EDICIÓN 237 - MARZO 2019
YEMEN: LOS REBELDES HUTÍES Y LA “AGRESIÓN SAUDITA”

Los caminos tortuosos de la paz

Por Pierre Bernin*
Luego de cuatro años de guerra civil, los primeros encuentros en Europa para alcanzar la paz entre representantes del gobierno yemení –respaldado por una coalición internacional– y los rebeldes hutíes –de la minoría chiita– permiten un cauto optimismo. Pero nada será duradero sin el compromiso de los dos grandes rivales de la región: Arabia Saudita e Irán.
Partidarios de los rebeldes hutíes, Sanaa, Yemen, 19-12-18 (Khaled Abdullah/Reuters)

Durante mucho tiempo, los medios y los diplomáticos parecieron ignorar la guerra en Yemen. La magnitud de la crisis humanitaria, la paralización militar y el asesinato, en octubre de 2018, del periodista saudita Jamal Khashoggi en el consulado de Arabia Saudita, en Estambul, dieron un vuelco a la situación.

Arabia Saudita, al frente de la coalición regional que, desde marzo de 2015, se puso como objetivo restablecer el poder del presidente Abd Rabbo Mansur Hadi, depuesto por los milicianos hutíes –provenientes de la minoría zaydita, una rama del islam chiita–, vio crecer las presiones internacionales en su contra. Aunque la situación en el lugar sigue estancada (1), sus crímenes de guerra ahora son denunciados (2) y el príncipe heredero Mohammed Ben Salman (MBS) perdió gran parte de su prestigio. Su tentativa de ofrecer una imagen de modernizador con la ayuda de grandes agencias de comunicación –como Publicis, de la que Française Elisabeth Badinter es la principal accionista, o Glove Park, fundada por responsables del Partido Demócrata en Estados Unidos– tuvo gran repercusión (3).

Entre las potencias occidentales, la cuestión de la venta de armas a la monarquía saudita genera debates (4). En marzo de 2018, el líder laborista británico Jeremy Corbyn ya había acusado a la primera ministra Theresa May de “colusión” con criminales de guerra. En Washington, el debate sobre la guerra en Yemen dio lugar, el 13 de diciembre de 2018, al voto del Congreso en favor de la interrupción del apoyo militar a la coalición, y a que el Senado –aunque de mayoría republicana– apoyara un enfoque similar. España, Alemania y el Parlamento Europeo por su parte anunciaron embargos sobre los contratos de armamento (5) (o congelamientos), ante la posibilidad de que las amenazas de penalidades financieras por ruptura de contratos los condujeran a adoptar posiciones menos audaces. Sin embargo, vanagloriarse de vender armas a Arabia Saudita o a los Emiratos Árabes Unidos, el otro peso pesado de la coalición regional, se ha vuelto un tema delicado para las potencias occidentales.

 

Un movimiento resiliente

Los primeros encuentros  en busca del cese de hostilidades en las afueras de Estocolmo, en diciembre de 2018, fueron un primer éxito para el enviado especial de la ONU, el británico Martin Griffiths. Los beligerantes no se habían reunido alrededor de una mesa desde hacía más de dieciocho meses, después de que fracasara el encuentro previsto en Suiza, antes incluso de la llegada de la delegación hutí. Esta vez el contexto internacional propició algunos avances, en particular una tregua en el puerto estratégico de Hodeida, sobre la costa del Mar Rojo, y el intercambio de prisioneros. Desde entonces, la perspectiva de nuevas conversaciones en Jordania o en Kuwait habilita un cauto optimismo desde el desencadenamiento de la guerra.

Las negociaciones en Suecia comenzaron en el momento de repliegue de los rebeldes, luego de la ofensiva lanzada en junio de 2018 contra el puerto de Hodeida, que ellos controlaban. Sus grupos armados parecen desde entonces dispuestos a abandonar los sitios ajenos a su cuna sociológica y religiosa de las tierras altas del Norte, donde domina la identidad zaydita-chiita. Después de haber sido por mucho tiempo un frente importante, Taiz, mayoritariamente sunnita, recuperó la calma. El sitio de la ciudad por el grupo rebelde se alivió. Pero los hutíes están lejos de haber perdido la guerra: por el momento, contrariamente a lo que afirman algunos de sus opositores del islamismo sunnita, sostenidos por la coalición árabe, sería ilusorio hablar de victoria.

Desde hace cuatro años, la capacidad de resiliencia de los rebeldes hutíes asombra. Su trayectoria y el control de las montañas aisladas hasta la capital, además de su compromiso militar en zonas donde la población les es hostil (como las de la mayoría sunnita), dan testimonio de una potencia insospechada. En diciembre de 2017, asesinaron al presidente Ali Abdallah Saleh que, después de haber sido su aliado circunstancial, se había vuelto repentinamente contra ellos; este gesto fue apresuradamente considerado como un error por el cual terminarían pagando el precio. Sin embargo, a pesar del shock ligado a la caída de quien había gobernado Yemen durante más de tres décadas, encontraron poca resistencia, lo que revela su ascendiente sobre las instituciones y los recursos del país, así como su capacidad de movilización ideológica. Los hutíes están allí para durar, muy especialmente en su cuna septentrional, alrededor de Saada, Sanaa y Dhamar, zonas que se encuentran entre las más densamente pobladas del país, y cuyas tribus se han aliado en gran número a sus posiciones (6).

¿Cómo un movimiento rebelde, inicialmente marginal (7), logra mantenerse frente a una coalición de ejércitos, de los mejores equipados del mundo y asistidos por Estados Unidos, el Reino Unido y Francia? “La impotencia de la potencia”, para retomar la formulación de Bertrand Badie (8). Sin duda ésta es la clave para comprender cómo, desde Vietnam a Afganistán pasando por Irak y, de ahora en más, Yemen, los “grandes” Estados pierden sus “pequeñas” guerras. El apoyo iraní a los hutíes, objeto de muchas especulaciones, sigue siendo marginal aunque, según los informes de los expertos de la ONU (9), haya adquirido una forma cada vez más concreta a través de la entrega de misiles de largo alcance, lanzados regularmente hacia el territorio saudita o emiratí.

La resiliencia de los rebeldes hutíes se explica sin duda por su discurso nacionalista. A través de sus calculadas intervenciones y con el respaldo de su prestigiosa genealogía de descendiente del Profeta, el jefe Abdulmalik Al-Huthi (cuya familia dio su nombre al movimiento) surge como una figura carismática. Denuncia la “agresión saudita” cuyo objetivo es poner fin “a la sed de libertad y de dignidad de los yemeníes”. En las regiones controladas por sus fuerzas se mezclan el rechazo al orden internacional –asociado a la dominación estadounidense y la injerencia de Riad– y la reivindicación de una identidad propia de las poblaciones de las tierras altas septentrionales.

A través de las raíces religiosas zaydistas del movimiento, con sus ritos particulares (influenciados de manera creciente por el chiismo duodecimano, mayoritario en Irán), y de un antisaudismo virulento, los hutíes logran suscitar adhesión más allá de los círculos que los sostienen desde su emergencia, hace veinte años. Sea como sea, la ausencia de un horizonte político claramente definido –aun si sus enemigos los acusan de querer restablecer la monarquía del imanato depuesta en 1962– no ha podido socavar su capacidad de movilización. En realidad, que los hutíes hayan conseguido preservar una apariencia de Estado organizado a pesar de un contexto económico delicado (en las zonas que ellos controlan, a muchos funcionarios no se les pagó durante cerca de dos años) es un logro, fundamentalmente en términos securitarios, cuando se compara la situación con la que predomina en Aden. Dado el anclaje de su movimiento, no podrá haber solución del conflicto sin que se hayan integrado completamente al juego político.

En verdad, sus opositores continúan denunciando la corrupción de algunos de sus oficiales. Y la represión de las voces críticas, a menudo feroz, sugiere que su capacidad de juntar fuerzas y de disuadir toda resistencia armada importante descansa a veces sobre un régimen de miedo. Aun así la debilidad de la oposición, normalmente tribal, en las zonas que controlan podría facilitar la pacificación y la estabilización. Y, una vez que su conducción lo haya decidido, la estructura relativamente centralizada del movimiento podría facilitar mucho la salida de la crisis.

 

Los hutíes logran suscitar adhesión más allá de los círculos que los sostienen desde su emergencia.

 

Incidencia internacional

Sin embargo, la Resolución 2.216 adoptada en abril de 2015 por el Consejo de Seguridad de la ONU, que define el horizonte legal de la coalición conducida por Arabia Saudita, no tiene en cuenta este contexto. Limitando las pretensiones del presidente Hadi, a quien presenta como jefe de Estado hasta la organización de nuevas elecciones, aplazadas sine die, exige de los hutíes que procedan a una retirada incondicional y que depongan las armas. Las tentativas de hacer adoptar resoluciones que contemplen la realidad del terreno –como la del Reino Unido a fines del año 2018– fueron saboteadas por los diplomáticos sauditas, lo que condenó a las agencias de la ONU a trabajar dentro de un marco manifiestamente anticuado. El 16 de enero de 2019, se adoptó la Resolución 2.452, que no aborda sino puntos secundarios, y no transforma, pues, de modo alguno, la estructura legal internacional que encuadra el conflicto yemení.

Otro desajuste en relación con la realidad de la situación son las negociaciones privilegiadas por la ONU que descuidan las dificultades nacidas de la fragmentación de las regiones meridionales. Estos debates parecen en efecto graduados sobre la configuración del Norte, donde se oponen dos formas de legitimidad. La exclusión de los representantes del movimiento sudista de las negociaciones es sin duda la falla más patente del dispositivo. Esta fuerza, que aboga por una secesión, trató en 2017 de estructurarse a través de la creación del Consejo de Transición Sudista, sostenido directamente por los Emiratos Árabes Unidos. Mantiene sin embargo relaciones tensas con el gobierno de Hadi (no obstante ser él mismo originario del Sur) y sigue siendo mal percibido por los sauditas. Está también dividida en los planos ideológico –entre grupos salafistas armados y nostálgicos del período socialista del Sur– y geográfico.

Además, fuera de las zonas mantenidas por los hutíes, lo irresuelto entre aliados es todavía particularmente abundante (10). Eso sucede con la alianza entre los grupos sudistas y los familiares del ex presidente Saleh, especialmente su sobrino Tareq Muhammad Salch, en el frente de Hodeida. Los enfrentamientos entre facciones islamistas en Taiz, así como las divergencias estratégicas entre sauditas y emiratíes, conforman un panorama antihutí fraccionado donde las divergencias podrían manifestarse pronto. Pero el marco fijado por las negociaciones e impuesto por la Resolución 2.216 impide justamente abordar frontalmente estas cuestiones. Este ángulo muerto corre el riesgo no sólo de prohibir toda reconstrucción del Estado, sino también de beneficiar a los movimientos islamistas armados, más o menos ligados a Al Qaeda (11).

El marco nacional y binario impuesto por las negociaciones abre más fallas aún. Descansa sobre la idea de que el conflicto no concierne sino a los yemeníes. Pero su dimensión regional salta a la vista. Se trate del rol real o supuesto de Irán, adelantado por los sauditas para justificar su intervención, de destrucciones ocasionadas por los bombardeos de la coalición árabe, o de motivaciones que se les adjudica a los sauditas (procurarse un mercado hacia el Océano Índico) y a los emiratíes (tomar el control del frente marítimo yemenita), los principales miembros de la coalición parecen jugar un juego turbio, frecuentemente denunciado. Amnistía Internacional en particular afirmó que armamentos vendidos por Occidente a los Emiratos Árabes Unidos fueron entregados por estos últimos a milicias yemeníes, algunas consideradas como “terroristas” (12).

Cuando llegue la hora de la reconstrucción, las dos principales fuerzas de la coalición no podrán evitar participar en ella a través de un compromiso formal en un marco multilateral. Por eso hace falta todavía que Riad y Abu Dhabi se unan a las negociaciones, con el fin de que los actores regionales asuman comprometerse y explicitar sus objetivos y sus intereses. 

1. Laurent Bonnefoy, Le Yémen. De l’Arabie heureuse à la guerre, Fayard, París, 2017.

2. “Yémen : des experts onusiens soulignent des crimes possibles de guerre commis par des parties au conflit”. Informe del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Ginebra, 28-8-18.

3. Véase Florence Beaugé, “Mujeres, entre el patriarcado y la modernidad”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, junio de 2018.

4. Véase Philippe Leymarie, “L’éthique s’invite dans les ventes d’armes à l’Arabie saoudite”, Défense en ligne, 19-9-18, https://blog.mondediplo.net

5. Respectivamente 4 de septiembre, 20 de octubre y 14 de noviembre de 2018.

6. Marieke Brandt, Tribes and Politics in Yemen:  A History of the Houthi Conflict, Hurst & Co., Londres, 2017.

7. Véase Pierre Bernin, “La guerra oculta de Yemen”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, octubre de 2009.

8. Bertrand Badie, L’Impuissance de la puissance. Essai sur les nouvelles relations internationales, Fayard, col. “L’espace du politique”, París, 2004.

9. “Letter dated 26 January 2018 from the panel of experts on Yemen mandated by Security Council resolution 2342 (2017) addressed to the president of the Security Council”, Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, 26-1-18.

10. Helen Lackner, “Tous ceux qui veulent que la guerre au Yémen continue”, Orient XXI, 31-10-2018, https://orientxxi.info

11. Bushra Al-Maqtari, “Les évolutions du militantisme salafiste à Taez”, en Franck Mermier (dirección), Yémen. Écrire la guerre, Classiques Garnier, París, 2018.

12. “When weapons go astray. The deadly new threat of arms diversions to militias in Yemen”, Amnesty International, Londres, 6-2-19.

* Investigador.

Traducción: Florencia Giménez Zapiola

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