NO MÁS CORRIDAS EN LA CIUDAD

Soy runner: me declaro culpable

Por Juan Kestelboim*
Las aglomeraciones que se produjeron en “La Noche de los Contagios”, como bautizaron en las redes la jornada en que los runners recuperaron por fin las calles, activaron una serie de imaginarios que vinculan a los corredores con el individualismo egoísta. El autor sostiene que correr puede ser también una forma de liberar la cabeza y darle sentido a la vida en un contexto de trabajos asfixiantes y carentes de sentido.
Damien Gaudet (Unsplash)

Domingo 21 de junio –día 14 de la primavera runner–, 7.30 am. Después de la noche más larga del año más oscuro del siglo, una luz blanca y uniforme comienza a dominar el cielo cubierto de los bosques de Palermo. Un puñado de corredores surca entre charcos los senderos de la meca runner. No hay recomendación oficial que pese, el distanciamiento social lo imponen las circunstancias. Al menos 150 metros entre uno y otro. La cama tibia una mañana de invierno es mucho más disuasiva que la más firme advertencia oficial. Lejos de las imágenes que escandalizaron a la nación el día en que se abrieron las compuertas de la ansiedad aeróbica, el Rosedal es un páramo.

Sin embargo, aquellas escenas de los magros metros verdes que ofrece Buenos Aires desbordados de runners, ciclistas, patinadores, paseantes y todo tipo de individuos que se autopercibieron con derecho a salir, quedaron suspendidas en el imaginario pandémico como micro gotículas de alta contagiosidad. Las imágenes fueron casi tan penosas y elocuentes como las del primer viernes de abril en el que la falta de previsión en el sector previsional pareció echar por la borda los entonces eternos 14 días de cuarentena con esas colas de jubilados ávidos de haberes. Aquel estupor terminó por cargarse a Alejandro Vanoli. Éste dio entidad al insólito colectivo runner. Por más que la aglomeración de la primera noche runner, la del 8 de junio, haya sido, en definitiva, un fenómeno de una noche, volvió a poner en suspenso un derecho que hasta marzo no sabíamos que existía: el derecho a correr.

Poco importó que los días siguientes los circuitos estuvieran casi desiertos y que los verdaderos protagonistas del 8-J hayan sido en realidad “ciudadanos de a pie” hambrientos de nuevas experiencias que los alivien del confinamiento. La mayoría de ellos había descubierto que para ventilarse era más práctica la bolsa del súper a toda hora que el jogging de 20 a 8. En la cancha política se alzó un nuevo rival calzado con zapatillas de cámara de aire.

Minutos antes de las 8 de la mañana de un domingo de junio, junto al monumento a Urquiza en Palermo, Santiago García, periodista, maratonista y autor de tres libros sobre running, completa su entrenamiento. Sobre la explosión que algunos tuiteramente bautizaron la Noche de los Contagios, recuerda: “Yo estuve como periodista ese día. Fueron 25 minutos de saturación. La gente se dio cuenta y se fue. No eran corredores solamente, había ciclistas, patinadores, gente que salió a caminar y todos los que practican algún deporte que no está permitido practicar, como fútbol, hockey y el resto. Tendrían que haber abierto las calles antes, como se hizo al día siguiente. Pero esa imagen no se repitió más, hoy están vacíos los parques”.

Si al principio de la cuarentena los dirigentes se jactaban de tener el diario del lunes, después de 80 días de encierro parecieron olvidar los desbordes similares que se habían reproducido en toda Europa cuando se levantó el confinamiento. No hubo grieta: todos coincidieron en que podría haberse gestionado mejor. El infectólogo Pedro Cahn corre hace 15 años una vez por semana en el Rosedal y hace poco se animó a participar de una carrera de 10 km junto a su hijo, entusiasta de las medias maratones. “Sin duda la apertura se podría haber hecho mejor. En primer lugar, se deberían haber puesto los controles para que se cumpliera con lo establecido por la jefatura de Gobierno: correr en un radio de 500 metros de cada casa y a una distancia prudencial una persona de otra. No creo que todo el mundo viviera tan cerca del Parque Centenario o del Rosedal, donde había más gente que en el Día de la Primavera”.

En el norte de la ciudad, otro corredor ilustre avanza a paso suave pero constante enfundado en un conjunto negro, los oídos blindados con airpods, frente a la Facultad de Derecho. El ex secretario de Salud Adolfo Rubinstein corre hace 20 años entre tres y cuatro veces por semana, con salidas de hasta ocho kilómetros. “Cuando uno ve las fotos del 8-J reconoce que estuvo mal. Pero también es cierto que ocurrió solo en las primeras dos horas, después se tranquilizó. La reacción tuvo mucho que ver con que la gente salió disparada de la jaula y fue a un espacio para descargarse”, explica.

Meritócratas

El incidente runner tocó una fibra de conflicto tallada por imaginarios recientes. Dos publicidades instalaron a dos personajes icónicos en los albores del macrismo: el meritócrata (Chevrolet) y el atleta de las 3 pm (Santander Río). Aunque la meritocracia excede este análisis, el edificio simbólico que se construyó a su alrededor aloja también al atleta de las 3 pm, un individuo salvado, despegado de la sociedad productiva, que a pesar de ser joven ya cuenta con un capital en dólares suficiente para desatender las obligaciones que encadenan al resto de la sociedad a rutinas y horarios y destina su tiempo libre a una frívola exhibición muscular en el mismo espacio público en el que se oprime a los trabajadores.

¿Qué imaginarios activan los runners? El periodista Julián Gorodischer publicó en esos días “La ideología runner”, un manifiesto que envuelve pomposamente un paquete de preconceptos sobre el fenómeno runner (1): individualistas, superyoicos, partidarios de un cierto darwinismo social. Una semana después, el ministro de Salud, Ginés González García, cerró la fase de salidas deportivas e interpretaciones epidemiológicas aceptando que “el riesgo es bajo en los runners salvo que lo hagan como fueron los primeros días, que fue un desastre, que iban todos juntos. Después de eso, [la suspensión] también tenía una gestualidad”. En definitiva, el gobierno nacional zanjó la discusión entre Ciudad y Provincia como un padre que le confisca el juguete a dos hermanos que pelean: “El efecto gestual sobre los que quieren correr que están en otras jurisdicciones, sobre todo en el conurbano, no es bueno. El efecto gestualidad es más que la razón técnica del contagio, que algo hay. También tiene que ver con cumplir y hacer cumplir”, redondea Ginés. La política le ganó a la epidemiología.

Correr, correr, correr

Laura González, consultora en comunicación, cuenta que empezó a correr después de separarse y se ríe porque sabe que automáticamente se enciende el semáforo del estereotipo. Ocho años después sigue corriendo dos veces por semana con un running team, y lo celebra. Aquel lunes 8 de junio ella también se puso las zapatillas y enfiló hacia Palermo. “Como soy muy cuidadosa mantuve la distancia social. Fue mucha gente, pero no vi tanto descuido como se vio en los medios. Me pareció lógico para el primer día, a muchos se les notaba que no ejercitaban regularmente pero que necesitaban salir a pasear y a caminar. Después me sentí culpable. Cuando volví y vi las redes sociales sentí casi que había salido a matar gente. Amigos que corren se pusieron muy mal porque de repente se sintieron acusados de hacer algo que les habían permitido hacer”, recuerda.

El sociólogo Anthony Giddens define los estilos de vida como un “conjunto de prácticas más o menos integrado que un individuo adopta no sólo porque satisfacen sus necesidades utilitarias, sino también porque dan forma material a una crónica concreta de la identidad del yo” (2). Pero Laura duda de la existencia de un colectivo runner. “Correr es una actividad para algunas personas, sería como decir ‘el colectivo que va al psicólogo’. Entre ellas hay de todo”.

En el otro extremo, el doctor en antropología e investigador del Conicet Gastón Gil, también corredor, ensaya una categorización del sujeto runner (3). Según Gil, los runners “construyen identidades personales y colectivas más o menos durables” con “rutinas cotidianas que se expanden mucho más allá de los entrenamientos y las carreras” y “preceptos éticos y estéticos que los caracterizan”. Resalta una vocación excluyente como característica intrínseca del runner que se manifiesta como “rechazo categórico (y, ocasionalmente, el intento de conversión) cuando se detecta algún corredor que no cumple con esas rutinas y carece de un método sistemático de entrenamiento y cuidado personal”. El “no aflojes” como mecanismo evangelizador.

La meta infinita

Aunque Cahn señala que “las actividades recreativas y comerciales deben considerarse por separado según su impacto, uno psicológico y otro económico”, y recuerda que el gobierno nacional había autorizado a fines de abril la práctica deportiva, pero que fueron la Ciudad y las provincias las que lo postergaron, el ex secretario de salud, Adolfo Rubinstein elucubra que “el gobierno está siendo duro con la actividad al aire libre solo para compensar las restricciones económicas. ¿Cómo no vas a dejar a la gente ir a trabajar y los vas a dejar ir a correr?”.

En su aproximación a la ideología runner, Gorodischer y buena parte de sus comentadores reparan en lo que pareciera ser una característica decisiva: el show off en redes. “Ellos, los runners, se jactan en sus hidalgas poses en Instagram de poder no usar barbijo; son los únicos autorizados por el gobierno de la Ciudad”. Gil, más analítico, también se enfoca en este sesgo identitario: “Los actores elaboran detalladas estilizaciones que, en clave ética y estética, se pueblan de imágenes, refranes, aforismos y mensajes que se comparten”.

En su libro Trabajos de mierda (4), el antropólogo estadounidense David Graeber estima en base a encuestas y estadísticas que el 50% del trabajo actual no tiene sentido, no suma valor a la sociedad. A diferencia de los empleos basura, que son ingratos y se pagan mal, los “trabajos de mierda” se caracterizan por su inutilidad. Quizás sean puestos aspiracionales bien pagos, pero son de una vacuidad tal que castigan la moral de quienes los ejercen. ¿Qué sentido puede encontrar una persona en llenar planillas infinitas, vender productos innecesarios o burocratizar al absurdo la ya de por sí entramada burocracia y qué podemos contar de eso en nuestras redes sociales? En ellas, cuando no está indignado, el posteador prefiere contar y compartir hechos que lo enorgullecen: una familia, unas vacaciones, una comida, un libro, una serie o algo que le salió bien. ¿Quién querría mostrar que completó 30 planillas absurdas en el trabajo cuando puede contar que por fin bajó su marca de los 10 km?

Consideradas las cosas desde este punto de vista, correr adquiere un sentido no menos individualista pero sí menos negativo que el que imagina Gorosdischer. Después de más de 100 días de confinamiento, los habitantes del AMBA atravesamos diversos estados y desafíos mentales. Cuando uno corre, el movimiento continuo, mecánico y repetitivo, acompañado por una sobreoxigenación, llevan a la mente a un estado etéreo, casi de inexistencia. Haruki Murakami, en De qué hablo cuando hablo de correr (5), una cálida parábola runner, describe: “El semblante de la gente que corre largas distancias es parecido en cualquier parte del mundo. Todos dan la impresión de pensar en algo. Tal vez no piensen en nada, pero parecen tener la mente fija en algo”. Probablemente ese estado sea el opuesto exacto a la situación de presente permanente del confinamiento.

1. https://www.elcohetealaluna.com/la-ideologia-runner/

2. Anthony Giddens, Modernidad e identidad del yo. El yo y la sociedad en la época contemporánea, Península, Barcelona,1995.

3. http://www.scielo.org.co/pdf/antpo/n30/1900-5407-antpo-30-00043.pdf

4. Editorial Ariel, 2019.

5. Tusquets, 2010.

* Abogado, periodista y consultor en comunicación digital. Vive en Buenos Aires y corre con disciplina desde hace 3 años. Participó de la Maratón de Buenos Aires 2018 (3 hs 55 m) y, con pasajes e inscripción en mano, quedó afuera de la Maratón de Sao Paulo 2020, cancelada por la pandemia.

© Le Monde diplomatique, edición Cono Sur

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