Internet rusa, una excepción histórica
En mayo de 2017, el gobierno ucraniano prohibió el acceso a varios servicios digitales rusos, entre ellos, al motor de búsqueda Yandex y a la red social VKontakte. Kiev acusa a esos sitios, muy frecuentados en el país, de compartir sus datos con los servicios de inteligencia del Kremlin; en particular, aquellos relativos a los soldados que combaten a los separatistas de la región del Donbass. Esta medida, que priva a varios millones de personas el acceso a sus sitios preferidos, muestra la voluntad de las autoridades ucranianas de escapar a la influencia digital que Moscú mantiene en la casi totalidad del espacio postsoviético.
Rusia es, en efecto, uno de los pocos países que dispone de un sistema casi completo de plataformas y de servicios, independientes de los de Silicon Valley, que fueron fundados por rusos y basados en el derecho ruso. Mientras que una parte significativa de la población mundial utiliza diariamente Google, Amazon, Facebook y Apple (GAFA), sin recursos posibles a equivalentes locales creíbles, los rusos y sus vecinos pueden elegir entre los gigantes californianos, y lo que se ha dado en llamar el Runet: el segmento rusófono del Net y los servicios que lo componen. Yandex goza de una popularidad dos veces mayor que la de su competidor Google, mientras que VKontakte –equivalente de Facebook– es lejos, el primer sitio consultado en el país (1).
Esta situación única en el mundo –ya que no se da ni siquiera en China– constituye una importante ventaja para Moscú, cuya posición en materia de control de la Web aumentó de manera considerable después de las revelaciones de Edward Snowden en torno a las escuchas realizadas por la Agencia Nacional de Seguridad estadounidense (National Security Agency, NSA). En el ciberespacio como en otros ámbitos, la diplomacia rusa considera la soberanía como el último valor de las relaciones internacionales; se muestra como una potencia dispuesta a hacer lo que sea necesario para restringir las tentativas de injerencia y de espionaje, en particular de Estados Unidos. Disponer de sus propias infraestructuras le permite a Moscú adoptar leyes estrictas, como la que desde 2015 obliga a las plataformas digitales extranjeras, a mantener sobre suelo ruso los datos de los ciudadanos rusos. Así es como Facebook o Twitter deben hoy instalar sus servidores cerca de Moscú, oficialmente, para escapar a las “grandes orejas estadounidenses”. Los que no respeten esas reglas caerán en desgracia: la muy conocida red profesional Linkedin, bloqueada por ese motivo, sigue estando inaccesible en este país. Esa condición de potencia soberana del ciberespacio contrasta con la posición de la Unión Europea, calificada por algunos parlamentarios franceses como “colonia del mundo digital” dominado por Estados Unidos (2).
Los servicios de Runet, ampliamente utilizados en el espacio postsoviético, brindan a Rusia una poderosa herramienta de influencia sobre “el extranjero cercano”, como se les llama en Moscú a las antiguas repúblicas de la URSS. No sólo el Kremlin puede acceder a los datos de los usuarios de las plataformas –que progresivamente han pasado a ser propiedad de oligarcas cercanos al gobierno–, sino que esas plataformas gozan de una importante audiencia entre las minorías rusófonas del exterior, en especial aquellas de los países bálticos y las de Ucrania.
Una historia desconocida
¿Cómo explicar esta excepción digital? Mientras que en China la existencia de plataformas nacionales debe mucho a una estrategia de control de la información, el Runet no surge de un bloqueo de los servicios extranjeros a los que viene a sustituir, ocupando el lugar vacante. La Internet rusófona proviene de una historia desconocida, que comienza mucho antes del fin de la Unión Soviética, en 1991. La Unión Soviética fue en efecto, la matriz de estructuras técnicas, de prácticas sociales y de modelos económicos que son la base de la especificidad del Runet actual, y que alimentan el apetito ruso por el hacking y la ciberdelincuencia.
Contrariamente a lo que suele pensarse, el gobierno soviético no siempre se opuso a la puesta en línea de sus capacidades informáticas. Es evidente que la infraestructura libre, abierta y descentralizada que se desarrolló en el Oeste a partir de la década de 1970, no podía extenderse al país de los samizdat (publicaciones de circulación clandestina). Numerosos universitarios, ingenieros o arquitectos estaban autorizados a viajar al exterior para encontrarse con sus colegas occidentales en el marco de viajes de estudio. Pero la Cortina de Hierro seguía siendo hermética en ciertos terrenos sensibles, como la informática. Eso no impidió que Rusia fuera tempranamente el teatro de ambiciosos proyectos informáticos, e incluso de proezas técnicas. En 1968, fue sobre una computadora rusa donde se programó la primera animación digital de la historia. Siete años más tarde, los expertos soviéticos solo tardaron unos pocos minutos en determinar las trayectorias orbitales de las naves de la misión espacial Apollo-Soyouz, cuando las computadoras de la NASA (National Aeronautics and Space Administration) necesitaron media hora. A fines de la década del ochenta, la URSS disponía incluso de su propia extensión de dominio de primer nivel (.su), y algunos cientos de personas ya tenían el privilegio de acceder a la red Unix, ancestro de la Web actual.
La kibernetika (informática) se desarrolló casi en exclusividad a la sombra de “regímenes especiales”; esas estructuras administrativas, e incluso esos territorios, que por su función estratégica recibían ciertos privilegios. Bajo el poder de Joseph Stalin, cuando ya la prensa soviética se burlaba de la naciente informática occidental, calificándola de “pseudociencia burguesa”, laboratorios enteros se consagraban, en el mayor secreto, a la producción de las primeras computadoras de fabricación nacional. Detrás de las alambradas de laboratorios-penitenciarías, equipos de ingenieros, en general prisioneros políticos, se concentraban en el desarrollo de máquinas, siguiendo el ejemplo de ese dispositivo –ampliamente evocado en El primer círculo de Alexandre Soljenitsyn (3)– que debía vigilar en forma automática la red telefónica nacional.
Luego de la muerte de Stalin, en marzo de 1953, y de la condena de sus “excesos” por el XX Congreso, tres años más tarde, la informática tuvo una época de oro. El progresivo reemplazo de los viejos miembros de la Academia de Ciencias por figuras más jóvenes y más “liberales” permitió pasar la kibernetika, de su condición de fantasía burguesa a la de carta de triunfo en la carrera tecnológica contra el Oeste. A fines de la década de 1950, las primeras computadoras soviéticas fabricadas en serie respondían a las necesidades de sectores tales como la industria aeroespacial o la industria atómica, que reclaman potencias de cálculo cada vez mayores. Esas “máquinas rápidas de tratamiento electrónico” (BESM), diseñadas por el pionero de la informática Serguei Lebedev, tuvieron un gran éxito.
Con posterioridad, la llegada al poder de Leonid Breznev, en 1964, y la reaparición del discurso “estalinista” en torno a la informática, marcaron un nuevo freno en la investigación digital. Las autoridades tomaron entonces una decisión que tuvo graves consecuencias, no solo para la informática, sino para el conjunto de la economía: dar prioridad al robo de tecnologías occidentales antes que desarrollar computadoras en los laboratorios del país (4).
De manera progresiva, las BESM fueron remplazadas por nuevos modelos desarrollados a partir de planos de las IBM 360. Esos clones de computadora estadounidense, impopulares entre los especialistas de informática soviéticos, presentaban la ventaja de ser totalmente compatibles unos con otros. Su puesta en red resultaba bastante fácil, y esa práctica se hizo corriente en los laboratorios e industrias soviéticos durante la década de 1970.
Esas redes no tenían nada que ver con el proyecto desarrollado al mismo tiempo por los estadounidenses, Arpanet, considerado el ancestro de Internet. Se presentaban más bien como infraestructuras automatizadas de intercambio de datos, que permitían controlar líneas de producción, o recolectar datos de instrumentos de laboratorio. Si se deja aparte el proyecto abortado de “sistema estatal automático de transmisión de información”, que en la década del sesenta pretendía crear una red científica de intercambio análoga a Arpanet, hay que esperar hasta 1983 para ver al primer ciudadano soviético conectado, casi a pesar suyo, a la red mundial, que aún no se llamaba Internet.
Ese pionero, un biólogo de 35 años, se llama Anatoli Kliossov. En 1983, cuando la tensión Este-Oeste sobre la cuestión de los misiles se acentuó, una orden de las más altas autoridades intimó a la Academia de Ciencias de la URSS a que encuentre un investigador capaz de participar en una teleconferencia a través de computadora. Esa práctica, corriente en ciertos medios científicos occidentales, era entonces totalmente inédita en la URSS. Kliossov, que se había familiarizado en la manipulación de datos informáticos durante una reciente estadía en Estados Unidos, fue el designado. Se lo condujo entonces a los locales ultravigilados del Instituto de Investigaciones informáticas de la URSS (VNIIPAS), donde se hallaba uno de los poquísimos módem disponibles en toda la Unión Soviética. Viendo el interés de tener a su disposición alguien que sabía utilizarlo, el director del VNIIPAS autorizó a Kliossov a acceder a la red durante el tiempo que deseara. A medida que se producían los encuentros en teleconferencias, el biólogo estableció lazos con numerosos “proto-internautas”, los que quedarían estupefactos de encontrar un soviético en la red.
A pesar de la seguridad y los batallones de tropas especiales que lo controlaban de manera permanente, Kliossov dialogó con total libertad con los occidentales. Informado de acontecimientos que la prensa soviética omitía, logró publicar artículos en revistas estadounidenses, por medio de correo electrónico, sin pasar por la Glavlit, el organismo de censura y filtro obligado para todos los investigadores. Ironías de la historia, en el mismo momento en que el físico y militante de las libertades civiles, Andrei Sajarov vivía relegado en Gorki, y cuando algunas personas asumían riesgos para hacer pasar al Oeste los manuscritos de los disidentes, Kliossov, sin buscarlo, creaba un túnel digital por debajo de la Cortina de Hierro. Los servicios de seguridad nunca se dieron cuenta de esas maniobras, a las que el hombre puso fin en 1987, dos años después del comienzo de la Perestroika (reestructuración del sistema) y de la Glasnost (transparencia), y cuando la primera red libre y abierta de la Unión Soviética, ancestro del Runet, se aprestaba a nacer.
Como muchas otras aventuras informáticas de esa índole, la del segmento soviético de la Web comenzó a la sombra de un secreto de Estado y de un régimen especial. Bautizada “Demos”, la primera red que permitió conectar a la URSS con el resto del mundo nació en 1988 en el Institut Kurtchatov de Investigaciones Nucleares (KIAE) en Moscú, una fortaleza protegida en extremo, que albergó una parte importante de las investigaciones atómicas del país. En sus inicios concebida como una red interna del instituto, Demos se extendió mucho más allá de los muros bien custodiados del KIAE, estableciendo conexiones con Novossibirsk (Siberia), Dubna y Serpujov, tres centros de investigaciones nucleares y cibernéticas. Luego aprovechó la Perestroika y una ley de 1987 que autorizaba la creación de pequeñas empresas privadas. Una parte del equipo de Demos decidió entoncesabandonar el KIAE para fundar el primer –y único– proveedor de acceso a Internet (PAI) de la Unión Soviética. Bautizado Relkom (por Reliable Communication, “comunicación fiable” en español), el servicio registró cierto éxito: en septiembre de 1990 obtuvo la gestión de la extensión de nombres de dominio de la URSS (.su) y a fines de 1991 contaba ya con más de ochocientos clientes en todo el país.
Comparado con los 6 millones de usuarios de la red francesa Minitel en el mismo momento, esa cifra parece irrisoria. Pero teniendo en cuenta las limitaciones técnicas que pesaban entonces sobre la informática soviética, sin hablar siquiera de la situación económica del país, ya era mucho. Relkom funcionó en gran medida de manera casi artesanal: el conjunto de los abonados podía acceder a los contenidos situados fuera de la URSS conectándose a una sola computadora, la que a su vez estaba conectada con un solo módem. Bautizada “Kremvax” (5) esa máquina estaba conectada a un servidor de la Universidad de Helsinki por medio de una línea telefónica particular del fundador de Demos, Alexei Soldatov. En efecto, éste había obtenido el privilegio por parte de la dirección del Instituto Kurtchatov de disponer de una línea internacional automática (es decir que no pasaba por una central de llamadas con operador humano) gracias a la cual podía conectar su sistema, con ironía llamado por algunos “la ventana sobre Europa”, en referencia a la expresión de Pedro el Grande sobre San Petersburgo.
El dispositivo era de una lentitud hoy en día inconcebible: los usuarios de Relkom se conectaban todos al mundo exterior a través del único módem de una capacidad de 9.600 bits/segundo (9,6k), es decir cuarenta y seis veces más lento que la conexión ADSL más rudimentaria actual (512k). Sin embargo, a pesar de (o a causa de) ese carácter muy artesanal, Relkom permitió la emergencia de la primera comunidad de internautas del país. Por entonces, una computadora personal podía costar hasta doce sueldos promedio (6). Así es que la comunidad original de la Web rusófona estaba compuesta casi en forma exclusiva por jóvenes ingenieros que accedían a la red desde los equipos de sus lugares de trabajo, que a menudo eran institutos de investigación o laboratorios, cuyo interés estratégico justificaba la instalación de una terminal conectada. Fue entonces, paradójicamente, en el seno de enclaves controlados por los órganos de seguridad, cuando ese puñado de especialistas en informática intercambiaban información con total libertad en foros: talk.soviet.politics, talk.soviet.culture… Los usuarios de Relkom se trenzaban en apasionados debates en tiempo real acerca del desmembramiento de la Unión Soviética. El registro de esos intercambios se halla aún hoy en un lugar recóndito de la red Usenet, un protocolo caído en desuso y actualmente considerado como parte de la Deep Web (“Web profunda”, en español).
La pequeña comunidad de Relkom no se limitó a discutir los acontecimientos, sino que tomó parte activa durante el fallido Golpe de agosto de 1991, cuando los comunistas ortodoxos, civiles y militares intentaron apoderarse del poder y poner fin a las reformas de Mijail Gorbachov. En viaje a Crimea, y según los golpistas, enfermo, el primer secretario del partido se hallaba confinado en su residencia. De su lado, Boris Yeltsin, por entonces presidente de la República Soviética de Rusia (RSFSR), se atrincheró en la Casa Blanca, donde tenía sede la Cámara alta de la RSFSR. Con el apoyo de una parte de la KGB, los golpistas bloquearon las fuentes de informaciones para retardar las reacciones de la opinión pública occidental y de la población soviética. Cortaron las líneas telefónicas internacionales, y remplazaron las emisiones de radio y televisión por la transmisión repetida de óperas, apenas interrumpidas por lacónicos boletines que emitían los autores del golpe de Estado. Pero los agentes de la KGB se olvidaron de cortar la línea automática de Soldatov, sin duda porque no imaginaron que un teléfono de un instituto de investigaciones nucleares pudiera vehicular informaciones subversivas.
La Primera Revolución
A raíz de eso, Relkom se convirtió en uno de los pocos canales de discusión y de información de la situación en tiempo real. Los foros soviéticos vieron llegar periodistas y universitarios occidentales inquietos por la situación en Moscú. Los usuarios les relataban lo que veían desde sus ventanas, y hasta difundían hacia el exterior del país y a las provincias los comunicados redactados por Yeltsin, ya entonces rodeado por las tropas especiales, listas para dar el asalto. Durante los tres días que duraron las acciones del Golpe, la red, saturada, se impuso como el teatro de la primera rebelión digital de la historia. Los usuarios soviéticos de Relkom tuvieron conciencia de los riesgos que corrían: “Nosotros transmitimos suficiente información como para enviarnos a la cárcel por lo que nos resta de vida”, escribió uno de ellos a un periodista occidental (7)
La experiencia de Relkom determinó muchas de las evoluciones futuras, en especial la organización de la infraestructura del Runet. Instalado en la periferia de Moscú, en un edificio de investigaciones nucleares conocido con el nombre de M9, el dispositivo Kremvax, que permitía a los usuarios conectarse con servidores extranjeros, originalmente se limitaba a la famosa computadora y a su módem, ambos instalados en un rincón del inmueble. Luego del fin de la Unión Soviética, mientras la cantidad de usuarios aumentaba, el dispositivo crecía: los servidores ocuparon con rapidez toda la pieza donde estaba el Kremvax; luego todo el piso, y finalmente todo el edificio. Hoy en día, el M9 constituye el centro neurálgico de la Web en lengua rusa: la casi totalidad de las conexiones emitidas desde Rusia o desde Asia Central, pasan por ese edificio ultraprotegido.
Relkom también permitió el surgimiento de la primera generación de empresarios de la Web: futuro fundador y dirigente de Yandex, Arkadi Voloj descubrió la red en agosto de 1991, cuando, deseoso de tener noticias de sus seres queridos, trató de sortear el bloqueo de la información. Utilizó entonces, por primera vez, el sistema de comunicaciones por computadora sobre el cual edificaría luego su imperio.
En 1993, cuando el volumen de información que pasaba por Internet comenzó a aumentar, Voloj creó Yandex (por “YetAnotherIndex”). Ese servicio de indexación de contenidos ganó en popularidad, en detrimento de las soluciones occidentales, que no lograron imponerse en el mercado interno. El Oeste conoció en esa época la “primera revolución de Internet”. Motores de búsqueda como Lycos o Yahoo! invadieron la red mundial, pero les costaba implantarse en Rusia.
Eso se debía a varias razones. El espacio postsoviético, y Rusia en particular, conservaban las cicatrices de décadas de control de la información. Los cables que la unían con Europa y con Estados Unidos seguían siendo escasos y de mala calidad, lo que limitaba los servicios albergados en Occidente. Por lo tanto en muchos terrenos los rusos se veían obligados a desarrollar sus propios servicios. De allí el nacimiento de Yandex, pero también de muchos otros sitios menos conocidos.
En la década de 1990, la debilidad de las infraestructuras digitales se debía además a las reticencias de los inversionistas extranjeros a instalarse en Rusia. El sistema jurídico del país seguía siendo poco seguro y su economía, inestable. Los gigantes de Silicon Valley no mostraban interés, dejando el campo libre a las iniciativas locales. Así resultó que el mercado del acceso a Internet quedó en manos, al principio, de los gigantes nacionales de las telecomunicaciones y de un sinfín de estructuras regionales, y a veces municipales. Aún hoy existen más de 13 mil proveedores de Internet, mientras que en Francia solo hay una decena. Muchas ciudades no sólo poseen su propia compañía local, sino también una especie de intranet municipal, con sitios y contenidos exclusivamente accesibles desde la localidad en cuestión.
La Segunda Revolución
A pesar de la crisis y de sus instalaciones vetustas, Rusia no escapó al boom de Internet de fines de la década de 1990. Pero allí se produjo al margen de la red mundializada, lo que acentuó ciertas particularidades nacionales relativas a la práctica cultural y técnica de la red. Es en esa época cuando nace la polémica reputación de los rusos en el mundo de los juegos online: obligados a jugar sobre sus propios servidores por las limitaciones de banda saturada. Desarrollaron códigos de conducta y expresiones específicas que los diferencian aún hoy de otros jugadores.
La cultura científica intervino también en este tema. A lo largo de toda la Guerra Fría, el dominio del complejo militar-industrial soviético –en cantidad de empleados, ingenieros y jerarcas– y la puesta en valor de las formaciones de tipo tecnológico, predispusieron a una parte significativa de la población a apropiarse velozmente de la informática. En la época soviética, los “institutos técnicos” de provincia brindaban formaciones cortas que gozaban de gran popularidad; muchos ciudadanos poseían los prerrequisitos para la utilización de sistemas de explotación por entonces considerados complejos.
A fines de la década de 1990, la sociedad rusa, globalmente mejor formada en informática que la población occidental, padecía una precariedad masiva que fue el caldo de cultivo de otra especialidad digital nacional: la cibercriminalidad. Para muchos expertos en informática, amateurs o profesionales, que se negaban a emigrar a Europa o a Estados Unidos para obtener ingresos de manera honesta, piratear tarjetas de crédito en la red representó un modo de enriquecerse casi irresistible. En torno a esas actividades se organizaron y se desarrollaron mafias. El 60% de los ciberdelitos cometidos en todo el mundo a comienzos de la década de 2000 fueron imputados a Russian Business Network (8). Muchos de los piratas implicados en los ciberataques ocurridos en Europa y en Estados Unidos (particularmente el realizado contra el Comité nacional demócrata en 2016) podrían provenir de esas mafias.
A comienzos de la década de 2000, el Runet inició una nueva etapa. La renta energética creó un medio favorable a las inversiones y abrió un largo periodo de crecimiento. El país entró por completo en la Segunda Revolución de Internet (o Web 2.0), caracterizada por la aparición de innumerables redes sociales y el surgimiento de motores de búsqueda de algorítmicos, como Google. El problema de falta de cables entre Rusia y el resto del mundo quedó por fin solucionado en 2005, con la inauguración de una conexión de fibra óptica crucial para el desarrollo del Net ruso. Bautizado TEA (Trans-Europa-Asia), ese cable unió Londres con Hong Kong siguiendo la línea del Transiberiano primero y del Trans-manchuriano después. Rusia pasó entonces de una situación de periferia digital, a la de pieza central en el dispositivo de intercambio de datos entre Europa y Asia.
Sin embargo, la competencia occidental no hizo desaparecer los servicios creados en la década de 1990 y a comienzos de la de 2000, al contrario. El desarrollo mundial de Facebook fue paralelo al de VKontakte. Yandex sigue llevando cierta ventaja a Google: mientras que los algoritmos del motor de búsqueda de Voloj estaban originalmente calibrados para el ruso, los del gigante estadounidense fueron durante mucho tiempo incapaces de distinguir diferentes casos de declinación en ese idioma…
Luego de un periodo de apertura e intensa cooperación con las empresas occidentales, bajo la presidencia de Dmitri Medvedev (2008-2012), el país conoció una cierta tensión en sus relaciones con el Oeste. Las especificidades de Runet se convirtieron entonces en un instrumento al servicio de la política internacional del Kremlin, que hizo del espacio digital un lugar de proyección de sus ambiciones de poder. Sobre ese terreno, Rusia no deja de contar con algunas ventajas.
2. Catherine Morin-Desailly, “L’Union européenne, colonie du monde numérique? ”,Documento de Información N° 443, Senado de Francia, París, 20-3-13.
3. Físico de formación, Soljenitsyn trabajó durante un año en la prisión especial N° 16, donde hoy se halla instalada una importante empresa federal de ciberseguridad.
4.Cf. Las revelaciones de Vladimir Vetrov –alias Farewell para sus tratantes de la Dirección de Vigilancia del Territorio francesa (DST)– sobre el funcionamiento de la comisión militar-industrial en 1980.
5. Ese nombre hacía referencia a un episodio de 1984, cuando un bromista holandés hizo creer a los internautas de entonces que el primer secretario Konstantin Chernenko en persona navegaba en el Net por medio de una misteriosa computadora bautizada Kremvax (“Krem” designaba al Kremlin, y “vax” era un sufijo por entonces muy utilizado para designar a los servidores).
6. Según las estadísticas del Goskomstat de entonces. El altísimo precio de las computadoras se explicaba, en parte, por el embargo sobre los productos electrónicos aplicado por Estados Unidos luego de la invasión a Afganistán en 1979.
7. Base de archivos de Talk.soviet.politics, 20-8-1991.
8. Peter Warren, “Hunt for Russia’s Web criminals”, The Guardian, Londres, 15-11-07.
* Profesor en el Instituto Francés de Geopolítica, de la Universidad París VIII.
Traducción: Carlos Alberto Zito