ENTREVISTAS DIPLÓ | ÍNIGO ERREJÓN

“Necesitamos una alianza de los débiles”

Por Federico Vázquez*
Íñigo Errejón

En Argentina hubo un primer optimismo de pensar que la pandemia nos iba a mejorar, algo así como “de esta salimos mejores”. Después vino la gestión mundial de las vacunas, con toda la desigualdad que generó. El primer mundo vacunándose y el resto mirando: una especie de reafirmación de la lógica con la que funciona el mundo. También en términos más cotidianos de la vida, con el teletrabajo como otra forma más de precarización, la porosidad entre los horarios laborales y los de descanso, la imposibilidad de las protestas callejeras… En fin, un resultado negativo. Entonces, ¿pensás que la pandemia puede tener un saldo positivo para la agenda del progresismo, de la izquierda?

Aquí hemos hecho muchas bromas con eso del optimismo del primer momento, sobre que saldremos mejores o más juntos, pero no creo que fuera solo ingenuidad. No lo dijimos solo porque en algún momento se apoderó de nosotros una sensibilidad naif. Creo que la raíz de que tuviéramos ese pensamiento se debe a que después de largas décadas, desde la contrarrevolución de la derecha neoliberal de los finales de los 70 y principios de los 80, estaba tan destruida la idea de comunidad y la idea de bien común. [..] que de pronto, aunque solo sea por un evento de salud pública, reaparecen en la discusión política términos y valores que un mes antes eran socialistas.

¿Cómo cuáles?

De repente el Estado puede decidir qué trabajos y qué empresas son esenciales. Eso no lo decide la rentabilidad, ni el mercado y no lo deciden los consumidores. De repente existe algo así como el interés general, y postular que las sociedades tienen objetivos comunes no es ser un totalitario, es simplemente querer que nos salvemos. Por tanto, de repente el individuo no es un sujeto único. El individuo caprichoso, que tiene tantos derechos como mercancías pueda comprar, no es el sujeto único de la política pública ni de la discusión; sino que asumimos que somos una sociedad, no un conjunto de individuos. […] Eso, 15 días antes de la pandemia, era poner en suspenso algunos de los valores más duros del neoliberalismo doctrinario. “Oiga, ¿quién es usted para decirme que hay actividades más importantes que otras?”, “quién es usted para decirme que yo, como individuo, me tengo que preocupar más por la seguridad que por la libertad?”.

[…] En Europa la última vez que eso se conoció fue en los esfuerzos de la Segunda Guerra Mundial, cuando incluso gobiernos de signo conservador aplicaban políticas que en otro caso habrían sido casi socialistas, para salvar la nación, para asegurar el suministro de armas, para garantizar la cohesión social, para evitar los conflictos internos. […].

¿Cuál es la discusión hoy? Lo que está en disputa hoy es si esa especie de comunitarismo y neokeynesianismo del momento de la crisis fue exclusivamente porque teníamos miedo o puede ser la pauta de la vida a partir de ahora en la nueva normalidad. Porque no hay nada nuevo en que los capitalistas adopten formas o se acerquen a formas de regulación cercanas al socialismo en momentos de miedo o de guerra. Eso siempre lo han hecho en realidad.

Lo que está en disputa hoy es si esa especie de comunitarismo y neokeynesianismo del momento de la crisis fue exclusivamente porque teníamos miedo o puede ser la pauta de la vida a partir de ahora en la nueva normalidad.

La pandemia, como una guerra, eventualmente va a terminar, o al menos estamos obligados a pensarlo. En la pospandemia, como en aquella posguerra, ¿ves alguna similitud como momento propicio para las políticas públicas de Estado de Bienestar?

Hay dos elementos que nos invitan a ser muy escépticos […]. De la guerra mundial en Europa Occidental se sale al menos con cuatro condiciones que hoy ya no se tienen. Una: el movimiento obrero era muy fuerte. El movimiento obrero sale con partidos y, sobre todo, sindicatos muy fortalecidos, tanto por las condiciones laborales y el modo de producción fordista, como, sobre todo, porque se había organizado e implicado de forma decisiva en la derrota de las fuerzas fascistas o nazi-fascistas. […]. Dos, está la Unión Soviética, que no es en absoluto un modelo de socialismo ni de democracia ni de libertad, pero sí es una contraparte que hace que las clases dominantes de los países de Europa Occidental piensen que les sale más barato pactar que confrontar. Y esto seguramente es el tercer elemento: el pacto social de posguerra no es un pacto de redistribución, en el sentido de que lo que ganan las mayorías populares se lo quiten a las oligarquías. Es un momento en el que las oligarquías ganan un poco menos, pero ganan mucho. ¿Cómo es que ganan mucho los trabajadores y los patronos? Pues porque se lo cargan al Sur y al medioambiente, claro. Eso lo pagan las externalidades no pagadas en el medio ambiente, que se le carga a la cuenta de la tierra que parece que es infinita. Y esa es una drástica novedad para hoy en día, que sabemos que no solo esa cuenta no es infinita, sino que amenaza nuestras condiciones de vida en el planeta Tierra. […].

Ahora bien, hay dos elementos que sí, y yo sé que es una respuesta contradictoria. Una es, ciertamente, la presidencia de Biden, que era el candidato más moderado de los demócratas y gana sin mucha grandilocuencia de transformación social. Gana con postulados bastante mainstream , y sin embargo lo primero que dice es que se va a comprometer a llevar al G7 –y el G7 lo ha adoptado– una tasa impositiva del 15% mínimo real para las grandes corporaciones. Bueno, yo pertenecí de joven al movimiento anti-globalización, con el que recorríamos las contracumbres, y cuando decíamos esto nos tiraban gases lacrimógenos. De repente Biden, que es un moderado, lo sostiene. Yo creo que los sectores capitalistas más avanzados, intelectualmente más desarrollados, han entendido que necesitan mayor cohesión social y Estados un poquito más fuertes para que sus negocios sigan siendo productivos, sigan rindiendo beneficios. Y esto es importante notarlo, porque mayor presencia del Estado no significa mayor beneficio para los sectores populares. Que el Estado sea más grande no significa que la correlación de fuerzas necesariamente sea mejor para los más pobres. Significa que es necesaria una intervención pública mucho mayor para que las sociedades se sigan manteniendo y para que las posibilidades de hacer negocio sigan siendo prometedoras. Ahora bien, si bien más Estado no significa que estemos en sociedades más democratizadas, más Estado sí que abre la posibilidad a que esa discusión la demos. Si aceptamos, por ejemplo, que el Estado necesita tener más capacidades para regular la salud pública, estamos más cerca de la discusión de que el Estado necesita garantizar la salud a todos sus ciudadanos, o de que el Estado necesita garantizar, igual que la salud, las pensiones o la educación. O que si el Estado tiene que ser más grande, por ejemplo, para tener mucho músculo financiero para comprar vacunas, por ejemplo, también lo tiene que ser para tener laboratorios públicos o para tener una política de ciencia e investigación de largo recorrido que le garantice que tiene soberanía tecnológica, que se sabe adelantar a los problemas.

Ciertamente los retos que nos plantea el cambio climático –no a futuro sino ya– hacen necesario un tamaño, una dimensión, una fuerza y una presencia pública del Estado muchísimo mayor. Para garantizar que el agua llega, para garantizar la sostenibilidad de la agricultura, para garantizar y cuidar la salud de los ciudadanos, para garantizar el suministro energético, para intervenir en los precios de la energía para que las industrias sigan siendo rentables, para frenar las zonas de calor o las zonas de frío y cómo afectan a las poblaciones. Es decir si, a su pesar, los capitalistas han tenido que echarse en brazos del Estado para enfrentar al COVID, para pasar este tiempo, solo ha sido el ensayo general de una transformación mucho más grande que es el cambio climático. […]

Otra idea que venís sosteniendo en el último tiempo tiene que ver con la necesidad de una vida más lenta, la necesidad de un horizonte “conservador” incluso, ver la vida de las personas en un plano de cercanía. El primer Podemos hablaba de “la casta”, o de invocaciones más de la izquierda clásica, de repente esta agenda de la cercanía y de la ecología se vuelven muy presentes en tu partido, Más Madrid. ¿Se trata de una táctica o una estrategia? ¿Son más “moderados”? ¿Te pusiste a leer nuevos debates o con qué tiene que ver eso?

Esto nunca me lo han preguntado y siempre me ha extrañado por qué, así que te agradezco que me lo preguntes. Sí, las tres cosas.

Empiezo por la táctica. España hoy no vive un momento populista, y sí que lo vivía entre el 2011 y enero de 2016. Fijo el 2011 por ser el inicio de las protestas de los Indignados. Y 2016, es decir, hasta que los errores del primer Podemos, y también de otros, fuerzan una repetición electoral en la que Podemos decide, y yo me opuse pero acepté la decisión mayoritaria, concurrir con la Izquierda Unida y el Partido Comunista en una coalición de partidos de izquierdas. Una decisión que le cuesta a Podemos un millón de votos. Yo creo que entonces se cierra el breve ciclo populista español. Y uno no hace las interpelaciones igual cuando el clima de su país es “que se vayan todos” que cuando el clima de su país tiene mucho más que ver con, a veces, demandas más individuales o una relación más alejada o más cínica con la política.

A veces he jugado con la idea de los tiempos cálidos y los tiempos fríos. En los tiempos cálidos casi nadie confía en las instituciones, pero hay una implicación popular mucho mayor, las cosas van mucho más de prisa y hay como una épica y un lazo afectivo que tiene mucho más que ver con el sujeto “pueblo” que con el sujeto “ciudadanía”. Y en los tiempos fríos la gente tiende a volver a casa, a dedicarle más tiempo a las cuestiones privadas que a las públicas, y actúa más bien como ciudadano individualizado por las instituciones y no como pueblo. Claramente en España entre 2011 y finales de 2015 vivimos un momento cálido, un momento populista. Nuestro fracaso en transformar eso en un cambio de gobierno y en una transformación de la vida cotidiana y la apertura de un proceso constituyente en España provocó que la marea bajara. Y cuando la marea bajó, el clima político se enfrió en nuestro país. Y uno no le habla a su país de la misma manera cuando el clima cambia drásticamente. Un revolucionario no es alguien que siempre dice “revolución”, sino alguien que tiene la propuesta más avanzada para lo que admite el momento.

Un revolucionario no es alguien que siempre dice “revolución”, sino alguien que tiene la propuesta más avanzada para lo que admite el momento.

En ese caso, esto sería a favor de la tesis de la moderación

Bueno, digamos que eso sería una adaptación. Uno cambia como cambia el país, pero eso no significa que uno renuncie a sus valores. Tampoco significa que uno se disfrace. Nosotros consideramos que es más radical dar tres pasos con nuestro pueblo que dar veinticinco pasos solos.

Hoy hablamos del tiempo de trabajo, de la salud mental, del aire que respiras, de si el transporte llega o no llega, de la escuela, del ambulatorio, del centro de salud; que son cosas muy concretas, materiales, muy de la vida cotidiana.

Cuando tú me escuchabas en el 2014, yo parecía que le estaba hablando a masas que estaban ya marchando en la calle. Cuando tú me escuchas en el 2021 parece más que estoy conectando con una épica de tu vida cotidiana. Individual. No en el sentido individualista. No es que yo los separe, pero nuestra interpelación habla más de cosas de la vida cotidiana que de grandes horizontes épicos para las masas.

Hay un cambio estratégico. Creo que estaba demasiado latinoamericanizado, incluso en el léxico.

En España hay dos modos de agruparse y dos modos de comportarse en el espacio público: como pueblo y como ciudadano. Las derechas creen que son contradictorios. Yo no creo que sean contradictorios, pero sí que son dos momentos. Hay un momento, más cálido, más afectivo, de expectativas más altas, de más confianza en la capacidad de la gente sencilla y de menos confianza en el funcionamiento institucional, de menos delegación, en el que la gente irrumpe como pueblo; pero en España prima el componente ciudadano. ¿Por qué prima el componente ciudadano? Porque las instituciones regulan exitosamente los aspectos de la vida cotidiana de tal manera que, si tú te quedas sin luz en tu calle, es mucho más fácil que llames por teléfono a la compañía eléctrica o pongas un tuit o llames a la televisión o a la radio para que se haga un escándalo con que no hay luz, antes de que te organices con tus vecinos para que se arme una protesta para que se restablezca. Creo que, en general, a mayor desarrollo del Estado y de la individualización que llevan consigo aparejado los procesos de mercantilización, más componente ciudadano y menos componente popular hay. Y, por tanto, no en los momentos álgidos en los que estamos de subida, sino en los momentos de bajada en los que el clima político se enfría, hay que hacerse cargo de ese componente ciudadano y cívico que a veces no quiere protagonizar una gran revolución, sino que tan solo quiere que le solucionen las cosas. […]

La tercera cosa es, drásticamente, que he estudiado. No digo “estudiado” como que me he dado cuenta de cosas que los otros no. Digo que no tuve nada de tiempo para leer durante el primer Podemos. Luego vamos a la Asamblea de Vistalegre II, en el Segundo Congreso, en el que chocan las tesis de Pablo, más izquierdistas tradicionales, y las mías más nacional-populares, y las nuestras son derrotadas. Ellos sacan un 45% y nosotros un 33%. Lo cual, en una formación de tipo muy caudillista se convierte en un 100 a 0. ¿Por qué te cuento eso? Porque eso significa que yo me paso casi 2 años en una especie de ostracismo interno. Dos años en los que mi papel en la política es mucho menor. Soy diputado en el Congreso Nacional pero no hablo. En el congreso español los diputados no pueden hablar cuando quieren, hablan si les deja el jefe de grupo. […]

Cuando te pones a estudiar en serio, cambias cosas. Y unos amigos me piden que le haga un prólogo a un librito sobre el cambio climático, que se llama Qué hacer en caso de incendio [Héctor Tejero y Emilio Santiago, Capitán Swing] es curioso porque yo ahí doy una especie de giro de 360°. Mis padres eran maoístas en los 70 en España, en la lucha contra la dictadura y luego, cuando se derrumba toda la izquierda radical que había luchado contra la dictadura, mi padre es fundador de los Verdes en España. Y me había insistido toda la vida en la cuestión de los Verdes y de la política ecológica, y yo no le había hecho el menor caso nunca. Nunca. En parte yo creo que porque compartía esa idea, que hoy me parece muy torpe, de que las demandas ecológicas eran las demandas para los pueblos que tenían solucionadas las cuestiones materiales más importantes. “Se ocupan de la ecología los noruegos, que viven muy bien, aquí tenemos pensiones, no hay casas…”.

Ahora que el movimiento ecologista se está desarrollando más en Argentina, hay una agenda más fuerte. Dentro incluso del peronismo, que era completamente alejado de esa agenda, hoy hay muchos sectores que se reivindican ecologistas. Es una novedad total. Vos ya sabes que el peronismo es una máquina de incorporar demandas.

El matrimonio igualitario, el feminismo…

Es una máquina de representar. Pero la cuestión ecológica choca justamente por esto que vos decís. Hay sectores, no solo de peronistas conservadores u ortodoxos, sino peronistas progresistas, algunos kirchneristas, que plantean que las demandas de tipo ecológicas impiden las posibilidades de desarrollo nacional. ¿Qué pensás?

Yo he tenido esas posiciones. En un momento dado empiezo a tener una evolución intelectual por la cual asumo tres ideas. Una: las posibilidades de re-industrialización en el siglo XXI pasan por la re-industrialización verde. Pasan por las nuevas energías, por el transporte y la movilidad eléctrica, pasan por otras formas de agricultura. […] Y esas transformaciones requieren mucho trabajo, mucho desarrollo tecnológico, nuevas industrias. Y además creo que los países del Sur, y nosotros somos un país del Sur en relación con el norte europeo, lo tenemos que asumir… Es que en España si no lo hacemos nosotros lo van a hacer los alemanes. […] Vuelve a ser una cosa de soberanía industrial y soberbia tecnológica. No tengo un discurso ecológico como naif, antieconómico, o que está al margen de las relaciones de poder entre los países. Al revés, es que creo que la palanca verde es una palanca para industrializar nuestras naciones y para construir justicia social.

Y voy con la segunda idea, que va con lo de la justicia social, y es que los efectos de la crisis climática, las enfermedades, la obesidad por la mala alimentación, los sufren fundamentalmente los más pobres. Básicamente vamos a un escenario en el que, o las sociedades recuperan, con Estados fuertes, la posibilidad de planificar el futuro y democratizar sus economías y sus relaciones sociales, o vamos a un escenario de guerra de todos contra todos por unos recursos que además son finitos. Guerra de todos contra todos por el agua, por el aire limpio. Guerra de todos contra todos por las energías. Y esa guerra de todos contra todos es una distopía en la que las oligarquías van a pasar por encima de quien haga falta para acumular lo que puedan. Frente a eso yo creo, honestamente, que además de que sea una necesidad imperiosa la transición ecológica, es una inmensa palanca. Es una gran oportunidad cultural. Te lo voy a decir en broma: es la manera de ser anticapitalista y ser cool, ser moderno. Porque el problema ecológico le plantea unos retos al modo de desarrollo neoliberal que no puede afrontar. No hay soluciones neoliberales al cambio climático. La única solución pasa por movilizar muchos recursos bajo el comando estratégico de una dirección estatal, que tiene que planificar a largo plazo. […]

No hay soluciones neoliberales al cambio climático. La única solución pasa por movilizar muchos recursos bajo el comando estratégico de una dirección estatal, que tiene que planificar a largo plazo.

Entonces me pongo a leer sobre ello y me parece que, incluso en lo hipster, hay una especie de señal cultural y estética de una necesidad de vuelta a los orígenes. Como si todo el mundo se hubiera dado cuenta de que vivimos vidas en las que todo lo que era placentero, todo lo que nos gustaba, se está perdiendo. […]

Nosotros hemos abierto una verdadera discusión nacional en España, con la reducción de la jornada laboral y con lo de la salud mental. Son asuntos de la vida cotidiana que están haciéndole una enmienda a la totalidad del modelo con el que vivimos. Digamos que estamos planteando algo muy radical, que para mí viene como del primer movimiento obrero, que es que tenemos derecho a ser felices, y eso es algo que se entronca también con cierta tradición del peronismo. Tenemos derecho a ser felices. El primer movimiento obrero no pide ocho horas de trabajo, ocho horas de descanso y ocho horas de ocio solo porque sea justo. Es que está reivindicando algo, que es lo más hermoso, que es que los obreros tienen alma, tienen derecho a dormir, a quedarse hasta tarde en la cama los domingos, tienen derecho a ir al teatro o a disfrutar del campo.

[…]

Si te entiendo bien, esta agenda donde está la cuestión ecológica y la cuestión de la vida cotidiana, te parece además una herramienta efectiva para responder a esa famosa pregunta que tiene la izquierda hace tiempo que es: “¿cómo combatir a la ultra derecha?”. ¿Sería un poco esa la estrategia? Para enfrentar a Vox, por decirlo directamente.

Si, drásticamente. […] La izquierda tiene con el término fascismo y antifascismo un problema, que es que la erotizan. Nos gusta decir fascismo y antifascismo, porque nos parece en realidad que antifascismo es muy radical. Que ser antifascista es ser muy radical. Así que combatimos a las nuevas derechas no como más les duele a ellas, sino como más nos apetece a nosotros, como más nos erotiza a nosotros. En lo fundamental, las nuevas derechas o las nuevas extremas derechas no discuten el modelo neoliberal. No son derechas que quieran movilizar, digamos, una movilización popular de masas para respaldar una especie de Estado corporativo. Nada de eso. Lo que quieren es que siga esta especie de orgía de los ricos por la cual se emancipan de la sociedad y pueden hacer lo que les da la gana, y a cambio proponen dos cosas: más mano dura hacia abajo, y encontrar chivos expiatorios que permitan socializar o democratizar la crueldad, es decir, por muy jodido que estés, siempre va a haber alguien que esté más jodido sobre quien tú puedes ser tan cruel como lo es el día a día contigo. A ti en el trabajo te tratan como si fueras una mierda, tu jefe no se sabe ni tu nombre y mañana te despide, te trata mal, sientes que no cuentas para nadie, los políticos no hablan de tu vida, ya, ya; pero hay alguien frente a quien te puedes sentir privilegiado. Las mujeres, los migrantes. En nuestro país te puedes sentir agredido contra los catalanes… Siempre hay alguien contra quien te puedes sentir un privilegiado. Digamos que no hay privilegios para todos, pero sí que hay subalternos para todos. A todo el mundo le podemos ofrecer alguien que está peor. Una especie de socialización de la crueldad. ¿De dónde viene esto? Esto viene de que no hay futuro. Esto viene de la idea radical, extendida, que ha cundido en nuestras sociedades de que no hay futuro. Y esta idea, como todas las ideas políticas, donde más se muestra no es en los discursos de los políticos, es en la ficción. Tú ahora, esta noche, te pones Netflix, HBO o Amazon, el que sea, y yo te reto a que tú no encuentras una sola película o serie de ciencia ficción donde el futuro sea mejor. No hay.

No hay utopías y estamos llenos de distopías.

Claro. Nadie se imagina que hay un futuro mejor. De hecho, todos los escenarios del futuro son escenarios de descomposición del futuro. Es una especie de presente empeorado. Black Mirror en realidad es como un presente al que le suben dos grados. Solo dos. La vida de hoy, un poquito peor. Cuando nosotros éramos pequeños sí que había ciencia ficción buena, optimista. Había ciudades en las que la gente se transportaba por tubos, eran limpias, no había enfermedades, la gente iba con mochilas propulsoras que era como ser tu propio helicóptero. Eso dejó de pasar en algún momento. Y cuando dejó de pasar eso, era la muestra de que ha cundido por todas partes la idea de que no hay futuro.

Nadie se imagina que hay un futuro mejor. De hecho, todos los escenarios del futuro son escenarios de descomposición del futuro.

Entonces frente a este “no hay futuro”, creo que hay dos salidas. El neoliberalismo nos ofrece una especie de presente continuo: bueno, olvídate de eso, es malo. Bébete otra copa, actualiza tu historia de Instagram, sigue. Conoce a más gente, liga más, cómprate más cosas, cuelga más fotos en más lugares… sigue, sigue, corre, corre. Y de hecho, ellos tienen una especie de honestidad brutal y cínica por la que te dicen: mira, si los izquierdistas te dicen que esto tiene arreglo, no les creas. No tiene arreglo. Esto se va a poner feo y aquí lo que necesitas es un presidente que gobierne al país como si fuera una empresa, un rifle, dos cojones y unas fronteras altas. Porque esto se va a poner feo.

Hay solo otra salida posible que es que nosotros, los progresistas, los demócratas, los nacional-populares, ofrezcamos una idea de futuro tranquila, con seguridad, con libertad. Y, para mí, esa idea de futuro tiene que recuperar dos cosas. Una: la idea de que somos frágiles. Yo no propongo que vamos a estar seguros porque somos fuertes e invencibles. Frente a la idea muy masculinizada, de masculinidad tóxica, muy machista, de Bolsonaro o Trump, que se les quiere porque nunca tienen miedo, cometen errores pero nunca piden perdón; son tipos durísimos que le podrían pegar al periodista que les pregunta… Frente a esa idea de hombres duros que no se detienen ante nada, nosotros no vendemos que somos fuertes porque lo seamos individualmente. Nosotros aceptamos, y más después del COVID, que somos frágiles. Nuestros cuerpos son frágiles, nos podemos morir, nuestras sociedades son frágiles, se pueden ir al carajo, y nuestro planeta es frágil. Entonces lo que proponemos es algo así como una alianza de los frágiles, una coalición de los débiles. […] Y podemos hacer una alianza, un pacto de los frágiles para vivir con tranquilidad, cuidándonos. Acabo de llegar, por el otro lado, a que “la Patria es el otro”. Solo que en las condiciones culturales y de época de nuestro país.

La última idea es la cuestión de la libertad. La pelea central de nuestro tiempo. O sea, los escenarios futuros tienen que ser escenarios deseables. No se puede, por más tiempo, seguir afirmando que nosotros somos los de la igualdad y las derechas los de la libertad. Es un error dramático que hay que salir a golpear y que hay que disputar con mucha fuerza. No solo con fuerza declarativa, sino que hay que proyectar escenarios de vidas deseables que son más lentos, que son más tranquilos, que son más seguros y que son más libres. No eres libre cuando solo tienes el derecho a comprarte aquello que tu dinero te permita. Eres libre cuando puedes vivir sin miedo al futuro, cuando tienes tiempo para ver a los tuyos, cuando no tienes miedo de que un golpe de mala suerte te envíe a la miseria, cuando puedes disfrutar de una vida en la que puedes planificar hacia delante, cuando puedes desarrollar tus capacidades. […]

En la vacuna nos salvamos porque nos vacunamos todos. Es la prueba. Y no seremos libres porque alguien tiene mucho dinero y se compra una vacuna en el mercado negro. No. Somos libres porque tenemos un Estado que nos ha cuidado y por eso nos hemos vacunado todos, y por eso podemos ir sin mascarilla o podemos hacer vida tranquila. Somos libres en comunidad, nadie es libre solo. Me parece que es mucho más radical cambiarle la conversación a la extrema derecha y salir a disputar lo deseable: la libertad, el futuro, el mañana, el deseo. Es mucho más radical eso que ser una especie como de nostálgico y quejica que señala “ojo, hay que aprender de los errores del siglo pasado o de los años 30, que vienen los fascistas”; porque a ellos les encanta verse como unos tipos fuertes, provocadores, muy duros, que producen amenaza, que son escandalosos. Lo que hay que denunciar es que son unos tipos ridículos que vienen única y exclusivamente a dar una vuelta de tuerca más a la tiranía de los más ricos: que los ricos puedan hacer lo que les dé la gana y que el resto viva la vida con miedo. Lo que hay que hacer es secarles el agua.

* Periodista.

© Le Monde diplomatique, edición Cono Sur

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