40 AÑOS DE DEMOCRACIA

La agenda democrática en clave feminista frente a la avanzada de la ultraderecha

Por Mariana Álvarez Broz y Flora Partenio*
Desde el retorno de la democracia los feminismos han sido clave para su robustecimiento gracias a sus luchas contra la violencia y la desigualdad, y por más derechos, a través del diálogo y la construcción colectiva. Hoy, frente a la amenaza de la ultraderecha que busca cercenar la salud, los derechos sexuales y reproductivos y la diversidad sexo-genérica, entre otras conquistas, recuperar la tradición democrática de las luchas feministas puede ser un buen antídoto para enfrentarla.
Marcha del 8M, 2020.

A 40 años de la clausura de la última dictadura cívico-militar, la marca de nacimiento que articula derechos humanos y democracia está hoy en disputa. Para dimensionar lo que está en juego en los próximos meses, es vital no sólo recuperar el lazo que la vincula a los derechos humanos, sino también revalorizar las construcciones feministas que le imprimieron nuevos contenidos y profundidad.

Protagonistas de la recuperación democrática

Aunque hoy parezca lejano o no forme parte de las narrativas oficiales, las feministas fueron clave en el proceso de la recuperación democrática. Parte de su agenda se concentró en abordar las violencias (y exigir la ratificación de Convenciones como la CEDAW, que hoy son referencia ineludible del marco supranacional de derechos en materia de violencia de género), condenar la guerra, visibilizar las brechas salariales, reclamar el divorcio y la patria potestad compartida, denunciar discriminaciones y desigualdades, y como correlato de estas demandas, lucharon contra el autoritarismo, las prácticas represivas y los paternalismos de la vida social. Estas experiencias reunieron a mujeres con trayectorias políticas diversas en espacios militantes e instancias de articulación como la Multisectorial, el Taller de elaboración de propuestas al Parlamento y la organización del primer Encuentro Nacional de Mujeres en 1986, entre otros (1). En el contexto que surgía frente al juzgamiento de los responsables del terrorismo de Estado, con un aparato represivo sin desmantelar, encontrarse, volver a ganar las calles, denunciar injusticias y demandar cambios en leyes regresivas era darle contenido a la democracia.

Los feminismos impulsaron de modo colectivo la ampliación de marcos de derechos regenerando la agenda democrática y volviéndola vital.

En los años 1990, las políticas neoliberales, la reforma del Estado y los cambios en las maneras de concebir su función social generaron también respuestas entre las feministas. Un sector apostó a incrementar la participación femenina en los cargos de representación política, lo que se plasmó en una ley de Cupo que obligaría a las listas partidarias a incluir a una cierta cantidad de mujeres. Otro sector redobló sus esfuerzos para la creación de políticas públicas para las mujeres y por el reconocimiento de los derechos sexuales y reproductivos como parte de los derechos humanos. Una vez más, feministas muy diversas entre sí tejieron redes y alianzas entre organizaciones, partidos políticos, sindicatos y universidades para motorizar el derecho al aborto (2), los derechos civiles para gays y lesbianas, denunciar el acoso laboral, las violencias y las desigualdades salariales. El fortalecimiento de instancias colectivas como la Comisión por el Derecho al Aborto, el Foro por los Derechos reproductivos y otras iniciativas autoconvocadas, federales y plurales, evidenciaron que desde trayectorias políticas disímiles se podía trabajar en pos de objetivos compartidos; esas feministas generaron una escuela democrática de la discusión que no buscaba tan solo consensos, sino también reconocer las diferencias.

Los desafíos del siglo XXI

El advenimiento del siglo XXI, con sus crisis, movilizaciones y rearmado de formas colectivas de protesta generaron nuevos desafíos para los feminismos. Uno de ellos fue construir espacios de intercambio con mujeres que habían protagonizado puebladas, piquetes, remates de campos, asambleas barriales, tomas de fábricas y recuperación de empresas. En estos procesos se cruzaron itinerarios, reclamos y formas de politización de la vida cotidiana en los que las feministas tendieron puentes que fortalecerían la organización territorial y comunitaria. Al calor de las demandas por trabajo digno, se visibilizaba la importancia del trabajo comunitario no remunerado que permitía la reproducción cotidiana de la vida en los barrios. En esa organización colectiva de trabajadoras desocupadas es posible rastrear el origen de los feminismos populares.

A la par, se renovaron las apuestas en materia legislativa y en la generación de políticas públicas para enfrentar distintas situaciones de violencia de género (3), la ampliación de los derechos civiles y la redefinición del concepto de ciudadanía. Al dar lugar al reconocimiento de las identidades de género, históricamente vulneradas en sus derechos básicos, así como a los arreglos familiares entre dos personas libres más allá de su género u orientación sexual, se ahondó en la ampliación del horizonte de las políticas de igualdad, condición esencial para una sociedad democrática sobre la base del respeto a las diferencias y a las libertades de sus ciudadanxs.

De esta manera, los feminismos impulsaron de modo colectivo la ampliación de marcos de derechos regenerando la agenda democrática y volviéndola vital. Lo hicieron a través del sostenimiento de redes, construyendo ideas compartidas aún con profundas diferencias y evidenciando los conflictos. Asimismo, las formas de encuentro de un sector del feminismo con el movimiento LGBT+ permitió trazar agendas comunes y trascender la política de las diferencias para construir consensos y articular acciones conjuntas para transformar las “experiencias de desigualdad” (4).

Este proceso no fue lineal y estuvo plagado de embates que evidenciaron las deudas que la democracia tenía para con distintos sectores sociales. La adhesión a las políticas de ajuste, austeridad y las medidas de endeudamiento público externo lesionaron y marcaron los límites de este proceso democrático, atado a niveles de dependencia en sus marcos de decisión. En ese contexto, un sector del feminismo discutió las condiciones materiales de existencia y denunció la profundización de las desigualdades. Su agenda puso en evidencia la creciente captura corporativa del Estado y el poder de las empresas transnacionales, tanto en dimensiones cruciales para la vida (alimentos, bienes comunes de la naturaleza, medicamentos), como en sus privilegios fiscales. Al mismo tiempo, supo alertar sobre los acuerdos de comercio internacionales que cercenaron derechos, del mismo modo que lo hicieron las medidas excluyentes y persecutorias, como las políticas migratorias con rasgos xenófobos o las leyes antiterroristas. La masividad ganada en las movilizaciones del #NiUnaMenos y en los Paros Internacionales del 8 de Marzo le dieron densidad a los reclamos por el reconocimiento del trabajo no remunerado, a la par que se denunciaba la precarización de la vida y las violencias, incluyendo las económicas.

Cómo enfrentar el avance de las derechas

A mediados de marzo de 2020, una diputada nacional del bloque del Frente de Izquierda y de Trabajadores (FIT) fue increpada en la vía pública por una señora que le gritaba “¡acá la tienen a la mata bebé!”, condenando su posición a favor del derecho al aborto legal, seguro y gratuito. Esta escena callejera, que en su momento se viralizó, podía ser vista como un acto de tinte grotesco o como la prefiguración de una desembozada proclama contra las conquistas legales alcanzadas luego de largos y sostenidos esfuerzos colectivos.

Las fuerzas de ultraderecha se transforman en un motor de movilización política que sale a disputar valores, concepciones políticas y sentido común en torno a distintas cuestiones.

Desde marcos de pensamiento crítico, los feminismos vienen alertando hace tiempo sobre la reorganización transnacional de la derecha, la ultraderecha y el ultra-conservadurismo religioso, y su intención de cercenar la salud, los derechos sexuales y reproductivos y la diversidad sexo-genérica, entre otras conquistas. En los debates parlamentarios sobre los proyectos de Educación Sexual Integral (ESI) en el 2006, el Matrimonio Igualitario en el 2010, así como en los de la Identidad de Género un año después, o  aquellos sobre la interrupción voluntaria del embarazo en los años 2018 y 2020, aquellas expresiones se hicieron sentir con fuerza. Algunos de sus discursos asumirían un barniz  de cientificidad, definiendo a los feminismos, al género y a la diversidad sexo-genérica en América Latina como parte de una tradición teórica y política foránea, extranjerizante y neocolonial, “ganando con ello adhesiones entre sectores tradicionalistas, neoliberales, conservadores y de derechas, quienes no solían presentar frentes unidos” (5). ¿Cómo han logrado posicionarse de esta manera?

La resignificación, amplificación de los discursos y el ensanche de las bases sociales de la ultraderecha no sólo permite entender su presencia global, sino también sus terrenos de confrontación. Tal como lo analiza Sonia Corrêa, son las fuerzas de ultraderecha y ultraconservadoras las que se transforman en un motor de movilización política que sale a disputar valores, concepciones políticas y sentido común en torno a distintas cuestiones, comenzando por las relacionadas con el género y la sexualidad, y alcanzando a los derechos humanos. Al estar impulsadas por formaciones heterogéneas e interseccionales tienen la capacidad de moverse en distintas direcciones y abrevar de fuentes ideológicas que incluso pueden ser contradictorias (6).

En el caso de Argentina, las plataformas electorales que resultaron ganadoras en las últimas PASO refuerzan una narrativa de la austeridad y vuelven a reinstalar la idea de “achicar el Estado” sobre áreas sensibles que ni sus propios votantes avalarían (como la salud y la educación pública). Sus portavoces proponen –sin matices ni lavados rosas o violetas– una reforma previsional y laboral, comenzando abiertamente por “eliminar las indemnizaciones” y “reducir las cargas patronales”. Sin embargo, las cuestiones relacionadas con la agenda de género y la sexualidad se expresan abiertamente en las listas de ultraderecha a través de propuestas como “la eliminación de la obligatoriedad de la ESI en todos los niveles de enseñanza”, “la defensa del derecho a la vida desde la concepción” y la convocatoria a un “plebiscito” que defina el acceso voluntario al aborto.

Por ello, lo que suceda en los próximos meses no será un paso más en la capacidad de transnacionalización de la ultraderecha. Lo que está en juego no es solo la abolición de las instituciones de regulación del mercado, la implementación del sistema de vales educativos, la clausura del CONICET, la privatización de la salud; lo que también está en juego son derechos ya conquistados y los significados sociales sobre los que se habían construido. El programa de estos partidos postula el cierre de áreas del Estado que permitieron llevar adelante parte de estas políticas. También pretende poner en jaque el marco normativo argentino, valorado en el mundo como un modelo en materia de reconocimiento legal a la identidad de género, el matrimonio igualitario y la institución de un principio básico para vivir, como es decidir cuándo tener hijxs. En este escenario, ¿cuán sólidas son las arquitecturas construidas para garantizar la efectiva implementación de estas normas abrazadas por su justicia? ¿Qué destino tendrá la reciente normativa sobre el cupo laboral trans y la aún en discusión sobre la corresponsabilidad de los cuidados?

Estas expresiones políticas de la derecha y de la ultraderecha, con sus posiciones hostiles a la democracia, más que hacer avanzar la libertad, buscan restringirla, atacando conquistas que impactan sobre quienes hacen posible la reproducción cotidiana de la vida.

Nos encontramos en uno de esos callejones sin salida que describe la filósofa Nancy Fraser. El capitalismo “devora a las democracias” (7), y en su fase actual de financiarización captura el ámbito político y menoscaba su capacidad para resolver temas impostergables (como el acceso al empleo, la vivienda, la seguridad, etc.). La democracia además está en crisis porque está bajo ataque y nuestras estrategias de organización colectiva también lo están. La crítica al sistema político es poco democrática y pretende arrasar las reglas de convivencia conocidas.

A 40 años del final del último gobierno de facto, frente a una amenaza que pretende devastarlo todo, es vital recuperar el impulso y la capacidad de las luchas colectivas por lo justo, por la sanción de marcos legales protectorios y contra los privilegios y la exclusión social. Durante estas décadas, los feminismos han sido un resguardo para la integridad democrática al luchar por movimientos más inclusivos e igualitarios, por reconocimientos ante la ley, por ligar sus luchas contra las violencias y las desigualdades de género a los derechos humanos. En este sentido también, los feminismos han intentado construir políticamente poniendo en jaque posiciones y jerarquías, apostando por los diálogos, discutiendo y aceptando los disensos y con ellos garantizando el respeto ante las diferencias. Sentirse parte de esta tradición podría funcionar como antídoto para salir del callejón y de este giro a la derecha.

 

1. K Grammático, K., “El ocho de marzo de 1984: notas para una historia reciente del feminismo argentino”, Débora D´Antonio, Karin Grammático y Adriana Valobra (comps.) Historias de mujeres en la acción política. De la Revolución Rusa a nuestros días, Buenos Aires, Imago Mundi, 2020; A. Oberti, “Más que hombres, mujeres”, Diario con Vos, diciembre; Archivo Oral de Memoria Abierta “Insumisas”, 2022. https://www.youtube.com/watch?v=04LiU35cFik&list=PLO2MPpHCy1nwggslsS9ciKskLfC4n4c7t&index=1

2. R. Smiraglia, “Genealogía de una lucha. Entrevista a María Alicia Gutiérrez”, Revista Bordes, UNPAZ, 2020. https://revistabordes.unpaz.edu.ar/genealogia-de-una-lucha/

3. La reforma del artículo 80 del Código Penal, que dio lugar a la figura del “femicidio”, permitió tipificar y atender una de las formas más extremas de violencia por razones de género, como así también ampliar en el inciso 4 otros aspectos de motivación del crimen, como el “odio de género, o a la orientación sexual, identidad de género o a su expresión”.

4. S. Delfino, “Desigualdad y diferencia: retóricas de identidad en la crítica de la cultura”, Estudios Digital, (7-8), 189–214, 2016; M. Álvarez Broz, “Por una ciudadanía sexual democrática”, Le Monde diplomatique, noviembre-diciembre, 2019.

5. V. Pita, “Verdes o celestes”, Barriera, D. (coord.) Grietas argentinas: divisiones ordinarias para pasiones extraordinarias, Rosario, CB Ediciones, p.114, 2022.

6. S. Corrêa, “Es importante entender el alcance histórico, la longevidad de la movilización conservadora”, Revista Internacional de Derechos Humanos, diciembre de 2022.

7. N. Fraser, Capitalismo caníbal. Qué hacer con este sistema que devora la democracia y el planeta, y hasta pone en peligro su propia existencia, Buenos Aires, Siglo XXI editores, 2023.

Serie 40 años de democracia

 

Este artículo integra la serie 40 años de democracia, elaborada junto a la Escuela Interdisciplinaria de Altos Estudios Sociales.

Ver otros artículos aquí.

* Respectivamente: Dra. en Sociología (EIDAES-UNSAM). Profesora EIDAES-UNSAM-Investigadora CONICET. / Dra. en Ciencias Sociales (UBA). Co-coordinadora de la Escuela de Economia Feminista (DAWN). Profesora de la Maestría en Estudios Feministas (EIDAES-UNSAM)

© Le Monde diplomatique, edición Cono Sur

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