El difícil camino hacia la unidad
Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT) en Sudamérica, en 2015, había 24 millones de afiliados, lo que representa un índice de densidad sindical del 19% sobre la ocupación total. En Argentina esta tasa ascendía al 32%, la más alta del continente (1). A pesar del debilitamiento causado por la aplicación de las duras políticas neoliberales desde 1976, el movimiento obrero organizado continuó siendo un factor de poder de negociación gremial y un actor político central, con mayor intensidad aún después de la recomposición económica y productiva posterior al 2003.
Desde su surgimiento en la segunda mitad del siglo XIX, el movimiento obrero argentino se reconoció como sujeto político y buscó incidir en el campo político. Esta autopercepción y su disputa por espacios de poder –en particular a partir de 1916– atravesaron toda nuestra historia y son una de las claves para comprender la búsqueda constante de la unidad, a pesar de que sólo se concretara en algunos períodos (1930-1935; 1943-1955; 1960-1968;1970-1976; 1984-1989; 2004-2012). Ahora bien, la unidad alcanzada puede ser de naturaleza institucional-gremial o política; sin embargo, no siempre que se la alcanzó confluyeron estos dos aspectos.
Una revisión histórica sobre el movimiento obrero argentino permite reflexionar sobre esta problemática.
De la década infame al peronismo
Hacia fines del siglo XIX Argentina, México, Brasil, y en menor medida Chile, fueron los países que lograron una mejor inserción en el mercado mundial. A pesar de producirse en el marco de la construcción de un régimen semicolonial, se logró el desarrollo de una amplia infraestructura (en Argentina, por ejemplo, a partir de los ferrocarriles) que dio origen a una clase trabajadora urbana.
En este contexto, con la llegada de inmigración europea se crearon los primeros sindicatos bajo la influencia de ideologías tales como el comunismo, el socialismo, el anarquismo y el sindicalismo revolucionario. Salvo estos últimos, en su gran mayoría entendían al sindicalismo no sólo como herramienta gremial, sino también como espacios desde los cuales actuar políticamente.
La primera experiencia de unidad del movimiento obrero se produjo en el marco de la dictadura de José Félix Uriburu. La creación de la Confederación General del Trabajo (CGT), el 27 de septiembre de 1930 –días después del primer golpe de Estado en el país– fue resultado de la unión de la Confederación Obrera Argentina (COA) y la Unión Sindical Argentina (USA), luego de que el gobierno aplicara la Ley Marcial y fusilara a un trabajador. La unidad institucional-gremial se logró a partir de la necesidad de resistir a una dictadura que avasallaba los derechos básicos de los trabajadores. Sin embargo, por su origen ideológico diverso –la COA era socialista y la USA sindicalista– no se logró construir un programa político uniforme y estas diferencias llevaron a una ruptura en 1935 (a partir de la cual se conformaron la CGT Independencia y la CGT Catamarca).
La confluencia entre la organización institucional, gremial y política se produjo recién tiempo después, en el marco de la gestación del movimiento peronista hacia 1943. Durante la gestión al frente de la Secretaría de Trabajo y Previsión, Juan Perón no sólo consagró los derechos por los que los trabajadores venían luchando hacía décadas, sino que también sancionó la Ley de Asociaciones Profesionales 23.852, que estableció el mecanismo legal para la conformación del sindicato único por rama con capacidad de recibir las cotizaciones y de negociar con la patronal y el Estado, lo que dio origen a una institucionalidad propia del movimiento obrero argentino que explicará en parte su devenir histórico. Durante los dos gobiernos de Perón (1946-1955) el movimiento obrero sostuvo la unidad tan mentada. La CGT se convirtió en una de las centrales obreras más poderosas del continente, no sólo por su conformación numérica, sino también por su vínculo privilegiado con el Estado (2), que le permitía incidir profundamente en las políticas públicas (3). El secretario general de la CGT participaba en las reuniones de gabinete, en cada Ministerio funcionaba una comisión integrada por representantes de la central obrera, existía un agregado obrero en cada embajada argentina y tenían representación en el Congreso Nacional (un tercio de participación en las listas electorales). También, acompañando la política de integración latinoamericana promovida por Perón, impulsaron la creación de la “Agrupación de Trabajadores Latinoamericanos Sindicalistas (ATLAS)” (4).
Sin embargo, la relación de Perón con la conducción de la Confederación obrera no estuvo exenta de conflictos. El primer enfrentamiento se produjo poco después de las elecciones de 1946. Luego del 17 de octubre de 1945, sectores de la CGT cercanos a Perón habían creado el Partido Laborista, que se presentó como una organización política de los trabajadores con una dinámica autónoma frente a los partidos políticos existentes y que le permitió ganar las elecciones. Se destacaron allí Cipriano Reyes (trabajador de la carne) y Luis Gay (telefónico). Tres meses después de las elecciones, Perón decidió que el partido laborista fuera disuelto con la intención de que todas las fuerzas aliadas se concentraran en el Partido Único de la Revolución Nacional, antecedente del Partido Peronista. Esta tensión puede vincularse con la necesidad de la construcción de un frente policlasista de liberación nacional en el que los trabajadores eran, indudablemente, la columna vertebral, pero no el único actor social que lo conformaría. Tanto Reyes como Gay fueron entonces desplazados de la estructura orgánica del peronismo. Sin embargo, las fricciones entre la conducción del movimiento nacional y la de la CGT no implicaron –como afirma cierta historiografía (5)– la sumisión de la CGT al gobierno nacional.
Entre la resistencia y la integración
Pero esta experiencia inédita de unidad, de confluencia gremial y política, encontró profundas dificultades para volver a concretarse en otros momentos históricos. Más allá de volver a alcanzar la unidad institucional, las diferencias políticas al interior del movimiento resultaron en numerosas ocasiones insoslayables. A pesar de esto, la “unidad” siguió –y siegue siendo–, tanto en la retórica como en la acción, un objetivo primordial. Esto se debe, en gran medida, a que el movimiento obrero se asume como actor político, con derecho a participar y a generar propuestas propias que puedan representar al conjunto del campo popular. En este marco, la unidad es central para la acumulación de poder.
Tal es así que el protagonismo político de los sindicatos no sólo continuó a partir del golpe de Estado 1955, sino que se profundizó a través de la organización de los trabajadores desde las comisiones internas, quienes resistieron y lucharon por el retorno de Perón y construyeron programas políticos propios de carácter fuertemente combativo (6). Ejemplo de dicho protagonismo fue la participación electoral de candidatos de extracción sindical en los momentos en que los gobiernos de Frondizi e Illia permitieron la presentación de listas peronistas. Tal es el caso de las elecciones de 1962, cuando se presentaron Andrés Framini como candidato a gobernador de la provincia de Buenos Aires y Sebastián Borro (Frigorífico Nacional), Jorge Di Pascuale (Farmacia), Roberto García (Caucho) y Estaquio Tolosa (Portuarios) como candidatos a diputados nacionales. También es el caso de las elecciones legislativas de 1965 en las que se impuso el peronismo, derrotando a los radicales, pero también a la línea del metalúrgico Augusto Vandor que pretendía crear un “peronismo sin Perón” (7).
Sin embargo, luego del golpe de la Libertadora primó un proceso de tensión entre la unidad y la fragmentación, en el cual se osciló entre la resistencia y la negociación (8). El momento de mayor unidad durante la etapa de proscripción se produjo alrededor del Plan de Lucha impulsado en 1964, protagonizado por el conjunto del movimiento obrero organizado.
Ahora bien, ¿cuáles son las causas que explican las divergencias políticas iniciadas en 1955 que provocaron diversas rupturas?
Cada proceso de ruptura o unificación debe ser estudiado a partir del contexto en el cual ocurre, ya que sus causas varían notablemente según se trate de momentos de dictadura y proscripción o de democracia (ya sea popular o antipopular). Sin embargo, sí existe un elemento estructural que las explica vinculado a la cuestión organizativa institucional (9). El modelo francés con el cual surgió la CGT generó que la dirección de la Central tuviese una limitada capacidad de intervención e influencia en cada sindicato nacional, instancia donde realmente se concentra el poder. Esta autonomía abrió la posibilidad de que algunos sindicatos, frente a los gobiernos dictatoriales o democráticos pero antipopulares, adquirieran una lógica corporativista donde priorizaban la negociación con el gobierno de turno, generando la ruptura de aquellos grupos que optaban por la confrontación abierta. Un ejemplo de esto fue la ruptura dentro de las “62 Organizaciones” y otro el surgimiento de la CGT de los Argentinos (1968). Por otro lado, el movimiento obrero, al constituir un actor central del peronismo, se vio atravesado por sus contradicciones y divisiones.
La reunificación se produciría recién en 1970 –por directiva de Perón– bajo la figura de José Ignacio Rucci. Pero, en el marco del profundo enfrentamiento entre los diferentes sectores del peronismo, la unidad fue superficial y eclosionó tras la muerte de Perón.
Durante la dictadura de 1976 la CGT –que en primera instancia fue intervenida y luego disuelta– se volvió a dividir en dos sectores: por un lado, el opositor Grupo de los 25, que luego dio paso a la Confederación Única de Trabajadores Argentinos (CUTA) y a la CGT-Brasil; y por otro la dialoguista Confederación Nacional del Trabajo (CNT) y luego CGT Azopardo.
A partir de la lucha de un amplio sector del sindicalismo contra la dictadura, decisiva para lograr su caída, la CGT nuevamente se reunificó. El sector que hegemonizó ese proceso fue el más combativo, liderado por Saúl Ubaldini (del sindicato cervecero), en abierta oposición a los preceptos neoliberales. La conducción de la CGT presentó un programa político que comprendía una propuesta integral en torno a las cuestiones económicas, políticas y sociales, denominado luego “los 26 puntos” (10). Sin embargo, un sector de la dirigencia presentó programas o declaraciones alternativas que omitían las definiciones políticas y se centraban, principalmente, en los reclamos gremiales.
Pero la combatividad del movimiento obrero durante la etapa alfonsinista se vio fuertemente diezmada por el inicio del gobierno de Carlos Menem y su duro programa neoliberal, que resultó trágico para el movimiento popular, en particular por haber sido implementado por un gobierno peronista. Frente al desconcierto generalizado, en 1989 podían identificarse al menos cuatro corrientes sindicales: aquellos que apoyaban abiertamente al menemismo (Barrionuevo de Gastronómicos, West Ocampo de Sanidad, Gerardo Martínez de la UOCRA, Zanola de Bancarios), los que apoyaban la continuidad de Ubaldini (ATE, UTA, CTERA, Judiciales, telefónicos, entre otros), la UOM, liderada por Lorenzo Miguel, que realizaba un apoyo cauto a Ubaldini y los independientes que, si bien evitaban definiciones claras, fueron funcionales al oficialismo (SMATA, UPCN, Luz y Fuerza, entre otros). En ese contexto, además, se generaron espacios abiertamente opositores. En 1991 un conjunto de dirigentes sindicales (Germán Abdala, Víctor de Gennaro y Mary Sánchez) constituyeron el Congreso de los Trabajadores Argentinos (CTA) (11), mientras que en 1994 se fundó el MTA –como una corriente interna dentro de la CGT– con un documento redactado por Ubaldini, Moyano y Palacios que convocaba a “intensificar la defensa de los intereses de los trabajadores” sosteniendo la “independencia de cualquier poder político, en virtud de que solamente la lucha del trabajador salvará al trabajador”.
En el año 2000, bajo el gobierno de la Alianza –y la aplicación de la flexibilización laboral–, se produjo finalmente la división institucional de la CGT quedando conformadas la “CGT oficial” con Rodolfo Daer y la “CGT disidente” conducida por Moyano, que en la acción articuló numerosas jornadas de lucha con la CTA.
Luego del estallido de la crisis del 2001 y la llegada al gobierno de Néstor Kirchner, comenzó un proceso de reunificación impulsado por el presidente que, en el marco de un país desbastado, necesitaba construir poder político. En 2004, bajo la figura de una dirección colegiada, la CGT logró nuevamente la tan mentada unidad. En este marco de reconstitución de alianzas, el movimiento obrero logró reestablecer su presencia dentro del Partido Justicialista, situación que había sido socavada luego de la derrota electoral de 1983 y profundizada durante la etapa menemista. La participación electoral en esta etapa había sido escasa y poco exitosa. Basta recordar las elecciones a gobernador de la provincia de Buenos Aires de 1991, en las que se presentó Ubaldini con un partido político propio y alcanzó un ínfimo porcentaje de votos. Vale la pena recordar que la CGT no posee una relación orgánica con ningún partido político sino una vinculación política e identitaria históricamente construida desde el surgimiento del peronismo (12). Esto provoca, como se mencionó, que el movimiento obrero se encuentre atravesado por los conflictos desarrollados dentro del movimiento y que, en su búsqueda de participación política, entable una compleja relación con el PJ (y con el FPV).
Esta vocación de participación política en el marco de la reconstrucción del movimiento nacional generó el surgimiento de un espacio político sindical denominado Corriente Nacional del Sindicalismo Peronista (13). Este proceso abrió un camino de encuentros –y desencuentros– con el gobierno nacional; tensiones que se profundizaron luego de la muerte de Néstor Kirchner y que desembocaron en la ruptura de Moyano con el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner en 2012 (14).
Presente e incertidumbre
El contexto político nacional y latinoamericano ha cambiado. Frente a las políticas del gobierno de Mauricio Macri que afectan los derechos de los trabajadores se está avanzando hacia un nuevo Congreso que permita la unidad de las tres CGT (Moyano, Caló y Barrionuevo). Además, el pasado 29 de abril las cinco centrales obreras (las tres CGT y las dos CTA) realizaron a una multitudinaria manifestación. En el documento presentado ese día –bautizado por los organizadores “Documento de Unidad para la Justicia Social”– la “unidad” es definida fundamentalmente desde la necesidad de resistir a las ofensivas de un gobierno caracterizado como antipopular. En él se sostiene: “Aún en democracia los actores económicos ejercen una enorme influencia sobre los gobiernos; esta comprobación nos obliga a dar cuenta de las nuevas coordenadas de la situación, asumiendo que sólo la UNIDAD de la CGT puede lograr trazar el sendero hacia la justicia social”.
Habrá que esperar para saber si las cinco centrales obreras continúan con la unidad de acción –lo que parece dudoso considerando las diferentes reacciones frente al veto presidencial de la ley antidespidos– y si las CGT, finalmente, alcanzan la tan anhelada unidad. Lo que sí parece claro es que existe desde las bases una fuerte presión para que las dirigencias sindicales avancen hacia la unidad y asuman una defensa más férrea de sus derechos. La posibilidad de construir un programa político en común dependerá de la capacidad de cada sindicato de generar en las bases espacios de debate interno que puedan luego expresarse en la discusión de las cúpulas, proceso sin duda necesario para frenar los atropellos realizados por el gobierno actual a los derechos de los trabajadores.
1.Datos obtenidos de la Base de datos 2015 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT). Informe disponible en http://white.oit.org.pe/spanish/260ameri/oitreg/activid/proyectos/actrav/proyectos/proyecto_ssos/act_regionales/mexico_nov2010/documentos/3erdia_cancun1.pdf
2. Por citar algunos ejemplos: Ángel Borlenghi, de Comercio (Ministro del Interior), José Freire, de Obreros de la Industria del Vidrio (Ministro de Trabajo), Juan A. Bramuglia, de Ferroviarios (Relaciones Exteriores).
3. Julio Godio, Historia del Movimiento Obrero Argentino (1878-2000), Buenos Aires, Corregidor, 2000.
4. C. Panella, Perón y ATLAS: historia de una central latinoamericana de trabajadores, Buenos Aires, Editorial Vinciguerra, 1996.
5. Una de las obras fundacionales de esta corriente –que tendrá luego diversos continuadores– es L. Louise Doyon, Perón y los trabajadores argentinos. Los orígenes del sindicalismo peronista. 1943-1955, Siglo XXI editores, Buenos Aires, 2006.
6. La CGT de Córdoba convocó a un Plenario Nacional de Delegaciones Regionales de la CGT y de las 62 Organizaciones, realizado en la localidad de La Falda, provincia de Córdoba, donde se aprobó un programa de gobierno antioligárquico y antiimperialista. En él se proponía el “control estatal del comercio exterior sobre las bases de la forma de un monopolio estatal; liquidación de los monopolios extranjeros de importación y exportación; control de los productores en las operaciones comerciales con un sentido de defensa de la renta nacional; planificación del proceso en vista a las necesidades del país, en función de su desarrollo histórico, teniendo presente el interés de la clase laboriosa; política de alto consumo interno; altos salarios, mayor producción para el país con sentido nacional; control obrero de la producción y distribución de la riqueza nacional…”. En Huerta Grande, en 1962, el Plenario Nacional de las 62 Organizaciones aprobó un programa que entre otras cosas exigía: nacionalización de bancos y sectores estratégicos de la economía, control estatal del comercio exterior, proteccionismo económico, defensa de la producción nacional, expropiación de la oligarquía sin ninguna compensación, control obrero sobre la producción.
7. La UCRP se impuso en Capital Federal, Santiago del Estero, Santa Fe, Misiones, Chubut y Entre Ríos; el peronismo bajo el sello de la Unión Popular, en Buenos Aires, Córdoba, La Pampa, Santa Cruz y el Chaco; los neoperonistas en Río Negro, Neuquén, Tucumán y Salta; los conservadores en Mendoza, Corrientes y San Luís, y la UCR bloquista en San Juan. El total de sufragios del peronismo fue de 2.883.528 votos contra los 2.724.259 alcanzados por el oficialismo.
8. En el marco de la resistencia se produjo un proceso de dispersión: como organizaciones oponentes al régimen se crearon el Comando Sindical, la CGT Negra y en 1957 la CGT Auténtica. Algunos de los dirigentes más combativos fueron Andrés Framini (textiles), Dante Viel (estatales), Natalini (Luz y Fuerza) y Sebastián Borro (frigorífico). Ellos fueron quienes sostuvieron la lucha ante la deserción de las cúpulas sindicales. Así, la primera CGT Regional recuperada fue la de Córdoba, que el primero de julio de 1957 elige en Plenario General a Atilio López de UTA como Secretario General (CGT legal). Los sindicatos y delegaciones regionales recuperadas formaron la “Intersindical” que el 12 de julio de 1957 lanzó un paro general que fue acatado en todo el país, obligando al gobierno a convocar al Congreso Normalizador de la CGT intervenida. En este Congreso, los intentos del interventor por lograr una dirección dócil fracasan: de los 94 gremios presentes se retiran 32. Esta actitud lleva a la ruptura del Congreso y al nacimiento de las “62 Organizaciones”, integradas por los sindicatos no entreguistas.
9. Esta tesis es sostenida por Andrés Schipani. Véase: El primer opositor, Le monde diplomatique, edición Cono Sur, julio de 2012.
10. Realizaba algunas propuestas tales como: ilegitimidad de la deuda externa, crédito hacia las actividades productivas, ley de Entidades Financieras, nacionalización de los depósitos bancarios, desarrollo de las empresas estructurales del Estado, explotación de las riquezas naturales, servicios públicos y desarrollo tecnológico, participación de los trabajadores en la conducción y gestión de dichas empresas.
11. Publicaron un documento en el cual, entre otras cosas, proponían: “autonomía Sindical con respecto al Estado, los patrones y los partidos políticos; democracia Sindical, rechazando las estériles divisiones y el sectarismo; apertura a otras organizaciones sociales que expresen las demandas de los sectores populares; revalorización de la Ética Gremial atacando la corrupción y el pseudo-pragmatismo con el que dirigencias caducas terminan legitimando el ajuste”.
12. Daniel James, Resistencia e integración. El peronismo y la clase trabajadora argentina, Siglo XXI Editores, Buenos Aires, 2010.
13. En 2010 dio a conocer un documento donde afirmaba: “Las organizaciones sindicales peronistas que voluntariamente asistimos a este encuentro de debate político e ideológico queremos manifestarle al Pueblo Peronista en particular, y a todos los argentinos de buena voluntad, nuestra decisión de constituir una corriente político sindical que contribuya a la reorganización del Movimiento Nacional y Popular como eje articulador de los intereses nacionales, la garantía de políticas de Estado y la determinación de una agenda construida por los argentinos y para los argentinos”.
14. Con la salvedad que el Sindicato de Gastronómicos, liderado por Barrionuevo ya había creado la CGT Azul y Blanca en 2008.
* Historiadora, docente-investigadora de la Universidad Nacional de Lanús (UNLa), miembro del Centro de Estudios Felipe Varela y del Centro de Estudios para el Desarrollo Nacional Atenea.
© Le Monde diplomatique, edición Cono Sur