ARGENTINA ACORDÓ REESTRUCTURAR SU DEUDA

30 mil millones menos

Por Noemí Brenta*
El acuerdo con los acreedores privados permite ganar tiempo y recursos para financiar la recuperación. Fue posible por la decisión del gobierno de articular un frente nacional e internacional de apoyo y por el respaldo del FMI, con el que ahora se comenzará a conversar. En este contexto, la toma de deuda para recomprar deuda aparece como una alternativa posible.
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Tras un día de rumores y saltos en los mercados financieros, finalmente el gobierno emitió un comunicado anunciando el acuerdo con los acreedores de deuda, aunque aún falta formalizarlo y conocer los detalles legales.

La reestructuración abarca 66 mil millones de dólares (el 63% corresponde al gobierno de Macri y el resto son bonos emitidos en los gobiernos de ambos Kirchner a cambio de deuda defaulteada en 2001). En el terreno resbaloso de las altas finanzas nada puede darse por terminado hasta que efectivamente lo esté, por esa costumbre de “correr el arco” para lograr alguna ventaja del apuro o la necesidad, o simplemente ganar por cansancio. Pero cualquiera fuera el número exacto de cierre de la reestructuración, entre los 53,5 dólares de valor presente neto por cada 100 que ofertó la Argentina en la SEC (el equivalente a la Comisión de Valores de Estados Unidos) el 21 de julio pasado, y los 56,5 dólares que reclamaban los acreedores cartelizados, el arreglo por apenas arriba de 54 representa un ahorro importante de salida de dólares y de recursos fiscales a pagar en los próximos años, calculado en algo más de 30 mil millones.

Es innegable que la negociación del lado argentino demostró conducción política y estrategia, con objetivos definidos: la sustentabilidad de la deuda y un tiempo de gracia para reactivar la economía; crecer antes de empezar a pagar intereses menores y amortizaciones a plazos más largos, y aliviar el esfuerzo fiscal sobre una población ya muy castigada por la recesión, la caída del empleo y de los ingresos en los años macristas. Esos objetivos fueron sostenidos con tenacidad y paciencia budista a lo largo de todo el proceso, a pesar de las presiones recibidas desde varios flancos, donde operan a veces sueltos y otras coligados, opositores duros, grupos empresarios, medios de comunicación, acreedores de alto perfil y sus representantes, a través de descalificaciones, información falsa, intentos de eyectar funcionarios para imponer otros afines a sus intereses, y demás tretas non sanctas.

El gobierno buscó alinear apoyos de adentro y de afuera: los gobernadores, los sindicatos, los empresarios, los partidos políticos, algunos gobiernos europeos (Alemania, España, Francia e Italia), un tibio Trump, el Papa Francisco, economistas extranjeros de primera línea y variado plumaje, y economistas de adentro que quisieron apoyar. También consiguió que el FMI certifique la limitada capacidad de pago del país y exhorte a los acreedores a flexibilizar sus posiciones en un “proceso colaborativo de compromiso … para maximizar su participación en la operación de la deuda”. De nuevo, aquí se conjugó el crochet político del presidente Fernández con los contactos estrechos con el laureado Nobel y ex Banco Mundial Joseph Stiglitz, mentor del ministro Guzmán, pero también visitante frecuente de Argentina en tiempos de Cristina Fernández de Kirchner, y el viento a favor de Kristalina Georgieva, también ex Banco Mundial.

Hay que recordar que como flamante directora gerente del FMI Georgieva recibió la papa caliente de un stand by exorbitante e impagable, otorgado por pura presión de Estados Unidos para favorecer la elección de Macri, como reveló hace unos días Mauricio Claver Carone, asesor de Trump, en una videoconferencia con el Consejo Chileno para las Relaciones Internacionales. Dado que el Estado tiene un bolsillo único, y que el FMI no realiza quitas ni condona deudas a países de ingresos medios como Argentina, su posibilidad de resolver sin un gran costo reputacional esta nueva irregularidad del organismo es buscar una solución en la que ellos y el país no queden demasiado mal parados, algo muy difícil en los términos clásicos de los programas del Fondo. A esto se agrega que la pléyade de países deudores al borde del default pone al caso argentino en el candelero, y mucho más en plena pandemia. Esto abre la posibilidad de que el país sea –otra vez– laboratorio de ensayo global en materia de deudas soberanas a través de un programa de recompra.

La recompra para reducir la deuda

Cuando un Estado tiene un excedente de presupuesto, puede aplicarlo a recomprar sus títulos de deuda a precios de mercado. Son operaciones conocidas, muy utilizadas en las grandes empresas, solo que, como los déficits fiscales son más frecuentes que los superávits, rara vez se aplican en los países. Por ejemplo, Argentina implementó programas de recompra de deuda desde 2004, por montos relativamente pequeños, de modo de anticipar la cancelación de los servicios que deberían afrontarse en el futuro.

La recompra de deuda también puede financiarse con fondos prestados. Por ejemplo, si los bonos de un país en crisis bajaron al 30% o 40% de su valor nominal, puede sacarlos de los mercados a ese valor, pagarlos con un préstamo, y de esa forma reducir su endeudamiento.

Alarmado por el monto enorme que más de cien países de ingresos bajos y medios deben pagar este año, en plena crisis del coronavirus, para atender su deuda, el viernes 31 de julio Stiglitz publicó un artículo con el economista bengalí Hamid Rashid donde sugiere que el FMI instrumente un programa voluntario de recompra de deuda soberana para aliviar la carga de la deuda y la exposición de los países a acreedores privados peligrosos, como los fondos buitre o los fondos muy agresivos. Esto también evitaría, agregan, “los duros términos que generalmente vienen con los canjes de deuda” (1).

Este artículo menciona el caso de Argentina: “La historia muestra que para muchos países una reestructuración de deuda demasiado pequeña, demasiado tardía, prepara el escenario para una nueva crisis. Y la larga lucha de Argentina para reestructurar su deuda frente a acreedores privados recalcitrantes, de visión corta, obcecados y de corazón duro muestra que las cláusulas de acción colectiva diseñadas para facilitar las reestructuraciones no son tan efectivas como se creía”.

Esta mención aludía de alguna manera a la carta de los tres grupos de fondos acreedores de Argentina –Tenedores de bonos ad hoc, Tenedores de bonos de canje y Comité de Acreedores– del 28 de julio, que ratificaba una propuesta para la deuda alejada de los términos del gobierno. La carta también aducía detentar porcentajes de los bonos argentinos capaces de impedir su reestructuración y amenazaba veladamente a la economía del país blandiendo sus grandes inversiones en Argentina. En este minué, la respuesta de Guzmán no se hizo esperar: “Hay una decisión tomada, no podemos ofrecer más a los acreedores. Si no hay acuerdo, avanzaremos con el FMI en un nuevo programa y con el sector privado volveremos a hablar en seis u ocho meses, pero con una propuesta de reestructuración más profunda”, dijo el ministro (2).

La “reestructuración más profunda, ¿será un programa de recompra como el que propone Stiglitz? Es difícil saberlo, pero esta historia continuará.

1. https://www.project-syndicate.org/commentary/how-to-prevent-looming-debt-crisis-developing-countries-by-joseph-e-stiglitz-and-hamid-rashid-2020-07/spanish

2. https://www.pagina12.com.ar/282372-martin-guzman-el-motor-de-la-recuperacion-sera-el-mercado-in

* Economista (UBA) y UTN-FRGP. Su último libro es Historia de la deuda externa argentina. De Marrínez de Hoz a Macri, Capital Intelectual, Buenos Aires, 2019.

© Le Monde diplomatique, edición Cono Sur

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