¿Aprendizajes duraderos?
Me cuesta mucho encontrar algún saldo positivo de esta pandemia: las crisis de esta magnitud agudizan las desigualdades, concentran aún más el poder y fragilizan los destinos de la mayor parte de quienes las viven, que por otra parte no siempre estarán ahí para disfrutar las bonanzas (si las hubiera) del orden que pueda emerger tras la intemperie.
Agreguemos que, en condiciones, por así decirlo “normales”, un cientista social (incluidos, desde luego, les economistas) es un muy mal predictor, aun cuando cuente con las mejores evidencias sobre el pasado y sobre el presente. Esa es su (nuestra) trágica condición: levantar vuelo en el ocaso, como decía el viejo Hegel, es decir cuando todo ha pasado. Un cientista social apurado puede convertirse en la parodia de aquel. Pero hacia allá vamos…
La pandemia nos recuerda de un modo brutal la fragilidad de nuestras condiciones de vida y los niveles de desigualdad que consentimos (activa o pasivamente) en nuestras sociedades. Frente a esta situación, (re)aprendemos que los modos colectivos de organización están mejor preparados para intervenir en tales condiciones. Para ello, basta constatar que los gobiernos que adoptaron el laissez faire son también los que aceptaron un número mayor de infectados (y, en muchos casos, de muertos). También advertimos que esos modos colectivos de organización son mucho más eficaces allí donde la infraestructura social está mejor distribuida en todo el territorio y en todos los segmentos sociales. También donde el sistema de salud está mejor ensamblado. Y por tanto, donde el Estado cuenta con mayor capacidad de coordinación. Pero no todos los aprendizajes miran hacia “arriba”. El modo gregario de enfrentar la pandemia no es sólo producto de una coordinación vertical; también es necesario el consentimiento más o menos activo de buena parte de la población, ya que la pandemia también golpea menos allí donde los habitantes aceptan poner entre paréntesis las atribuciones del laissez faire y siguen conductas coordinadas. Por último, hay otra constatación 100% argentina: la protección de la vida se refuerza como uno de los pilares de nuestra democracia política. “Entre la salud y la economía, elegí la salud” reactualiza en cierto sentido la promesa de Alfonsín de buscar “la vida, la justicia y la libertad para todos los que habitan este suelo”.
No sabemos si estos aprendizajes serán duraderos. Tampoco si se traducirán en proyectos políticos y en políticas públicas. Pero al menos sabemos que la pandemia nos puso sobre aviso. De ahora en más, será más difícil hacerse el distraído.
Este artículo integra la serie: ¿Dejará algún saldo positivo la pandemia?, parte II. Volver a nota principal.
* Sociólogo y escritor. Su último libro es, junto a Mariana Gené, El sueño intacto de la centroderecha, Siglo XXI, Buenos Aires, 2023.
© Le Monde diplomatique, edición Cono Sur