Europa, ¿símbolo de paz?
La Unión Europea, ¿Premio Nobel de la Paz? ¿Qué bicho le picó al comité noruego? Por supuesto que en 1951 la reconciliación franco-alemana, firmada en el seno de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA), marcaba una firme voluntad de dar vuelta (¿definitivamente?) la página de los conflictos en el viejo continente. “Europa no se hizo, tuvimos la guerra”, afirmaba seriamente el ministro de Relaciones Exteriores francés Robert Schuman al anunciar la creación de la CECA, en su célebre declaración del 9 de mayo de 1950. Esta es la historia que se enseña hoy en las escuelas, siguiendo el tono de los relatos mitológicos consagrados a los orígenes de un grupo humano o de un país.
Sin embargo, sesenta años después de esos momentos solemnes y emotivos, ¿no puede tenerse un poco de perspectiva? En primer lugar, los investigadores y los observadores más o menos rigurosos de la historia de la posguerra no dejaron de destacar que la construcción europea nació en el marco de la Guerra Fría, bajo el paraguas norteamericano y con el apoyo militante de Washington, que hizo valer todo su peso en los momentos clave. Fue el secretario de Estado estadounidense quien convenció al dubitativo canciller alemán Konrad Adenauer para que aceptara el proyecto de Comunidad Europea de Defensa (CED) en 1952 (1). Por lo que, dicho sea de paso, es bastante erróneo afirmar que la construcción europea tiene por finalidad competir con la potencia norteamericana. Es, por el contrario, históricamente una prolongación de dicha potencia, considerando que los padres fundadores fueron todos atlantistas militantes (Jean Monnet, Paul Henri Spaak, etc.).
El artículo 42 del tratado sobre el funcionamiento de la Unión Europea reconoce claramente este cordón umbilical: “La política de la Unión (…) respeta las obligaciones que se derivan del Tratado del Atlántico Norte para ciertos Estados miembro que consideran que su defensa común se realiza en el marco de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y que es compatible con la política común de seguridad y defensa establecida en ese marco”. Sólo quedan los franceses para soñar una “Europa europea”, en recuerdo del general De Gaulle. Éste la había vuelto su caballo de batalla contra el “caballo de Troya” que representaba el Reino Unido, candidato a la adhesión en 1961 y después en 1967, y que ganaría la causa en 1974, año de su fallecimiento. Las Comunidades europeas están lejos de haber pacificado el continente por sí mismas. El ex diputado europeo Jean-Louis Bourlanges, militante de la integración continental, lo reconoce: “Europa no hizo la paz, la paz hizo a Europa” (2).
En segundo lugar, parece un poco curioso que la Unión Europea reciba el Premio Nobel de la Paz en un momento en el que las políticas de austeridad que se les imponen a los pueblos arrojan a la calle poblaciones pauperizadas y provocan tanto manifestaciones de ira como de desesperación. La disciplina de la “zona”, que parece seducir sólo a las clases dirigentes fuera del alcance de sus consecuencias, entra en vigor a través de mecanismos autoritarios que hacen caso omiso del sufragio universal. Es así, en Francia, con el Tratado de Lisboa, gemelo del tratado constitucional, cuya ratificación parlamentaria se obtuvo violando la decisión expresada por el 55% de los votantes del referéndum del 29 de mayo de 2005. Esta violencia parece estar bien lejos de los valores proclamados por el jurado del Premio Nobel…
Además, una lectura atenta del Tratado de Lisboa podría provocarles un shock emocional a los pacifistas. En efecto, el artículo 42.6 enuncia: “Los Estados miembro se comprometen a mejorar progresivamente sus capacidades militares”, e instituye una “cooperación estructurada permanente (CSP, por sus siglas en francés) [que] debe permitir en particular reforzar las capacidades y los medios militares a disposición de la Unión Europea y de sus operaciones”.
Detalle picante: el jurado del Premio Nobel está presidido por el noruego Thorbjørn Jagland, cuyo país no es miembro de la Unión Europea, ya que el pueblo noruego rechazó dos veces, en los referendos de 1973 y 1994, entrar en el mercado común. Mejor todavía, Jagland es el actual secretario general del Consejo de Europa, el hermano mayor no reconocido de la Unión Europea, creado en 1949. ¿Se trata de salir en ayuda del menor atrapado en la red de la Unión económica y monetaria? Pero esta no es la primera humorada del jurado del Premio Nobel, ya que en 1973 no dudó en premiar al ex secretario de Estado estadounidense Henry Kissinger –bastante permisivo con las dictaduras de América Latina– por haber puesto fin a la Guerra de Vietnam (3).
1. Proyecto finalmente abandonado en 1954 luego del rechazo de ratificación de la Asamblea nacional.
2. Le Monde, 1-12-07.
3. El premio les fue concedido conjuntamente a Henry Kissinger y a su homólogo vietnamita Phan Dinh Khai (o Lê Đức Thọ), quien lo había rechazado.
Esta nota fue originalmente publicada en La valise diplomatique del sitio web de Le Monde diplomatique, París, http://www.monde-diplomatique.fr/carnet/2012-10-13-Prix-Nobel-UE
* De la redacción de Le Monde diplomatique, París. Acaba de publicar Dernières nouvelles du mensonge (Lux, Montreal, 2021), del que ha sido extraído este texto.
Traducción: Aldo Giacometti