EDICIÓN 139 - ENERO 2011
EDITORIAL

Secretos y filtraciones

Por Serge Halimi*

En octubre de 1962, el mundo estaba al borde de la guerra nuclear. Poco antes de las elecciones de medio término, el presidente John Kennedy reiteraba que no se produciría –ni se aceptaría– ninguna instalación de misiles ofensivos soviéticos en Cuba. Moscú lo ignoró, pero sin comprender realmente si las declaraciones estadounidenses apuntaban a calmar al electorado o constituían una verdadera intimación. Comunicados –secretos– precisarían las intenciones de los protagonistas y les permitirían resolver la crisis. Los estadounidenses sugirieron que sin duda aceptarían –pero más tarde y discretamente– una de las compensaciones que reclamaba Moscú: el retiro de misiles de la OTAN desplegados en Turquía. Del lado soviético, una carta confidencial de Nikita Kruschev señalaba a Kennedy que un compromiso estadounidense de no invadir más a Cuba le permitiría ordenar el retiro de los misiles de la isla sin quedar desprestigiado (1).

¿Las revelaciones de WikiLeaks incomodarán a la diplomacia que, al igual que en 1962, evita guerras, o más bien a aquella que las prepara? Porque no todas las filtraciones se aprecian con la misma severidad. Cuando militares alemanes inventaron el “plan Potkova” serbio para justificar la guerra de Kosovo, cuando The New York Times se hizo eco de las mentiras del Pentágono sobre las armas de destrucción masiva en Irak, la Casa Blanca no exigió ninguna sanción en particular…

Algunos sostienen que la revelación de tal o cual visita a la embajada de Estados Unidos habría puesto en peligro la vida de algunos de los visitantes. Pero, si el peligro de una divulgación era real (aún no se ha identificado ninguna víctima de este tipo), ¿cómo explicar que el secreto haya sido tan mal guardado (ver Stalder, pág. 18)? ¿Y los riesgos políticos, entonces? El dirigente socialista francés que confió en 2006 a un emisario de George W. Bush que la oposición de París a la guerra de Irak había sido “demasiado abierta” (François Hollande), o el que coqueteaba señalando que las relaciones entre ambos países “fueron siempre mejores cuando la izquierda estaba en el poder” (Pierre Moscovici) habrían seguramente preferido que esas conversaciones se divulgaran dentro de decenas de años.

No obstante, un embajador no es un mensajero común. Para mostrar su eficacia, puede exagerar la adhesión a las posiciones de su país de las personalidades con las que se reúne. Ahora bien, las declaraciones atribuidas a los interlocutores de los diplomáticos estadounidenses no han sido verificadas con quienes las habrían formulado. Para que sean publicadas, basta aparentemente con que parezcan una verdad evidente, es decir, que coincidan… con lo que ya se sospechaba.

En cuanto al cuestionamiento de la seguridad de Estados Unidos, Robert Gates, secretario de Defensa estadounidense, se muestra calmo: “Los gobiernos que tratan con Estados Unidos lo hacen porque es de su interés. No porque les gustemos, ni porque confíen en nosotros, ni porque crean que sabemos guardar un secreto” (2). n

1 Graham T. Allison, Essence of Decision. Explaining the Cuban Missile Crisis, Little Brown and Company, Boston, 1971. 

2 Martes 30 de noviembre, durante una rueda de prensa en el Pentágono.

* Integrante de la redacción de Le Monde diplomatique. Director del periódico entre 2008 y enero de 2023.

Traducción: Gustavo Recalde

Edición ENERO 2011
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