POLÉMICA POR LAS DECLARACIONES DE SOLEDAD ACUÑA

El problema es la inclusión

Por Patricia Davolos*
Las declaraciones de la ministra de Educación de la Ciudad de Buenos Aires, Soledad Acuña, asegurando que los jóvenes de los sectores populares que abandonan la escuela se vuelcan al narcotráfico, generaron un fuerte rechazo. El sistema educativo argentino enfrenta problemas para incorporar y retener a muchos estudiantes provenientes de los hogares vulnerables. Pero no se trata de una responsabilidad de los jóvenes sino de una desafección del Estado. Y por supuesto no es cierto que la salida sea el narcotráfico sino, en la mayoría de los casos, el trabajo para colaborar con la familia. Esta nota del Atlas de la Educación, publicado por el Dipló y la Universidad Nacional Pedagógica, analiza los déficits de inclusión del sistema educativo argentino.
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Si bien los ingresos económicos resultan una variable insoslayable para medir la pobreza, hay situaciones de desigualdad en las condiciones de vida cotidiana que pueden quedar ocultas o invisibilizadas si solo se considera la vara monetaria para determinar la vulnerabilidad de una familia. Hogares con el mismo nivel de ingresos no necesariamente gozan de igual bienestar. ¿Cuánto se transforma de un trimestre o semestre a otro la vida cotidiana de las familias al quedar apenas por arriba o por abajo, pero siempre muy próximas a la línea de ingresos establecida para separar a la población en pobres y no pobres?

Por eso, el Centro de Estudios de la Ciudad de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, en forma articulada con la Cátedra de Estudios Sociodemográficos de la Carrera de Trabajo Social de la misma universidad, desarrolló un índice multidimensional –que toma otras variables alternativas a los ingresos  a la hora de medir la pobreza– para determinar cuánto impactan las asimetrías socioeconómicas en el acceso a los diferentes niveles educativos en la población.

De acuerdo al Índice de Variación en el Bienestar Material de los Hogares –que, entre otros factores, pondera la calidad de la vivienda y el acceso a servicios básicos, la participación laboral de la familia, las características del entorno territorial y la educación del grupo de convivencia–, la población más joven en nuestro país está concentrada en los hogares más bajos de la estratificación social. El 68% del total de los niños, niñas, adolescentes y jóvenes de entre 3 y 24 años de los principales centros urbanos de Argentina proviene  de hogares con algún déficit importante relativo a las dimensiones tomadas en consideración. La combinación de déficits o privaciones en estas dimensiones hace que esa cifra se reparta entre un 32% que pertenece a hogares en situación crítica con déficits severos y otro 36% que pertenece a hogares considerados vulnerables, con frágiles soportes para sostener lo alcanzado.

En la actualidad, el 23% de los chicos y las chicas de entre 3 y 24 años está afuera del sistema educativo y ese porcentaje está ubicado, sobre todo, en los hogares de la estratificación más baja.

Entre los niños y niñas más pequeños es donde se registran los obstáculos más importantes para su escolarización. En la franja etaria que va de los 3 a los 5 años, sólo asiste a la escuela el 75% de los chicos, y si nos restringimos a aquellos de entre 3 y 4 años, este porcentaje se reduce al 65%. En el otro extremo, observamos que a partir de los 15 años comienza un proceso que se agudiza con mucha mayor fuerza a partir de los 18 años, donde se conjugan quienes abandonaron y no finalizaron el ciclo secundario obligatorio junto a aquellos otros que egresaron del ciclo secundario pero no continuaron con estudios superiores. Por lo tanto, vemos que de una asistencia al sistema educativo superior al 98% entre los 12 y 14 años, se desciende al 91% entre los adolescentes de 15 a 17 años y, más abruptamente, al 47% entre los jóvenes a partir de los 18 años.

La caída de la asistencia escolar de los jóvenes entre 18 y 24 años impacta en su desarrollo social y económico.

Pero las exclusiones del sistema educativo no son parejas entre estratos sociales en ninguno de esos subconjuntos. Entre los niños y niñas de entre 3 a 5 años vemos que la asistencia del estrato más acomodado es casi del  86%, mientras que se reduce al 68% para los que provienen de los hogares en situación crítica, y a menos del 55% si tomamos sólo a aquellos de 3 y 4 años de ese mismo estrato.

Entre los 6 y 14 años la asistencia es cercana al 100% y sin diferencias significativas entre estratos sociales. A partir de los 15 comienzan nuevamente a segmentarse las trayectorias de inclusión, si observamos sobre todo lo que ocurre con quienes provienen de los hogares críticos. En este último estrato la asistencia se reduce al 81%, frente al 97% de asistencia que registran los adolescentes que provienen tanto del estrato medio como del medio alto.

En la franja que va de los 18 a 24 años, cae significativamente la asistencia para el conjunto de jóvenes de nuestro país, con el impacto que supone en sus oportunidades de desarrollo personal, social y económico. Pero si bien la caída es importante para todos los niveles sociales, los desequilibrios se profundizan en forma significativa de acuerdo a la posición de los jóvenes en la escala social. Mientras que el porcentaje de asistencia es del 71% en el estrato más alto y de 68% en el medio, en el vulnerable la asistencia cae al 48% y no llega a alcanzar el 30% para los y las jóvenes del sector crítico.

Entre aquellos que asisten a un establecimiento educativo, ¿cómo se reparte esta asistencia entre establecimientos de gestión pública y privada en cada estrato? El 89% de los estudiantes provenientes de hogares en situación crítica concurre a establecimientos públicos, al igual que el 77% de los que integran el estrato vulnerable y el 59% de los que pertenecen al estrato medio. La cifra desciende, en el caso de los miembros de hogares del sector medio alto, al 42%. Estos datos revelan un fuerte indicio del proceso de estratificación social entre escuela pública y privada.

Géneros y territorios 

Los distintos comportamientos entre varones y mujeres son relevantes y se manifiestan de manera temprana, sobre todo si se observan los dos extremos de la estratificación. La asistencia a la escuela de los varones a partir de los 15 años desciende al 78% en el estrato crítico frente al 96% de asistencia existente en el estrato medio alto. Para las mujeres esta brecha se manifiesta en un 87% de asistencia para las que provienen de hogares críticos frente a un 98% de las del estrato medio alto.

Como señalamos, la asistencia desciende más abruptamente a partir de los 18 años, caída muy desigual entre los estratos sociales. En el estrato medio alto la asistencia disminuye al 70% para los varones y al 72% para las mujeres. En el estrato crítico, a su vez, la asistencia de los varones apenas alcanza el 24% y la de las mujeres el 36%.

En definitiva, si bien el sistema escolar muestra una mayor retención de las mujeres que de los varones, la desigualdad entre los sexos resulta una experiencia sobredeterminada por el estrato social. Cuanto más bajo el estrato social, tanto más pronunciada es la brecha entre estudiantes varones y mujeres. De esta manera, en el estrato crítico, en la franja que va de 15 a 17 años, la diferencia entre los géneros es de 9 puntos porcentuales (p.p.) a favor de las mujeres, y en la franja de 18 a 24 años se amplía a 12 p.p. Mientras tanto, en el estrato más alto la brecha entre varones y mujeres se achica a solo 2 p.p. para ambas franjas etarias.

El lugar de residencia tiene efectos propios vinculados a cómo se corporizan las políticas públicas en los territorios. Los estilos de gestión, la accesibilidad de las poblaciones a las instituciones, la cobertura de servicios e infraestructura son algunas de las variables de orden local que imponen más restricciones o, por el contrario, levantan barreras entre estratos sociales.

La mayor escolarización convive con profundos desniveles socioeconómicos en el punto de partida.

Para realizar este ejercicio, se dividió a los hogares en cinco regiones educativas. Si bien CABA forma parte de la región Centro, se la incorporó también en forma separada. Dado que históricamente presenta los mejores indicadores sociales del país, resulta de interés visualizar las brechas o asimetrías que establece con otras regiones.

En efecto, CABA presenta un porcentaje de asistencia del 98% para los adolescentes y jóvenes de entre 15 y 17 años, lo que la posiciona por encima de todas las regiones del país. A la vez, la brecha de asistencia escolar entre el estrato más bajo y el más alto es la más estrecha de todas las regiones: 4 puntos. Es decir, logra también para esta franja de edad acercarse al 100% y esto la distancia del resto del territorio nacional.

Las regiones NEA, NOA y Centro presentan los niveles de asistencia más bajos para esta franja etaria (90%), siendo NEA la región que presenta las mayores brechas de desigualdad entre el estrato crítico y el medio alto, cercanas a 23 p.p.

La situación de los jóvenes entre 18 y 24 se agrava en todo el país, con una asistencia de sólo el 47% del total. Nuevamente CABA es la región que presenta los niveles más altos de asistencia (66,7%). De todas formas, en el distrito más rico de Argentina, el nivel de asistencia en el estrato crítico para esta franja desciende al 39%, estableciendo una brecha de 40 p.p. con el estrato medio alto, y mostrando aquí niveles de desigualdad que no se alejan demasiado de lo que sucede en el resto del país.

En definitiva, el aumento en el acceso y la mayor retención de estudiantes producida en nuestro país de generación en generación convive con la persistencia de profundos desniveles socioeconómicos en el punto de partida. Estas diferencias de origen se  articulan con desigualdades de género y territoriales que perfilan las formas de acceso y desarrollo de las trayectorias de escolarización.

Estos datos resultan contundentes para discutir la Argentina actual, la realidad de la educación, de los establecimientos públicos y de las formas de intervención de las políticas estatales en particular: dos tercios de la población entre 3 y 24 años proviene de hogares en situación crítica o vulnerable tomando en cuenta dimensiones que hacen al bienestar básico de un hogar. El estrato crítico agrupa al conjunto de hogares con déficits más agudos y concentra las exclusiones más significativas. Pero quienes pertenecen a hogares vulnerables resultan verdaderos equilibristas que viven bajo la amenaza permanente de caer. Frente a los riesgos que imponen coyunturas desfavorables del mercado laboral, sus soportes resultan escasos y frágiles para mantener lo conseguido.

 


Este artículo forma parte de El Atlas de la educación publicado junto con la Universidad Pedagógica Nacional. Más información

* Docente Investigadora Adjunta. Investigadora del Observatorio Educativo de la UNIPE.

© Le Monde diplomatique, edición Cono Sur

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