Un resultado que no será aceptado
¿Es sólo el producto de un clima político incandescente? En cualquier caso, casi nadie imagina que el resultado de las elecciones presidenciales sea aceptado por ambas partes. Pase lo que pase el martes 3 de noviembre, muchos demócratas culparán a Rusia o a China por su eventual derrota o, más razonablemente, por las prohibiciones de voto que los gobernadores republicanos, como el de Florida, continúan imponiendo a quienes han tenido una condena –a menudo pobres, negros o hispanos, y por lo tanto presuntos votantes demócratas– mucho después de que hayan cumplido sus sentencias (1). En cuando a Donald Trump, su discurso es que no puede perder a menos que haya fraude. “La única forma de vencernos es a través de la manipulación de las elecciones”, dijo el 24 de agosto. Pero para él, el instrumento del fraude sería el voto por correo, cuya amplitud, a causa del coronavirus, probablemente explote.
En Estados Unidos, cada Estado determina una serie de reglas del escrutinio, incluida la capacidad del votante para votar de una manera particular hasta una fecha determinada. En Pennsylvania, un Estado casi siempre disputado (swing state), se podía solicitar una votación por correo hasta el 27 de octubre, y debía llegar al Colegio Electoral antes de las 20 horas del martes 27 de octubre. Un período de tiempo demasiado corto, más si el correo está funcionando mal. En Minnesota, un votante puede exigir un voto por correo hasta el día anterior a la votación; en otros lugares, las cosas suceden de manera diferente, y estas reglas pueden cambiar hasta el 3 de noviembre… En una elección nacional, los riesgos de amontonamiento de datos son por lo tanto enormes, especialmente si la sospecha ya está envenenando la atmósfera. Todos recuerdan el interminable conteo de votos en Florida durante las elecciones presidenciales de noviembre de 2000, que concluyeron con la elección de George W. Bush (2).
A priori, la ecuación política es simple, y explica perfectamente la estrategia de sospecha del presidente saliente: el 58% de los estadounidenses que planean ir a votar el 3 de noviembre estarían inclinados a votar a favor de Trump, pero el 75% de los que preferirían votar por correo lo harían por Joseph Biden (3). En otras palabras, es probable que la noche de las elecciones los primeros conteos le den ventaja al candidato republicano –y la sensación a sus seguidores de que ya ganó–, antes de que los millones de votos por correo (ya eran treinta y tres millones en 2016) inviertan el resultado.
Ahora bien, de todos los defectos que se le atribuyen a Trump, hay uno del que no hay dudas: es un muy mal perdedor, además de caprichoso. Por lo tanto, es probable que, si es derrotado fielmente, pero por votos postales que él ya afirma que están manchados por el fraude, impugne este veredicto. ¿Al punto de negarse a traspasar el poder a quien lo haya derrotado? Su antiguo concejal Steve Bannon lanzó hace poco una campaña nacional cuyo tema es “La conspiración para robar el 2020”. Dos de sus objetivos son Twitter y Facebook quienes, según él, se negarán a anunciar los resultados la noche de las elecciones y esperarán a que se emitan los votos por correo. Un crimen que Bannon no está lejos de considerar imperdonable.
1. Véase “Quand l’État pénal exclut quatre millions d’électeurs”, Le Monde dplomatique, París, diciembre de 2000.
2. Léase Serge Halimi y Loïc Wacquant, “Démocratie à l’américaine”, Le Monde diplomatique, París, diciembre de 2000.
Este artículo integra la serie: Cartografías. Coordenadas de un mundo que cambia
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* Integrante de la redacción de Le Monde diplomatique. Director del periódico entre 2008 y enero de 2023.
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