El escándalo del Banco de Kabul
En junio de 2011, Abdul Qadir Fitrat, presidente del Banco Central de Afganistán, anunciaba desde un hotel en las afueras de Washington que había renunciado a su cargo y escapado a Estados Unidos “porque temía por su vida”. En abril ya había denunciado ante el Parlamento afgano –basándose en nombres y cifras precisos– un escándalo financiero sin precedentes, el del Banco de Kabul, el principal banco privado del país que había estado a punto de quebrar en agosto de 2010.
Según los últimos informes contables del Banco Central, los directivos del Banco de Kabul prestaron y perdieron en seis años unos 579 millones de dólares de depósitos. Sumando los intereses y algunos préstamos disfrazados de gastos de representación y administración, el monto a cubrir ascendería incluso a 914 millones de dólares. Si se lo compara con la economía afgana, cuyo Producto Interno Bruto (PIB) real superó, según el Fondo Monetario Internacional (FMI), apenas los 7.000 millones de dólares en 2011, la dimensión de estas pérdidas es inédita en la historia mundial de las finanzas. Esto pone en evidencia, a su vez, la corrupción endémica que reina en Afganistán y la incapacidad total del gobierno de Hamid Karzai para enfrentarla, a tres años de la retirada programada de las tropas estadounidenses y en momentos en que los empresarios sólo piensan en una cosa: sacar provecho de la ayuda internacional mientras ésta continúe.
La historia del Banco de Kabul “es tanto más triste cuanto que el sector bancario era considerado, hasta hace poco tiempo, como uno de los muy escasos logros de la reconstrucción del país”, se lamenta William Byrd, ex director del Banco Mundial en Afganistán. Entre los beneficiarios de la generosidad del Banco de Kabul figuran, entre otros, un hermano del presidente Karzai, Mahmoud, y un hermano del mariscal Mohammad Qasim Fahim, el vicepresidente primero. Según una fuente interna, una investigación del Banco Central registró unos 207 beneficiarios en total: miembros del Parlamento, ministros, gobernadores provinciales, artistas, un equipo de fútbol, responsables de campañas políticas, etc. (1).
Durante la media hora que siguió al anuncio de la dimisión de Fitrat, la oficina de Hamid Karzai la calificó de “traición” y se envió una orden de detención a Interpol y a la Embajada de Estados Unidos en Kabul, ya que Fitrat encabezaba una lista de sospechosos que la oficina del fiscal afgano había demorado más de un año en publicar. Se atrevían también a encarcelar a Sherkhan Farnood, el fundador del banco, y a su presidente, Khalilullah Ferozi, quienes aún transitaban casi libremente por Kabul. Desde entonces, se espera un hipotético proceso judicial.
Según diversas fuentes, el Comité de Evaluación y Supervisión (Monitoring and Evaluation Committee, MEC, oficina anticorrupción) eximió de culpa, en cambio, a Mahmoud Karzai y Abdul Hassin Fahim, ambos accionistas del banco, con la condición de que devolvieran las sumas oficialmente consideradas préstamos fraudulentos. El primero recibió 22 millones de dólares y tres sociedades de las que el segundo era accionista se beneficiaron con generosos préstamos por un monto total de 182 millones de dólares. Desde entonces, Mahmoud Karzai no escatima insultos contra Farnood, su ex socio, “un ladrón, un criminal que debió ser juzgado hace mucho tiempo”, nos explica. Dice estar “asqueado, agotado por la lentitud del gobierno”.
El Banco de Kabul se convirtió en la excusa de una pulseada entre el gobierno afgano y el FMI. Desde marzo de 2011, este último bloqueó el desembolso de una parte de la ayuda internacional al presupuesto del Estado (2). Incluso solicitó que el propio gobierno absorbiera las pérdidas del banco –en julio sólo se habían recuperado 70 millones de dólares–, y exigió una reforma del sistema bancario así como un proceso judicial que no sea pura pantomima. El poder “necesita desesperadamente ese dinero”, para no encontrarse dentro de unos meses en situación de iliquidez, recuerda Andrew Wilder, especialista en Afganistán del US Institute of Peace, un centro de investigación del Congreso estadounidense. A mediados de octubre, el Parlamento afgano dio su acuerdo a un plan de refinanciación del Banco Central y aceptó un primer pago de 51 millones de dólares. En consecuencia, el FMI podría aceptar reanudar su programa de ayuda a mediados de noviembre.
Un personaje singular
Sherkhan Farnood, el fundador del banco, el hombre que le permitió a los poderosos del país servirse de las cuentas bancarias de 1,3 millones de afganos, es un aventurero que empezó de la nada. Nacido de una familia pobre del norte, este jugador de póker de nivel internacional –el sitio de internet del “World Series of Poker Tour” le atribuye ganancias por alrededor de 400.000 dólares entre 2005 y 2008– soñaba con ser fundador de un conglomerado industrial y financiero. Pasó la mayor parte de su vida adulta en el extranjero: primero en Moscú, donde fundó en los años 80, en su cuarto de estudiante, una empresa dedicada a la transferencia de fondos que sacó provecho de la importación de tejidos afganos a Rusia. Según un ex funcionario de las fuerzas de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) en Afganistán logró, en apenas quince años, extender su red a través de Asia Central, Pakistán, Irán, China, e incluso Europa y California.
Se inscribió así en las redes musulmanas tradicionales del hawala, un sistema de transferencia de dinero, crédito y cambio extrabancario que tiene el gran mérito de dejar muy pocas huellas escritas. Según un investigador de la Drug Enforcement Administration estadounidense (DEA), en los años 90, Farnood transfirió y blanqueó dinero desde Dubai para los talibanes, Al-Qaeda, traficantes de drogas y para muchos comercios legítimos.
Tras la caída del régimen de los talibanes en 2001, el aliado estadounidense alentó la creación de bancos modernos. El país sólo contaba entonces con dos, nacionalizados y anémicos. “Los reguladores se aliviaron cuando vieron que se establecían verdaderos bancos en Kabul –explica Byrd–. Los donantes extranjeros pensaban que los bancos podrían ser sometidos a las reglas internacionales”. Farnood fue el primero en solicitar una licencia, finalmente obtenida en 2004.
Comenzaba así una historia de confianza, “un acto de fe”, según Noorullah Delawari, entonces jefe del Banco Central. Para convencer a sus conciudadanos de sacar sus ahorros de debajo del colchón, Farnood dio muestras de un sentido del espectáculo poco común en el mundo de las finanzas: mientras dos actrices indias –Divya y Seeta– elogiaban sus tarjetas de crédito en la televisión, él organizaba gigantescas loterías en salones de fiesta que denominaba “Bakht” (suerte, en dari), abiertas a cualquier persona que depositara 100 dólares en una cuenta del Banco de Kabul. “Farnood entregaba automóviles, departamentos, dinero en efectivo. Supo captar la atención importando técnicas empleadas en otras partes en Medio Oriente”, cuenta Anwar-Ul-Haq Ahady, actual Ministro de Comercio, que firmó la licencia del Banco de Kabul.
En dos años, el sistema se afianzó. Farnood reclutó nuevos socios entre personas cercanas al poder: prestó 6 millones de dólares a Mahmoud Karzai, quien adquirió así el 7% de las participaciones del banco sin desembolsar un sólo centavo. Farnood “no pertenecía a una tribu, no tenía el apoyo de nadie. Creyó obtener una póliza de seguros arrastrando a su lado a Mahmoud Karzai”, afirma Delawari.
En julio de 2011, el fiscal adjunto del país contabilizó 413 préstamos fraudulentos concedidos por el Banco de Kabul, esencialmente a sus accionistas, a menudo sin intereses ni plazos de reembolso. La mayoría de ellos fueron otorgados a favor de testaferros: custodios, jardineros, personal doméstico, etc. Paralelamente, el banco continuaba con la apertura de sucursales, incluso en el sur pashtún donde los talibanes resurgían con fuerza desde 2005. El Estado lo utilizaba además para abonar los salarios de los funcionarios, incluyendo el ejército y la policía. Estos contratos firmados con los ministerios se multiplicarían tras la reelección, en condiciones fraudulentas, de Hamid Karzai en 2009. “Ser elegidos como canal para abonar esos salarios fue una gran oportunidad –señala Wilder–. Supieron utilizar esas sumas que circulaban por sus cajas de manera ‘creativa’”, demorando el pago de los salarios de los funcionarios para sacar provecho durante más tiempo de los intereses ligados a sus depósitos, y reinvirtiendo dichas sumas en sectores extremadamente variados.
Por más que el dinero llegara a las cajas fuertes, nunca permanecía allí por mucho tiempo: Farnood construía su imperio. Invirtió en el cemento con Mahmoud Karzai (3), en un canal de televisión (1,8 millones de dólares), en la venta de nafta (21 millones) y en el sector inmobiliario en Kabul. Por no hablar de la aventura de Pamir Airways… El fundador del Banco de Kabul dilapidó 98 millones de dólares entre 2009 y 2010 en esa flotilla aérea con un sugestivo lema: “Vuele con confianza”.
Desde entonces, Farnood fanfarronea: sólo viaja a Dubai en sus propias líneas y vende a pérdida para hundir a la competencia –el pasaje Kabul-Dubai costó durante un tiempo tan sólo 50 dólares–. La aventura terminó en mayo de 2010 en las montañas del Hindu Kush, donde un Antonov 24 de la compañía se estrelló y causó la muerte de 44 pasajeros. El avión volaba evidentemente con documentación falsa.
Todo negocio es riesgoso
Aquí aparece un segundo personaje: Khalilullah Ferozi, nombrado director del Banco de Kabul en 2008. Al día siguiente del accidente, Ferozi ofrecía a los medios de comunicación un gran conjunto de testimonios de esposas de las víctimas, debidamente indemnizadas, que declaraban inocente a Pamir Airways y atribuían su viudez a la negligencia de los controladores aéreos de la OTAN. Ferozi vivió también mucho tiempo en Rusia: estudió en la Escuela de Policía de Ufá, en Bashkiria, y traficó esmeraldas por cuenta de la Alianza del Norte del comandante Massoud, antes de entrar al Banco de Kabul como jefe de seguridad.
En mayo de 2010, en la capital afgana, este hijo de poeta de cabello rubio oxigenado, con su torso musculoso trabajado bajo una remera Lacoste, nos explicaba su concepción no ortodoxa del oficio de banquero: “Todo negocio es riesgoso en Afganistán. Tenemos poco tiempo. Todos los días, el equilibrio de poderes cambia. Y cuando los estadounidenses se vayan, habrá mucho menos dinero para hacer negocios”.
Con la llegada de Ferozi al primer plano de la escena, Farnood comenzó a mostrarse menos en Kabul; parecía replegarse en Dubai. Según un ex funcionario estadounidense de la OTAN, “Farnood perdió el control del banco durante aproximadamente dos años. Éste había funcionado siempre como una pirámide de Ponzi (4), pero Farnood lo mantenía a flote trayendo negocios legítimos. Ferozi, por su parte, se puso de acuerdo con Mahmoud Karzai y Hassin Fahim y distribuyó los préstamos en cadena. No hacía más que sacar dinero, demasiado rápido”. Este saqueo se aceleró durante el año 2010 y hasta último momento, cuando Farnood y Ferozi comprendieron que la situación se había vuelto insostenible. A fines de agosto de 2010, el Banco Central exigió su renuncia, aduciendo 300 millones de dólares de pérdidas, especialmente en el mercado inmobiliario en Dubai. Asustados por el riesgo de quiebra, los clientes tomaron por asalto las sucursales del Banco de Kabul. En septiembre de 2010, el Banco Central se vería obligado a refinanciar la institución por 825 millones de dólares, en varios pagos.
Según el fiscal adjunto, actualmente el Estado intenta vender 300 millones de dólares de bienes pertenecientes al Banco de Kabul en el emirato. Ferozi contabilizó treinta y cinco residencias lujosas adquiridas por 160 millones de dólares en el fondo de arena artificial y bucólico de Palm Jumeirah. En septiembre pasado, el presidente Karzai ordenó la liberación de Ferozi y su jefe, Farnood. Supuestamente ayudarían a localizar los bienes que aún pudieran venderse. Pasaron apenas dos meses en prisión.
Epílogo
Una lección sorprendente de esta cuasi quiebra, recordada por Colin Cookman, investigador del Center for American Progress, un think tank instalado en Washington: “La caída del Banco de Kabul no tendrá virtualmente ningún efecto en la economía afgana”. No desató una crisis mayor, ya que este banco no estaba arraigado profundamente en la economía. Financiaba pocas inversiones realmente productivas, comportándose esencialmente como un depredador de divisas. En resumen: sólo era un surtidor de finanzas.
En cuanto al presidente Hamid Karzai, culpa a los reguladores extranjeros –que estuvieron, es verdad, particularmente desbordados (5)– pero se niega a involucrarse demasiado. Durante la crisis, autorizó las investigaciones del Banco Central y el MEC, antes de dar marcha atrás, prefiriendo suplicar en privado a los accionistas del Banco de Kabul que devolvieran el dinero que éste les había prestado, en vez de testificar ante los investigadores de su Banco Central. Según un informe del Inspector General estadounidense para la Reconstrucción de Afganistán, excluyó del Banco Central a todo asesor occidental.
Para sanear el sistema bancario del país, el Banco Mundial quiere financiar una auditoría de los diez principales bancos privados afganos. Pero sus puertas permanecen cerradas. El Banco Azizi, segunda institución financiera privada del país, está sin embargo sospechado de haber perdido también mucho en Dubai desde 2008. El presidente Karzai había convocado a uno de sus principales accionistas, a comienzos de 2009, junto el presidente del Banco de Kabul, para preguntarles sobre sus respectivas pérdidas. Ambos lo tranquilizaron, salieron serenamente del palacio y retomaron sus negocios.
1. Alissa J. Rubin y Rod Nordland, “Kabul Bank is portrayed as a private A.T.M. for Afghanistan’s elite”, The New York Times, 29-3-11.
2. Para un análisis de esta negociación, véase Martine van Biljert, “The IMF, Kabul Bank, government salaries and transition”, Afghan Analyst Network, junio de 2011, http://aan-afghanistan.com
3. Véase Mir Sediq Saliq, “A loss-making cash cow”, Afghanistan Today, julio de 2011, http://afghanistan-today.org
4. Tipo de fraude que consiste en pagar el dinero debido a un inversor con los fondos aportados por otro, utilizado especialmente por el estadounidense Bernard Madoff.
5. Véase Martine van Biljert, ob.cit.
* Periodista.
Traducción: Gustavo Recalde