Hay que terminar con el disparate de la ideologización de las estructuras de integración
Hay que abandonar la idea de que tanto Estados Unidos como China pretenden la exportación de un modelo de vida y de pensamiento. Es evidente que nosotros estamos más próximos al sistema democrático liberal norteamericano pero no creo que China busque exportar su modelo político. Sí creo que quiere exportar su poder económico, su intercambio comercial y demostrar que es un jugador fundamental, como ya lo es, del mundo. En ese sentido, pienso que con China no debemos tener prejuicios, tenemos que construir una relación fluida y entender que es un jugador importante pero desde la lógica de mayor equilibrio. China actúa como un comerciante frío y totalmente descarnado con su interlocutor. No existe ninguna lógica que no sea la estrictamente económica. Y con Estados Unidos, en el caso de Bolivia lo tengo muy claro, no podemos repetir la experiencia que vivimos antes del gobierno de Evo Morales que fue una experiencia de dependencia muy grande, inaceptable, de injerencia norteamericana titulado como lucha contra las drogas. Ni tampoco la relación absurda de Morales de echar a patadas al Embajador de los Estados Unidos y congelar la relación. Creo que hay que recuperar una relación fluida de carácter comercial, de cooperación, pero también de un riguroso respeto a la no intervención en materia de asuntos internos en otros países.
Está claro que la segunda década del siglo XXI ha terminado con la hegemonía del mundo unipolar protagonizada por los Estados Unidos y hoy en día tenemos una confrontación de diferente magnitud. No es equivalente a la Guerra Fría pero tiene que ver con una confrontación de carácter comercial y búsqueda de liderazgo mundial, más de carácter económico que de carácter militar. Este nuevo mundo está todavía configurándose. Hay que preguntarse cuál será rol que juegan los terceros actores en este mapa mundial como es la Unión Europea, por ejemplo.
¿Cómo analiza la relación entre mayor presencia del Estado e interdependencia?
Por un lado, los Estados nacionales están marcando la línea de la conducción de sus propias realidades, tratando de resolverlas por sí mismos. Lo más significativo es la reaparición del poder de la idea del Estado nación. Los Estados nacionales han recuperado un poder de decisión. El cierre de fronteras, el proteccionismo, la idea de que a tu estás en un núcleo que tiene que estar referido a tu país es algo que parecía estar desapareciendo con la globalización pero no ha ocurrido. Pienso que esta reafirmación de los Estado nacionales plantea preguntas que Europa está pasando de manera dramática. La UE la experiencia más extraordinaria de una unificación global está enfrentando, no diría un naufragio, pero varias preguntas que tiene que responder ahora.
Por el otro, sería una ingenuidad suponer que no estamos interconectados y que no vamos a seguir interconectados. Este es un mundo en que nadie puede ser autosuficiente y en consecuencia vamos a tener una curiosa combinación entre la fuerza de los Estados nacionales y la necesidad de respuestas globales. Porque lo que es obvio es que vamos a tener que dar una respuesta mundial a la crisis que se está produciendo por el coronavirus.
¿Cree que ha habido respuesta regional a la pandemia?
No, no la ha habido. Y creo que la tiene que haber en el corto plazo. Las soluciones de salud están siendo adoptadas por cada país en función de sus propios criterios y de su propias políticas de salud y control, pero una vez que terminemos la pandemia y logremos superar la crisis sanitaria enfrentaremos una crisis que no podremos resolver por nosotros mismos. Esta será una crisis económica y eso plantea otros temas: uno, la necesidad de entender que formamos parte de un todo regional, en el caso nuestro de América del Sur; dos, terminar con el disparate de la ideologización de las estructuras de integración. Esa ideologización, sea liberal o estatista, nacionalizadora o de derecha, no tiene ningún sentido. Hay que reconfigurar completamente el escenario integracionista de América del Sur.
Tenemos dos países que son imprescindibles en América Latina, México y Brasil. Esto nos obliga al pragmatismo, a encontrar caminos que le hagan comprender al gobierno de Brasil el rol que tiene no solo como potencia, sino como líder político. Rol que llevó adelante Fernando Henrique Cardoso, con Integración de la Infraestructura Regional Suramericana (IIRSA), o Lula da Silva, con la lucha contra el hambre.
En el caso de México, diría que perdió desde que terminó la era del Partido Revolucionario Institucional (PRI), esta idea del latinoamericanismo, del asilo político, de relaciones con Cuba. México no ha recuperado ese lugar ni con el Partido Acción Nacional (PAN) ni con Andrés Manuel López Obrador (AMLO). Tiene un condicionante muy fuerte que es su relación con Estados Unidos, pero mi impresión es que ni López Obrador, ni Bolsonaro, por diferentes razones entienden el sentimiento de que además de su peso específico tienen una misión que es la de construir liderazgos regionales.
© Le Monde diplomatique, edición Cono Sur