El principio esperanza

Por Fernando Rosso*

El virus se transformó en pandemia, la pandemia en catástrofe económica y la catástrofe económica en devastación social. Pese a los avances de la ciencia, la medicina y la tecnología, el mejor remedio en este contexto (lo que no quiere decir el mejor remedio en general) fue el aislamiento y la disgregación. Un fantasma recorría el mundo y quedó prohibida hasta la participación en una marcha de protesta. Pareciera que una vez más la civilización está siendo transformada en un cementerio selectivo. Todas las condiciones están dadas para el reinado del pesimismo de la razón y de la voluntad, y así lo expresaron sus mejores intérpretes intelectuales.

Sin embargo, el coronavirus no es ni el primero (tampoco sabemos si el último) episodio de una tendencia epocal a la barbarie inscripta en código genético del capitalismo en general y del neoliberalismo en particular. Y estaría mal tomar la parte por el todo. A esto se refería Ernst Bloch cuando frente a Georg Simmel resumió el fundamento para escribir su monumental obra a la que tituló El principio esperanza: “lo que existe no puede ser verdad”. Un texto elaborado desde el exilio en los Estados Unidos, en medio de la Segunda Guerra Mundial y cuando parecía que la historia de la humanidad se había sumido en su noche más oscura. Para Bloch, la matanza no era el todo; tampoco lo es el coronavirus y la crisis que lo acompaña.

En los Cuadernos de la cárcel, Antonio Gramsci decía: “se puede excluir que, por sí mismas, las crisis económicas inmediatas produzcan efectos fundamentales; solo pueden crear un terreno favorable para la difusión de determinadas maneras de pensar, de formular y resolver las cuestiones que implican todo el desarrollo ulterior de la vida estatal.”

Pese a que ya no prima la quietud absoluta y tanto en Argentina como en el mundo asistimos a protestas que exigen no cargar con el peso de la crisis (el ejemplo espectacular de la rebelión negra en Estados Unidos es el más notorio), probablemente el mayor avance esperanzador se esté produciendo a nivel de la consciencia. Esa imagen desiderativa en el espejo que habilitó el coronavirus quizá permita imaginar otra sociedad. Porque la crisis pone en cuestión los pilares fundamentales del neoliberalismo (que no es más que una versión radical del capitalismo); porque quedan en evidencia quienes son los “esenciales”, la revalorización y la primera plana que alcanzaron los repartidores y sus condiciones laborales son sólo un ejemplo que derrumbó el discreto encanto del emprendedorismo; porque devela el salvajismo empresario y hasta resinifica la relación con el tiempo libre, fundamental para impugnar la anarquía irracional de la organización económica de esta sociedad.

Desde ya que esto no se produce por generación espontánea, mediará una necesaria lucha ideológica, política y, sobre todo, estratégica. Pero no es un mal punto de partida precisar cuáles son los deseos que podrían nacer de este derrumbe.

* Periodista (@RossoFer) .

© Le Monde diplomatique, edición Cono Sur

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