El “momento Sputnik” y la vacuna rusa
El 4 de octubre de 1957 comenzó oficialmente la carrera espacial. Ese día, sorpresivamente, la Unión Soviética lanzó el primer satélite artificial, el Sputnik. Lo que por entonces conmocionó al mundo –y en especial al público estadounidense– no fueron sus largas antenas como bigotes ni su tamaño similar al de una pelota de fútbol sino el sonido de su señal, un “bip-bip” constante que despertaba miedo y especulaciones sobre un posible nuevo Pearl Harbor.
“Los estadounidenses se sorprendieron cuando escucharon el pitido del Sputnik. Lo mismo ocurrirá con nuestra vacuna. Rusia habrá llegado antes”, presumió en julio Kirill Dmitriev, director del Russian Direct Investment Fund que financia las investigaciones del Centro Gamaleya en Moscú.
Si bien el mundo hoy es distinto, otro artefacto ruso, también llamado Sputnik, volvió a encender las alarmas en Occidente. En una nueva muestra de que el desarrollo de una vacuna para prevenir el COVID-19 es una disputa más geopolítica que científica, el presidente ruso Vladimir Putin cantó victoria. En una reunión televisada convocada por el gobierno para preparar el año académico, Putin arrojó la bomba: “Hasta donde yo sé, esta mañana, por primera vez en el mundo, se ha registrado una vacuna contra el coronavirus. Ha pasado todas las pruebas necesarias. Espero que pronto podamos comenzar la producción en masa”.
No hablaron científicos ni se comunicaron datos publicados en revistas especializadas con revisión de pares como sí lo hicieron en su momento investigadores de la Universidad de Oxford, de la empresa china CanSino o la compañía farmacéutica estadounidense Moderna. La noticia de la vacuna Sputnik V (1) –hasta hora conocida como Gam-COVID-Vac– la dio Putin frente a cámara en diálogo virtual con el ministro de Salud, Mikhail Albertovich. “Esta vacuna induce inmunidad de anticuerpos estable”, dijo el presidente, taciturno. “Lo sé muy bien porque una de mis hijas la recibió”.
Una carrera por el prestigio nacional
Lejos de ser un proyecto coordinado y colaborativo entre los laboratorios de distintas partes del mundo, la búsqueda de una vacuna efectiva y segura para prevenir el virus tomó la forma de una carrera, como la llegada a la Luna o la reciente disputa en el campo de la computación cuántica.
Ante los ojos del mundo, el prestigio de una nación no está solo garantizado por su arsenal nuclear o por sus gestas deportivas. Se lo consigue y consolida también con logros científicos disruptivos. En el marco de la segunda pandemia del siglo XXI (la primera fue la de la gripe A entre 2009 y 2010), la carrera de la vacuna ofrece enormes recompensas simbólicas, políticas y económicas: prestigio nacional, gloria científica, influencia política mundial y la posibilidad de una recuperación económica nacional más rápida. Con tales incentivos, no extraña que algunos de los protagonistas de esta competencia no declarada omitan protocolos y procedimientos estandarizados.
“Estas tensiones existen en un mundo donde el nacionalismo se está extendiendo tan rápido como el propio virus”, indica Lawrence Gostin, especialista en derecho de salud pública mundial de la Universidad de Georgetown.
El nombre elegido para la vacuna no es casual: remite a viejas glorias rusas durante la Guerra Fría e intenta afirmar la imagen de Rusia como potencia científica mundial. De hecho, en el video promocional (2) se ve a la vacuna Sputnik V que, como el satélite que lleva su nombre, destruye el coronavirus que se había adueñado de la Tierra.
Si bien el Centro Gamaleya inició los ensayos clínicos el 17 de junio, Rusia saltó al centro de la opinión pública en julio, cuando el ministro de seguridad del Reino Unido, James Brokenshire, aseguró que un grupo de piratas informáticos conocido como APT29, supuestamente patrocinados por el estado ruso, habría atacado a organizaciones británicas, estadounidenses y canadienses involucradas en el desarrollo de una vacuna contra el coronavirus.
En medio de estas acusaciones, el sorpresivo anuncio de Putin fue recibido con escepticismo e inquietud por la comunidad científica internacional. El enfoque de la vacuna es similar al propuesto por la Universidad de Oxford, la farmacéutica AstraZeneca y la compañía china CanSino Biologics. Sin embargo, especialistas describieron el anuncio como imprudente y poco ético. En especial debido a que Rusia no ha finalizado los ensayos clínicos de Fase 3, que involucran a miles de voluntarios, y en los que se demuestra no solo la seguridad sino la efectividad de la vacuna para prevenir la infección por el coronavirus. La vacuna rusa habría sido probada solo en 76 personas (3).
Ya la OMS había señalado que una vacuna no debería producirse hasta que se hayan completado los ensayos de Fase 3.
“¿Por qué todas las corporaciones siguen las reglas pero las rusas no? Las reglas para realizar ensayos clínicos están escritas con sangre. No se pueden violar”, indicó Svetlana Zavidova, abogada que dirige la Asociación de Organizaciones de Investigación Clínica en Rusia. “Esta es una caja de Pandora y no sabemos qué pasará con las personas inyectadas con una vacuna no probada. Solo siento vergüenza por nuestro país”.
Efecto dominó
“Tanto la cultura como la ciencia han sido durante siglos símbolos de nuestro éxito y orgullo nacional, símbolos de lo que podríamos llamar la grandeza de Rusia. Nuestra gran tarea ahora no es solo preservar, sino también construir y multiplicar nuestros logros”, señaló en 2014 Putin, quien lleva veinte años en el poder, tiempo en el que ha cultivado una imagen específica para el público ruso: la de un hombre de acción, un patriota que mantiene un estilo de vida saludable, el guardián de la identidad rusa.
Este énfasis nacionalista, que se aprecia en el anuncio de la vacuna, ha despertado fantasmas del pasado, recuerdos de los efectos ruinosos del dominio político sobre la ciencia como el lysenkismo, un compendio de teorías absurdas del ingeniero agrónomo Trofim Lysenko que contó con el apoyo de Stalin y le sirvió a su propaganda para contrarrestar la “ciencia occidental” de la genética. Y que con el tiempo llevó a una cacería de brujas: los biólogos rusos que no abrazaron el lysenkismo fueron detenidos, encarcelados, deportados y fusilados.
Hasta el momento, Rusia ha registrado casi 900 mil casos de COVID-19 y 15.131 muertes. Y en mayo, el índice de aprobación (4) de Putin había alcanzado un mínimo histórico como consecuencia a su respuesta a la crisis sanitaria.
En este contexto, la vacuna representaría una contundente victoria política. Según el Ministerio de Salud ruso, Sputnik V recibió un certificado de registro (5) que permite que se administre a un pequeño número de ciudadanos de grupos vulnerables, como personal médico, ancianos y maestros. Recién se podrá usar masivamente a partir del 1° de enero de 2021, presumiblemente después de que se hayan completado ensayos clínicos más grandes.
El Ministerio indicó que se necesitarán dos dosis para inducir una inmunidad a largo plazo por dos años. La controversial vacuna se fabricará en la planta de Binnopharm en Zelenograd. El precio estipulado será de 500 rublos (casi 7 dólares) y será voluntaria. Los fabricantes dicen que están listos para producir 1,5 millones de vacunas al año y esperan que la producción masiva comience en septiembre también en India, Corea del Sur y Brasil, así como en Arabia Saudita, Turquía y Cuba.
Las vacunas se encuentran entre los productos médicos más seguros del mundo porque en su desarrollo atraviesan exhaustivas fases de ensayos clínicos a gran escala y controles regulatorios por parte de agencias independientes, como la FDA en Estados Unidos, la EMA en Europa o la ANMAT en Argentina. Sin superar un alto nivel de estándares de seguridad, una vacuna defectuosa podría hacer que las personas sanas inoculadas sean más vulnerables a las formas graves de COVID-19. Es decir, podría provocar que empeore una infección por coronavirus en lugar de conferirle inmunidad.
Pero no es el único efecto posible. El anuncio de Putin es también peligroso porque podría generar un efecto dominó: por ejemplo, podría alentar a Trump a acelerar la aprobación de emergencia de una de las varias vacunas experimentales incluidas en el programa Operation Warp Speed para ayudar a su reelección en las presidenciales del 6 de noviembre.
“El daño colateral por la liberación de cualquier vacuna que sea menos que segura y efectiva exacerbaría nuestros problemas actuales de manera insuperable», dijo Daniel Altmann, profesor de inmunología del Imperial College de Londres.
La aprobación de la vacuna antes de la etapa final de las pruebas podría ser contraproducente también porque podría socavar la confianza global en las vacunas en general. Y así permitir el resurgimiento de enfermedades hace tiempo conquistadas.
1. https://sputnikvaccine.com/
2. https://sputnikvaccine.com/sputnik-moment/
3. https://clinicaltrials.gov/ct2/show/NCT04436471?term=GAMALEYA+RESEARCH+INSTITUTE&draw=3&rank=11
4. https://www.themoscowtimes.com/2020/05/06/putins-approval-rating-drops-to-historic-low-poll-a70199
5. https://grls.rosminzdrav.ru/Grls_View_v2.aspx?routingGuid=d494c688-0bc6-4c30-9e81-23f043ceb43e&t=
* Periodista científico, miembro de la comisión directiva de la World Federation of Science Journalists. Autor de Odorama: Historia cultural del olor, Taurus, 2019.
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