¿Qué queda del comunismo en China?
Cumplidos 100 años, ¿el Partido Comunista Chino (PCC) se volvió capitalista?
Cuarenta años después de las reformas de liberalización económica lanzadas por Deng Xiaoping, más de 800 millones de personas salieron de la pobreza y el Estado-Partido encabeza hoy la segunda economía mundial –o incluso la primera si se calcula en base a la paridad de poder adquisitivo–, con el 18% del Producto Interno Bruto (PIB) global (1). La introducción de la economía de mercado y la aceleración del crecimiento fueron de la mano de un aumento exponencial de las desigualdades: el Coeficiente de Gini, que mide su amplitud, trepó 15 puntos entre 1990 y 2015 (última cifra conocida) (2).
Estas transformaciones favorecieron el auge del sector privado pero el Estado mantiene un control directo sobre gran parte de la economía –el sector público representa alrededor del 30% de la misma–, haciendo de China un caso de estudio del capitalismo de Estado. Por otra parte, el PCC logró cooptar ampliamente a las elites surgidas de esta economía liberalizada. Aunque la ideología comunista ya no estructura su reclutamiento, su forma organizacional leninista permanece en el centro de la relación entre el Estado y el capital.
Un mandato de lealtad
El Partido, cuyas filas no dejan de crecer, al punto de alcanzar unos 92 millones de miembros (es decir el 6,6% de la población) (3), se transformó progresivamente en un partido de trabajadores de cuello blanco. A comienzos de los años 2000, el entonces presidente Jiang Zemin levantó la prohibición de reclutar empresarios del sector privado, vistos hasta ese entonces como enemigos de clase, con el fin de que el PCC ya no represente únicamente a las clases “revolucionarias” –obreros, campesinos y militares– sino también a las “fuerzas productivas avanzadas” del país. Los hombres y mujeres de negocios así seleccionados se convirtieron en miembros de la elite política, lo que garantizaba que sus empresas estén protegidas, al menos parcialmente, de los funcionarios con tendencias predadoras. Su enrolamiento se aceleró bajo la presidencia de Xi Jinping (a partir de 2013), con el objetivo de formar “un grupo de individuos pertenecientes al mundo de los negocios y decididos a avanzar con el Partido” (4). Resultado: el PCC se volvió rápidamente cada vez más elitista. Ya para 2010, los “profesionales” (según la expresión oficial) con diplomas de educación superior igualaban en número a los campesinos y a los obreros. Diez años más tarde los superan, formando el 50% de los miembros, contra menos de 35% de obreros y campesinos (5).
Mientras que “luchar por el comunismo” figuraba entre las razones principales para unirse al Partido durante la era maoísta (1949-1976), las motivaciones actuales son más pragmáticas: se trata en primer lugar de facilitar su “ascenso profesional” (6). Es notorio, a través de las formaciones internas propuestas, que el Partido mismo se presenta como una estructura de gestión inspirada en el neoliberalismo, con miras a una gestión eficaz de la población y de la economía (7).
No obstante, la importancia mínima otorgada a la ideología comunista no pone en cuestión el nivel de lealtad requerido a sus miembros, que deben probar su “espíritu de Partido” (8). Cercano al espíritu de empresa, enfocado en el éxito de la organización misma a través de la creación de un sentimiento de pertenencia, este espíritu está asimismo teñido de nacionalismo (véase Rocca, pág. 20). Así, la centralidad del Partido en la transformación contemporánea de China es recordada regularmente a sus miembros, sea durante las capacitaciones o a través del auge del “turismo rojo”, tras las huellas de su historia revolucionaria (9).
Bajo el actual Presidente, la disciplina interna también fue reforzada. Se trata de garantizar, a través de una masiva campaña anticorrupción, la moralidad y la lealtad tanto de los dirigentes como de los miembros. No sólo los potenciales oponentes al poder personal de Xi fueron desplazados sino que el control sobre los dirigentes se intensificó, así como la lucha en contra de los “cuatro (malos) estilos profesionales”: el formalismo, el burocratismo, el hedonismo y la extravagancia (10).
Este mandato de lealtad y de ética profesional en consonancia con la imagen que el PCC desea proyectar en el público vale para todos sus miembros, incluidos aquellos provenientes del sector privado. Según las directivas, éstos deben permanecer fieles al lineamiento político pero también deben “regular sus palabras y sus actos”, “cultivar un estilo de vida sano” y permanecer “modestos y discretos” (11). Aquellos que no cumplan las reglas pueden sufrir las consecuencias. El carismático Jack Ma, fundador del grupo Alibaba, es un perfecto ejemplo de ello. Luego de haber criticado abiertamente la intervención del Estado en el sector bancario, se convirtió en el blanco de un ataque llevado a cabo por instancias del Estado-Partido. La introducción en Bolsa de su filial financiera, Ant Group, fue frenada a fines de 2020 y el grupo fue conminado a limitar sus operaciones (12). Este asunto refleja la voluntad del PCC de mantener a los empresarios bajo presión para asegurarse su fidelidad pero también para mantener un cierto grado de control sobre los recursos financieros y tecnológicos de sus empresas. Ant Group posee preciadas informaciones personales y financieras de cientos de millones de personas que utilizan sus herramientas de pago y sus préstamos en Internet; miles de millones de dólares circulan a diario por sus plataformas.
El PCC se volvió cada vez más elitista. En 2020, los “profesionales” superaron en número a los campesinos y a los obreros.
Vigilancia y auditoría
El creciente control sobre el sector privado está en consonancia con las tendencias hegemónicas del PCC, características de la era de Xi Jinping. De hecho, la Carta del Partido se modificó en 2017 para subrayar que “en el Partido, el gobierno, el ejército, la sociedad o el sector educativo: en el este, oeste, sur y norte, el Partido dirige en todos los frentes” (13). En las empresas, esto se traduce en un aumento del número de organizaciones de base, las células. Si, desde marzo de 2012, el Departamento de la Organización que tiene la misión de gestionar sus recursos humanos publicó una directiva llamando a “cubrir de manera exhaustiva” al sector privado, desde 2018, las empresas que cotizan en el mercado chino tienen como obligación abrir una célula del Partido. Hoy, el 92% de las quinientas mayores empresas chinas posee una célula (14). Si bien ninguna cifra precisa se hizo pública, filtraciones regulares revelaron la presencia muy importante de afiliados y de células dentro de las empresas extranjeras instaladas en China (15).
Esta presencia provee al Estado-Partido de una influencia que va más allá de los amplios sectores de la economía que posee. El aparato disciplinario del PCC, encarnado por la Comisión de Disciplina y de Inspección, permite castigar a los afiliados que habrían violado su reglamento, por fuera del sistema judicial. La campaña anticorrupción le permitió acrecentar sus poderes. Las sesiones de crítica y de autocrítica, llamadas “reuniones de vida democrática”, fueron actualizadas, permitiendo desenmascarar a los dirigentes “corruptos” o “desleales”. Se reciclan así prácticas maoístas tradicionales para asegurar no ya la “pureza ideológica” de los dirigentes y afiliados, sino su lealtad a la organización y a su jefe.
Hasta ahora, estas células no tenían más que un rol muy secundario en el seno de las empresas: reclutaban miembros y les organizaban capacitaciones o actividades sociales y culturales. Actualmente, con el fin de desarrollar un “sistema de empresas modernas con características chinas”, existen directivas que piden a las empresas privadas “adherir al principio según el cual el Partido posee un poder de decisión en materia de recursos humanos”. Es demasiado pronto para saber qué forma cobrará esto, pero, para Ye Qing, vicepresidente de la Federación China de la Industria y el Comercio, dirigida por el PCC, está claro que esto implica la subyugación de la gestión del personal a la autoridad del Partido (16).
Las contrataciones y los despidos serían sometidos al acuerdo previo de las células, con el fin de evitar “que los gerentes asciendan a quienes quieran”, precisa. Recomienda asimismo crear una estructura de vigilancia y de auditoría en el seno de las empresas, bajo la autoridad del Partido, con el fin de garantizar el respeto de la ley por parte de la empresa, pero también de gestionar las violaciones a la disciplina y los “comportamientos anormales” de los empleados. El aparato disciplinario se extendería entonces a todos, incluso a los no-comunistas.
Según estas nuevas directivas, el rol de conducción de las células debe ser oficialmente integrado a los estatutos de las empresas, y un presupuesto específico destinado a sus actividades. Esto equivale a codificar jurídicamente las exigencias del PCC para que se vuelvan obligatorias, y esto incluso para las empresas que no están bajo su control directo. El funcionamiento del sector privado se parece entonces cada vez más al de las empresas del Estado.
Concentrado en su propia supervivencia y caracterizado por un gran pragmatismo, si no por un vacío ideológico, el PCC integra entonces en sus filas a un número creciente de capitalistas, a la vez que se vuelve cada vez más presente en las empresas. Esta alianza asimétrica se encuentra asimismo fuera de las fronteras nacionales: el proyecto de las “nuevas Rutas de la Seda” (Belt and Road Initiative, BRI) acelera la internacionalización de las empresas chinas, tanto privadas como públicas, que crean células del Partido en el exterior para controlar a sus empleados. Si bien renunció a la internacionalización maoísta, el PCC exporta ahora su modo de organización y sus herramientas disciplinarias.
1. “World Economic Outlook”, Fondo Monetario Internacional (FMI), Washington, D.C., 2020.
2. Sonali Jain-Chandra et al., “Inequality in China – Trends, drivers and policy remedies”, FMI, 5-6-18.
3. Nis Grünberg, “Who is the CCP? China’s Communist Party in infographics”, Mercator Institute for China Studies (Merics), Berlín, 16-3-21.
4. “Opinión sobre el refuerzo del trabajo de frente unido en el seno de la economía privada de la nueva era”, Oficina del PCC, Pekín, 15-9-20 (en mandarín).
5. Nis Grünberg, “Who is the CCP?”, op.cit.
6. Bruce Dickson, “Who wants to be a communist? Career incentives and mobilized loyalty in China”, The China Quarterly, Vol. 217, Cambridge, marzo de 2014.
7. Alessia Lo Porto-Lefébure, “Cuando Pekín imita a Harvard”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, Buenos Aires, febrero de 2021.
8. Frank N. Pieke, “Party spirit: producing a communist civil religion in contemporary China party spirit”, Journal of the Royal Anthropological Institute, Vol. 24, N° 4, Londres, diciembre de 2018.
10. “The end of the road for Xi’s mass line campaign: an assessment”, China Brief, Vol. 14, N° 20, Washington, D.C., octubre de 2014.
11. “Opinión sobre el refuerzo del trabajo de frente unido…”, op.cit.
12. Jordan Pouille, “Alibaba debe volar más bajo”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, marzo de 2021.
13. Jude Blanchette, “Against atrophy: party organisations in private firms”, Made in China Journal, Vol. 4, N° 1, Acton (Australia), enero-marzo de 2019.
14. Neil Thomas, “Party committees in the private sector: rising presence, moderate prevalence”, MacroPolo, 16-12-20, https://macropolo.org
15. “Party insiders in the ranks: communists infiltrate Western consulates”, The Australian, Sydney, 15-12-20.
16. Ye Qing, “Promover la fusión del sistema de dirección del Partido y del sistema de gestión de las empresas privadas”, China Business Times, Pekín, 17-9-20 (en mandarín).
Ficha de identidad
23 de julio de 1921: nacimiento del Partido Comunista Chino (PCC).
91,94 millones de miembros en 2019 (un 6,6% de la población). Sólo 12,3% de las solicitudes de adhesión fueron aceptadas desde la llegada de Xi Jinping al poder, contra 14,5% en promedio entre 2002 y 2012 (durante la presidencia de Hu Jintao).
27,9% de los miembros son mujeres (11,2% en 2000).
13,6% de los afiliados tienen menos de 30 años; 20,4% tienen entre 31 y 40 años; 19,5% entre 41 y 50 años; 17,6% entre 51 y 60 años; 28,9% más de 60 años.
50,7% tienen un título universitario, contra 21,1% en el año 2000.
34,8% son obreros o campesinos; 26,7% técnicos o ejecutivos; 8,4% funcionarios; 7,7% estudiantes; 20,3% jubilados.
7,4% provienen de las minorías étnicas (4% en 2000); éstas representan un 9% de la población total.
* Catedrático (lecturer), Oxford School of Global and Area Studies, autor de Négocier la place de l’islam chinois. Les associations islamiques à Nankin à l’ère des réformes, L’Harmattan, París, 2014.
Traducción: Micaela Houston