¿Hacia un acuerdo heroico?
Los gestos de acercamiento entre Teherán y Washington se multiplican. Una nueva era parece comenzar. De ahora en adelante se vislumbra una solución política que ponga fin al conflicto que enfrenta, desde hace treinta y tres años [este artículo fue escrito en noviembre de 2013], a Irán y Estados Unidos. De repente, los gestos de conciliación han sustituido a las amenazas y a las imprecaciones proferidas desde hace décadas. Las cosas se aceleran. Hasta el punto de que la opinión pública se pregunta cómo hemos pasado tan rápidamente de una situación de enfrentamiento constante a la perspectiva, ahora plausible, de un próximo acuerdo entre estos dos países.
Hace apenas dos meses, a principios de septiembre, estábamos –una vez más– al borde de la guerra en Medio Oriente. Los grandes medios de comunicación mundiales sólo publicaban titulares sobre el “inminente ataque” de Estados Unidos contra Siria, gran aliado de Irán, acusado de haber cometido, el 21 de agosto pasado, una “masacre química” en la periferia este de Damasco. Francia, por razones que aún continúan siendo enigmáticas, se hallaba en primera línea. Dispuesta a participar en este ataque, incluso sin la autorización del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas (ONU), sin haber pedido la aprobación del Parlamento francés y sin esperar el informe de los expertos de la ONU… David Cameron, primer ministro británico, también se alistaba en lo que se presentaba como una nueva “coalición internacional” decidida a “castigar” a Damasco tal y como se había “castigado”, con el concurso de la OTAN, en 2011, a la Libia del coronel Gadafi… Por último, varios Estados vecinos –Arabia Saudita (el gran rival regional de Irán), Qatar y Turquía–, que ya estaban muy involucrados en la guerra civil siria del lado de los insurgentes, apoyaban asimismo el proyecto de “bombardeos aéreos”.
Todo apuntaba pues hacia un nuevo conflicto. Y esto, en esa zona de todos los peligros, corría el riesgo de transformarse pronto en una conflagración regional. Porque Rusia (que dispone de una base naval geoestratégica en Tartús, en la costa siria, y suministra masivamente armas a Damasco) y China (en nombre del principio de la soberanía de los Estados) habían advertido que opondrían su veto a toda petición de acuerdo del Consejo de Seguridad para llevar a cabo ese ataque. Por su parte, Irán, a la vez que denunciaba el uso de armas químicas, se oponía asimismo a una intervención militar, pues temía que Israel aprovechara la ocasión para atacarlo y destruir sus instalaciones nucleares… Por lo tanto, el conjunto del polvorín en Medio Oriente (incluyendo Líbano, Irak, Jordania y Turquía) corría el riesgo de explotar.
Signos de cambio
Pero, de repente, ese proyecto de “ataque inminente” se abandonó. ¿Por qué? En primer lugar, hubo un rechazo de las opiniones públicas occidentales, mayoritariamente hostiles a un nuevo conflicto cuyos principales beneficiarios, sobre el terreno, sólo podían ser los grupos yihadistas ligados a Al Qaeda. Grupos, por otra parte, contra los cuales luchan las fuerzas occidentales en Libia, Malí, Somalia, Irak, Yemen y en otros lugares… Más tarde, el 29 de agosto de 2013, vino la humillante derrota de David Cameron en el Parlamento británico que dejaba fuera de juego al Reino Unido. A continuación, el 31 de agosto, se produjo el giro de Barack Obama, quien decidió, para ganar tiempo, solicitar la luz verde del Congreso estadounidense… Y por último, el 5 de septiembre, durante la Cumbre del G20 en San Petersburgo, Vladimir Putin propuso colocar el arsenal químico sirio bajo control de la ONU para ser destruido. Esta solución (indiscutible victoria diplomática de Moscú) le convenía tanto a Washington como a París, Damasco y Teherán. En cambio, suponía, paradójicamente, una derrota diplomática para algunos de los aliados de Estados Unidos (y enemigos de Irán), a saber: Arabia Saudita, Qatar e Israel.
No cabe duda de que esa solución, inimaginable hace tan sólo dos meses, debía transformar la atmósfera diplomática y acelerar el acercamiento entre Washington y Teherán.
En realidad, todo había comenzado el pasado 14 de junio cuando fue elegido a la presidencia de Irán Hassan Rohani, quien sucedió al muy polémico Mahmud Ahmadinejad. En su investidura, el 4 de agosto, el nuevo presidente declaró que comenzaba una etapa diferente y que procuraría, mediante “el diálogo”, sacar a su país del aislamiento diplomático y de la confrontación con Occidente por su programa nuclear. Su objetivo principal, dijo, era morigerar la presión de las sanciones internacionales que ahogan la economía iraní.
Estas sanciones se sitúan entre las más duras jamás infligidas a un país en tiempos de paz. Desde 2006, el Consejo de Seguridad, actuando conforme al Capítulo VII de la Carta de las Naciones Unidas (1), ha aprobado cuatro resoluciones muy vinculantes –1.737 (2006), 1.747 (2007), 1.803 (2008) y 1.929 (2010)– como respuesta a los riesgos de proliferación que presentaría el programa nuclear iraní. Estas sanciones se reforzaron en 2012 mediante un embargo petrolero y financiero de Estados Unidos y de la Unión Europea, que aislaron a Irán del mercado mundial, cuando el país persa está sentado sobre las cuartas reservas mundiales de petróleo y las segundas de gas (2).
Todo ello ha deteriorado en gran medida las condiciones de vida: cerca de 3,5 millones de iraníes están desempleados (es decir, el 11,2% de la población activa), una cifra que podría aumentar hasta los 8,5 millones según el propio ministro de Economía. El salario mínimo mensual es de apenas 6 millones de riales (200 dólares, o 154 euros), mientras que el índice de precios al consumo se ha más que duplicado. Y los productos básicos (arroz, aceite, pollo) continúan siendo demasiado caros. Los medicamentos importados son inhallables. La tasa anual de inflación es del 39%. La moneda nacional ha perdido el 75% de su valor en dieciocho meses. Por último, a causa de las sanciones, se ha hundido la producción automotriz.
En este contexto de malestar social agudo, el presidente Rohani multiplicó los signos de cambio. Hizo liberar a una decena de presos políticos, entre ellos a Nasrín Sotudé, militante de derechos humanos. Después, el 25 de agosto, por primera vez desde hacía décadas, se produjo la visita a Teherán de un diplomático estadounidense, Jeffrey Feltman, secretario general adjunto de la ONU, para examinar junto con el nuevo jefe de la diplomacia iraní, Mohammad Javad Zarif, la situación en Siria. Pero nadie duda de que ambos abordaron igualmente la cuestión de las relaciones entre Irán y Estados Unidos. Por otra parte, acto seguido, se vivía un hecho insólito: Hassan Rohani y Barack Obama intercambiaron cartas en las que se declaraban dispuestos a llevar a cabo “discusiones directas” para intentar encontrar una “solución diplomática” a la cuestión nuclear iraní.
A partir de ese momento, Hassan Rohani comenzó a decir las frases que, desde hacía años, los occidentales querían oír. Por ejemplo, durante una entrevista concedida a la CNN, declaró ante una pregunta sobre el Holocausto: “Todo crimen contra la humanidad, incluidos los crímenes cometidos por los nazis contra los judíos, es reprensible y condenable”. Es decir, exactamente lo contrario de lo que Mahmud Ahmadinejad había machacado durante ocho años. Rohani afirmaba igualmente a la cadena NBC: “Jamás hemos pretendido obtener una bomba nuclear, y no tenemos intención de hacerlo”. Por último, en una columna publicada en The Washington Post, el presidente iraní proponía a los occidentales buscar, mediante la negociación, soluciones “provechosas para todas las partes”.
Como respuesta, Barack Obama, en su discurso ante la ONU del 24 de septiembre, en el cual citó veinticinco veces a Irán, dijo asimismo lo que Teherán quería oír. Que Estados Unidos no “pretendía cambiar el régimen” iraní, y que Washington respeta “el derecho de Irán a acceder a la energía nuclear con fines pacíficos”. Sobre todo, por primera vez, no amenazó a Irán ni repitió la frase fatídica: “Todas las opciones están sobre la mesa”.
Al día siguiente, el secretario de Estado estadounidense, John Kerry, y el ministro iraní de Asuntos Exteriores, Mohammad Javad Zarif, mantenían, por primera vez desde la ruptura de las relaciones diplomáticas entre los dos países el 7 de abril de 1980, una reunión diplomática bilateral acerca del programa nuclear iraní. Y se volvieron a encontrar en Ginebra el 15 de octubre en el marco de la reunión del Grupo de los Seis (China, Estados Unidos, Francia, Reino Unido, Rusia, Alemania), encargado de seguir, con mandato de la ONU, la cuestión iraní.
Esta atmósfera de frases conciliadoras y de pequeños pasos en el camino hacia la reconciliación iba a encontrar su escenificación más espectacular durante el ya famoso intercambio telefónico del 27 de septiembre entre Obama y Hassan Rohani.
A excepción del gobierno ultraconservador de Israel que intenta entorpecer este acercamiento (3), otros aliados de Estados Unidos no quieren ser los últimos en subirse al tren de la paz ni, sobre todo, dejar escapar jugosos contratos comerciales con un país de ochenta millones de consumidores… Así, el Reino Unido anunció inmediatamente que había decidido volver a abrir su embajada en Teherán y relanzar las relaciones diplomáticas. Y, el 24 de septiembre, el presidente francés François Hollande se apresuró a ser el primer dirigente occidental que se reunía y estrechaba públicamente la mano de Hassan Rohani. Hay que decir que Francia tiene importantes intereses económicos que defender en Irán. En particular, en la industria automotriz, con dos constructores (Renault y Peugeot) presentes en el terreno. Desde hace unos meses, las dos firmas francesas observan la llegada de fábricas estadounidenses rivales, en concreto la revitalizada General Motors.
No faltarán obstáculos…
Todo indica que el deshielo actual va a intensificarse. Irán y Estados Unidos tienen, objetivamente, interés en hacer las paces. El argumento de la diferencia abismal entre los sistemas políticos estadounidense e iraní no vale. Hay numerosos precedentes. ¿Qué similitud política existía, por ejemplo, entre la China comunista de Mao Zedong y la América capitalista de Richard Nixon? Ninguna. No impidió que estos dos países normalizaran sus relaciones en 1972 y comenzaran su espectacular entendimiento comercial y económico que dura hasta el día de hoy. Y podríamos también citar el inaudito acercamiento, a partir del 17 de noviembre de 1933, entre la América de Roosevelt y la Unión Soviética de Stalin, que todo separaba, y que permitió a ambos países finalmente ganar juntos la Segunda Guerra Mundial.
En el plano geoestratégico, Obama intenta liberarse de Medio Oriente para dirigirse hacia Asia, la “zona del futuro y del crecimiento, según Washington, del siglo XXI”. La implantación de Estados Unidos en Medio Oriente, sólida desde el final de la Segunda Guerra Mundial, se justificaba por la existencia en esta área geográfica de los principales recursos en hidrocarburos, indispensables para la voraz máquina productiva estadounidense. Pero esto ha cambiado desde el descubrimiento, en Estados Unidos, de importantes yacimientos de gas y de petróleo de esquisto que podrían aportarle una mayor autonomía energética.
Por otro lado, el estado de las finanzas, tras la crisis de 2008, ya no permite a Washington asumir el elevado costo de sus múltiples participaciones en guerras y conflictos en Medio Oriente. Negociar con Irán para que abandone todo proyecto de programa nuclear militar es menos costoso que una guerra ruinosa. Sin contar con que la opinión pública estadounidense continúa siendo radicalmente hostil a la posibilidad de un conflicto de este tipo. Y que aliados como Alemania y el Reino Unido, visto lo que acaba de suceder a propósito de Siria, sin duda no participarían. En cambio, si se alcanza un acuerdo, Irán podría contribuir a estabilizar el conjunto de Medio Oriente, particularmente en Afganistán, en Siria y en el Líbano. Y aliviar de ese modo a Estados Unidos.
Teherán, por su parte, necesita este acuerdo para aflojar la presión de las sanciones y reducir las dificultades diarias de los iraníes. Porque el país no está a salvo de un gran levantamiento social. Respecto a la cuestión nuclear, Irán parece haber comprendido que poseer una bomba que no podría utilizar, y hallarse en la situación de Corea del Norte, no es una opción. Podría satisfacerse, igual que Japón, con dominar el proceso técnico pero detenerse en el umbral de lo nuclear militar… y dejarlo a su alcance (4). Para la defensa del país, más le vale apostar por sus avances militares tradicionales, que están lejos de ser despreciables. Por otra parte, el estatus de potencia regional, al que Teherán desde siempre ha aspirado, pasa por un acuerdo (e incluso una alianza) con Estados Unidos, como sucede con Israel o Turquía. Y por último, elemento nada desdeñable, el tiempo apremia; existe el riesgo de que el sucesor de Barack Obama, dentro de tres años, se revele más intransigente.
No faltarán obstáculos en uno y en otro campo. Los adversarios de un acuerdo no son pocos y tienen poder. Washington, por ejemplo, para firmar un eventual acuerdo necesita el aval del Congreso, donde los amigos de Israel, en particular, son numerosos. En Teherán, también los adversarios de un acuerdo son temibles. Pero todo indica que un ciclo se acaba. La lógica de la historia empuja a Irán y a Estados Unidos –que comparten una fe común en el liberalismo económico– hacia lo que podríamos llamar un “acuerdo heroico”.
1. El Capítulo VII trata de la “acción en caso de amenazas a la paz, quebrantamientos de la paz o actos de agresión”.
2. Las exportaciones de petróleo han caído de 2,5 millones de barriles diarios en 2011 a menos de 1 millón (según los datos de los últimos meses facilitados por la Agencia Internacional de la Energía). La suma obtenida por las exportaciones disminuyó de 95.000 millones de dólares en 2011 a 69.000 en 2012. Se estima que la cifra de 2013 será todavía inferior.
3. Sin que se entienda muy bien por qué; porque un acuerdo de Estados Unidos con Irán le garantizaría a Israel la supremacía militar en la región, eliminaría el riesgo de un Irán nuclear y le evitaría una guerra costosa y peligrosa.
4. Las cuestiones técnicas sobre las que se negocia giran especialmente alrededor del programa de enriquecimiento de uranio, un proceso que, hasta ciertos niveles, tiene usos civiles, pero que, con mayor grado de refinamiento, permite producir cabezas nucleares. En los últimos años, Irán ha multiplicado su capacidad de enriquecimiento elevando el número de centrifugadoras aptas para ello. Y también ha empezado a enriquecer uranio hasta niveles del 20%, un umbral todavía de uso civil, pero que lo acercó significativamente al grado militar. Occidente reclama mayor capacidad de inspección a las instalaciones nucleares; que Irán deje de enriquecer al 20% y entregue a algún país o entidad neutral el material ya producido –o lo convierta a formas que impiden o dificultan su ulterior procesamiento hasta niveles militares–. El objetivo es que Teherán no disponga de suficiente stock para armar –si hubiese la voluntad– una bomba.
Esta nota integra el EXPLORADOR IRÁN: En el centro de las tormentas
El Irán gobernado por el alto clero chiita presenta complejidades que rehúyen una caracterización simplista. Debajo del férreo orden teocrático palpitan debates intensos, críticas demoledoras, expresiones culturales de notable refinamiento y ansias sociales de cambio.
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* Periodista, semiólogo, ex director de Le Monde diplomatique, edición española.
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