La amenaza es real
¿Puede realmente ganar las elecciones Javier Milei? Sin lugar a dudas. ¿Sería un gobierno democrático? Estaría encabezado por un presidente que ha formulado declaraciones públicas que sugieren un escasísimo apego a la democracia. ¿Moriría repentinamente una democracia que demoramos 40 años en construir? Probablemente no, pero quedaría herida. Hoy las democracias mueren lentamente, no por un golpe de Estado.
¿Pero Milei no se presenta a elecciones? ¿Un gobierno surgido de las urnas no es un gobierno democrático? La historia está repleta de líderes autoritarios que llegan al poder a través de las urnas y que, una vez en el gobierno, pervierten la democracia hasta romperla. Milei profesa una ideología antipluralista, no defiende la libertad de quien piensa diferente a él, e integra una red internacional que incluye a toda la extrema derecha global, con fuerzas desde Estados Unidos y Brasil, hasta España y Chile, una articulación internacional para destituir los mecanismos asentados de decisión popular.
En Estados Unidos y en Brasil, los gobiernos de Donald Trump y Jair Bolsonaro fueron derrotados en las urnas luego de cuatro años en el poder e intentaron promover acciones violentas contra la decisión soberana. Irrumpieron en el Capitolio, en el primer caso, y en las sedes de los tres poderes, en el segundo.
Considerando estos antecedentes internacionales, las declaraciones públicas de Milei y las de sus aliados, es probable que su gobierno sea peor de lo que podemos imaginar. Por estos días algunos medios periodísticos se preguntan o destacan la improvisación económica y la inestabilidad emocional del candidato libertario, que se da aires académicos y apela a lecturas variadas, aunque acumula denuncias de plagio y siembra citas con pies de barro.
Pero Milei no está improvisando. La catástrofe económica que produciría un gobierno suyo está fríamente planificada. Destruiría la moneda, la soberanía, la industria y la producción científico-tecnológica. Las universidades perderán décadas de acumulación. Es probable que muchos científicos, privados de la posibilidad de trabajar libremente, se vayan del país, como una “noche de los bastones largos” en versión siglo XXI. Todo quedará librado al “dios” mercado.
Bolsonaro perdió la reelección, pero en cuatro años de gobierno dejó a un cuarto de la población ideológicamente consolidada. Eso aún no ocurrió en Argentina. Esa será su batalla cultural.
Las razones que llevan a la sociedad a expresar su bronca y su esperanza a través de Milei son legítimas, no así las pretensiones autoritarias del líder.
En la primera etapa del surgimiento de líderes de derecha extrema, los votantes, en su inmensa mayoría, no lo son. No votan por motivos ideológicos, no necesariamente adhieren a todo el programa político ultraderechista. En este caso, alcanza con dos palabras de una potencia inusitada: la “casta” como explicación y la “dolarización” como solución. Se trata de un voto de hartazgo, bronca, anti-statu quo, anti-establisment, anti-”casta”. Y se trata de un voto esperanza en el orden, la promesa del fin de la inflación, todo sintetizado en la idea de “dolarizar”.
En este contexto, el apoyo a Milei tiene similitudes con el voto a Bolsonaro en las elecciones de 2018. En cambio, el voto a Bolsonaro del año pasado, cuando fue derrotado por Lula, ya tenía un gran componente ideológico pos-fascista. Bolsonaro perdió la reelección, pero en cuatro años de gobierno dejó a un cuarto de la población ideológicamente consolidada. Eso aún no ocurrió en Argentina. Esa será su batalla cultural.
Bronca, hartazgo, una dirigencia que no pudo o no supo resolver el problema de la inflación y los bajos ingresos, que tiene demasiadas luchas percibidas como palaciegas por una población que atravesó demasiados años de penurias y pérdidas. Todo esto comenzó con el fracaso económico estrepitoso de Macri y la deuda que contrajo. Y después cada quien arma el rompecabezas del fracaso como quiere, pero a los errores de la heterodoxia realmente existente le cayeron los efectos de la pandemia, la guerra, la inflación global y la sequía nacional. En todo caso, ya son muchos años de crisis, con la inflación más alta en décadas. Es lógico que la población vote contra eso. Comprender no implica compartir, ni justificar.
La democracia amenazada
Figuras como Milei, presentadas como outsiders, dicen: “todos son responsables, yo soy el salvador”. Es un fraude de presentación. Empleado de uno de los más grandes empresarios de la Argentina, consultor de un genocida, acompañado por una candidata a vicepresidenta que lucha por la memoria de las víctimas del “terror guerrillero”, con un plan económico hijo de la misma dictadura que impuso el terror, la realidad es bien diferente. Fue con la ideas de Milei que la Argentina ingresó en los peores años de su historia. Milei viene para cerrar con éxito lo que fracasó en 1976. Viene para arrasar con el agregado de valor argentino. Viene para romper el “empate hegemónico”. Su proyecto es desempatar para los grandes capitales de una vez y para siempre. Quienes aseguran que durará tres meses no tienen idea de lo que va a ocurrir.
Desde 1983 hasta hoy la democracia argentina enfrentó diversas amenazas. Alzamientos carapintadas, un militar genocida elegido gobernador, líderes autoritarios votados como diputados. Pero nunca hubo una amenaza más concreta que la actual: un líder antidemocrático como Milei encabeza las encuestas presidenciales. Estamos en una nueva etapa histórica, global y nacional. La democracia liberal ya no es parte del consenso.
Estamos en una nueva etapa histórica, global y nacional. La democracia liberal ya no es parte del consenso.
A esto hay que agregar un punto crucial: las democracias tambalean –sin morir– en varios países de América y Europa. El consenso de los 90, que consistía en aplicar el ajuste neoliberal bajo el paraguas de democracias liberales, se quebró a partir de 2016, con los triunfos de Trump y Bolsonaro. Hoy el capitalismo financiero se impone de otra manera. Este crecimiento global de las derechas extremas comenzó después de la crisis económica de Lehman Brothers, la dificultad de muchos países para mantener las certidumbres del Estado de bienestar, la crisis de la pandemia y la inflación de los años posteriores, que generó un crecimiento exponencial de la desigualdad. En Argentina el fenómeno llegó más tarde, posiblemente por la relevancia histórica del Pacto del Nunca Más y el rechazo a la violencia política. Pero al mismo tiempo la crisis estructural, producto de la deuda y la sequía, es más grave que en otros países.
En estas circunstancias, las fuerzas democráticas argentinas deberían unirse para enfrentar a Milei. Pero la grieta impide la comunicación. En Alemania, donde la extrema derecha se ha convertido en una potencia política, los partidos democráticos tienen la decisión firme de construir alianzas para impedir que puedan acceder a los gobiernos de los “estados federados” (equivalentes a nuestras provincias), un acuerdo del que participa la socialdemocracia, los verdes, los liberales y los conservadores. Nadie se ha aliado a la extrema derecha ni ha caído en la tentación de coquetear con ella, aunque electoralmente siga creciendo. El “cordón sanitario” se mantiene. Es cierto que se trata de un sistema parlamentario, donde el aislamiento es más factible, pero la experiencia de Francia demuestra que es posible hacer lo propio en un sistema presidencial. La regla básica –y máxima– es que no se negocia ni se coquetea con la extrema derecha, porque fue así como Hitler, Mussolini, Bolsonaro y tantos otros llegaron al poder.
En Argentina, en cambio, Patricia Bullrich y Mauricio Macri coquetean sistemáticamente con Milei, legitimándolo como parte del sistema democrático. Del mismo modo, Luis Barrionuevo o incluso Omar Perotti han dicho que podrían votar a Milei. Todo gesto o declaración positiva o diálogo con Milei pasará a la historia como un error fatal o como un signo de oportunismo que contribuyó a clavarle un puñal a la democracia.
Después de imágenes centrales del pacto democrático, como Antonio Cafiero en el balcón de la Casa Rosada expresando su apoyo a la democracia presidida por Raúl Alfonsín, o como la solución institucional a la crisis del 2001, uno esperaría que el arco político hubiera madurado y ofreciera una salida institucional a una de las crisis económicas más devastadoras que le tocó vivir al país. Lejos de un gobierno de unidad, que batalle en todos los frentes para afrontar la calamidad y reducir sus consecuencias, la perspectiva es la de una polarización a la que ahora se le vino encima el ascenso de Milei. El espectáculo es demasiado distante, porque ya es evidente que no se trata de errores adjudicables a una u otra persona, sino a una estructura disfuncional, que ha retroalimentado la mala fortuna de un modo inclemente y corrosivo. Cada persona y cada sector político ha tenido la oportunidad de probar sus recetas. Pero nadie tiene un horizonte preciso para ofrecer a una sociedad exhausta, escéptica y desesperanzada.
El autoritarismo avanza
Nada está definido. Pero un “pichón de dictador” obtuvo el primer lugar en las PASO. Bullrich prometía “todo o nada” mientras apelaba a la represión como promesa de campaña. ¿Es exagerado hablar de “pichón de dictador”? La democracia, según Churchill la peor forma de gobierno con excepción de todas las demás, no admite ambigüedades. Los candidatos están a favor o en contra de la democracia. Milei está en contra, y lo dice a su estilo, con una cita académica. En una entrevista en TN, Luciana Geuna le preguntó: “¿usted cree en la democracia”. Después de un silencio, Milei dijo: “digamos, yo creo que la democracia tiene muchísimos errores”. Geuna insistió: “Puede tener muchísimos errores, pero ¿usted cree en la democracia?”. Milei intentó interrogar a Geuna: “¿conocés el teorema de la imposibilidad de Arrow?”. Y siguió por ese camino, apelando a una divulgación muy cuestionada según la cual aquel teorema demostraría la imposibilidad de soluciones democráticas. Quitemos a Arrow del asunto, porque Milei lo leyó mal o lo tergiversa. Pero haya lo que haya dicho Arrow sobre la democracia, las democracias estadounidenses, europeas o latinoamericanas son acuerdos sociales y políticos de las comunidades, no aplicaciones verdaderas o falsas de teoremas económicos. En todo caso, lo importante es que Milei da esta vuelta para rechazar la democracia. Percíbase bien: no habla de “fallas de la democracia en la Argentina”, de “problemas”, “temas pendientes”. Habla de la democracia como sistema.
Por supuesto, no se trata de un problema teórico, sino político. La vocación autoritaria de Milei va a afectar los intreses de los trabajadores y los pobres, con sus ingresos, sus empleos, su protección. El objetivo del peronismo es que todos los trabajadores vivan como aquellos que están registrados y bajo convenio. En su mejor momento de este siglo, durante los mejores años del kirchnerismo, logró que el 70% alcanzara el trabajo registrado, pero el 30% quedó afuera, incluso después de 12 años. Hoy la situación es mucho peor: el 50 % está afuera, el fifty-fifty de la tragedia social. Hoy quienes no cuentan con estos derechos ya no tienen la ilusión de conseguirlos, como sí la tenían antes. Y a ambos sectores, trabajadores en blanco y trabajadores precarizados, les preocupa, más que eso, la inflación, el aumento de precios, la pérdida de ingresos.
Podemos –y es necesario– discutir las causas que generaron el divorcio entre el gobierno y la sociedad. Pero Unión por la Patria obtuvo en las PASO 6 millones de votos menos que el Frente de Todos en 2019, prácticamente la mitad. Y es probable que una parte de los menos de 7 millones que mantuvieron su voto lo hicieran porque saben que la promesa del ajuste, del todo o nada, del autoritarismo y de la represión llevarían al país a un punto de gravedad inusitada.
La regla básica –y máxima– es que no se negocia ni se coquetea con la extrema derecha, porque fue así como Hitler, Mussolini, Bolsonaro y tantos otros llegaron al poder.
Podría ser otra vuelta del “péndulo argentino”, del “empate hegemónico”, donde ninguno de los dos sectores logra imponer su proyecto por la potencia de la oposición de su adversario. Si así fuera, aclaremos que no se trata sólo de “péndulo” o “empate”. Los años pasan y la tendencia general es un deterioro general. Pero también, y esta es la ilusión de Milei y del “todo o nada” de Bullrich, podría ser la “solución” al empate. Podría ser el desempate, como logró Carlos Menem al asegurar su hegemonìa derrotando a sindicatos, movimientos de derechos humanos y partidos opositores. Un desempate de ese tipo abriría otra época histórica y sería el inicio de un país desconocido, pero fácil de adivinar, con grandes similitudes con otros países de la región, más pobres y desiguales.
Argentina ya ha ingresado a una nueva etapa histórica. Así fue en la crisis de 2001-2002, así fue en 1982-1983. No es el único caso. Desde el triunfo de Trump y Bolsonaro, varios países ingresaron a esa etapa de derechas extremas y de final del “neoliberalismo progresista” (ajuste con reconocimiento de minorías), de la muerte definitiva de las promesas de la globalización de los 90, del Consenso de Washington y del “fin de la historia”. En algunos países esas fuerzas construyen nuevos partidos, como Vox en España. En otros, radicalizan partidos tradicionales, como Trump con el Partido Republicano. En Argentina están las dos opciones: Milei al frente de un partido nuevo y Bullrich radicalizando una coaliación tradicional. En la etapa anterior, todo el ajuste debía tramitarse dentro de los marcos de la democracia liberal. Hoy la democracia liberal está cuestionada.
Pensar lo que viene
En este marco decidimos, junto a diferentes aliados, una serie de acciones: lanzamos un podcast, llamado “Pecados capitales”, por Futurock; elaboramos una base de datos bibliográfica sobre crisis y colapso de la democracia, que estará disponible en breve, gracias al apoyo del CIECTI, y, junto a Le Monde diplomatique, publicaremos en la web una serie de notas elaboradas por destacados especialistas que buscan pensar el ascenso de la extrema derecha en Argentina, poniéndolo en el contexto global, que estarán incluidas en un suplemento especial en la edición de octubre.
El objetvo es comprender para afrontar y confrontar. Asumir realidades amargas. Crear ficciones políticas de que somos extraordinarios, nunca nos hemos equivocado, la gente ama a los dirigentes, y un larguísimo etcétera, es un lógico mecanismo de defensa ante el dolor de cómo los errores y la confrontación interna erosionaron la mayor parte del entusiasmo de 2019. Asumir los hechos y la manera en que la sociedad percibe los hechos es condición sine qua non para poder dar con alguna eficacia la batalla.
Cuando quisimos alertar sobre lo que venía, algunos nos catalogaron de pesimistas. Pero hay que aclarar que ni los más pesimistas creímos que podíamos llegar hasta aquí. La pregunta es si “aquí” es un punto de no retorno, donde ya Thelma y Louise caerán indefectiblemente al abismo, o si hay una última chance para una reacción social que desborde las estructuras existentes y abra un escenario que permita que cierto optimismo tenga visos de realidad. Es necesario comprender qué está en juego, cómo se está jugando y el modo en que la pasividad es también una forma de acción, como ya hemos visto en otros capítulos de la historia. El llamado debe ser a construir la alianza social y política más amplia posible.
Este artículo integra la serie La extrema derecha contra la democracia que cuenta con el apoyo de Fundación Heinrich Böll.
Ver otros textos de la serie aquí.
* Antropólogo social.
© Le Monde diplomatique, edición Cono Sur