Un saldo realista
En este contexto el optimismo solo puede ser parido por la razón. Desde este lugar puedo inventariar algunas impresiones sobre el saldo positivo del desastre epidemiológico y social de la COVID-19. Esta crisis es singular en comparación con anteriores que se produjeron en la sociedad argentina. En otros motivos, su dimensión global nos ubica en una escala de comparación que toca todos los países del planeta. A diferencia de otras áreas de la vida, en política las comparaciones no solo no son odiosas, sino instrumentos poderosos del debate público. En la escala global de la lucha contra la pandemia estamos –por ahora y de manera intuitiva– ubicados relativamente bien.
No pretendo introducir con esta referencia un triunfalismo bobo si no tratar de iluminar un saldo realista sobre cómo está funcionando nuestro Estado, el sistema político e incluso la sociedad. Si hace seis meses aventurábamos una crisis como la actual hubiéramos apuntalado para sumirnos en un profundo pesimismo sobre las incapacidades del Estado para reaccionar, sobre un sistema político agrietado para actuar coordinadamente y acerca del neoliberalismo, que corroe nuestra sociedad para producir el cuidado del otro. Por el momento, ninguna de estas hipótesis ha tenido cabal correspondencia con la realidad.
Hasta el momento, las directrices del plan de lucha contra el coronavirus vienen de altos cuadros técnicos y de gestión forjados en el aparato estatal y el sistema público de salud, muy pocos integrantes del sistema político bombardean el consenso liderado por el presidente y vemos florecer una suerte de economía moral colaborativa en los barrios populares (con epicentro en los comedores) pero también en los barrios más acomodados (un botón de muestra son las transferencias monetarias por bienes y servicios que no se van a consumir). Las ideas del antiestatismo, la antipolítica y el antineoliberalismo chocan contra estas evidencias. El Estado, el sistema político y la sociedad han mostrado modos de reaccionar imprevistos para estas narrativas que organizan gran parte de nuestro arco ideológico.
Para enfrentar la reconstrucción social y económica que se viene, este saldo realista es un punto de partida mucho menos negativo que el de otros países. Brasil está tan cerca que no hace falta explicar este punto. A raíz de la crisis de la COVID-19, el territorio argentino está estallado de desigualdades con efectos encadenados y agudos. Algunas de estas desigualdades son estructurales, otras estaban en estado latente y otras empezaron a producir consecuencias inéditas. Ante este contexto el concepto de Bienestar que manejábamos hasta ahora queda desfasado, reducido y poco ambicioso. Un prudente optimismo puede ver el renacer de este concepto como guía practica para enfrentar las desigualdades realmente existentes. Empujar este concepto desde un nuevo equilibrio entre protección social, cuidado y economía es una necesidad imperiosa cuando el impasse del aislamiento llegue a su fin.
Este artículo integra la serie: ¿Dejará algún saldo positivo la pandemia?, parte I. Volver a nota principal.
* Sociólogo, decano de la Escuela Interdisciplinaria de Altos Estudios Sociales (EIDAES).
© Le Monde diplomatique, edición Cono Sur