REVOLUCIÓN BOLIVARIANA Y SUDAMERICANA

¿Qué significa Chávez?

Por Ignacio Ramonet*
Hace apenas unas semanas, en Caracas, con ocasión del 14º aniversario de la primera toma de posesión del poder por parte de Hugo Chávez, Ignacio Ramonet trazaba este vívido perfil biográfico.
Caracas (Jorge Silva/Reuters)

En su primer discurso de toma de posesión, el 2 de febrero de 1999, año llamado por eso simbólicamente, “Año de la Refundación de la República”, el presidente Hugo Chávez advertía a aquellos que teniendo oídos no querían oír.



Decía el nuevo Presidente: “Este día, no es un día más; esta transmisión de mando presidencial no es una transmisión de mando presidencial más. No, es la primera transmisión de mando de una época nueva: es el abrir la puerta hacia una nueva existencia nacional. En Venezuela –añadía–, se respiran vientos de resurrección”. Y proponía retomar el viejo sueño bolivariano de realizar un proyecto de desarrollo integral para Venezuela empezando por lo que él llamó la transición transformadora que, en realidad, ya definía como una verdadera revolución. Y Chávez –es muy importante– puntualizó que él tenía “la certeza de que nosotros le vamos a dar cauce pacífico y cauce democrático a esa revolución”.



Ese día, ese primer día de la era neobolivariana, de lo que hay que llamar la “era Chávez”, el nuevo Presidente explicó muy claramente que, aunque él deseaba ardientemente la unión, no estaba dispuesto a pagar cualquier precio por una falsa unión. Y declaró: “¿Unirnos a los que quieren conservar esto tal cual está? ¿Buscar consenso con los que se oponen a los cambios necesarios? Yo digo hoy como Bolívar: ¡Es una traición! Y si alguien debe tener claro eso, es éste que está aquí hablándoles a ustedes, porque yo estoy aquí no por mí, yo estoy aquí por un compromiso; yo no soy causa, soy consecuencia”.



Y, por si algunos no lo hubiesen entendido, volvió a repetir: “Yo prefiero la muerte antes que la traición; así lo declaro ante el mundo y lo declaro ante Venezuela: no hay marcha atrás en la revolución política que tenemos que impulsar y que claman las calles del pueblo de toda esta tierra de Bolívar”.



Desde el primer día pues, el presidente Chávez lo repitió y lo machacó para que nadie se llamase a engaño: “No hay marcha atrás en la revolución política” que estaba empezando. Insistió una vez más: “Este proceso lleva su ritmo, y su marcha. No podemos frenarlo, mucho menos desviarlo de cauce para que de vuelta sobre sí mismo y se hunda de nuevo. No lo vamos a permitir. Hasta donde yo pueda, no lo voy a permitir”.



Y sobre América Latina, ya anunciaba, con su visión estratégica de largo alcance: “Yo seré un pregonero y un acelerador, hasta donde pueda, de los procesos de integración. Es momento de retomar el sueño de unión entre nosotros; de plantearnos una moneda para la América Latina y el Caribe de la próxima década, busquemos y luchemos por ella; de plantearnos una Confederación de naciones de esta parte del mundo; de plantearnos una unidad que vaya mucho más allá del intercambio comercial. La unidad va mucho más allá, es mucho más completa, mucho más profunda; es la unidad de lo que estuvo unido una vez”.



No hay peor sordo que el que no quiere oír. Y muchos, a pesar de la meridiana claridad del proyecto expuesto hace exactamente 14 años por Chávez, a pesar de su claridad evangélica, o no oyeron lo que dijo, o no prestaron atención, o pensaron que eran palabras huecas, de pura retórica.


“El Incorruptible”


El presidente Chávez ha contado muchas veces, con su genio coloquial y su arte de la narración, cómo en los primeros meses de su mandato se le acercaron obsequiosamente los grandes empresarios, las grandes fortunas, los que se pensaban “dueños naturales” de Venezuela, para proponerle toda suerte de regalos y tentaciones –autos, departamentos, negocios– como habían hecho con tantos presidentes anteriores, creyendo que Chávez sería uno más de esos que tienen doble discurso y doble moral. ¡Qué error! ¡Qué craso y gigantesco error cometieron esos miserables que piensan que todo se compra y se vende en este mundo, hasta las conciencias! ¡Pero se rompieron los dientes contra una voluntad incorruptible!



Con un látigo moral, Chávez los expulsó de Miraflores, como Cristo expulsó a los mercaderes del Templo. “Incorruptible” así le llamaban a Robespierre durante la Revolución francesa. Y eso descubrieron los oligarcas inmorales de ese país: “Chávez, el Incorruptible”.



Y a partir de ahí, cuenta Chávez, esos oligarcas empezaron a conspirar. “No lo podemos comprar, entonces lo vamos a derrocar”. Ese fue, a partir de ese momento, el plan de la oligarquía, de la burguesía. Ahí empezaron, con el apoyo del imperialismo, las conspiraciones, los ataques, las campañas mediáticas de demonización, la preparación de los golpes de Estado, los sabotajes…



Pocos hombres han producido un cambio copernicano tan radical en la historia de su país –y respetando escrupulosamente la democracia– como Hugo Chávez. “Copernicano” viene de Copérnico, ese sabio polaco que fue el primero en demostrar que, contrariamente a lo que afirmaba la Iglesia, y contrariamente a la impresión que tenemos, el Sol no da vueltas alrededor de la Tierra, sino todo lo contrario: es la Tierra la que da vueltas alrededor del Sol. Chávez, como Copérnico, demostró que ese país estaba “patas arriba” –como dice nuestro amigo Eduardo Galeano– y decidió ponerlo sobre sus pies firmes, que son los pies del pueblo.


La opción por la democracia

El éxito fundamental del presidente Chávez es la refundación de la nación venezolana –“¡Tenemos Patria!”– gracias a un verdadero modelo democrático y político al servicio de los intereses de las mayorías populares. Porque la revolución bolivariana está reorganizando la sociedad en sus estructuras fundamentales.



Desde Fidel Castro, no había surgido en América Latina un líder tan arrollador, tan transformador, tan movilizador, tan seductor, tan creador, tan revolucionario como Hugo Chávez. Estos 14 años, no sólo han transformado copernicanamente Venezuela, sino toda América Latina, lo cual ha influenciado y cambiado el curso de la política internacional en el mundo. ¡Estos son los 14 años que cambiaron el mundo!



Estos 14 años se pueden calificar ya como la “Edad de Oro” de América Latina. Nunca América Latina conoció, en sus dos siglos de historia, un período tan importante de democracia, de justicia social y de desarrollo. Nunca tantos gobiernos progresistas gobernaron al mismo tiempo en tantos países latinoamericanos. Eso es absolutamente inédito. Durante decenios, la simple perspectiva de que un gobierno progresista, democráticamente elegido, llevase a cabo cambios estructurales para reducir las desigualdades y las injusticias, bastaba para que fuese derrocado. Los ejemplos abundan: Guatemala 1954, Brasil 1964, República Dominicana 1965, Chile 1973, Perú 1975, etc.



Por eso, en muchas naciones latinoamericanas, la única vía que le quedó a los defensores de la justicia social, fue la vía de las armas y de las guerrillas.



Hugo Chávez que, con otros compañeros, participó en la gloriosa rebelión de la dignidad del 4 de febrero de 1992, fue el primer gran líder progresista –desde Salvador Allende– que apostó por la vía democrática y alcanzó el poder. Esto es algo fundamental. No se entiende quién es Chávez si no se entiende el carácter profundamente democrático de su opción progresista. Su voluntad de someter regular y periódicamente, al veredicto del pueblo, cada uno de los avances de la revolución bolivariana. La apuesta de Chávez es el “socialismo democrático”. Esa voluntad suya y esa confianza en la inteligencia colectiva de los ciudadanos le conducen a asociar al pueblo a todas las decisiones de la revolución bolivariana.



En eso y en su concepción de la “unión cívico-militar”, la unión del pueblo y de las Fuerzas Armadas, Chávez –ha dicho Fidel Castro– revoluciona la revolución latinoamericana.


El modelo bolivariano


Hoy, en Venezuela, mejoran las estructuras, el nivel de vida, se crea empleo, se da educación, se cuida la salud, se difunde la cultura, se erradica el analfabetismo, progresan las ciencias, se avanza hacia la soberanía alimentaria… Las nacionalizaciones y las intervenciones del Estado en la economía son utilizadas para mejorar los niveles de vida de la mayoría de la población. Lo mismo ocurre en América Latina, donde los gobiernos neoprogresistas están trabajando bien. Están consolidando el Estado de bienestar, en el mismo momento en que este Estado de bienestar está siendo destruido por los gobiernos neoliberales en Europa. Aquí, ahora se sabe que la pobreza no es una fatalidad.



En estos últimos 14 años, más de 50 millones de personas han salido de la pobreza en América Latina, gracias a estas políticas redistributivas que Venezuela y la revolución bolivariana fueron las primeras en impulsar.


Jamás se había visto algo así: 50 millones de personas salir de la pobreza e integrarse a las clases medias en tan poco tiempo. Por eso, como siempre lo ha dicho el presidente Chávez, no hay que temerle a la democracia. Al contrario, la consulta democrática sólo puede consolidar unas políticas orientadas a darle al pueblo “la mayor suma de felicidad posible”. Estos gobiernos latinoamericanos, mientras sigan fieles a los lineamientos del “socialismo democrático”, tienen por delante muchos decenios de mantenimiento en el poder, con lo cual garantizan que no haya marcha atrás, que los tiempos de las oligarquías no volverán. Eso se terminó para siempre.



Por eso, no es ninguna sorpresa que el presidente Chávez tenga tantos enemigos burgueses, tan amplio apoyo popular, y haya ganado casi todas las contiendas electorales de los últimos catorce años. Hay que recordar que, antes de que Chávez fuera elegido por primera vez en diciembre de 1998, Venezuela había celebrado únicamente quince elecciones nacionales durante los cincuenta años anteriores. Es decir: ¡menos que las que se han hecho en estos 14 años! Un dato poco conocido y que los opositores al presidente Chávez deberían meditar.



El modelo bolivariano en el que el Estado tiene un papel importante en cuanto a la dirección de la economía, en el que se orienta la economía hacia las necesidades sociales de la mayoría y en el que se recibe el respaldo democrático de estas políticas, da lecciones de cómo una democracia social puede refundarse.


Sudamérica, la región más progresista

Como un huracán, como un ciclón, como un tifón indomable, el verbo de Chávez y el ejemplo de las realizaciones de la revolución bolivariana han despertado a toda América Latina. Y ha surgido aquí la más brillante generación de líderes excepcionales de la historia. La incapacidad de la clase política tradicional para canalizar la revuelta de los menos favorecidos abrió el camino a dirigentes nuevos, de origen sindical, militante social, militar o hasta guerrillero.



Esa afirmación molesta a veces a algunos movimientos altermundialistas o anticapitalistas o incluso marxistas, quienes se aferran a aquello de que “no hay ni Dios, ni rey, ni tribuno”. Insisten en la “dirección colectiva” y creen con devoción en la “espontaneidad popular”. Sin embargo, el papel central del “líder carismático” salta a la vista. Porque cataliza en él las voluntades de millones de ciudadanos anónimos que participan en los “procesos de cambio”. Cuba no habría resistido sesenta años a la agresión estadounidense sin Fidel Castro. Y, en Venezuela, está claro que la revolución bolivariana no sería lo que es sin el presidente Hugo Chávez.



Esto lo ha reconocido el propio Fidel Castro que declaró: “Hace mucho tiempo albergo la más profunda convicción de que, cuando la crisis llega, los líderes surgen. Así surgió Bolívar cuando la ocupación de España por Napoleón y la imposición de un rey extranjero crearon las condiciones propicias para la independencia de las colonias españolas en este hemisferio. Así surgió José Martí, cuando llegó la hora propicia para el estallido de la Revolución independentista en Cuba. Y así surgió Chávez, cuando la terrible situación social y humana en Venezuela y América Latina determinaba que el momento de luchar por la segunda y verdadera independencia había llegado”.



Nunca, en ningún continente, en ninguna circunstancia, se vio surgir una generación de líderes tan inauditos, tan populares, tan rompedores como esta que reúne nada menos que a Lula y Dilma en Brasil, a Evo Morales en Bolivia, a Rafael Correa en Ecuador, a Néstor Kirchner y Cristina Fernández en Argentina, a Tabaré Vázquez y Pepe Mújica en Uruguay. Y tantos otros…



Desde la histórica toma de posesión de Hugo Chávez aquel 2 de febrero de 1999, Venezuela abrió el camino y, a pesar de las campañas de terror mediático, más de una decena de Presidentes progresistas han sido elegidos por voto popular en base a programas que anuncian transformaciones sociales de gran amplitud, redistribución más justa de la riqueza e inclusión de los sectores sociales hasta entonces marginados o excluidos. Bajo el liderazgo de Hugo Chávez, Venezuela ha conocido enormes progresos en cuanto a desarrollo económico, desarrollo social, justicia social, empoderamiento popular y democracia. Y por eso ha recibido la admiración y el respeto de los progresistas de todo el mundo.



Cuando en el resto del mundo –y muy particularmente en Europa–, las izquierdas, alejadas de las clases populares y comprometidas con el modelo neoliberal causante de la crisis actual, parecen agotadas y desprovistas de ideas, en Sudamérica, estimuladas por la poderosa energía de los movimientos sociales, los nuevos “socialismos del siglo XXI” desbordan de creatividad política y social.



Estamos asistiendo a un renacimiento, a una verdadera refundación de ese continente y al segundo acto de su emancipación, iniciada hace dos siglos por Simón Bolívar y los Libertadores.



Aunque muchos europeos (hasta de izquierda) lo sigan ignorando –a causa de la colosal muralla de mentiras que los grandes medios de comunicación dominantes han edificado para ocultarlo–, Sudamérica se ha convertido en la región más progresista del planeta. Donde más cambios se están produciendo en favor de las clases populares y donde más reformas estructurales están siendo adoptadas para salir de la dependencia y del subdesarrollo.



Removida en sus cimientos por vientos de esperanza y de justicia, Sudamérica ha dado un rumbo nuevo al gran sueño de integración de los pueblos, no sólo de los mercados. Además del Mercosur que agrupa a los 260 millones de habitantes de Brasil, Argentina, Paraguay, Uruguay y Venezuela, una realización muy innovadora para favorecer la integración es la Alianza Bolivariana para los Pueblos de nuestra América (ALBA). Sus miembros han conseguido una estabilidad que les ha permitido consagrarse a la lucha contra la pobreza, la miseria, la marginalidad, el analfabetismo; asegurar a los ciudadanos educación, salud, vivienda y empleo digno. Han obtenido asimismo, gracias al proyecto Petrosur, una mayor cohesión energética y también un aumento significativo de su producción agrícola para avanzar hacia la soberanía alimentaria. Gracias a la creación del Banco del Sur y de una Zona Monetaria Común (ZMC), progresan igualmente hacia la creación de una moneda común, el sucre, como lo anunció el Presidente Chávez hace 14 años, cuando nadie lo imaginaba.



Varios Gobiernos sudamericanos, el 9 de marzo de 2009, dieron un paso más que parecía inconcebible: decidieron constituir el Consejo de Defensa Suramericano (CDS), un organismo de cooperación militar creado a través de la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR), organización fundada en Brasilia en mayo de 2008. Y luego, en 2011, lo más espectacular: el nacimiento de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, la CELAC. Como dijo Chávez en su discurso inaugural del 2 de diciembre de 2011: “La unidad entre nuestros pueblos, entre nuestros Estados, nuestras Repúblicas, nuestros gobiernos es el único camino. Aceptando y respetando nuestras diferencias. Sin permitir que la cizaña venenosa vaya a impedir, una vez más, el esfuerzo unitario. La unidad hay que construirla, pero es necesario batallar todos los días contra mil dificultades… Porque ese es el camino que Bolívar nos señaló cuando dijo: ‘Sólo la Unión nos falta para completar la obra de nuestra regeneración. El día que logremos esa unidad, entonces construiremos en este Nuevo Mundo, la madre de las Repúblicas y la reina de las Naciones’”.


Aunque odiosas campañas de propaganda difunden que en la Venezuela bolivariana los medios de comunicación están controlados por el Estado, la realidad –verificable por cualquier testigo de buena fe– es que tal afirmación es falsa. Tan falsa como la falsa foto del presidente Chávez que publicó el diario El País de Madrid en su portada semanas atrás.



La gran fuerza de Chávez es que su acción concierne ante todo lo social (salud, alimentación, educación, vivienda), que es lo que más interesa a los venezolanos humildes. Lo cual explica el inmenso apoyo popular del que goza Chávez.


Historias de la revolución


He sido testigo, en diversas ocasiones, del increíble fervor que puede suscitar el Presidente. He tenido la oportunidad de acompañarle, dando saltos por toda Venezuela, a grandes encuentros de masas y a pequeñas fiestas bolivarianas, a reuniones de cuadros y a desfiles de Ejércitos, a conferencias de prensa y a encuentros con estudiantes, con campesinos, con mujeres, con indígenas, con obreros… Con el pueblo de Venezuela en toda su diversidad.



Una vez, por ejemplo, me invitó a asistir a una operación sorpresa a orillas del lago de Maracaibo. El motivo era la toma de control por el Estado de unas cuarenta empresas de marinería, especializadas en servicios a las plataformas petroleras instaladas en el lago, y que utilizaban unos terminales a lo largo de toda la costa donde operaban trescientas grandes lanchas. Planificada con minuciosidad casi militar, la operación necesitaba el factor sorpresa para evitar que los propietarios sabotearan el material y hundieran las lanchas. Ocho mil trabajadores con contratos provisionales eran explotados por esas empresas; recibían salarios miserables y debían pagar incluso la comida, los medicamentos y hasta las reparaciones de algunas máquinas…



Chávez les anunció que, a partir de ese momento, la revolución recuperaba los terminales y las lanchas; ponía fin a su situación de atropello y que todos ellos pasaban a ser “trabajadores fijos” de la plantilla de PDVSA… El asombro de los operarios, sorprendidos por la súbita nacionalización, se tornó en entusiasmo. Y cuando el Presidente añadió que los 500 millones de dólares de beneficios que realizaban esas empresas se quedarían allí, convertidos en escuelas, viviendas para los trabajadores, clínicas, proyectos ecológicos, etc., y que esos recursos serían administrados por los trabajadores mismos en el marco del poder comunal… la explosión de júbilo fue inenarrable.



“¡Llegó la revolución! ¡Viva Chávez!”, gritaban. Algunos veteranos trabajadores, con el rostro marcado por largos años de esfuerzos, vertían lágrimas de emoción… Rodeado por un ruidoso enjambre de gente entusiasta, Chávez subió al remolcador Canaima. Se puso a hablar con el capitán, Simón, con veinte años de experiencia surcando el lago. “Hasta el día de hoy –le dijo– esta lancha era de un capitalista; ahora es del pueblo, y la revolución te la confía”.

Luego, a la sombra de una carpa roja, se dirigió a los cientos de operarios allí reunidos, algunos con sus esposas e hijos: “Mi alma –les confesó– es el alma del pueblo. Los que quieran patria, vengan conmigo. Cristo declaró: ‘A Dios lo que es de Dios, al César lo que es del César’, y yo les digo: ‘¡Al pueblo lo que es del pueblo!’. Paso a paso, vamos dándole vida a la transición al socialismo. Cada día el pueblo tendrá más poder. Cada día seremos más libres. Esto es un acto de independencia.” Cuando terminó de hablar, los que le oían se pusieron a gritar: “¡Así! ¡Así! ¡Así es que se gobierna!”.



Una mujer se distinguía por la energía de sus vivas a la revolución. El Presidente lo notó, la invitó a tomar la palabra, le preguntó cómo se llamaba, si tenía familia… Ella salió del público, joven, vestida con buen gusto, se identificó: “Nancy Williams, 29 años, tengo un solo hijo, estoy casada, pero si usted quiere me divorcio…”.



En otra ocasión, en Vargas, en la inauguración de un hospital, una señora de edad pidió la palabra: “Me llamo Inocencia Pérez –dijo con emoción–. Lo bendigo y lo encomiendo a San Miguel Arcángel. El día que le dieron el golpe [11 de abril de 2002] fui desde aquí a Caracas a pie para defenderlo. Tanto andé que los pies me echaban sangre…”.



Testimonios como éste los hay a millones. Porque millones de personas humildes lo veneran como a un santo. Chávez repite con calma: “Me consumiré al servicio de los pobres”. Una vez, la escritora Alba de Céspedes le preguntó a Fidel Castro cómo podía haber hecho tanto por su pueblo: educación, salud, reforma agraria, etc., y Fidel, simplemente, le contestó: “Con gran amor”.



Chávez es igual: ha transformado y refundado Venezuela con dos herramientas principales: el socialismo democrático y su “gran amor”.

* Periodista, semiólogo, ex director de  Le Monde diplomatique, edición española.

© Le Monde diplomatique, edición española

Más notas de contenido digital
Destacadas del archivo