EDICIÓN 274 - ABRIL 2022
IMPACTO EN AMÉRICA LATINA

El fin del orden económico global

Por Eduardo Crespo*
Aunque la guerra se desarrolla en Europa, el conflicto global tiene como eje la región de Asia-Pacífico y como protagonistas a China y Estados Unidos. El impacto ya se siente en América Latina, que enfrenta el desafío de desacoplar los precios locales de los internacionales y explorar formas superadoras de desarrollo autónomo.
Joan Miró, L’espoir du navigateur V, 1973 (gentileza Christie’s)

La invasión de Ucrania por la Federación Rusa señala un cambio de época. No se trata del enésimo conflicto en Medio Oriente o el África Subsahariana. Aunque en términos morales toda vida humana se considere tan valiosa como cualquier otra, las guerras repercuten de forma diferente dependiendo de los actores involucrados. Una confrontación (por ahora) indirecta en el corazón de Europa entre potencias nucleares amenaza los cimientos del sistema global.

Esta agitación, sin embargo, no constituye un hecho aislado. Se inscribe en una serie de lentas y a veces imperceptibles transformaciones que comenzaron en los primeros años del siglo XXI. Desde entonces, la relación entre Rusia y un “Occidente” conducido por Estados Unidos viene adoptando un cariz cada vez más beligerante. Mucho se comentó en estos días sobre la expansión de la OTAN a países de la antigua órbita soviética como la continuación de la vieja estrategia de cercar a Moscú. A la creación de nuevas bases militares se sumaron las “revoluciones de colores”, patrocinadas por Estados Unidos, que contribuyeron a este propósito derribando gobiernos amigables al Kremlin en repúblicas de la ex órbita soviética. Rusia, por su parte, respondió con intervenciones militares en Georgia (2008), Crimea (2014), Siria (2017) y Ucrania (2022).

Giro hacia adentro

Pero lo más relevante no es la coyuntura político-militar que enfrenta a Washington con Moscú. Ésta es apenas la superficie de una tensión mayor, aunque menos perceptible, cuyo eje se sitúa en la región Asia-Pacífico. Un indicador es la evolución del comercio internacional de los últimos años. Desde la crisis de 2008 las transacciones internacionales de bienes y servicios crecieron menos que la economía mundial, situación que parece revertir una tendencia que se observa desde fines de la Segunda Guerra Mundial. Es decir que, desde hace ya casi 15 años, el comercio crece menos que el producto.

Aunque estos guarismos puedan responder en parte a factores macroeconómicos coyunturales, coinciden con una seguidilla de presiones provenientes de las más altas esferas del poder mundial. El gobierno de Donald Trump abandonó unilateralmente acuerdos de libre comercio firmados por administraciones anteriores e impulsó una política comercial y tecnológica crecientemente agresiva contra empresas chinas y el gobierno de Pekín. No dudó en encarcelar empresarios (por vías canadienses) y explicitar amenazas contra aquellos países que opten por la tecnología 5G ofrecida por Huawei. A ello hay que añadir la adopción, por parte del establishment estadounidense, de un discurso proteccionista camuflado con justificativas variopintas, donde se invoca la seguridad nacional, la protección del empleo y el cuidado del medio ambiente. No debería sorprender que hayan resucitado argumentos en favor de políticas de sustitución de importaciones, rebautizadas ahora como “reshoring”, con las que buscarían revertir, al menos parcialmente, la internacionalización del capital, proceso que en las últimas décadas habría favorecido a países asiáticos en desmedro de los trabajadores (y la seguridad estratégica) estadounidenses.

Esta tensión entre Estados Unidos y China no debe atribuirse a la retórica efímera del “populismo” trumpista. Todos los documentos oficiales del gobierno estadounidense evidencian que se trata de una política de Estado. China se convirtió en el principal enemigo a neutralizar (y eventualmente derrotar) en las próximas décadas. En este marco, el cerco a Rusia divide el mundo en dos bloques antagónicos. El bloque occidental, liderado por Estados Unidos, abarca la casi totalidad de Europa, Japón, Corea del Sur, Israel y países de la órbita británica como Canadá, Australia y Nueva Zelanda. El segundo bloque incluye a China, Rusia y sus respectivas áreas de influencia, especialmente en Asia. A estas superpotencias, parafraseando a Borges, no las une el amor sino el espanto. Rusia deberá refugiarse en el poderío económico chino para sobrellevar las sanciones que le impone Occidente. Y China no puede dejar que los rusos sean destruidos a riesgo de quedar aislada en un futuro próximo.

La respuesta del gobierno chino a esta coyuntura puede parecer paradójica. En los últimos años se convirtió en el abanderado del libre comercio y el más firme defensor de las reglas de juego que rigieron el orden económico global en las últimas décadas. Esta estrategia es totalmente comprensible por motivos pragmáticos. La prosperidad asiática es el emergente del sistema económico internacional creado y gestionado por Estados Unidos desde la posguerra. No es ilógico que China, la gran ganadora de la globalización neoliberal, aparezca hoy como la principal defensora del statu quo económico internacional. ¿Cuál podría ser el incentivo de China para romper las reglas de un juego donde se impone con amplia ventaja? Estados Unidos, en cambio, hoy opta por desconocer, atacar y hasta destruir las reglas del orden promovido por sus gobiernos en el pasado (1). El motivo también es fácil de comprender: si Washington opta por no alterar las reglas de su propio juego, difícilmente podrá competir con las ventajas de escala, las capacidades organizativas y el poder de planificación de China.

El gobierno chino, no obstante, consciente de estas amenazas, impulsa en Eurasia proyectos de infraestructura e integración, como la “Iniciativa de la Franja y la Ruta”, con los que busca garantizar el suministro de insumos fundamentales ante la posibilidad de que pueda romperse el cada vez más frágil sistema internacional. Tiene como meta alcanzar en breve el autoabastecimiento de cereales básicos como trigo y arroz (2), al tiempo que se lanza a una carrera para consolidar la autonomía tecnológica en áreas críticas de uso militar como semiconductores, inteligencia artificial, dronificación y máquinas autónomas. Estas tendencias se agudizaron durante la pandemia, cuando se puso en evidencia el peligroso grado de interdependencia global. Si la interrupción o la simple demora en la provisión de suministros esenciales puede paralizar un país y dejarlo impotente para afrontar una crisis sanitaria, ¿qué podría esperarse de una guerra global?

Una ruptura de las “cadenas globales de valor” equivaldrá a menor producción y precios más elevados.

Algunos autores hablan de una nueva Guerra Fría. La comparación, entendemos, es desacertada, ya que considera solo los aspectos geopolíticos y pasa por alto la diferencia económica fundamental entre un período y otro. Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, la inserción de la Unión Soviética en el sistema económico comandado por Estados Unidos era mínima, tanto en términos comerciales como financieros. En los hechos, la caída de la URSS no tuvo mayores repercusiones económicas en Occidente, que vivió aquellos años con triunfalismo. El orden norteamericano y los espacios sujetos a la órbita soviética eran sistemas económicos desconectados. Nada semejante podría ocurrir si la economía china sufriese un derrumbe equivalente al soviético. China es el principal socio comercial de la mayoría de los países del mundo, acumula cifras astronómicas de reservas y títulos de deuda estadounidenses, es uno de los principales destinos de inversión extranjera directa y se transformó también en un gran inversor para muchos países. Un desmoronamiento chino derrumbaría la economía mundial.

La relación de China con la economía global se asemeja más a los vínculos que John Maynard Keynes visualizaba entre Alemania y Europa al final de la Primera Guerra Mundial en su célebre Las consecuencias económicas de la paz. Los lazos comerciales, financieros y tecnológicos que unían Alemania a Europa eran demasiado profundos, sostenía Keynes, como para destruir la primera sin hacer lo propio con la segunda. Los esfuerzos de las delegaciones británica –y especialmente francesa– por bloquear la recuperación económica alemana después de la Primera Guerra, evaluaba el economista británico, imposibilitarían la recuperación de Europa y dispararían nuevos conflictos. Como ocurriera en Europa con Alemania, la economía mundial contemporánea llegó a un punto donde difícilmente podrá prescindir de China, y mucho menos de Asia. La salida que Estados Unidos y Gran Bretaña le encontraron al laberinto europeo, luego de dos guerras mundiales devastadoras, fue transformar a Alemania en un próspero protectorado militar estadounidense en torno del cual gira la economía de todo el continente. Al día de hoy Estados Unidos mantiene más de 100.000 soldados en sus bases militares en ese país. Con Alemania bajo su control militar, Estados Unidos garantiza su dominio en Europa, el continente derrotado en la Segunda Guerra Mundial.

Pero en el siglo XXI controlar Europa no equivale ya a dominar el mundo. No debemos olvidar que el PIB combinado de las economías asiáticas hoy supera a la suma del resto del planeta (3). Las fuerzas tectónicas de la demografía, así como las capacidades estatales para ejecutar proyectos en escalas planetarias, sugieren que la economía mundial seguirá moviéndose hacia el Este de Eurasia en las próximas décadas. Dominar el Mundo exigiría la fabulosa empresa de controlar Asia. ¿Podrá Estados Unidos replicar con China lo hecho con Alemania? Un diseño geopolítico semejante sería al mismo tiempo colosal e imposible. Es temerario imaginar soluciones militares cuando las eventuales conflagraciones involucrarían armas nucleares. Aunque Japón, Corea del Sur y Taiwán tengan para Estados Unidos un estatus de protectorado equivalente al alemán, es improbable que Washington, o la propia China, puedan controlar de modo semejante a otros poderes asiáticos en ascenso y militarmente autónomos como India, Irán, Pakistán o Vietnam. Podrán conseguir aliados temporarios. Protectorados nunca; al menos sin que medien guerras de aniquilación de consecuencias imprevisibles para la humanidad.

El impacto en América Latina

¿Cuáles podrían ser las consecuencias de este escenario global para América Latina? Durante la desglobalización de la economía mundial (1914-1945), varios países latinoamericanos, por entonces conducidos por gobiernos nacionalistas de orientación desarrollista, encararon procesos de industrialización por sustitución de importaciones, buscando ganar autonomía económica en un mundo que se había cerrado. De prosperar las tendencias desglobalizadoras de los últimos años, ¿cabe esperar una salida similar?

Debemos ser prudentes antes de adelantar respuestas. Maria da Conceicão Tavares, en un texto de 1964, apuntaba que, llegado a un cierto punto del proceso de sustitución, las brechas tecnológicas, así como las escalas mínimas de producción y financiamiento, limitaban las estrategias de desarrollo centradas sólo en mercados internos (4). A esto debe agregarse el desmantelamiento de los aparatos estatales del desarrollismo luego de décadas de integración subordinada al orden financiero internacional. Es improbable que una crisis de esta magnitud vuelva a posicionar coaliciones desarrollistas con aptitudes burocráticas en el centro de la política regional. En el caso argentino, las enormes dificultades para consolidar una moneda que funcione cabalmente como dinero dentro del territorio, así como para edificar consensos mínimos en torno a ciertas políticas de Estado, no alientan el optimismo.

En el corto plazo, por lo pronto, el gobierno argentino enfrenta la difícil tarea de desconectar los precios internos de los internacionales, que venían aumentando y que se dispararon con la guerra, al menos en el caso de bienes fundamentales como alimentos. Para ello deberá apelar a alguna medida tabú como retenciones, restricciones a las cantidades exportadas o subsidios selectivos de bienes básicos. En un plazo más largo, un mundo de insumos industriales más caros e importaciones asiáticas menores por una eventual desglobalización sugiere un escenario mucho más complicado que el actual. Debe recordarse que durante las últimas décadas Asia desencadenó fuerzas deflacionarias en la producción manufacturera global y contribuyó a generar mejoras en los términos de intercambio de la periferia. Una eventual ruptura de las denominadas “cadenas globales de valor” equivaldrá a menores escalas de producción y precios de bienes fundamentales más elevados. Un principio probado de la teoría del comercio internacional desde los tiempos de David Ricardo indica que esta combinación inevitablemente viene acompañada de salarios y/o tasas de rentabilidad inferiores (5).

A las consecuencias económicas hay que agregar los efectos políticos. La polarización global profundiza las grietas internas. En este sentido, no sorprende que las derechas regionales instintivamente reaccionen a favor del bloque estadounidense, exigiendo que los gobiernos se encuadren con cualquier postura de Washington, aunque no brinde réditos evidentes y acabe, como es regla, en amores no correspondidos. Esta vocación colonial generará dificultades crecientes para una región cuya economía está cada vez más integrada a la asiática.

El mundo enfrenta un dilema. Por un lado, las consecuencias económicas de la confrontación serán cada vez más gravosas para todos. Por otro, aunque esta competencia pueda parecer irracional en términos económicos, no lo es en términos políticos, ya que el poder en este caso se mide en términos relativos, no absolutos. Si hemos de juzgar por la experiencia histórica, ningún orden económico global fue gestionado por un consorcio de países. Cuando el liderazgo británico del siglo XIX se debilitó como resultado del mayor crecimiento de las economías alemana y estadounidense, el mundo se sumergió en la barbarie de las guerras mundiales. La pregunta es si puede funcionar una economía global en un orden geopolítico multipolar.

1. https://sul21.com.br/opiniao/2022/03/guerra-da-ucrania-conjuntura-e-sistema%C2%B9-por-jose-luis-fiori/
2. www.world-grain.com/articles/15341-report-china-to-be-nearly-self-sufficient-in-wheat-rice-by-2025
3. www.weforum.org/agenda/2019/07/the-dawn-of-the-asian-century/
4. https://repositorio.cepal.org/handle/11362/1614
5. Ian Steedman y J. S. Metcalfe, “On Foreign Trade”, en I. Steedman, Fundamental Issues in Trade Theory, St Martin’s Press, Nueva York, 1979.

* Profesor de la Universidad Federal de Rio de Janeiro (UFRJ) y de la Universidad Nacional de Moreno (UNM).

© Le Monde diplomatique, edición Cono Sur

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