LA PANDEMIA EN LAS CIUDADES

Cómo hizo Rosario para frenar el virus (por ahora)

Por Mariano D'Arrigo*
Aunque sufre los mismos problemas de pobreza y hacinamiento que otras ciudades, Rosario ha logrado frenar el coronavirus. Durante semanas solo registró un caso, importado de Buenos Aires. El éxito, que se extiende también a la provincia de Santa Fe, se explica por la capilaridad de un sistema de salud desarrollado a lo largo de las últimas décadas.
Creusa Muñoz, sin título (de la serie Crónica de un encierro), 2020 (Instagram: @creusamunozph)

Mientras el área metropolitana de Buenos Aires resalta en rojo en el mapa de la pandemia, en Rosario el frente sanitario aparece relativamente controlado: al 19 de mayo registraba 103 casos positivos. La ciudad estuvo 20 días –entre el 26 de abril y el 15 de mayo– sin registrar casos, hasta el ingreso de una persona infectada procedente de Buenos Aires. Esto contrasta, por ejemplo, con los 225 de la ciudad de Córdoba. Es más: el último fin de semana la provincia de Santa Fe cumplió 28 días sin casos desde la fecha de inicio de síntomas del último enfermo confirmado, y salió del grupo de zonas con transmisión local de Covid-19.

El dato puede resultar llamativo porque Rosario no tiene indicadores sociales precisamente escandinavos: de acuerdo al Relevamiento Nacional de Barrios Populares (Renabap), uno de cada diez habitantes de Rosario (algo más de 100 mil personas) vive en alguna de las 112 villas de emergencia de la ciudad. Allí las condiciones de vida no son muy distintas a las de las zonas más castigadas de la ciudad de Buenos Aires o el conurbano bonaerense. ¿A qué se debe entonces esta excepcionalidad rosarina?

A una combinación de factores estructurales y coyunturales: capacidades estatales, cooperación política y disciplina social al menos suficiente para reducir los contagios. También a la decisión de aprovechar un recurso escaso: el tiempo. El municipio empezó a tomar medidas desde el 13 de marzo, antes incluso que Buenos Aires: se conformó un consejo de gestión de riesgo, se suspendieron los eventos públicos y de concurrencia masiva y se pidió a la población abstenerse de realizar trámites en dependencias públicas, excepto aquellos que no pudieran postergarse o resolverse online.

“Se reaccionó rápido y esto fue importantísimo. Por el tamaño de la ciudad era un riesgo demorar las medidas”, remarca en diálogo con el Dipló el intendente de Rosario Pablo Javkin. Para el titular del Ejecutivo rosarino, las claves del éxito de la estrategia sanitaria del municipio son “laburo territorial, mucha coordinación y el cruce de saberes”. El secretario de Salud de Rosario, Leonardo Caruana, destaca la capilaridad territorial del sistema de salud de la ciudad. “Eso nos permitió tener alertas tempranas y activar protección territorial”.

Ese entramado de centros de salud en todos los barrios de la ciudad posibilitó al municipio buscar a los casos sospechosos, reconstruir su circulación en las últimas 72 horas y trazar un cerco para evitar nuevos contagios. Y no sólo eso: con el objetivo de evitar la circulación de los grupos en riesgo, desde hace dos meses se llevan los medicamentos a los adultos mayores y se los vacuna en su casa, de modo de evitar que circulen por la ciudad. El propio Alberto Fernández destacó en conferencia de prensa los resultados de la estrategia rosarina. “Rosario ha trabajado muy bien y ha podido superar en gran parte el problema», elogió el presidente.

La ciudad dispone de una infraestructura de salud importante. Cuenta con 67 centros de salud y 12 hospitales públicos (entre municipales y provinciales) y el Centro de Especialidades Médicas Ambulatorias de Rosario (Cemar), donde a partir del fin de semana del 22 de marzo se empezaron a hacer los testeos. También tiene personal: 4 de cada 10 empleados municipales pertenecen a la secretaría de Salud. Además, la sanidad representa el 24% (8.827 millones de pesos) del presupuesto 2020 (en CABA, por caso, el Ministerio de Salud tiene diez puntos porcentuales menos: en el presupuesto para el 2020 la cartera conducida por Fernán Quirós obtuvo el 14% del total de recursos).

En este sentido, Caruana considera que la pandemia también puso en duda la aplicación mecánica de modelos predictivos. “Si bien el virus tiene un análisis biológico, hay también un análisis político y social. Hay que entender el contexto, la toma de decisiones, la relación de la población con los servicios de salud: no es lo mismo tener una infraestructura fuerte que no tenerla”, agrega.

Continuidades y cambios

Rosario, efectivamente, fue desarrollando su infraestructura sanitaria como una política de Estado a lo largo de las décadas. Esa historia empezó con una carambola: la renuncia en 1989 del intendente, el radical Horacio Usandizaga, provocó elecciones anticipadas y el socialismo –por entonces Partido Socialista Popular (PSP)– llegó al poder. A partir de los dos mandatos de Héctor Cavallero (1989-1995), pero sobre todo de Hermes Binner (1995-2003), que además es médico, el municipio empezó a construir un sistema sanitario anclado en la atención primaria. Los intendentes socialistas que lo sucedieron –Miguel Lifschitz (2003-2011) y Mónica Fein (2011-2019) – sostuvieron los pilares del sistema.

El actual intendente, Pablo Javkin, es un caso particular: pertenece al Frente Progresista, la alianza liderada por el Socialismo junto al radicalismo y otros partidos menores, pero es radical. El año pasado le ganó la interna a la candidata socialista y luego se impuso en las elecciones generales con una propuesta que apostaba a refrescar la marca del Frente Progresista, desgastada después de 30 años de gobiernos socialistas. En esta dialéctica de continuidad y cambios, Javkin –que se apoya para gobernar sobre todo en el radicalismo que conduce la Universidad Nacional de Rosario– conservó a Caruana, un cuadro formado en el sistema de salud de Rosario, y que ya había cumplido la misma función en los gobiernos de Fein.

El énfasis en la salud se trasladó de Rosario a la provincia de Santa Fe. Cuando el Frente Progresista liderado por Binner ganó la gobernación en 2007, contaba con el know how afianzado durante de casi dos décadas en la intendencia. Con sus matices, los tres gobernadores socialistas –Binner, Antonio Bonfatti y Lifschitz– sostuvieron un plan basado en tres patas: descentralización, creación de redes de todo tipo e inyección de inversión pública en la provincia.

Cooperación política

La inversión millonaria en salud no alcanzó para compensar el desgaste tras doce años de gestión provincial y un malestar creciente por la inseguridad. Así, en 2019 el PJ volvió al poder luego de una larga temporada en el llano. A pesar de que los funcionarios peronistas tuvieron poco tiempo para terminar de familiarizarse con la botonera del Estado, los números de la provincia en la lucha contra el coronavirus también son muy buenos: Santa Fe registra 7 infectados por cada 100.000 habitantes, por debajo de Córdoba (11), Buenos Aires (15), Chaco (49) y CABA (108).

La secretaria de Salud de la provincia, Sonia Martorano, distingue varios factores. Uno es la rapidez para tomar medidas de precaución. “Fuimos los primeros en cerrar los espectáculos públicos –subraya la funcionaria–. Otra cosa que funcionó es que todas las personas que volvían del exterior se consideraban de riesgo, aunque el país no figurara en la definición de caso sospechoso. Algunas de esas personas desarrollaron la enfermedad y evitamos que cada una contagie como mínimo a diez”.

En este camino, la provincia montó un 0-800 para consultas sobre Covid-19. El call center –en el que trabajan administrativos, infectólogos y generalistas, y que tiene su base en la ciudad de Santa Fe– cumple una doble función. Por un lado, a partir de una serie de preguntas se identifican los casos sospechosos y se define si deben ser hisopadas o no; por el otro, monitorea el estado de salud de esos casos sospechosos y los positivos.

Otro factor clave, agrega Martorano, es la doble articulación: entre la provincia y el municipio de Rosario, y entre el sector público y el privado. “Eso es algo muy de Santa Fe”, considera la funcionaria. Es una práctica que viene desde antes de la pandemia: si un hospital no tiene lugar para internar un paciente, se lo deriva a una clínica privada, y luego el Estado se hace cargo de los gastos. También puede suceder a la inversa: una clínica ocupa todas sus camas y se traslada un paciente a una institución pública. Herencia de las gestiones socialistas, la articulación del sistema sanitario contribuye a una mejor distribución de los recursos.

La coordinación entre municipio y provincia no se da sólo a nivel ministerial, sino también entre los propios Ejecutivos. Pablo Javkin y Omar Perotti hicieron su propia versión de las escenas “anti-grieta” que interpretan Alberto Fernández, Horacio Rodríguez Larreta y Axel Kicillof. Desde el comienzo de la pandemia, ambos se esforzaron por aparecer coordinados, se mostraron varias veces juntos en actividades relacionadas con la pandemia y están en comunicación permanente.

En rigor, la sociedad política entre Perotti y Javkin empezó a tejerse incluso desde antes de su asunción. Ambos cultivan un perfil similar: no son outsiders, sino hombres de la política que  miran más al centro que a los extremos ideológicos. Son, además, pragmáticos. La suya es una relación de mutua conveniencia: para Perotti, buena parte de la gobernabilidad se juega en Rosario, una ciudad que sobrerreaciona a los rebotes, pero también a las crisis. Por su parte, Javkin necesita una relación fluida con la administración provincial: el municipio cerró 2019 con un déficit de 3.860 millones de pesos.

Pero no sólo una agenda sobrecargada de problemas estrechó la relación entre Perotti y Javkin. También lo hizo un adversario común: Miguel Lifschitz. Sentado en la presidencia de la Cámara de Diputados de la provincia, Lifschitz dirige el bloque mayoritario (28 diputados sobre 50) y tiene la llave de una de las puertas que debe atravesar cualquier proyecto para convertirse en ley. De hecho, durante cuatro meses el ex gobernador se negó a dar luz verde a una mega ley de emergencia que habilitaba al gobernador a endeudarse por 39 mil millones de pesos hasta fin de año y cedía facultades de la Legislatura al Ejecutivo. Finalmente, y después de enfrentar presiones tanto del peronismo –que lo acusaba de quebrar la convivencia política en la provincia– como de los propios intendentes del Frente Progresista –con Javkin a la cabeza–, Lifschitz permitió que se apruebe ley.

En medio de esa tregua forzada por la pandemia, y como gesto de buena voluntad, Lifschitz aportó dos nombres de peso al comité de crisis que formó el gobernador: los ex ministros de Salud Miguel Cappiello y Andrea Uboldi se integraron al consejo que asesora a Perotti.

El pico que viene

Pese a los números positivos que muestran Rosario y Santa Fe, las autoridades son conscientes de que habrá nuevos contagios y fallecimientos, sobre todo en momentos en que aumenta la circulación de personas por la flexibilización de actividades y el cansancio acumulado tras dos meses de cuarentena.

Con el ingreso de la ciudad en la fase 4, se dividieron las actividades en dos franjas horarias: por la mañana funcionan bancos, correos y locales de cobranza; por la tarde, comercios y actividades profesionales. Industrias y obras pueden trabajar con protocolos estrictos y deben garantizar la movilidad a sus empleados para no congestionar el transporte público. Curiosamente, a veces los conflictos gremiales ayudan: un paro de la Unión Transporte Automotor (UTA) mantiene paralizado el transporte público desde hace diez días. La emergencia sanitaria debilitó el habitualmente fuerte poder de negociación del sindicato: en este momento para los gobernantes que circule menos gente es casi un alivio.

La mayor circulación se nota en otros indicadores: en abril se registró un solo asesinato en Rosario, una cifra inédita para los estándares de la ciudad, pero el número volvió a aumentar en mayo.

“Pedimos mucha prudencia, acá no terminó nada –plantea Javkin–. La evolución sanitaria nos permitió ir abriendo actividades y aumentar el nivel circulación, pero tenemos que ser muy cuidadosos para medir el impacto sanitario de las medidas que tomamos. La prioridad es la salud, pero apuntamos a ir recuperando las actividades que podamos para ir generando un desahogo económico y laboral”.

El panorama, aunque controlado, puede cambiar en cualquier momento.  “Nos estamos preparando para casos que pueden darse, el final de esta etapa no lo conocemos”, admite Caruana.

El foco de atención se desplaza a comunidades cerradas, como barrios populares y geriátricos: allí se prevén los nuevos brotes. Pero hay una diferencia con lo que sucedía hasta ahora: en lugar de esperar a que las personas consulten en los centros de salud, se optó por una política más agresiva. La idea es ir a buscar a los pacientes que presentan pocos síntomas (llamados oligosintomáticos) y testearlos. El objetivo es hacer al menos 50 test por día en esas poblaciones, que se sumarán a las entre 80 y 140 pruebas diarias que se hacen en la ciudad, y que representan al 60% del total provincial. “Estamos haciendo mapas febriles, y si vemos que aumenta en una micro área podemos intervenir. Eso nos permite estar más cerca y garantizar también salud sexual y reproductiva y la atención de otras patologías”, afirma Caruana, que agrega que el desafío es transformar la atención individual en una atención centrada en la comunidad.

En la provincia aspiran a que el pico sea lo más bajo y lo más tarde posible. Todavía no fue necesario abrir los centros de aislamiento, que sumaron plazas extra a las 5.900 camas de sala y las 930 camas de terapia intensiva disponibles. “Para hacerlo tendríamos que llegar a un número crítico, unas 50 personas”, dice Martorano.

Sucede que, aunque Santa Fe se encuentra en el grupo de las provincias sin circulación local, está rodeada de distritos donde los contagios se multiplican: Chaco, Buenos Aires y últimamente Córdoba, que tuvo que volver a la fase 3 de la cuarentena después de que se registraran 55 casos positivos en 72 horas. Por eso, Santa Fe dispuso que las personas que ingresen provenientes de otras provincias deberán hacer el aislamiento obligatorio.

Caruana advierte que la aparición de “uno o dos casos” no hará cambiar el rumbo fijado. De todas formas, gobernantes de todos los niveles saben que una vez flexibilizada la cuarentena es muy difícil dar marcha atrás. Lo había reconocido Perotti en una entrevista periodística: “Vamos a atender caso por caso, localidad por localidad, resguardando la salud, siendo cautos. Es como cuando apretamos una pasta de dentífrico: una vez que la pasta de dientes salió no la ponemos más adentro”

* Periodista.

© Le Monde diplomatique, edición Cono Sur

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