Eterno conflicto en Gaza
La franja de Gaza, en tanto entidad autónoma, tomó forma tras la guerra de 1948-1949, durante la cual numerosos expulsados palestinos afluyeron a ese territorio. El entonces primer ministro israelí, David Ben Gurion, gran visionario, comprendió rápidamente el riesgo que implicaba semejante concentración de refugiados en el noroeste de Néguev. Ello se debía a que el obstáculo natural del desierto de Sinaí impedía que se produjera en Gaza un fenómeno de dispersión como el registrado en los países vecinos, con la aparición de campamentos de refugiados en torno a Ammán, Beirut o Damasco.
Así fue que el territorio en si mismo se transformó, al menos para dos tercios de su población, en un inmenso campamento de refugiados. Ben Gurion pensó en absorber ese problema con su propuesta de anexar Gaza, pero la iniciativa fue enterrada en 1949, tras la conferencia de Lausana. El territorio se convirtió entonces en el punto crítico del frente meridional, en el terreno de experimentación de las incursiones intimidatorias y los bombardeos indiscriminados.
La invasión israelí de 1956, durante la Guerra de Suez, fue acompañada de una sangrienta represión, pero la presión internacional obligó a evacuar Gaza. Ben Gurion creyó conveniente apoyarse, por defecto, en la mano de hierro del presidente egipcio Gamal Abdel Nasser, que garantizó una calma efectiva en ese territorio hasta 1967. La ocupación de la Franja de Gaza, desde el comienzo de la guerra en junio, había representado para Israel ante todo un desafío en términos de contrainsurgencia, frente a una guerrilla palestina de una tenacidad sin igual. Habiendo aplastado brutalmente a los insurgentes, el general Moshe Dayan decidió disolver Gaza en las «puertas abiertas» (libre circulación) con Israel y Cisjordania. Esta política dio resultado durante dos décadas. El primer ministro Itzhak Rabin decidió en 1993 sistematizar los “bloqueos” del territorio y a la vez abrir el diálogo con la Organización para la Liberación de Palestina (OLP).
Liberarse de Gaza se convirtió así en la obsesión de las autoridades israelíes, que intentaron transferir el mantenimiento del orden a una fuerza palestina, reservándose el derecho de intervención permanente en caso de amenaza. Al respecto, la continuidad estratégica entre la retirada parcial de 1994 y la decisión unilateral de abandonar Gaza en 2005 es evidente. Pero allí donde Rabin había iniciado una dinámica de paz, el primer ministro Ariel Sharon puso a la Autoridad Palestina ante el hecho consumado.
Desde 2005 Israel se enfrenta a un callejón sin salida: su visión centrada únicamente en la seguridad, por su brutalidad, alimentó en respuesta una movilización internacional al ritmo de las crisis. Las “misiones civiles” nacidas de la emergencia humanitaria alcanzaron su límite, pues no son capaces de darle una nueva perspectiva a la población de Gaza. Esta se encuentra atrapada en medio de la pulseada entre Al Fatah, que nunca aceptó la victoria islamista de las elecciones de enero de 2006, y Hamas, que tomó el control del territorio en junio de 2007. Así es que el impasse en que se halla la estrategia israelí acentúa el impasse humanitario, que a su vez se ve agravado por el impasse político que perdura en el escenario palestino. El millón y medio de habitantes del territorio, que ya padece un aislamiento físico de un rigor excepcional, se halla prisionero de este triple impasse.
Un costo “aceptable”
La retirada israelí y el desmantelamiento de las colonias de la franja de Gaza, a fines del verano de 2005, fueron seguidos un mes más tarde por una ofensiva de nombre premonitorio: «Eterno regreso». Las incursiones y los bombardeos israelíes se sucedieron, siendo el último en marzo pasado. La captura del soldado tanquista Gilad Shalit, el 25 de junio de 2006 había generado una nueva escalada.
La ruptura de la tregua entre Hamas e Israel, entre junio y diciembre de 2008, desembocó en la violencia de la operación «Plomo fundido», cuyas víctimas se contabilizaron en una relación de uno a cien entre las pérdidas israelíes y palestinas, sin que por ello cesaran los disparos de cohetes sobre Israel en 2009. Durante los primeros seis meses de 2010, las fuerzas de ocupación mataron a treinta y cuatro palestinos en la franja de Gaza (once de los cuales eran civiles), mientras que los tres israelíes caídos eran todos militares (1). La segunda mitad de 2010 dejó un balance de 37 palestinos muertos (doce de ellos civiles) y ninguna víctima israelí (2). Israel creyó haber encontrado un sistema para manejar su frontera meridional, con un costo ciertamente exorbitante para los habitantes de Gaza, pero perfectamente aceptable para su opinión pública.
La revolución que estalló en Egipto el 25 de enero de 2011, y que en dieciocho días obligó al presidente Hosni Mubarak a retirarse, diluyó rápidamente aquella ilusión estratégica. Entonces se invirtieron los papeles, y fue la franja de Gaza la que alimentó –gracias a sus túneles– a la ciudad egipcia de Rafah, aislada del mundo –es decir de El Cairo– a raíz de los motines del canal de Suez. Israel, que había insistido para que el tratado de paz con Egipto de 1979 prohibiera cualquier despliegue militar en el Sinaí, autorizó la presencia de fuerzas armadas egipcias sin precedentes al Este de Suez para que contuvieran la agitación revolucionaria…
El 11 de octubre de 2011, gracias a la mediación de El Cairo y de los servicios secretos alemanes (BND), Hamas e Israel llegaron a un acuerdo de intercambio de prisioneros. La liberación del soldado Gilad Shalit, una semana después, estuvo condicionada a la de 1.027 detenidos palestinos: 477 designados en una lista confeccionada por Hamas e Israel, más otros 550, elegidos a discreción de Israel, liberados durante un plazo de dos meses. Hamas no obtuvo la liberación de figuras emblemáticas de Al Fatah, como Marwan Barghouti; o del Frente Popular para la Liberación de Palestina (FPLP), como Ahmed Saadat. Sin embargo se aseguró la libertad de muchos militantes de Al Fatah, de los Comités de Resistencia Popular y del Jihad islámico. Pero sobre todo, consiguió el retorno de decenas de sus cuadros y de sus miembros históricos, algunos condenados varias veces a cadena perpetua por su participación en atentados anti-israelíes.
Israel necesitó más de dos mil días para aceptar lo esencial de las exigencias presentadas por Hamas luego de la captura de Shalit. Durante cinco años y medio, su ejército desató varias ofensivas destinadas a quebrar, o al menos a debilitar a Hamas. Sin embargo, el gobierno de Benjamin Netanyahu no sacó ninguna conclusión ante el fracaso de esa opción estrictamente militar, a la vez que nunca pudo amenazar el control ejercido por Hamas sobre la Franja de Gaza. Al contrario, es el movimiento islamista el que mantiene la intensidad del conflicto en su nivel más bajo, a la vez que escapa al bloqueo por medio de su manejo de los túneles, que según la Organización de las Naciones Unidas (ONU) llegarían a seiscientos.
En el invierno de 2011 una militancia inédita en Gaza se encontró en sintonía con las reivindicaciones populares de Túnez y de El Cairo. El 31 de enero de 2011 se prohibió una manifestación de apoyo a la revolución egipcia.
La caída del presidente Mubarak el 11 de febrero, galvanizó a los rebeldes palestinos. En Gaza, el eslogan «El pueblo quiere derribar al régimen» se adaptó a otra versión: «El pueblo quiere terminar con la división», dejando de lado la oposición entre Hamas y Al Fatah, en nombre del interés superior del pueblo palestino. El 14 de marzo de 2011 miles de jóvenes desfilaron en apoyo a esa idea. Al día siguiente, la manifestación fue diez veces más grande, mientras que las de Cisjordania eran mucho más limitadas. El acto registró incidentes cuando militantes de Hamas intentaron imponer el emblema de su partido a los manifestantes, quienes sólo autorizaron la bandera palestina.
Tres generaciones después…
A pesar de estos incidentes, la dinámica unitaria preparó el terreno para una reconciliación, al menos formal, entre Hamas y Al Fatah. La caída del régimen de Mubarak, que más que ejercer una mediación buscaba contener al movimiento islamista, también jugó su papel en este avance. Por su lado, el debilitamiento de la Siria comandada por Bachar al-Assad, obligó a la dirección exiliada de Hamas a conceder mayor importancia a las reivindicaciones expresadas en Gaza. El 4 de mayo de 2011, ambos dirigentes, Khaled Mechaal y Mahmud Abbas, que no habían vuelto a verse desde la efímera «unión nacional» convenida en La Meca cuatro años antes, se entrevistaron en El Cairo para firmar un acuerdo. Se estableció un marco de cooperación entre los servicios de seguridad de Ramallah y de Gaza. El principio de que la OLP buscaba proseguir negociaciones con Israel fue ratificado por Hamas, quien si bien no se consideró concernido por esas conversaciones, manifestó que aceptará sus consecuencias.
Luego de tanta sangre derramada y de tantas ocasiones perdidas, a los habitantes de Gaza les cuesta creer que el combate de una Palestina contra otra haya terminado. Para salir del limbo en el que el territorio se halla desde junio 2007 es imprescindible una real reconciliación. Para que ese giro se concrete, es necesaria la decisión de Abbas y Mechaal, que viven en Ramallah el primero, y en Qatar (desde que abandonó Damasco) el segundo, bien lejos de Gaza y de sus preocupaciones. Las acciones de venganza de las milicias rivales, y la duplicación de burocracias pletóricas (3) son una pesada hipoteca que pesa sobre cualquier forma de acercamiento duradero. Pero, ¿cómo imaginar un futuro decente y un destino colectivo para la población de Gaza mientras los dos principales movimientos palestinos sigan agrediéndose mutuamente?
Esta franja de tierra modelada por la historia ya vio crecer tres generaciones. La generación del duelo, de 1947 a 1967, que abrió el camino a la de la destrucción, de 1967 a 1987, y por último, a la generación de las intifadas, de 1987 a 2007. Sin embargo, en Gaza, como en otros puntos de Palestina, las vías para escapar de esa pesadilla colectiva son simples y conocidas. Pueden desplegarse en un tríptico virtuoso: ruptura del aislamiento, desarrollo y desmilitarización. Semejante dinámica iría a contracorriente de las tendencias seguidas tenazmente desde hace décadas. La juventud de Gaza ya demostró, en su movilización de marzo de 2011, su determinación de acabar con un orden tan siniestro. Para conjurar esa fatalidad sería necesario volver al presupuesto más prometedor de los acuerdos de Oslo: primero, Gaza.
1. Informe semanal de la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios de Naciones Unidas (Unocha), 2-7-10.
2. Informe semanal de la Unocha, 7-1-11.
3. Hamas paga los salarios de 31.000 funcionarios en la Franja de Gaza, y la Autoridad Palestina conserva unos 70.000 agentes remunerados.
* Profesor en el instituto de Ciencias Políticas de París. Autor de Histoire de Gaza, que acaba de publicar la editorial Fayard, texto en el que se inspira este artículo.
Traducción: Carlos Alberto Zito.