CIENCIAS SOCIALES Y PANDEMIA

Entender la sociedad para enfrentar la segunda ola

Por Pablo Semán y Ariel Wilkis*
En momentos en que se discuten posibles medidas para contener la segunda ola es necesario pensar de manera realista y compleja los comportamientos sociales. ¿Qué aportes pueden hacer las ciencias sociales? La mejor contribución que pueden prestar es analizar la sociedad realmente existente y no imaginar comportamientos colectivos que luego no se concretan. Y, en particular, identificar los desacoples entre la sociedad y las normas generadas por el Estado.
Tomaso Marcolla (de la serie United Nations COVID-19 Response)

En un trino reciente, el doctor Pedro Cahn dijo: “Ahora sabemos que las cuarentenas no necesitan ser tan largas”. Esta afirmación ha sido el pie para críticas injustas, tanto desde el bando que se opuso a cualquier aislamiento, e incluso a cualquier cuidado en nombre de la “libertad” y contra la “mentira del virus”, como desde el bando de los que reclaman, cualquiera sea la circunstancia, el mayor aislamiento posible. Este último grupo cuestiona desde un lugar de supuesto conocimiento objetivo de la historia y los valores cualquier argumentación de actores sociales, no sólo empresarios, que claman por su economía o su equilibrio individual y familiar.

Más acá de esos dos extremos por los que la situación también pasa, pero no se fija, está el conjunto de interacciones entre el virus y nuestros modos de vida que derivan en el carácter que asume la pandemia actualmente y en los límites y posibilidades de las estrategias de aislamiento. Es en ese punto que se esboza uno de los papeles más necesarios y difíciles de las ciencias sociales: si las ciencias sociales se asumen como simples corroboradoras de los supuestos sociológicos de una epidemiología que debió correr desde atrás el comportamiento desafiante del coronavirus, entonces solo redoblarán los puntos ciegos que el doctor Cahn ha superado. Las ciencias sociales deben percibir que la pandemia es un evento de una totalidad que incluye lo que la sociedad dice y hace a través de sus conflictos y fragmentos.

Esta es la condición de una política pública que será, necesariamente, negociada, frente a una segunda ola más compleja que la primera: la nueva ola podría ser más cruenta en extensión y letalidad, pero la sociedad, a pesar de que mantiene un compromiso mayoritario con los cuidados, dispone de menos recursos materiales y psíquicos para afrontarla. Es necesario actuar sobre ese tablero real y no sobre la base de hipótesis abstractas que combinan, de un lado, aislamiento, retorno del Estado y victoria política contra el neoliberalismo y, del otro, “libertad”, circulación y república.

Indeterminación estructural

“Esto es algo más fuerte que nuestras propias energías y que las que puedan tener el gobierno, las empresas y la ciencia: no nos vamos a desesperar, pero estamos doloridos por tanta pérdida y angustiados, con mucha incertidumbre”.

Esta podría ser la síntesis de un modo de respuesta dominante o recurrente entre los entrevistados de un trabajo de investigación con personas de clase media que realizamos el año pasado, cuando la cuarentena no había terminado y todavía había una batalla entre los extremos del aislamiento a cualquier costo y aquellos que minimizaban los contagios. Si en esa época había un orgullo por ser cuarentenista a muerte o por identificar en cualquier práctica de cuidado un “atentado a la libertad”, la mayoría de las personas vivían más acá de los polos de esa tensión. Todos conocían estos polos y elaboraban su estrategia existencial componiendo, en una suma algebraica, la información oficial, sospechas contra esos mismos datos oficiales, cálculos salpicados de intuiciones personales, justificaciones devenidas de los discursos de ambos bandos y fuentes alternativas de información que incluyen las teorías conspirativas. El piso existencial de una mayoría abrumadora está en otro lado, en una infinita serie de anudamientos de todos los vectores que nombramos. Las personas comunes, en definitiva, hicieron lo que pudieron, de acuerdo a las barajas –desigualmente repartidas– que les tocaron, influidas por el hecho de que la grieta se tragó la pandemia y al mismo tiempo la pandemia desbordó la grieta.

No es una particularidad argentina: en varios países de Europa y América Latina, pasados varios meses, los gobiernos se acomodaron a un punto de vista más o menos pragmático. Esto ocurrió luego del fracaso en planes que parecían ideales, desde la “inmunidad de rebaño” hasta cierres masivos y duraderos, pasando por todas las políticas de cierre “inteligente” imaginables: turnos, burbujas o aislamientos selectivos y calculados. Nadie tuvo la fórmula salvadora. Fue un “ensayo y error” en tiempo real, sobre materias tan escurridizas como virus y “gente”.  Es necesario no perder de vista las tantas variedades del “hombre común” si se pretende algo más que fiscalizar el universo.

El fracaso de los profetas 

La pandemia inflamó la imaginación política de los más variados tipos de intelectuales. Cientistas sociales, economistas, ensayistas y periodistas propusieron caminos y horizontes. Algunos soñaron con una oportunidad para la exclusión: ciudades capaces de instaurar la selección de sujetos sanos. Otros quisieron ver una especie de retorno de un “buen comunismo”, mediante la coordinación sanitaria y la emergencia o el reparto justo de las pérdidas (o, también, por la toma de conciencia acerca del modo de vida inviable en que estaríamos todos comprometidos). Parafraseando a Alejandro Galliano: muchos creyeron que el Covid lo cambiaba todo… menos sus hipótesis interpretativas previas. El Covid me confirma lo que pensaba.

Como en la fábula de Esopo en la que el anuncio del parto de una criatura extraordinaria en los montes termina con el decepcionante alumbramiento de un ratón, el contraste entre las expectativas proféticas y las realidades hace difícil ver que efectivamente hubo fenómenos notables en la reacción de las sociedades. Por momentos el mundo se paralizó para salvar vidas. La inversión social en cierres, investigaciones científicas y tecnológicas y estados de alarma pública redimensionó las nociones de lo que podemos hacer y cómo aproximarnos a los demás. Este esfuerzo estaba dirigido a evitar el colapso de los sistemas sanitarios para salvar a los más vulnerables. Pero no se puede tapar con una mano una verdad refulgente: el mundo no puede parar. Para el capitalismo no todas las vidas valen lo mismo, aun cuando se garanticen respiradores para todos. Se necesitaba tanta nobleza para apagar tanta hipocresía.

La situación de Argentina se inscribe en esa dinámica con la especifica hospitalidad que brindan al virus la pobreza latinoamericana y la indolencia elevada a ideología. Y con el hecho de que el Estado muchas veces no tiene idea de las probabilidades reales de que sus normas susciten obediencia, ni de las consecuencias que tendrían tanto la aquiescencia como las reacciones en contra. En última instancia, el Estado no capta lo desajustados que están sus mapas respecto de la sociedad realmente existente. Tampoco conoce el grado de eficacia y operatividad de los instrumentos que posee, y no sólo porque los Estados cambian menos rápido que las sociedades, sino también porque la pandemia agudizo ese delay. Esto hace necesaria y pertinente la intervención de las ciencias sociales.

Qué pueden hacer las ciencias sociales

¿Qué pueden aportar las ciencias sociales en este contexto? Consideremos a las ciencias sociales en un rasgo transversal a todas ellas, desde la sociología hasta la economía pasando por la antropología y las ciencias políticas: su dimensión interpretativa resulta clave en dos sentidos. Por un lado, pueden ayudar a recomponer una imagen actualizada y compleja de las sociedades que pueda ser útil a la política pública. Por otro lado, pueden activar un contrapunto respecto de los puntos ciegos del Estado.

Frente a la epidemiología, que es una ciencia de Estado, cabe preguntarse, ¿estamos seguros de que sus supuestos sociológicos están ajustados a la realidad? El Estado y su ciencia, la epidemiología, ¿tenían claro cómo funcionaba la palabra oficial en la producción de una normatividad pandémica? ¿Sabía el Estado si sus leyes y normas se iban a acatar? Esas preguntas hablan de la posibilidad de las ciencias sociales para mediar entre el Estado y la sociedad: deben interpretar a la sociedad en su diversidad y en sus inercias poderosísimas, y al Estado en sus ilusiones y en sus puntos ciegos. No hay que hacer sólo “medición de aceite” de la sociedad, sino también del Estado.

Las ciencias sociales, sin ponerse por encima del muro ni dar rienda suelta a la autonomía interpretativa, deben habilitar, sin romantizarla, una palabra relativamente inhibida y plural como la de la sociedad. Y deben hacerlo de un modo que haga surgir incluso con toda su inteligibilidad las acciones y pasiones más irracionales. En otras palabras, el cientista social debe estar convencido de que la sociedad no entra en el tubo de ensayo de su propia idea.

Las ciencias sociales no deben ofrecerle a los poderes públicos un modelo de la realidad en lugar de la sociedad realmente existente (incluso, o fundamentalmente, cuando esta realidad actúa de un modo ajeno a nuestros valores o expectativas). El riesgo de hacer esto es condenar a las ciencias sociales, pero también a la política, a transitar un camino de impotencia. Al mismo tiempo, las ciencias sociales también deben confrontar a una palabra fuerte como la del Estado. Palabra que para el cientista social resulta tanto más fuerte cuánto más coincide con su fe estatista. Porque hay que decirlo: la ciencia social también es una ciencia de Estado, que crece a su abrigo dando a luz productos que aspiran a ser un pensamiento del Estado.

El mejor favor que puedan hacerle las ciencias sociales a las políticas públicas es dilucidar las condiciones de posibilidad de aplicación de sus ideas y la modulación de esas mismas ideas de acuerdo a un principio: hacer visible el campo de lo posible y lo imposible para la acción del Estado. Y esto, como mostramos (1), en un desequilibrio constante: la transversalidad de la disposición a los cuidados convive con otra transversalidad, la del cuestionamiento retrospectivo de las cuarentenas y la valoración actual de la apertura de las escuelas.

Un sociólogo no es un médico

Incentivadas por un gobierno que luego de las tropelías macristas quiso revalorizar la universidad y la ciencia, las ciencias sociales interpretaron que la crisis pandémica era una oportunidad para hacerse valer. Pero las ciencias sociales no son el último y decisivo intérprete, las curadoras de una sociedad entendida como un orden portador de determinismos exactos que contiene a todos los demás determinismos, como soñaba el fundador de la sociología Augusto Comte. Mucho más cuanto que el virus y la sociabilidad se transforman recíprocamente, y la virología y la sociología son constantemente impulsadas a revisarse e hibridarse entre sí para dar cuenta del movimiento de la pandemia.

Esto no significa que las ciencias sociales no puedan asumir compromisos valorativos, sino que la mejor ayuda que pueden ofrecerle a esos compromisos es la de reconocer de forma realista las condiciones complejas de su implementación. Describir las relaciones heterogéneas, fragmentadas, cambiantes que los sujetos mantienen con la norma propuesta por el Estado no es alentar esas relaciones. Comprender motivos no implica justificarlos (en alemán existen palabras diferentes para distinguir las dos posibilidades de la expresión “comprender”).

Los cientistas sociales no son los médicos de las sociedades (ni siquiera, o muy fundamentalmente, en el caso de una epidemia, que no es de ninguna manera un fenómeno que pueda acotarse al plano de lo puramente biológico y que tiene en las prácticas sociales tanto las posibilidades de su expansión como las de su moderación). Como el punto de vista del poder público y los puntos de vista desperdigados por la sociedad no siempre coinciden, las ciencias sociales tienen que intervenir como habilitadoras de un diálogo que le permita, al Estado y a la sociedad, emprender acciones que serán necesariamente subóptimas, ya que en ningún caso regirá el valor de salvar absolutamente todas las vidas a cualquier costo. Se trata menos de formular una regla absoluta que de comprender, momento a momento, las condiciones para ofrecer, mediante una norma móvil, el instrumento más eficaz para combatir la pandemia, en un contexto en que el interés por la vida se conforma en alianza y conflicto con otros intereses y determinaciones.

Algo de esta tensión es fundante de uno de los tantos nacimientos de la “ciencia política”, el que tuvo lugar en la Florencia del Renacimiento. Nicolás Maquiavelo y Girolamo Savonarola compartían la necesidad de cambiar un mundo podrido, pero diferían en cómo hacerlo: el primero predicaba no un finalismo amoral, como suele creerse, sino una economía de la violencia apoyada en el conocimiento de lo social y lo humano como fuentes de poder; el segundo predicaba la purificación por el fuego.

La segunda ola requiere pactos dinámicos, diálogos permanentes y observación en tiempo real, no hogueras.

1. http://revistaanfibia.com/ensayo/divididos-por-la-pandemia/

* Respectivamente: Licenciado y Doctor en Antropología Social. Profesor en la UNSAM. / Sociólogo, decano de la Escuela Interdisciplinaria de Altos Estudios Sociales (EIDAES).

© Le Monde diplomatique, edición Cono Sur

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