APORTE MIGRANTE A LA PRODUCCIÓN DE ALIMENTOS

La agroecología como camino

Por Brenda Canelo y Organización Internacional para las Migraciones (OIM)*
Los migrantes regionales fueron clave en el fomento de un modelo de agricultura que promueve el cuidado del ambiente y la soberanía alimentaria.
Kaloian Santos Cabrera

Argentina cuenta con una vasta superficie cultivable y la mano de obra migrante ha estado históricamente ligada a ella. Durante las primeras décadas del siglo pasado, en el marco de políticas que otorgaban beneficios a la migración europea, se desarrollaron proyectos que promovían el trabajo rural por parte de las familias migrantes, en su mayoría provenientes de Italia, España y, posteriormente, Portugal. Sin embargo, sólo una minoría de estos migrantes se afincaría en zonas rurales dada la existencia de una estructura previa de grandes propietarios y una política pública que garantizaba el poblamiento, pero no el acceso a la propiedad de la tierra (1). Medio siglo más tarde, en la década de 1970, los flujos migratorios regionales encontraron nuevos actores ligados al trabajo agrícola. Familias provenientes principalmente de Bolivia tornaron en “tierra productiva” distintas regiones del país que, por diversas razones, no se encontraban siendo aprovechadas. Además de encargarse de la producción, estos trabajadores pasaron a desempeñar funciones en la distribución y la comercialización en mercados mayoristas y minoristas, en el Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA) y fuera de esta región. Con la creación de mercados o de nuevos espacios al interior de otros más antiguos, esta configuración productiva desarrollada por la colectividad boliviana amplió la red de abastecimiento de la población del AMBA mediante el impulso de nuevas estructuras, prácticas y actores con un desarrollo innovador (2). Así, hoy en día, la población boliviana constituye un eslabón fundamental en la producción, distribución y comercialización de alimentos frescos de todo el país y adquiere peso propio en los municipios donde desarrolla su actividad. Incluso en el área hortícola bonaerense –la más importante en volumen–, a través del abastecimiento de productos frescos al AMBA (unos 15 millones de personas) y a otras provincias, la migración boliviana tiene un caudal de relaciones y experiencias institucionales de muy alto valor (3). Su epicentro es el municipio de La Plata, pero también cuenta con otros puntos de anclaje territorial en otras localidades como Escobar, Pilar, Luján, Moreno o Florencio Varela. Desde hace décadas, las organizaciones de pequeños productores –nativas y migrantes– encarnan un rol fundamental en la diversificación del modelo de agricultura industrial basado en el aumento de la productividad y la rentabilidad (4) hacia un modelo que incorpora el bien social como valor, con la agricultura familiar, la soberanía alimentaria y el cuidado del ambiente como metas a seguir. Este modelo también fortalece el desarrollo urbano de áreas destinadas a la agricultura, permitiendo que las familias productoras lleven a cabo su vida en estos espacios, lo que genera, a su vez, un mayor equilibrio poblacional.
Como parte de esas demandas, en 2014 se sancionó la Ley N° 27.118 de Reparación Histórica de la Agricultura Familiar para la Construcción de una Nueva Ruralidad en Argentina (5). La misma promueve “la agricultura familiar, campesina e indígena por su contribución a la seguridad y soberanía alimentaria del pueblo, por practicar y promover sistemas de vida y de producción que preservan la biodiversidad y procesos sostenibles de transformación productiva” (Artículo 1).

Estos hechos configuran un prometedor avance hacia el bienestar social, económico y medioambiental de las familias productoras, así como de sus comunidades, incluidos los productores hortícolas bolivianos. Los mismos ingresan en el universo conceptual de la agricultura familiar, campesina o indígena, conservando rasgos de la producción campesina (por ejemplo, los saberes prácticos desarrollados en Bolivia o el trabajo familiar y de apego a la tierra) combinado con el aprendizaje de las lógicas productivas de las zonas en que viven (6), entre ellas, la agroecología. En efecto, ésta constituye el modelo inexorable de la agricultura familiar, campesina e indígena, y permite la provisión de alimentos sanos desde el mundo rural, como también para los consumidores –nativos y migrantes– de Argentina.

El modelo de la UTT

Conformada en 2013 como una cooperativa de trabajo que luego viró al modelo agroecológico, la UTT tiene como objetivo fundamental la mejora en las condiciones de vida, de producción y de comercialización de todos sus integrantes. Su lema es “por una alimentación sana, segura y soberana, con acceso a la tierra y con comercio justo”. La conforman más de 22 mil familias nucleadas en 20 provincias del país, quienes cultivan el 70% de la yerba mate, más de la mitad de las hortalizas y cítricos, y crían más de la mitad de los pollos y los cerdos, casi la totalidad de los caprinos, más del 20% de las vacas y producen el 30% de la leche que se consume en Argentina (7). Si bien la UTT no es una organización nacida por iniciativa de la población migrante, está integrada por una amplia cantidad de trabajadores y trabajadoras migrantes (sobre todo, de Bolivia).

La transición a la agroecología que realizó esta organización fue facilitada por agentes del Estado (fundamentalmente, equipos técnicos de la Secretaría de Agricultura Familiar y del INTA), y luego incorporada por la propia UTT a través de capacitaciones con la modalidad “de productor a productor” (8). Es decir, la transición hacia un modelo agroecológico se debió, también, a un saber con el cual las familias contaban, pero que tenían olvidado. Así lo narra Marixa Puma Rocabado, migrante boliviana y responsable del Sector Semillas de la UTT: “Los compañeros que nos juntamos en las asambleas, los talleres, los encuentros, siempre iban recordando las formas en que preparaban el suelo sus padres, sus abuelos. Las formas que tenían para que las plagas no ataquen a sus cultivos; hacían tés, hacían abonos con la bosta de los animales que tenían en su propio campo. A diferencia de cómo están produciendo ahora… Tienen esos saberes solo que ya no los practican, porque es otro modelo… Llegó y empezó a dominar. Ahora todo se compra: las semillas, los fertilizantes, los insecticidas, fungicidas. Todo eso se compra. Pero esos saberes no se perdieron y los empezamos a recuperar, de una buena preparación del suelo y a generar una diversidad en el campo. […] Dejamos de depender del dólar produciendo nuestras propias semillas.” (9).

Desde hace décadas, las organizaciones de pequeños productores encarnan un rol fundamental en la diversificación del modelo de agricultura industrial.

Los beneficios de producir según el modelo agroecológico son evidentes. Además del impacto en términos de la calidad y seguridad de los alimentos, que evitan la utilización de productos potencialmente riesgosos para la salud, este tipo de producción permite una gestión de costos en moneda local, lo que redunda en una menor exposición a las variables macroeconómicas. Como consecuencia, este modelo favorece el acceso a alimentos más económicos, saludables y trazables en su proceso productivo, con un equilibrio en los ingresos y ganancias de todos los actores de la cadena productiva.

Finalmente, la UTT demanda que todo el modelo agroecológico sea acompañado por políticas públicas que contengan al sector de los pequeños productores, por ejemplo, estableciendo colonias agrícolas en todos los cordones del periurbano. Esto constituye un avance político y, a la vez, subjetivo, haciendo que las personas hagan uso común y saludable de los territorios. Así, por ejemplo, Marixa relata: “Empecé a conocer a más personas, a hablar con los vecinos que veía desde hacía años, pero no nos hablábamos. Y la agroecología hizo que empecemos a conversar” (10).

Saberes que cuidan

Los flujos migratorios regionales, particularmente los provenientes de Bolivia, se han convertido en agentes económicos y productivos de vital importancia al estar a cargo de gran parte de la producción, comercio y distribución de verduras y hortalizas en todos los cordones verdes del país. Gracias a su trabajo, saberes y organización, garantizan que lo producido en el medio rural llegue a abastecer a las grandes urbes de Argentina.

Desde hace décadas, la organización de pequeños productores familiares y campesinos fomenta el cuidado del ambiente y la soberanía alimentaria. En este proceso, la agroecología se tornó un camino fundamental para fortalecer el derecho a una alimentación saludable y económicamente accesible. Adicionalmente, esta modificación organizativa generó impactos con implicancias productivas y económicas, pero también políticas y subjetivas. La pandemia de COVID-19 puso en evidencia a nivel mundial, entre otras cosas, la enorme dependencia de las ciudades de la provisión de la producción rural, especialmente de las zonas urbanas pobres y densamente pobladas. La situación no fue distinta en Argentina, que cuenta con una población urbana del 92% (muy por encima de la media mundial del 54%) (11). El abastecimiento agrícola de pequeños productores –nativos y migrantes- es un dato clave para el entramado productivo del país, ya que cuentan con saberes y experiencias que pueden mediar en la lucha contra el hambre, la promoción de una alimentación saludable y el cuidado de la naturaleza.

 

1. S. Novick y M. C. Feito, “Introducción. Migraciones y agricultura familiar: un vínculo perdurable”, Revista de Ciencias Sociales, segunda época, Año 7, Nº 28, Bernal, Editorial de la Universidad Nacional de Quilmes, pp. 13-32, 2015.
2. R. Benencia, “Los inmigrantes bolivianos en el mercado de trabajo de la horticultura en fresco en Argentina”, El impacto de las migraciones en Argentina, Cuadernos Migratorios N° 2, OIM, pp. 153-234, 2012.
3. A. Barsky, “Las producciones familiares bolivianas y el rol del Estado: análisis de las políticas públicas para el sostenimiento de la agricultura periurbana en la Región Metropolitana de Buenos Aires (2000-2015)”, Revista de Ciencias Sociales, segunda época 28, 33-47, Bernal, UNQui, 2015.
4. Vigente desde la década de 1970 hasta hoy, dicho modelo está basado en el ingreso del capital financiero en la producción y en una revolución tecnológico-científica que trajo una simplificación y homogeneización creciente del agro. Estas condiciones favorecen la producción a gran escala y desligar al sector de pequeños productores y sus familias (Novick y Feito, 2015).
5. También en 2014, las Naciones Unidas celebraron el Año Internacional de la Agricultura Familiar y los Estados Parte asumieron el compromiso de desarrollar ese sector. Argentina tuvo que esperar diez años para reglamentar la ley, lo que se consiguió por el Decreto 292/2023 (sancionado el 5/6/2023). Sin embargo, varios artículos persisten “sin reglamentar”.
6. M. García, Análisis de las transformaciones de la estructura agraria hortícola platense en los últimos 20 años. El rol de los horticultores bolivianos (tesis de doctorado), La Plata, Universidad Nacional de La Plata, 2011 y Benencia, op. cit.
7. UTT, 2023. Recuperado de: https://uniondetrabajadoresdelatierra.com.ar/que_proponemos/acceso_a_la_tierra/
8. N. Vera, Alimentación, medioambiente y salud : prácticas de producción, distribución, preparación y consumo de productores hortícolas agroecológicos del cordón periurbano bonaerense, Ciudad Autónoma de Buenos Aires: RCL Río Cultura, 2022.
9. UTT, Agroecología: mucho más que un modelo productivo. [Audio en podcast] , abril de 2022. Recuperado de: https://uniondetrabajadoresdelatierra.com.ar/podcast-del-campo-a-tu-mesa/
10. Ibidem.
11. Dirección Nacional de Población (s/d), Población urbana en Argentina. Evolución y distribución espacial a partir de datos censales, Ministerio del Interior, Argentina. Recuperado de: https://www.argentina.gob.ar/sites/default/files/poblacion_urbana_dnp.pptx_.pdf

 

 

Este artículo forma parte del suplemento “Los aportes de la migración al desarrollo” realizado junto a la OIM Argentina.  El suplemento recorre los aportes migrantes en materia de producción de alimentos, desarrollo económico, educación, tareas de cuidado, fortalecimiento democrático y desarrollo cultural.

Podés descargar aquí el suplemento completo en formato pdf.

* Respectivamente: Antropóloga. Investigadora del CONICET en el Instituto de Ciencias Antropológicas (UBA), Docente del Departamento de Ciencias Antropológicas de la Facultad de Filosofía y Letras y de la Carrera de Ciencias de la Comunicación de la Facultad de Ciencias Sociales (ambos de la UBA). /

© Le Monde diplomatique, edición Cono Sur

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