“Hoy estamos en presencia de una elite que se autoperpetúa en el tiempo”
Arranquemos por este concepto, que es una de las bases de tu libro. ¿Qué significa un capitalismo meritocrático liberal?
Para responder eso, lo mejor es separar el concepto en dos partes, porque por un lado tenemos el componente liberal, que obedece a cuestiones de la esfera política y, por otro, el capitalismo, vinculado con la organización económica de la sociedad. Arranco por este último, que me parece lo más adecuado a los fines expositivos.
Defino capitalismo de la manera en que lo hacían Marx y Weber, es decir como un sistema donde la mayoría de la producción se realiza por el sector privado, donde ese capital contrata fuerza de trabajo libre (desde el punto de vista jurídico) y cuya coordinación está descentralizada.
Los términos meritocrático y liberal provienen de las definiciones de diversas formas de igualdad que John Rawls expone en su libro, Teoría de la justicia. Así, la igualdad meritocrática alude a un sistema donde el nivel de ingreso de las personas y el lugar donde se ubican en la pirámide de distribución del ingreso depende exclusivamente de su talento y dedicación. Esto es, no existen obstáculos legales que impidan a los individuos alcanzar una determinada posición en la sociedad. Pero, por otro lado, admite la total transmisión de la riqueza de una generación a la otra.
La igualdad liberal, en cambio, es más equitativa porque corrige, en parte, la transmisión de dicha riqueza imponiendo elevados impuestos a las herencias e incluye la educación gratuita como mecanismo para igualar oportunidades, y por ende reducir la transferencia intergeneracional de ventajas y privilegios.
Con lo cual, este sistema plantea la cuestión de cómo se producen y se intercambian los bienes y servicios (“capitalismo”), cómo se distribuyen éstos entre los individuos (“meritocrático”) y cuánta movilidad social existe (“liberal»).
En tu libro identificás una serie de transformaciones que sufrió este sistema en las últimas décadas. En particular, me llamó mucho la atención el surgimiento de lo que vos denominás “homoplutía”.
Sí, eso para mí es uno de los grandes cambios que tuvo lugar en los últimos años. En las sociedades de mediados del siglo pasado, cuando uno analizaba el estrato del 10% más rico de la población, se encontraba con rentistas y propietarios de grandes explotaciones industriales, es decir, individuos que no estaban contratados por nadie y que, por lo tanto, su ingreso no provenía del trabajo. En la actualidad un porcentaje significativo de ese 10% son personas que ocupan cargos directivos en grandes empresas, se dedican a la medicina, a ramas vinculadas con la tecnología, o a otras profesiones por las que reciben un salario a cambio de sus servicios. Estas mismas personas, ya sea por herencia o porque han ahorrado el dinero suficiente a lo largo de su vida laboral, acumularon una elevada cantidad de riqueza que se encuentra invertida en activos financieros que generan una renta y que se complementa con sus ingresos.
Al analizar los datos para Estados Unidos, se observa que en 1980 solo el 15% de los individuos incluidos en el decil más alto de la escala por su renta del capital ocupaba también el decil más alto de la renta del trabajo, y viceversa. Ese porcentaje se duplicó en los últimos treinta y siete años.
Y ahí aparece otra cuestión muy importante que vos estudiás en tu libro, que es lo de los casamientos entre estas mismas personas dentro del 10% más rico.
Sí, me alegra que hayas mencionado esta cuestión, porque junto con la homoplutía son los dos temas a los cuales le vengo prestando particular atención luego de publicar el libro. Lo interesante de estos dos elementos es que, si los tomamos de manera individual, no parecen ser cambios negativos para la sociedad, pero al combinarlos aportan nuevas causas para explicar el aumento de la inequidad.
La homoplutía lleva a una menor estratificación social, es decir que, a diferencia del pasado, hoy no tenemos esa división tan tajante entre la clase trabajadora y la empresarial. Por otro lado, el hecho de que en la actualidad se observe que se incrementaron los casamientos entre personas del 10% más rico es el resultado del mayor acceso por parte de las mujeres a mejores niveles de educación y mayor inserción laboral en puestos mejor remunerados. Por ende, cada una de estas cuestiones tomadas de manera individual son positivas para la sociedad. Es más, esto también refleja mayor libertad para elegir a tu pareja.
No obstante, esto también se traduce en una tendencia a elegir una pareja con un nivel de educación y de ingresos similar, y esto contribuye al aumento de la inequidad en la distribución del ingreso. En la década del 50 los hombres tendían a contraer matrimonio con mujeres de un estatus similar al suyo, pero cuanto más rico fuera el marido, menos probable era que la mujer trabajara y que tuviera sus propios ingresos. En la actualidad, los hombres más ricos y con mayores niveles de educación suelen casarse con mujeres de similares ingresos y nivel educativo, que mantienen su trabajo. Por ende, hoy en esos hogares tenés dos fuentes de generación de ingreso muy elevadas (cuando en el pasado tenías una sola). Alrededor de un tercio del aumento de la desigualdad en Estados Unidos entre 1967 y 2007 puede explicarse por este “emparejamiento selectivo”.
Los hombres más ricos y con mayores niveles de educación suelen casarse con mujeres de similares ingresos y nivel educativo, que mantienen su trabajo. Por ende, hoy en esos hogares tenés dos fuentes de generación de ingreso muy elevadas…
Los elementos mencionados sirven para entender los mecanismos que generan desigualdad en un momento dado, pero en tu libro vos identificás un proceso de aumento de inequidad que se transmite de generación en generación, ¿no es así?
Sí, yo creo que la parte dinámica de este proceso es sumamente relevante, porque si partís de la homoplutía y del emparejamiento selectivo, y eso lo combinás con la sustancial suma de dinero que estas parejas invierten en sus hijos/as en términos de educación, se observa una transmisión de esas ventajas de una generación a la otra. Para tener una idea, Daniel Markovits en su libro The Meritocracy trap (La Trampa de la meritocracia) estima que una pareja gasta entre 5 y 10 millones de dólares en dicha formación. Lo que sucede es que esa inversión les permite acceder a las mejores escuelas y universidades, y eso a su vez luego les permite acceder a mejores puestos de trabajo y a ingresos más elevados.
Y a todo eso hay que sumarle también otro componente que es el de la inequidad en la generación de riqueza.
Una de las motivaciones detrás del libro era identificar las fuerzas que pueden llevar a la creación de una elite que se autoperpetúe en el tiempo. Dentro de ese proceso, otro elemento clave es la diferencia en los rendimientos sobre la riqueza acumulada. A grandes rasgos, la riqueza se acumula en activos financieros y en inmuebles. El 5% más rico de la población mantiene la mayoría de sus ahorros en activos financieros. Esto no significa que no tengan grandes casas cuyo valor de mercado es sumamente elevado, pero en relación al total de su riqueza representa una parte menor. En cambio, para el resto de la población con capacidad de ahorro, su vivienda representa la mayor parte de su patrimonio.
Al estudiar qué sucedió con el rendimiento promedio en estos dos tipos de activos se encuentra un canal adicional de aumento en la inequidad. Durante los treinta años transcurridos entre 1983 y 2013, las familias estadounidenses con mayor patrimonio se enriquecieron más porque los activos financieros dieron mayores beneficios que la vivienda. La rentabilidad media anual (en términos reales) de los activos financieros fue del 6,3%, mientras que la de la vivienda fue de un mero 0,6%.
Todavía más, si tu vivienda es el principal activo de tu patrimonio, si bien el aumento del precio genera un “efecto riqueza» en términos de la valuación del activo, en la realidad eso no se traduce en un mayor ingreso, dado que no genera intereses, mientras que, para el caso de los activos financieros, sí.
Y ahí aparece el último eslabón de todo este proceso, la capacidad de esta elite de modificar las leyes y regulaciones a su favor.
Ese punto es crucial, el control del proceso político. Por medio de la financiación y los aportes de campaña, esta elite logra controlar buena parte de la agenda política. Básicamente lo que sucede es que el dinero de estas personas va a los candidatos que apoyan sus intereses.
El control político es un componente indispensable para la existencia de una clase alta que logra mantenerse en el tiempo.
Distintos trabajos de los politólogos Martin Gilens, Benjamin Page, Christopher Achen y Larry Bartels han proporcionado por primera vez en la historia la confirmación empírica de que los ricos tienen más peso político y de que el sistema estadounidense ha pasado de ser una democracia a ser una oligarquía. Para tener una idea del volumen de dinero, en las elecciones estadounidenses del 2016, el 0,01% de los más ricos aportó el 40% del total de los aportes de campaña. Otra cuestión que también se encuentra en estos trabajos es que es mucho más elevada la probabilidad de que en las cámaras se discutan y se legisle sobre los temas de interés para los estratos más ricos, como por ejemplo reducciones en las alícuotas más elevadas del impuesto a las ganancias o menores regulaciones sobre las empresas, que aquellos temas que más interesan a los sectores medios y bajos. De esta manera, el control político es un componente indispensable para la existencia de una clase alta que logra mantenerse en el tiempo.
Otra cuestión que me resultó sumamente interesante es la parte donde destacás la potencia discursiva que tiene esta nueva fase del capitalismo. Por ejemplo, resulta muy difícil ir contra la idea del mérito o de que las mujeres tengan una participación mucho más activa en el mercado laboral. Parafraseando a Gramsci, este sistema además domina el sentido común.
Sí, ciertamente es así. Y no solo con estas cuestiones, sino también, por ejemplo, con el tema de los impuestos o con la negativa a aumentar el gasto en inversión educativa. Las personas más adineradas utilizan cada vez menos la educación pública, entonces su razonamiento es que no deberían pagar cada vez más impuestos por algo que no utilizan. Esto lleva a que se reduzca la calidad del sistema educativo público, reforzando su razonamiento. De esta manera se genera una “profecía autocumplida” que se vuelve muy difícil de combatir.
Pasemos a la otra parte de tu libro, donde analizás y comparás el sistema “meritocrático liberal” con el “capitalismo político” que tiene China.
Sí, en realidad tomo como ejemplo a China por ser el caso paradigmático, pero hay varios países más que también podrían agruparse dentro de este sistema. Estos casos no solo encajan dentro de este sistema, sino también en su génesis. En el libro analizo cuál fue, desde mi perspectiva, el rol global e histórico del comunismo. En este sentido, para mí el comunismo fue una herramienta que le permitió a los países subdesarrollados y a las colonias librarse de sus colonizadores y de la estructura semifeudal de sus sociedades. Esto permitió a China llevar a cabo una transformación de todo el sistema político y económico, que también se podría denominar “capitalismo estatal”.
En el libro muestro varias estadísticas que respaldan esta afirmación, sobre todo el hecho de que hoy en China se encuentra vigente un modo de producción capitalista, pero donde el Estado tiene un rol protagonista. Esto significa que en China el Estado tiene autonomía, algo que no sucede en los países occidentales. Siendo muy simplista, el punto sería que en los países occidentales el Estado se encuentra controlado por la clase alta adinerada, o la burguesía, mientras que en China tiene autonomía. Esto no es necesariamente algo positivo, sabemos que existen serios problemas de corrupción, pero lo dota de una capacidad de acción e intervención en la economía mucho más rápida y efectiva.
¿Y cuáles son las tensiones que notás en este sistema? ¿Son las mismas que en los países occidentales?
No, no creo que sean las mismas. En China la tensión más grande se encuentra entre la necesidad de tener una burocracia eficiente pero que al mismo tiempo se rija por la ley. En el capitalismo político (y acá podemos incluir a Rusia), la ley se aplica de manera discrecional. El Estado puede utilizar la ley a favor –o en contra– de un determinado grupo económico, por ejemplo. Eso incentiva la corrupción, porque la manera de evitar que el Estado tome medidas en tu contra es a través de sobornos o cuestiones por el estilo. Con lo cual, la corrupción es inherente al sistema.
Haciendo un paralelismo, es similar a la manera que tiene la clase adinerada en los sistemas meritocrático liberales para manipular el sistema a su favor. La corrupción en estos países es menos evidente porque se lleva a cabo como parte del sistema, mientras que en China es mucho más manifiesta porque indefectiblemente tenés que sobornar a políticos para obtener un beneficio a cambio.
Volviendo al sistema meritocrático liberal, ¿se puede replicar esta categorización para los países latinoamericanos como Argentina?
No creo que en estos países se observe la misma dinámica. Justamente Argentina me parece el mejor ejemplo para mostrar por qué acá no creo que se aplique. El punto es que en estos países se observa una muy elevada inequidad que es estructural, y que, sobre todo para el caso argentino, no responde a otros clivajes (como puede ser en Europa el tema étnico o en Brasil por el color de piel). Por ende, Argentina es un caso muy “puro”, donde veo una inequidad muy elevada en la distribución del ingreso, que es la raíz de los ciclos políticos y económicos que se observan desde mediados del siglo pasado, o incluso antes, entre gobiernos de izquierda y de derecha. Ahora bien, la pregunta entonces es cuándo y cómo se termina con este ciclo. En mi opinión, esto se termina cuando se logran niveles de ingreso más elevados que permiten reducir la inequidad de manera permanente.
¿Y cómo se logra romper con estos ciclos?
Yo creo que las diferencias entre las preferencias políticas y los partidos en países como Argentina son muy grandes, precisamente porque la estructura subyacente es muy inequitativa. Si tenés dos grandes grupos sociales muy alejados entre sí, eso te va a llevar a que las políticas económicas que reclamen y que sean las que representen a sus partidos políticos también estén muy alejadas. En cambio, cuando la distribución del ingreso es más equitativa, los grupos –o clases– sociales se asemejan más entre sí y eso se refleja en políticas públicas menos alejadas entre las distintas facciones políticas.
Con lo cual, una manera de romper con estos ciclos es teniendo un gobierno (o varios) que se mantenga en el poder por un tiempo suficiente, digamos 20 años, y que logre un crecimiento sostenido de la economía, combinado con políticas que lleven a una reducción permanente en la inequidad. Esta transformación socioeconómica permitiría acercar los polos, logrando que en la alternancia política no se observen cambios tan bruscos en las políticas económicas.
¿Y cuál creés que debería ser la agenda, en términos de políticas económicas, para lograrlo?
Yo creo que la base de esas políticas debería aspirar a lograr la igualdad de oportunidades, ese debería ser el eje orientador de las políticas. Esto significa equiparar las probabilidades de “ascender” en la pirámide social, que todas las personas tengan las mismas posibilidades, algo que hoy evidentemente no sucede. La igualdad de oportunidades llevaría a la reducción de la inequidad en la distribución del ingreso.
Pero acá también se presenta otro círculo vicioso porque, como vimos, la (inequitativa) distribución del ingreso afecta las probabilidades de acceder a mejores sueldos. Entonces, para lograr eso, hay que arrancar corrigiendo las disparidades actuales con impuestos a la riqueza, a la herencia o a los altos ingresos. No obstante, no hay que quedarse solo con los impuestos, porque son una herramienta limitada y que causa mucha resistencia en la sociedad, obviamente en las personas más adineradas, pero también en la clase media. Por eso debería ser complementado con otras políticas, como por ejemplo una elevada inversión en educación pública o la regulación del financiamiento de las campañas electorales (esto en particular para el caso de Estados Unidos). Respecto de la educación, y pensando en países de ingresos medios y altos como Argentina, la cuestión primordial no es tanto el acceso a la educación, sino lograr una mejor calidad e igualar la retribución que obtienen las personas de igual nivel educativo. Hoy en día las desigualdades salariales no se deben solo a diferencias en los años de escolaridad (es más, éstas se vienen achicando sostenidamente), sino también a la diferencia en la calidad de las escuelas y las universidades, públicas y privadas. Por lo tanto, el gasto en inversión pública no solo requiere asegurar el acceso de toda la población, sino elevar la calidad de la educación pública al nivel de la privada.
* Economista y docente.
© Le Monde diplomatique, edición Cono Sur