Las cuatro paradojas de la campaña
La política es siempre muchas cosas: lucha por el poder, por supuesto, pero también defensa de ideas, construcción discursiva, enmascaramiento de intereses, astucia. A seis meses de las elecciones presidenciales y cuatro de las PASO, la campaña se va definiendo en torno a cuatro paradojas, que explican los frenéticos movimientos tácticos de los últimos días.
Analicémoslas.
Paradoja 1
Según las mediciones incluso de los encuestadores de la oposición, el kirchnerismo dejará el poder con la adhesión de un sector importante de la sociedad (1). El núcleo duro kirchnerista es más amplio que el que acompañó el final agónico del alfonsinismo y el menemismo, los dos ciclos largos de la democracia recuperada, que de todos modos contaron con un respaldo considerable: el alfonsinismo siguió gravitando políticamente muchos años después de la renuncia del ex presidente y Menem arañó el 25 por ciento en las elecciones del 2003; luego se apagó su estrella.
Pero ese apoyo militante no alcanza. Ni suficientemente populista como para forzar una reforma constitucional al estilo venezolano o ecuatoriano, ni suficientemente institucionalista como para apoyarse en una organización partidaria que le permita designar a un sucesor al estilo brasilero o uruguayo, el kirchnerismo enfrenta ahora la paradoja de no poder transformar su sólida primera minoría en una opción de continuidad expresiva de su vibración ideológica y al mismo tiempo electoralmente competitiva: ni siquiera Florencio Randazzo, el candidato que más se ajusta a este molde difícil, puede desempeñar cabalmente el rol, por su origen duhaldista, su distancia del entorno presidencial y su estrategia de eludir las definiciones fuertes para concentrar su discurso en sus éxitos ferroviarios.
La historia se repite, no necesariamente como farsa. En 1989 y 1999, Alfonsín y Menem se resignaron a que el candidato oficialista, respectivamente Angeloz y Duhalde, representara una línea interna diferente a la propia. Ahora, con Daniel Scioli liderando las encuestas del Frente para la Victoria, podría suceder lo mismo. La diferencia es el contexto: en tiempos de pos-modernidad partidaria, Scioli mantiene una distancia ideológica similar a la que en su momento exhibían Angeloz o Duhalde, pero la diluye en una serie de gestos equívocos y buena onda, como si la única forma de expresar su disidencia fuera a través de la imagen y el silencio: Scioli es un anti-kirchnerista implícito.
Paradoja 2
La segunda paradoja es ideológica. Como señalamos en otra oportunidad (2), el kirchnerismo, independientemente del resultado de las elecciones de octubre, permanecerá como una cultura política. ¿A qué me refiero exactamente? Durante años, los estudios politológicos descartaron a la cultura política como una dimensión a ser tenida en cuenta, una entelequia imposible de capturar analíticamente, asimilable al “ser nacional” de los fascistas. Últimamente, sin embargo, comenzaron a elaborarse investigaciones que, a través de complejos estudios de opinión, permiten atrapar el espectro y sacar de allí algo en limpio, como el disparador nuclear de protones con el que los Cazafantasmas capturaban a sus víctimas. En este sentido, las principales investigaciones realizadas en Argentina coinciden en que las grandes orientaciones políticas de la última década –intervencionismo estatal, políticas sociales, latinoamericanismo, derechos humanos– constituyen un núcleo de valores compartido por la mayoría de la sociedad (3).
Y sin embargo, pese al giro a la izquierda experimentado por la sociedad, las elecciones de octubre aparecen como una suerte de interna del centroderecha, incluyendo dentro de estas opciones a Scioli, que en el quincho de su casa de Villa La Ñata combina estatuas tamaño natural de Menem y los Pimpinela con fotos posando junto a Lula, el Papa y Kirchner: el “Aleph de Scioli”, como describen el espacio sus biógrafos, es una especie de museo de sí mismo que exhibe sin complejos la trayectoria de un dirigente que se escondía a jugar a las cartas para evitar las asambleas del hiperpolitizado Colegio Pellegrini de los 70, que cuando se lanzó por primera vez a un cargo público, aspirante a una banca de diputado por un menemismo declinante, recurrió a una frase muy suya (“Yo soy la contracara de la pálida”) y que acompañó hasta el final, pagando incluso costos personales, a sus tres jefes políticos: Menem, Duhalde y Kirchner (4).
Paradoja 3
La tercera paradoja es opositora. Escarmentado luego de varios experimentos presidenciales fallidos (fórmula propia con Leopoldo Moreau en 2003, candidatura extra-partidaria de Roberto Lavagna en 2007, alianza con De Narváez en 2011), el radicalismo se inclina ahora por la única opción tácticamente posible: un acuerdo electoral con Mauricio Macri y Elisa Carrió, quien se había adelantado unos meses a la movida confirmando de paso su capacidad para conducir a su viejo partido pese a carecer de un volumen electoral importante, lo cual, por otra parte, demuestra que es posible conducir a la UCR sin votos, algo impensable en el peronismo: ¿alguien se imagina un líder peronista minoritario?
Pero no nos desviemos. El giro radical fue posible por la laxitud ideológica de una fuerza política que, pese a lo que suele creerse, no es menos amplia que el peronismo: el radicalismo, más allá del recuerdo sesgado del alfonsín-kirchnerismo, remite a la tradición de Alem-Yrigoyen-Alfonsín tanto como a la de Alvear-Balbín-De la Rúa. Pero sobre todo se explica por la paradoja de un partido que conserva una cuota de poder institucional importante, con los segundos bloques en ambas cámaras, unos 320 intendentes y la perspectiva de recuperar unas cinco gobernaciones, y que al mismo tiempo sufre la ausencia de un candidato presidencial expectante.
La mejor comparación es el PMDB brasilero, la fuerza que, como la UCR, se impuso en la primera elección de la recuperación democrática, con Tancredo Neves, pero que luego nunca acertó a construir una alternativa nacional. Con 18 senadores (contra 15 del PT), la segunda bancada de diputados y el mayor número de gobernaciones (7), el PMDB es el principal partido político de Brasil (su eslogan, de hecho, es “el partido de Brasil”), pese a lo cual no presenta un candidato propio a la Presidencia… desde hace 20 años.
Paradoja 4
Por último, una paradoja territorial. Los principales candidatos presidenciales (Scioli, Macri y Massa) y el cuarto actor fundamental de la campaña (Cristina) carecen de candidatos propios en distritos importantes. Se acercan las PASO de la Ciudad y ni Scioli ni Massa tienen nada para ofrecer, del mismo modo que el kirchnerismo no cuenta con figuras importantes en Córdoba y Santa Fe, y que el PRO adolece de un postulante taquillero en la provincia de Buenos Aires: el hecho de que su candidata a gobernadora sea la vicejefa del gobierno ¡porteño! es sintomático.
La causa de esta aparente anomalía es la territorialización del sistema de partidos argentino (5). Nacidos a partir de la irradiación de un centro hacia una periferia, los principales partidos (el peronismo, el radicalismo y el socialismo) atraviesan, al menos desde los 90, un proceso de relocalización de sus centros de poder, de la nación a los territorios. Esto es resultado de las políticas de descentralización implementadas durante el menemismo, que fortalecieron a los Estados provinciales mediante el control de los servicios de salud y educación y convirtieron a los gobernadores en actores políticos de un peso impensable algunos años atrás. La tendencia se acentuó durante la crisis del 2001, cuando el Estado nacional se vio obligado a establecer diálogos directos y urgentes con los municipios para atender las urgencias sociales: como un bombero desbordado, el gobierno nacional derivó en los intendentes la ejecución de los programas de asistencia social (el Plan Jefas y Jefes de Hogar, primero, y el Argentina Trabaja, entre otros, después). Así, si los gobernadores habían irrumpido en la política grande en los 90, los intendentes lo hicieron a partir del 2001: Massa es, en este sentido, un hijo de la crisis.
Como resultado de estas mutaciones profundas, los partidos políticos se astillaron en fragmentos que establecen entre sí articulaciones contingentes y oportunistas, con el Estado como el único actor capaz de ordenarlas y darles sentido (hasta cierto punto). Los principales candidatos son jefes territoriales, pero tienen dificultades para proyectarse más allá de sus respectivos territorios.
Doble T
Rebobinemos antes de concluir. Las dos “minorías intensas” de la política argentina, el kirchnerismo sunnita y el anti-kirchnerismo intransigente, carecen de candidatos a la altura del ruido mediático que meten: su hegemonía comunicacional no se traduce en éxitos electorales, porque la representación es más complicada que la televisión y porque el rating no equivale a votos (políticos que miden pero no ganan elecciones: Elisa Carrió, Luis D’ Elía, Diana Conti, Patricia Bullrich…).
Lejos de estos polos ardientes, la sociedad parece inclinarse por el amplio centro de los “políticos-commoditie”, un ecosistema viscoso por donde ellos nadan despacito, tratando de no equivocarse. Y es que la política es televisión pero también territorio, la doble T que encierra la cifra de sus éxitos y sus fracasos. Si se mira bien, las estrategias de los principales actores se explican en última instancia por las necesidades de aquellos que cuentan con altos niveles de conocimiento y aceptación pública pero carecen de estructura territorial (Macri, Massa, Scioli), frente a quienes controlan municipios y provincias, acumulan poder institucional y disponen de amplios contingentes militantes, pero sufren la ausencia de figuras nacionales representativas (el radicalismo, los gobernadores peronistas, La Cámpora). Las cuatro paradojas enunciadas más arriba constituyen la explicación más básica de esta necesidad cruzada.
1. Alrededor del 30 por ciento, según las mediciones más pesimistas, y del 40, según las más optimistas.
2. “El kirchnerismo como cultura política”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, Nº 184, octubre de 2014.
3. Entre otros estudios, destacamos el que realiza Flacso-Ibarómetro.
4. Pablo Ibáñez y Walter Schmidt, Scioli secreto, Sudamericana, 2015.
5. Ernesto Calvo y Marcelo Escolar, La nueva política de partidos en la Argentina, Pent/Prometeo, 2005.
© Le Monde diplomatique, edición Cono Sur