Salir de la Matrix
Creo que el principal efecto positivo a mediano y largo plazo será un probable y paulatino cambio de las mentalidades alrededor del mundo. Un cambio que es perfectamente congruente con un empeoramiento general de las realidades políticas y económicas a corto plazo. Incluso, en algún punto, las suponen. Hablamos de distintos plazos y distintas velocidades: La Reforma, el descubrimiento de América, la crucifixión de Cristo o la misma Peste Negra tuvieron efectos menos interesantes a corto plazo que lo que implicaron en el largo, en las formas de percibir y sentir el mundo. En este sentido, este gigantesco experimento social a cielo abierto que estamos viviendo nos confronta de manera radical con los límites del modelo social y político en que estamos inmersos: sus límites ecológicos, sociales, culturales y económicos. Un modelo que, a fuerza de naturalizar, ya empezábamos a considerar como una segunda piel, un hecho antropológico inevitable, la frontera misma de lo real. La crisis del coronavirus nos sacó de esa Matrix por unas semanas, una ruptura profunda en nuestra cotidianeidad y “normalidad” automática que nos hizo ver “desde afuera”, aunque sea por unos meses, el sistema en el que vivimos. Los efectos de un apagón gigantesco: Otro mundo es posible, aunque sea uno peor. En definitiva, lo que Mark Fisher llamaba “realismo capitalista” es esto: la incapacidad de pensar o sentir por fuera de este límite cognitivo, en una suerte de totalitarismo “invisible” de nuevo signo. Así como un cristiano del siglo XII o un romano del siglo II solo podían concebir como necesaria su forma de estar en el mundo, nuestra forma de estar en la modernización presenta como determinismo lo que en realidad es contingente y fruto de decisiones. En este sentido, el socialismo real y el capitalismo han compartido siempre un mismo tipo de paradigma; distintas formas de llegar a un mismo fin. Pero un mismo meta-relato del sujeto, la especie y su relación con este mundo; el hilo visible que comparten Trump y el Partido Comunista Chino, una misma forma de encarar el camino de lo que llaman “modernización”. Por eso, más que un cambio de modelo socioeconómico o la creación de nuevos partidos políticos, lo que puede habilitarse a largo plazo es un cambio más radical de cosmovisión, en un proceso de fermentación lenta, con consecuencias culturales, estéticas, políticas y éticas.
El famoso retorno de la Naturaleza y las escenas de los “animales sueltos” nos confrontaron a la cruel realidad de que “El Mundo” puede existir sin que estemos nosotros para gobernarlo. Nos descentró a la manera de cuando descubrimos que el Universo no giraba alrededor de la Tierra: un giro copernicano y perturbador distribuido por Youtube. Casi como si los dinosaurios hubiesen podido ver por un mes como sería la vida sin ellos; un baño de humildad para una humanidad moderna “autodefinida y autocreada, de aspiraciones infinitas, separada del conjunto, supervisora del resto del mundo con soberanía única”, al decir del filósofo americano Richard Tarnas. Y no sólo separada, sino tal vez, incluso, antagonista.
Esta noción de destino humano compartido puede dar lugar eventualmente a una nueva noción de universalidad; ya desde el siglo XX da la sensación de que existen temas que la política no puede abarcar en su lógica mas tradicional y que la frase de Schmidt (“Quien dice Humanidad quiere engañar”) puede estar cada vez más desactualizada. En 1945 la humanidad se asomó por primera vez a la posibilidad de su propia extinción con Hiroshima y Nagasaki. Por la fuerza de los hechos, la existencia del armamento nuclear exigió de la política una meta racionalidad hasta entonces desconocida: la gestión de una energía destructiva suma cero. E increíblemente salió bien, al menos hasta ahora. Tal vez porque esa política no desconocía el conflicto humano, ni aspiraba a eliminarlo, sino a procesar sus aspectos más destructivos con el marco de una razón de supervivencia de orden superior. No quería ni buscaba ningún gobierno mundial ni una humanidad reconciliada. Una política humana no puede nunca suponer una política para no humanos; o como decía mejor James Madison, “si los hombres fuesen ángeles, ningún gobierno sería necesario” ¿Será este el embrión de un modelo político posible para cuestiones existenciales como la crisis del cambio climático o el desarrollo de la Inteligencia Artificial? Y ¿qué implicancias ontológicas tendrá eso en las formas de la autopercepción humana? La idea de que todavía es posible elegir es mi particular forma de optimismo.
Este artículo integra la serie: ¿Dejará algún saldo positivo la pandemia?, parte I. Volver a nota principal.
* Politólogo. Editor de Panamá Revista. Coautor de La Grieta Desnuda, Capital intelectual, 2019.
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