El “hito liberal” del macrismo
Aunque el movimiento de mujeres viene desarrollando desde años una intensa lucha por la legalización del aborto, que incluye movilizaciones cada vez más masivas y un esfuerzo de instalación pública que a menudo las obliga a discutir civilizadamente con los interlocutores más retrógrados, la posibilidad de que finalmente se convierta en ley es consecuencia de una decisión política de Mauricio Macri. No es cierto que el presidente, desbordado por la demanda, se haya visto forzado a admitir un curso de acción inapelable, no es cierto que no tuviera otra opción; perfectamente podría haber optado por no innovar, dejar pasar el momento y seguir como si nada, que es de hecho lo que hicieron sus antecesores. Entonces conviene ser claros: si el aborto nunca había alcanzado estado legislativo fue porque los presidentes de la democracia argentina –todos ellos– se ocuparon de que no ocurriera, y si ahora llega al Congreso es porque Macri así lo decidió. Aunque cueste aceptarlo.
¿Es una cortina de humo, una jugada desesperada para tapar las dificultades de la economía, la persistencia de la pobreza, los escándalos off shore? Supongamos que sí. Pero, ¿importa? Alcanza con revisar los diarios del 2010 para comprobar que el mismo argumento se esgrimió contra la decisión de impulsar la ley de matrimonio igualitario por parte de un kirchnerismo herido por el voto no positivo y la derrota en las legislativas del año anterior, y que un planteo parecido se utilizó para desacreditar la ley de divorcio empujada por un alfonsinismo cercado por la hiperinflación, los alzamientos carapintadas y los paros de Saúl Ubaldini. En política como en la vida, importan menos los motivos siempre indescifrables de las personas que los resultados concretos de sus decisiones.
El resultado está abierto. Con el gobierno prescindente, será clave el rol de los influencers pro legalización al interior de los diferentes bloques: los macristas Daniel Lipovetzky, que preside la Comisión de Legislación General de Diputados y conducirá los primeros debates, y el jefe del bloque del PRO en el Senado, Humberto Schiavoni, así como de figuras claves de la oposición que ya se manifestaron a favor, entre ellos Agustín Rossi, Máximo Kirchner y Miguel Ángel Pichetto. Como escribió Noelia Barral Grigera (1), muchos legisladores vienen haciendo silenciosos procesos de transición, de posiciones cerradamente anti-abortistas a un estado de duda o incluso de aceptación, ya sea por los argumentos irrefutables en materia de salud pública como por la presión familiar de esposas e hijas (la única excepción es la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, quien tras una vida de apoyar el aborto, y como parte de una involución política más general, ahora se opone).
La votación final dependerá también de la habilidad política del grupo pro legalización, de su astucia para manejar los tiempos y, decisivamente, de la elaboración de una estrategia no belicosa y tolerante con las sensibilidades religiosas, tal como ocurrió durante el tratamiento de la ley de divorcio: varios diputados y senadores que la apoyaron aclararon en su fundamentación pública que seguían reivindicándose católicos y reconociendo el rol fundamental de la Iglesia en la sociedad argentina. Sin embargo, y aunque por supuesto se opone, no está tan claro que hoy, tres décadas después, la Iglesia esté en condiciones de iniciar una guerra santa como la que en su momento libró contra el alfonsinismo, con el obispo Emilio Ogñenovich encabezando una procesión que sacó a la Virgen de Luján de la Basílica para transportarla a la Plaza de Mayo (aunque ni siquiera en aquel momento la posición de la curia fue monolítica: las crónicas de la época recuerdan que la caravana de Ogñenovich se vio obligada a seguir un trayecto serpenteante para esquivar el paso por Morón, cuyo obispo, Justo Laguna, se había manifestado en contra de la marcha) (2).
Hitos
Si finalmente se convierte en ley, el aborto legal, seguro y gratuito se inscribirá en la tradición de avances liberales iniciados con la recuperación de la democracia en 1983. Además del divorcio, el gobierno alfonsinista consagró la patria potestad compartida y la equiparación de derechos de los hijos extramatrimoniales; el kirchnerismo, además del matrimonio igualitario, impulsó la ley de vientre subrogante y de muerte digna, en tanto el menemismo, mucho más reaccionario, de todos modos eliminó la obligación constitucional de que el presidente profesara la fe católica. Se trató en todos los casos de conquistas en el mismo sentido secularizador y modernizante que sintonizan con los nuevos desarrollos teóricos sobre la relación entre liberalismo y democracia (3).
Es interesante, porque dice mucho del estilo de cada presidente y de su contexto histórico, revisar la forma en que se concretaron las iniciativas. Mientras que el kirchnerismo puso todo el peso del Estado y de su voluntad política a favor de la ley de matrimonio igualitario, a punto tal de que Cristina invitó a una gira por el exterior a un grupo de senadores que habían anticipado su voto en contra para evitar que participaran de la sesión, el alfonsinismo comenzó con una energía que con el paso del tiempo, y su creciente debilidad política, se fue agotando; de hecho la aprobación del divorcio fue posible en buena medida por el impulso de un fallo que declaró inconstitucional el artículo de la ley de matrimonio civil que prohibía el casamiento entre personas separadas, decidido pocos meses antes por la Corte Suprema con el apoyo de Enrique Petracchi, José Antonio Bacqué y… Carlos Fayt.
Macri optó en cambio por una estrategia más discreta. Dejó trascender la novedad al término de una reunión de gabinete y luego, cuando ya había explotado, la incluyó en su discurso de apertura de sesiones del Congreso, donde dijo que su gobierno vería con “agrado” que las cámaras tomaran el tema. También teatralizó la idea: dos semanas después, unos 200 dirigentes del Consejo Nacional del PRO reunidos en Parque Norte escucharon el debate entre dos diputados oficialistas con posiciones encontradas. Al mismo tiempo, Macri anunció que él personalmente estaba “a favor de la vida”, pero que si el Congreso aprobaba la ley no recurriría al veto, redondeando la infrecuente escena de un gobierno que impulsa el tratamiento de una norma sobre la cual su plana mayor se manifiesta en contra.
Qué es esto
La decisión de llevar el aborto al Congreso reabre el debate acerca de la caracterización ideológica del macrismo, donde conviven el reaccionarismo ultramontano de por ejemplo Esteban Bullrich, que se opone a la legalización con el argumento de que si el embrión es mujer vale el “Ni una menos”, con las impecables declaraciones del ministro de Salud, Adolfo Rubinstein. Conformado por un mix de tradiciones, del liberalismo cosmopolita al conservadurismo de inspiración católica y el republicanismo de derecha, el macrismo es una fuerza compleja, y como tal debe ser analizada. Por otra parte, y para hacer más complicadas las cosas, la jugada tiene mucho del estilo típicamente nestorista de construcción hegemónica: el anuncio sorpresivo de una iniciativa transversal y dislocante, que desordena a la oposición y la obliga a tomar posición: el “¿qué votará Cristina?” que recorre los círculos políticos.
Pero más allá de intenciones y especulaciones lo central es que la ley puede convertirse en el gran “hito liberal” del macrismo y en un acontecimiento histórico, por sus efectos concretos en términos de evitar las consecuencias letales de miles de abortos mal practicados, porque implica reconocer la autonomía de las mujeres y la libertad para decidir sobre sus cuerpos y por su aporte a la convivencia social. Como ocurrió en su momento con el divorcio y el matrimonio igualitario, la despenalización del aborto refuerza la idea de “neutralidad moral” del Estado republicano y la noción de que las decisiones personales de los ciudadanos sólo conciernen a ellos. Al legalizar –y regular– situaciones que ya existían de hecho, se trate de una pareja de separados, de la unión entre dos personas del mismo sexo o de una mujer que elige abortar, el Estado amplía los márgenes de lo aceptado y contribuye a modelar una sociedad más inclusiva, tolerante y democrática.
1. “El lobby en la mesa familiar”, en www.anfibia.com
2. Mariano D. Fabris, “El Episcopado Argentino y la sanción del divorcio vincular”, Programa Interuniversitario de Historia Política, UNMdP.
3. Uno de los aportes más destacados es el del politólogo italiano Norberto Bobbio en Liberalismo y democracia (FCE, 1993). Para Bobbio, la democracia constituye un régimen político basado en la participación popular y el principio mayoritario pero requiere, para que se comprueba en la práctica, alternativas políticas reales (oposición competitiva), lo que a su vez exige una serie de derechos típicamente liberales (reunión, expresión, asociación). Por lo tanto es muy difícil que un Estado no liberal garantice la democracia, del mismo modo que resulta improbable que un Estado no democrático asegure las libertades individuales.
© Le Monde diplomatique, edición Cono Sur