Los enemigos de la Convención Constitucional en Chile
No se necesita estudiar física para comprender la Tercera Ley de Newton, también llamada “Principio de Acción y Reacción”: si un cuerpo actúa con una fuerza sobre otro (acción), éste reacciona en contra mediante otra fuerza de igual valor y dirección, pero de sentido contrario (reacción). Esta dinámica no sólo se aplica a las fuerzas físicas, sino también a los procesos políticos. Si se requiere hacer un cambio en un sentido determinado, quienes se vean amenazados en su condición de hegemonía o privilegio reaccionarán devolviendo la fuerza en forma directamente proporcional al giro que se busca lograr. Es importante asumir con mucha naturalidad esta realidad. Ello no significa relajarse ante la arremetida de los sectores conservadores, partidarios de determinadas valoraciones, o defensores de las instituciones que buscan mantener el statu quo. Pero no vale la pena generar una reacción que entregue a estas formas previsibles de acción política mayores instrumentos y resonancia de la que merecen. La mejor manera de actuar ante la virulenta campaña que ataca de forma constante a la Convención Constitucional es diferenciar a sus actores y denunciar a quienes están detrás de esta política de agresión permanente. En un análisis muy somero es posible identificar a los siguientes “enemigos de la convención”.
Los mentirosos
Este grupo está actuando desde el día uno y está ubicado al interior de la misma Convención. Se trata de los convencionales de ultraderecha, cuyo único cometido ha sido desinformar y tergiversar el desarrollo mismo del proceso. Prueba de ello han sido las sanciones que ha debido cursar la Comisión de ética en contra de los convencionales Arturo Zúñiga y Marcela Cubillos, y las frecuentes acusaciones en contra del comportamiento de Teresa Marinovic. Vale la pena resaltar que no toda la derecha utiliza esta estrategia de desinformación. Al contrario, convencionales como Cristian Monckeberg y Bernardo de la Maza siempre buscan que sus opiniones se atengan a los hechos y descartan el recurso a las fake news a la hora de referirse al desarrollo de la Convención. De allí que la conducta de quienes hacen uso de la mentira deliberada y permanente quede en evidencia de manera clara.
El problema es que la convención no ha logado un modelo de comunicación que permita unificar las vocerías, por lo que, hoy por hoy, aparecen simultáneamente 154 voces comunicando el proceso, y obviamente los grupos mediáticos eligen dentro de ese enorme coro de interpretaciones a aquellas que más favorecen a sus intereses editoriales. Urge una vocería centralizada que conduzca a una interpretación mínima y confiable día a día.
Hoy por hoy aparecen simultáneamente 154 voces comunicando el proceso, y obviamente los grupos mediáticos eligen dentro de ese enorme coro de interpretaciones a aquellas que más favorecen a sus intereses editoriales.
Los rabiosos
Se trata de los haters del proceso. Este sector no está dentro de la convención, pero está en su puerta. Son los grupos violentos que utilizan las redes sociales y se ubican en los alrededores de la sede de la Convención para agredir y provocar a sus integrantes. No es una estrategia espontánea. Un paso en falso, una reacción destemplada de un convencional ante estos ataques, y el efecto sería incriminatorio para el convencional. Se trata de llevar al límite la paciencia y la capacidad de autocontrol de los miembros de la Convención, para generar un incidente que les denigre ante la opinión pública.
Los rabiosos no utilizan argumentos, ni siquiera intentan articular un discurso racional. Lo que buscan es sembrar un discurso de odio frontal que se contagie en la sociedad. Para ello recurren al anonimato que brindan las redes sociales y al abrigo del cual se sienten protegidos. Este tipo de práctica política revela una creciente deshumanización que explica que los haters y rabiosos puedan llegar a hacer enorme daño con sus comentarios, con total impunidad y con absoluta falta de la más mínima empatía. En la medida en que el debate constituyente se perciba cada vez más polarizado a nivel político, en los debates, en los medios de comunicación, estos rabiosos recurren a métodos cada vez más agresivos para deshumanizar a la los convencionales, amedrentarlos y aislarlos socialmente. De allí que sea necesario reducir la polarización discursiva, sin disminuir el contenido, la potencia y el alcance transformador del proceso constituyente. Y urge una actitud política transversal que prevenga hechos más graves si se normalizan estos discursos de odio.
Los miedosos
Sentir temor individualmente es una reacción biológica. Crear miedo de forma industrial y deliberada, es una reacción política. Pero ambos procesos están vinculados. El miedo opera desde el sistema límbico, un área del cerebro llamada amígdala cerebral (situada en el lóbulo temporal del cerebro) encargada de controlar las emociones y alertar sobre el peligro. Por eso el sistema límbico constantemente procesa todas las emociones que nos proporcionan de sentidos y, frente a una situación inesperada, activa en nuestro organismo diversos mecanismos mediante sustancias y receptores hormonales y circuitos neuronales.
Ante el miedo respondemos contraatacando o paralizándonos y huyendo de ese estímulo. Como es lógico, provocar el temor en la población es un arma política de enorme impacto. Y quienes se dedican a ello invierten grandes recursos para hacer del temor algo creíble y realmente efectivo. En la actualidad, la construcción social del miedo a la Convención está refinando sus metodologías ya que la efectividad de los medios de comunicación tradicionales (Canal 13, TVN, El Mercurio, La Tercera) no logra el resultado deseado. Esto se debe a la llamada “segmentación de las audiencias”, lo que lleva a que amplias capas de la población sean inmunes al discurso alarmista de una editorial de estos periódicos, u observen con enorme desconfianza el discurso de los canales de TV abierta. Por eso la estrategia del miedo está recurriendo a voces inesperadas, emotivas, que surgen desde marcos previos de confianza para la audiencia favorable al proceso constituyente.
La operación política más evidente para lograr este objetivo ha sido el grupo llamado “Amarillos por Chile”, capitaneado por el comentarista Cristián Warken, y al que se han agregado voces como las del profesor universitario Mario Waissbluth y otras similares. Esta es una estrategia focalizada en los sectores indecisos, temerosos a los cambios y permeables a un discurso que proviene de voces que históricamente se han asociado a la defensa de la educación y la cultura. Indudablemente es mucho más eficaz una voz como esta, que la que surge de los desprestigiados líderes empresariales y políticos. El problema de los amarillos y de todos los “miedosos a tiempo completo” es que su puesta en escena ha sido demasiado impostada, exagerada al infinito. La sobrerreacción ante un texto en proceso de redacción, que no ha pasado por la comisión de armonización, cae en una descalificación general del proceso, sin priorizar los elementos puntuales que podrían objetivamente molestar a su audiencia. Se trata de un discurso generalista, que no distingue o prioriza su oposición ante las normas que se están aprobando, y por lo tanto se atrinchera en el rechazo completo a la nueva Constitución. Este punto los ha llevado a sobregirarse y desenmascarase demasiado rápido en sus intenciones de fondo, y ello ha restado fuelle a una estrategia que originalmente podría haber estado bien pensada. Hoy los “amarillos” de Warken parecen aliados directos de la ultraderecha, sin haber capitalizado su legitimidad inicial por medio de un discurso progresivo y paulatino, que los habría llevado a acarrear mayores aguas a su atemorizado molino.
Los mezquinos
Este sector ha saltado en la medida en que sus intereses personales se han visto tocados. Es el caso de la mayoría de los senadores en ejercicio que han desplegado una campaña abierta y descarada para mantener esa cuestionada y deslegitimada institución. Esta iniciativa la han desplegado de forma tan grosera y evidente que ha quedado muy expuesta a la crítica por radicar en la defensa de un interés meramente corporativo. Es lógico que un sector social, geográfico o económico levante una campaña de defensa de sus intereses. Lo absurdo y grave es que se levante este tipo de defensas corporativas desde un poder del Estado que debe, por definición, atender al bien general del país y respetar a otro poder en el ejercicio de sus facultades deliberativas y decisionales.
Los soberbios
Se trata de todos los que se oponen a los artículos aprobados simplemente porque no se han formulado en los términos exactos que ellos deseaban. Más que una oposición al fondo de lo resuelto, les hierve la sangre por la naturaleza concordataria de un proceso de deliberación colectiva. Son los viudos de su propia “redacción” o de su “propuesta” específica, que tuvo que pasar por el filtro de los dos tercios.
Los sibilinos
Se trata de los opositores más temibles y evidentes, que no se manifiestan en forma abierta en contra del proceso, pero complotan oscuramente, cada día, con el objetivo de su fracaso. Este sector es el más poderoso, ya que es el que financia y organiza todo el entramado y es, en definitiva, quien se verá más afectado por un cambio en las reglas de poder que la nueva Constitución va a instaurar.
Los enemigos de la Convención son diversos y enormemente poderosos. Pero su error es la incapacidad de sintonizar con las ansias de cambio de un país que desea una vida más digna y un efectivo cambio en las relaciones de poder existentes.
* Rector de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano.
© Le Monde diplomatique, edición Chile