadores de la rebelión en el oeste– velaron por reclutar, formar y equipar, en Zintan, a batallones originarios de las ciudades a liberar (Zawiya, Surman y Garian), que luego condujeron simultáneamente los asaltos a estas tres ciudades.

Aunque los comunicadores de la OTAN y los responsables políticos franceses y británicos se esfuercen por celebrar el papel decisivo de sus bombardeos en la evolución de la situación en favor de los rebeldes, ni la ruptura táctica continuamente anunciada en los frentes de Brega y Misrata ni la proclamada disgregación del régimen gracias al bombardeo de lugares estratégicos de Trípoli, o de las residencias del coronel Gadafi y los suyos, tuvieron una incidencia decisiva en el desarrollo de la guerra.

Este reequilibrio hacia el oeste de la realidad militar de una insurrección que en un primer momento se había impuesto en el este plantea de aquí en más la cuestión de la verdadera representatividad del Consejo Nacional de Transición que actualmente no integra en sus estructuras a responsables de la rebelión victoriosa en el oeste. En otros términos, el CNT –si desea poder continuar invocando el título de “representante legítimo del pueblo libio” que le fue reconocido a partir del mes de marzo por Francia y Gran Bretaña– deberá conceder rápidamente a los rebeldes del oeste una representación política que sea acorde a su rol militar esencial en la victoria final, a riesgo de ver rápidamente establecerse estructuras autónomas en el oeste.

El otro desafío consistirá en integrar en las instancias futuras a representantes de las regiones y de las tribus que durante mucho tiempo apoyaron mayoritariamente al régimen de Gadafi (regiones de Sirte, Tarhuna, Bani Walid, Sebha, Ghat y Gadames).

Salir de la lógica actual de guerra civil pasará entonces por la decisión del CNT de ofrecer garantías sobre su futuro a estas poblaciones así como a los responsables militares y miembros de los comités revolucionarios menos comprometidos. Si los insurgentes, impulsados por su victoria militar intentan imponer su voluntad por las armas a las tribus que durante mucho tiempo permanecieron fieles a Gadafi y que disponen de influencias territoriales, es por el contrario la lógica de la guerra la que podría perdurar.

En una lógica de superación de la guerra, los mecanismos tradicionales beduinos de mediación y de negociación deberán cumplir un papel esencial. Porque si bien algunas tribus apoyaron por mucho tiempo a Gadafi, nada está petrificado en la tradición beduina donde el pragmatismo y el interés del grupo a menudo se imponen sobre las lógicas de honor destacadas en las descripciones a menudo caricaturescas que se hacen de estas sociedades en Occidente. El interés general por exportar petróleo rápidamente y por repartir los ingresos en base a un mecanismo transparente y equilibrado entre las regiones podría también cumplir un papel de estabilización a condición de que el nuevo poder se encargue de dejar a las regiones y las ciudades una autonomía importante en la gestión de sus asuntos cotidianos.

Salir de la guerra civil constituirá por lo tanto un verdadero desafío en un país donde las armas ya están circulando, que no tiene ninguna cultura política y donde el interés local predomina sobre el interés nacional. ¿En qué momento la OTAN juzgará que las poblaciones civiles ya no necesitan su “protección”?

1. Véase la edición árabe del Centro Mundial de Estudios e Investigación sobre el Libro Verde, Trípoli, 1999.

2. Los habitantes de Misrata se levantaron en armas contra el régimen inmediatamente después de los de Cirenaica. Existe una gran proximidad sociológica e histórica entre los habitantes de Misrata y los de Bengasi, región donde se calcula que la mitad de la población es descendiente de inmigrantes originarios de Misrata.

3. Se entiende aquí por “tribu” un grupo que comparte un ancestro epónimo, de quien sus miembros descienden por una filiación basada en la ascendencia paterna.

* Ex diplomático francés en Trípoli (2001-2004), autor del libro Au cœur de la Libye de Kadhafi, Jean-Claude Lattès, París, 2011.

Traducción: Gabriela Villalba

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