ARCHIVO BOLIVIA

El huracán Evo

Por Pablo Stefanoni*
En diciembre de 2005 el MAS ganó por primera vez las elecciones presidenciales. Su líder, Evo Morales, se convirtió en el primer presidente indígena de América Latina. Evo concluyó la caravana de retorno a su patria en Chimoré, el sitio de donde partió hace un año por el golpe de Estado. Este artículo, publicado apenas asumió en 2006, retrata la Bolivia que recibió, arrasada por el neoliberalismo, y el proyecto que se propuso –y logró– construir: refundar el Estado sobre bases sociales y étnicas para superar una larga historia de injusticias y opresión.
Handout/Reuters/Latinstock

El resultado obtenido por el Movimiento al Socialismo (MAS) [del 18 de diciembre de 2005] representó un duro golpe no sólo para una derecha que se postulaba como un muro de contención ante la emergencia indígena-popular, sino también para un conglomerado de poderosos medios de comunicación que jugaron sus fichas a fin de evitar un triunfo de la izquierda y para unas encuestadoras que, como en anteriores ocasiones, siguen sin registrar el pulso de la Bolivia profunda. Pese a los avances operados desde la Revolución Nacional de 1952 y del reconocimiento constitucional de Bolivia como un país “pluriétnico y multicultural” en los años 90, ésta sigue sometida a una suerte de apartheid, en el que la etnicidad opera todavía como limitante o facilitadora del ascenso y del reconocimiento sociales.

Pastor de llamas (“llamero”), trompetista, futbolista y cultivador de coca, amigo de Hugo Chávez y Fidel Castro, resistido por el gobierno estadounidense, que lo considera un “agitador de la coca ilegal”, Evo Morales logró cohesionar la demanda de cambio que atraviesa transversalmente a la sociedad boliviana cansada del dogma neoliberal aplicado desde 1985 y de los pactos políticos que garantizaban la supervivencia en el poder de un desprestigiado conjunto de partidos que en el último cuarto de siglo vació de contenido la democracia reconquistada en 1982 y transformó el armazón institucional del país en una correa de transmisión de mandatos externos. Por otro lado, la derecha de Poder Democrático Social (Podemos, de Quiroga) debió enfrentar el rechazo social a la conformación de sus listas –que fueron el receptáculo de infinidad de “tránsfugas” que encontraron en Podemos un refugio frente a la pulverización de sus partidos– y a la “guerra sucia” desatada contra la izquierda, que hablaba de pérdida de mercados externos y expansión del narcotráfico si Evo Morales llegaba a la Presidencia y hasta acusaba al candidato del MAS de no pagar la cuota alimentaria de sus hijos. Puesta la polarización izquierda-derecha en términos de “cambio vs. continuismo”, la relación de fuerzas electorales comenzó a favorecer al MAS, que escaló la cuesta electoral respirando el aire que iba perdiendo la derecha conservadora.

Un grito de cambio

“Las recientes elecciones [2005] en Bolivia han sido una confirmación política, legal, democrática, constitucional, institucional –y todos los demás adjetivos de la ciencia política que se quiera– de una violenta y persistente ola de fondo contra la dominación neoliberal en un Estado racista de matriz colonial como ha sido desde siempre el boliviano”, escribió el politólogo Adolfo Gilly a modo de balance de una victoria que no puede explicarse sin tomar en cuenta el ciclo de acumulación política del movimiento popular boliviano en el último quinquenio, desde la “Guerra del agua” en Cochabamba (abril de 2000), pasando por las sublevaciones sociales de febrero y octubre de 2003 y mayo-junio de 2005, que provocaron la caída de dos presidentes: Gonzalo Sánchez de Lozada y Carlos Mesa.

En el marco de este ciclo de contestación popular fueron madurando ideas-fuerza “antineoliberales”, cuyo núcleo duro es la demanda de nacionalización de los hidrocarburos y de los recursos naturales, y la convocatoria a una Asamblea Constituyente que “refunde el país”. Y, junto con ello, el reclamo de reconstrucción de un Estado pulverizado por las recetas “ortodoxas” que los tecnócratas de Washington ni siquiera se molestaban en traducir al castellano.

El MAS llega al Palacio Quemado bajo el influjo de los movimientos sociales que le dieron vida. Morales ya había anticipado, en una reunión en Quillacollo, Cochabamba, el 21 de diciembre de 2005, que el suyo “será un gobierno de los movimientos sociales” y que “no solamente hay que invitar a los Presidentes extranjeros (a la asunción de este 22 de enero), sino también a las organizaciones populares de Latinoamérica, que nos darán la fuerza para frenar la soberbia del Imperio”.

La transversalidad étnica, clasista y regional de la demanda de cambio se expresó con nitidez en la nueva geografía electoral boliviana cristalizada el 18 de diciembre. Una de las sorpresas fue el elevado porcentaje obtenido por el MAS en Santa Cruz de la Sierra, embarcada en una “guerra de posición” autonomista liderada por las elites locales a través del Comité Cívico Pro Santa Cruz (CCPSC): el escrutinio final le otorga una votación del 33,2%, que se traduce en un senador. Este resultado –impensado incluso para los más optimistas– pone en cuestión la representatividad del discurso de las oligarquías regionalistas, basado en la supuesta existencia de “dos Bolivias”: una andina, “caótica y conflictiva”, y otra oriental, “moderna y productiva”. Un reciente estudio del Programa de Investigaciones Estratégicas de Bolivia (PIEB) se sumerge en la construcción de la identidad cruceña irradiada por el CCPSC, de la cual queda excluida una gran parte de la población –entre otros, los indígenas de tierras bajas– que ha sido eficazmente interpelada por el discurso “popular” del MAS y explica las motivaciones de este aluvión de votos obtenido por un “enemigo de Santa Cruz”, tal como la derecha local definía a Evo Morales.

“Ya no hay una Bolivia polarizada entre regiones. Este mandato de cambio está presente en todo el país, desde el Oriente hasta el Occidente, en la ciudad y el campo, entre mestizos e indígenas, entre empresarios y trabajadores […] es la Nación la que se ha puesto de pie […] Solamente en etapas revolucionarias se llegó a resultados semejantes. Quedaron atrás los intentos de dividir artificialmente el país”, analizó el vicepresidente, Álvaro García Linera ante un triunfo que reconoció “inimaginado”.

A estos guarismos, un terremoto político en el país, se suman resultados plebiscitarios como el 66,6% obtenido en el departamento de La Paz (frente al 18,1% de Podemos), trasformado en la plaza fuerte del MAS. A tal punto llegó el “tsunami azul” en este departamento, que Evo Morales resultó vencedor en todas las circunscripciones de la sede de gobierno, posibilitando que incluso Guillermo Beckar, candidato a diputado uninominal por la acomodada zona sur, resultara ganador. Las motivaciones fueron diversas: desde la demanda de cambio hasta un razonamiento curioso: “Si gana un bloqueador quizás se acaben los bloqueos”.

En las zonas “duras” del Altiplano paceño, como las orillas del Lago Titicaca, Evo Morales invadió con éxito las ex fortalezas del caudillo aymara Felipe Quispe (el MAS ganó con 55% frente al 29,5% del Movimiento Indígena Pachakuti (MIP) en la combativa localidad de Achacachi, sede de la rebelión indígena de 2000-2001) y en la cuna del MAS, el Chapare, el voto cocalero fue prácticamente unánime, superando en algunas circunscripciones el 90%.

Un partido de bases

Conocidos los primeros resultados del conteo rápido el domingo 18 de diciembre, mientras la noche iba cayendo sobre la ciudad de La Paz, la perplejidad les ganaba la batalla a la alegría y la tristeza de vencedores y vencidos. No hubo festejos populares masivos, que se reservaron para la asunción del primer Presidente indígena de la historia boliviana. “Los indígenas festejan cuando se cumple y no cuando se gana”, dijo Morales. Pero quedó claro que un campesino cocalero y un ex guerrillero fueron los protagonistas de la “revolución en las urnas”, que ha aumentado los recelos del Departamento de Estado sobre la posible incorporación de Bolivia al eje La Habana-Caracas. El encargado de negocios venezolano, Azael Valero, fue relevado de su cargo, antes de las elecciones, por haber dicho ante los medios que “Si Evo Morales es antiimperialista, pues que viva Evo Morales”. Declaraciones que, pese a la rápida reacción de Jorge Quiroga –quien alentó una marcha de repudio ante la embajada venezolana– estuvieron lejos de llevar agua al molino de la derecha, como sí lo habían hecho a favor del MAS, en las elecciones de 2002, las amenazas del embajador estadounidense Manuel Rocha, que por supuesto el Departamento de Estado no consideró necesario reemplazar en aquella ocasión.

Nacido en 1995 en un congreso campesino en Santa Cruz de la Sierra, el Instrumento Político por la Soberanía de los Pueblos (IPSP), que luego utilizaría como sigla electoral la del MAS (un viejo desprendimiento de Falange Socialista Boliviana, que giró hacia la izquierda) plantea una forma novedosa de articulación de lo social y lo político. Desde su núcleo duro en la región tropical del Chapare la izquierda campesina emergente, en paralelo a la crisis del movimiento obrero minero, fue logrando articular un conjunto de demandas populares contra las políticas neoliberales y el sometimiento del país a los dictados de Washington. Para ello desempolvó parcialmente el viejo discurso nacionalista revolucionario de los años 50 que dividía al país entre la nación y la antinación, y le incorporó la denuncia del “colonialismo interno” desarrollada por el Movimiento Katarista en los años 70.

“El MAS, que en 1997 consiguió el 3% de los votos (incluyendo la diputación de Evo Morales) ha aumentado 17 veces su votación en menos de 10 años. Hoy completa su ciclo de despegue viendo a Evo Morales convertido en el candidato presidencial más votado desde 1966”, afirmaba el periodista Rafael Archondo.

Hacia una “nueva Bolivia”

Es un lugar común comparar este regreso de la izquierda al poder con su más inmediato antecedente, la Unidad Democrática Popular (UDP) (1982-1985), expulsada del poder por el sabotaje de la derecha empresarial (hiperinflación) y las presiones de la izquierda radical encarnada en la Central Obrera Boliviana (COB). Pero el contexto parece presentar más diferencias que similitudes con el de los años 80. Dos de ellas: el 22 de enero la izquierda indígena se hizo cargo de una economía que, pese a sus limitaciones estructurales, presentaba una serie de indicadores macroeconómicos favorables, alejados de los “desequilibrios” de los 80: déficit fiscal del 3,5% (frente al 9,2% de 2001); una inflación anual del 5%, un crecimiento económico modesto pero positivo del 3,9%, datos que se suman a la condonación de la deuda con el FMI (222 millones de dólares). La deuda social residía en la pobreza (67% de la población), el desempleo (8,7%) y la desigual distribución del ingreso (el 10% más rico se queda con el 32% y el 10% más pobre capta sólo el 1,3%).

Por otra parte, a diferencia de Hernán Siles Zuazo, Evo Morales no tiene enfrente a una COB con un potencial de movilización capaz de vetar políticas estatales, sino a una organización en la que los recuerdos de anteriores gestas heroicas pesan más que su debilitada realidad actual. A ello se suma la biografía de luchador social de Evo Morales, que hace que sea percibido como “uno de nosotros” por los sectores indígenas populares, lo cual nunca ocurrió con la izquierda criolla posterior a la Revolución Nacionalista de 1952. A la legitimidad social del próximo gobierno se suma un paraguas de legitimidad política derivada del resultado plebiscitario del triunfo electoral, que se expresará parcialmente en el plano de las instituciones: mientras el MAS contará con una clara mayoría en Diputados, en el Senado tendrá 12 bancas frente a 13 de Podemos, 1 del MNR y otra de Unidad Nacional (UN) de Samuel Doria Medina.

La “nueva Bolivia” que postula Evo Morales, deberá ponerse en marcha en la próxima Asamblea Constituyente, convocada para julio de 2006 y receptáculo de los sueños populares de transformación radical del país y de las pesadillas de la burguesía boliviana, que teme que esta instancia “refundacional” sea el escenario de una “revancha indígena” que ponga en riesgo sus intereses fundamentales, como la propiedad de la tierra. Algunos hablan de una Constituyente “chavista” que proyecte la victoria electoral de la izquierda hacia una revolución de mayores alcances. García Linera intenta despejar estos recelos señalando que el nuevo gobierno impulsará “una salida pactada, en la que los intereses de los derrotados serán, en parte, reconocidos por los victoriosos”.

Los desafíos de la “nueva izquierda”

Dos desafíos marcarán, desde los primeros días de su gobierno, la agenda política del nuevo gobierno:

1) El de los cultivos de coca que, en palabras de Evo Morales, “parieron el instrumento político de liberación” y que, al mismo tiempo, son una de las fuentes de inquietud de Washington. “No habrá coca cero; racionalizaremos los cultivos para abastecer la demanda legal. Tampoco permitiremos que Estados Unidos siga dirigiendo a nuestras Fuerzas Armadas y policía”, advirtió Evo Morales.

2) La cuestión petrolera, que provocó la caída de dos Presidentes desde 2002. Morales señaló que no habrá expropiaciones, pero que las transnacionales serán socias y no dueñas de los energéticos, y será el Estado el que controle el negocio hidrocarburífero, incluyendo las exportaciones. Para implementar el control “efectivo” del Estado, el MAS deberá lograr la firma de nuevos contratos de exploración y explotación acordes a la ley de hidrocarburos aprobada en mayo de 2005, que las empresas califican de “confiscatoria”. “La relación con las petroleras va a ser uno de los temas fundamentales desde el primer día del gobierno. La lucha por la recuperación de la propiedad de los hidrocarburos es producto del movimiento social que se dio en el país. Quienes votaron por el MAS, votaron por la recuperación inmediata de la propiedad de los hidrocarburos”, dijo el referente económico de ese partido, Carlos Villegas.

Junto a un grupo de técnicos provenientes de las clases medias urbanas, el MAS intentará suplir la falta de cuadros, producto de la forma organizativa sui generis de la nueva izquierda boliviana, surgida de las “escuelas” del sindicalismo campesino. La relación entre el MAS y los intelectuales ha sido desde el principio sinuosa y más cercana a la figura del asesor que a la del “intelectual orgánico”, en ausencia de estructuras institucionales que permitan articular a los “técnicos” con los movimientos sociales, tarea que recae en el liderazgo del propio Evo Morales. La elaboración del programa de gobierno del MAS reflejó, en gran medida, las dificultades para resolver la compleja ecuación entre capacidades técnicas y compromiso político. Más que un boicot frontal a la administración de Morales resulta más plausible esperar (a la luz de una rápida “sociología” de las elites bolivianas, en un país con un raquítico sector económico privado) que los viejos cuadros estatales –a muchos de los cuales deberá recurrir el MAS a falta de suficientes cuadros propios– se postulen para permanecer en sus puestos o acceder a ellos, reciclados a los nuevos aires nacionalistas que soplan en el país. Y se espera una suerte de cogobierno –no exento de dificultades futuras– entre el MAS y los movimientos sociales, algunos de ellos con visiones más corporativistas y otros, más nacionales (“No podemos hacer bloqueos contra nuestro propio gobierno”, se escuchó entre dirigentes campesinos).

El fracaso electoral de los “radicales” (como Felipe Quispe, cuya votación fue inferior al 3%; o Jaime Solares, líder de la COB, que ni siquiera logró concretar su candidatura), otorga un renovado margen de acción para el nuevo Presidente. Sectores como la estratégica Federación de Juntas Vecinales (Fejuve) de El Alto –invitada por el MAS a formar parte de las comisiones de transición– o la Central Obrera Regional (COR) de esa misma ciudad, ya anticiparon su disposición a contribuir al proceso de cambio que encarna el MAS.
Sin una importante oposición por izquierda, queda una derecha política debilitada (pero no vencida) por el revés de las urnas, que se enfrentará a un gobierno potenciado por esas mismas urnas en una dimensión desconocida en la historia boliviana reciente. Y una derecha regionalista (fundamentalmente cruceña) que ha comprobado que su hegemonía es más porosa de lo que parecía.

La transición

Después de un largo “empate catastrófico” entre fuerzas indígeno-populares y fuerzas conservadoras, se visualiza una nueva hegemonía en ciernes de la izquierda como continuación de las casi dos décadas de hegemonía neoliberal, cuya duración dependerá de la forma en que el MAS administre el capital político que tiene entre las manos.

Las comisiones económica, política y social han comenzado a actuar como un “gabinete en las sombras” tendiente a garantizar la transición hacia la nueva administración que, en palabras de García Linera, se propone “un cambio no para tres meses o cinco años, sino para el próximo medio siglo”. El gobierno del MAS empezará por desmontar el andamiaje legal del neoliberalismo: anulación de la libre contratación de trabajadores en empresas públicas y privadas y de la libre importación de mercancías. Como ya expresó García Linera, Bolivia no está a las puertas del socialismo, sino de un proyecto que se propone reconstruir el Estado y potenciar un “capitalismo andino-amazónico” que permita integrar las plataformas tradicionales y modernas que dan cuenta del sistema económico-productivo boliviano. Los próximos meses determinarán la profundidad de esta revolución democrática iniciada hace ya cinco años y que el domingo dio un paso más… pero un paso descomunal.

Este artículo forma parte de Explorador Bolivia, la quinta entrega de la serie Explorador dedicada a América Latina.

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* Jefe de redacción de la revista Nueva Sociedad. Autor de ¿La rebeldía se volvió de derecha?, Siglo Veintiuno, Buenos Aires, 2021.

© Le Monde diplomatique, edición Cono Sur

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