EDICIÓN 194 - AGOSTO 2015
EDITORIAL

La política del hombre común

Por José Natanson

You can’t start a fire
You can’t start a fire without a spark
This gun’s for hire
even if we’re just dancing in the dark

Bruce Springsteen, Dancing in the dark

Tal vez la más difícil de todas las artes, la representación política implica siempre una diferencia, un contraste entre los pocos que ejercen el gobierno y los muchos que son gobernados. Pero también exige un parecido, una similitud menos comentada pero crucial para proveerles legitimidad a los dirigentes y evitar eventuales derivas elitistas. En esta tensión irresuelta entre distancia y proximidad reside la magia de la representación, que más que la ciencia de reflejar un estado social dado es el arte de construir una ficción de gobierno, y por eso la metáfora más adecuada para describirla es el teatro: la representación es esencialmente la construcción de una escena, con su escenografía, su guión y sus actores.

La idea central de esta nota es que la escena representativa de la campaña electoral está dominada por la figura del hombre común, convertido en el paradigma de interpelación de los medios, el objeto de deseo del marketing comercial y la clave del éxito en las elecciones, a tal punto que los principales candidatos se muestran, ellos también, como hombres comunes (1). ¿Cómo es el candidato del hombre común? Es espontáneo y sincero, habla de problemas concretos (es anti-abstracto) y tiene una cualidad empática que le permite identificarse con el ciudadano. Si no lo conocen, se presenta a sí mismo, como suelen hacer los dirigentes del PRO en el comienzo de los debates televisivos y como hacían los viejos spots de Martín Insaurralde, que parecían salidos de un capítulo de En terapia.

Si el carisma es, según la clásica definición de Max Weber, la capacidad de convencer a las masas de que quien lo ostenta porta características extra-ordinarias y extra-cotidianas (2), el candidato del hombre común es esencialmente anti-carismático: el lazo que lo une con los votantes descansa más en la identificación que en la admiración, más en la proximidad que en la distancia. Por eso, aunque se dedique a la política desde hace años, incluso décadas e incluso, en algunos casos, ¡desde siempre!, el candidato del hombre común no es visto como un político clásico: escucha antes de proponer, rehúye los discursos largos y, para tomar decisiones, prefiere apoyarse en la experiencia y la intuición más que en los saberes expertos.

Para subrayar su sinceridad, para mostrarse tal como es, exhibe su historia de vida mediante una construcción de su intimidad cuidadosamente planificada pero no necesariamente conservadora: a diferencia de lo que sucedía en el pasado, puede divorciarse como Mauricio Macri, puede estar casado en primeras nupcias como Sergio Massa o puede haber ido y vuelto con la misma mujer como Daniel Scioli. Los avatares de su trayectoria importan menos que el hecho de que sea auténtico.

Como sostiene la politóloga Rocío Annunziata, autora de los primeros esfuerzos para teorizar este fenómeno, el hombre común no es el uomo qualunque de los populismos del siglo XX, un fantasma anónimo e intercambiable que se disolvía en la masa, sino un ser humano singular, único e irrepetible. Por eso el político que aspire a representarlo debe acercarse a él con humildad: si se inunda una ciudad, se corta una ruta o se produce una muerte violenta, debe bajar –tal el sintomático verbo utilizado en círculos políticos– al territorio, exhibir compasión y consolar a las víctimas. Como se sabe falible, el político-sensible debe reconocer errores y pedir disculpas; en casos extremos debe incluso dejarse insultar por el ciudadano-indignado, su perfecta contracara.

Pos-kirchnerismo

El hombre común, que cuando vive en la Capital es un “vecino” y que si es muchos se transforma en “la gente”, amenaza con convertirse en el sujeto social hegemónico del pos-kirchnerismo. Cada uno a su modo, los candidatos con más chances de ganar las elecciones de octubre se presentan de este modo. Ahí están los slogans ramplones, las apelaciones a Francisco y el sentido común que domina los discursos de Sergio Massa, cuyo acento inconfundiblemente porteño llegó a transmutarse en tonada de provincia para captar los votos del interior; ahí está también el espontaneismo de Daniel Scioli, su estilo amiguero, leal hasta con los piantavotos estilo Alberto Samid, su gusto por discutibles artistas populares y, claro, su pasado: las rupturas y reconciliaciones con Karina, el reconocimiento tardío de su hija extra-matrimonial y la forma franca y resuelta con la que lidió con su accidente, que subraya la línea de superación en base al esfuerzo y el tesón que tanto gusta mostrar en la campaña.

Respecto de Macri, no podrá nunca ser un hombre común en sentido estricto: ningún hijo de Franco Macri, futuro heredero de una fortuna multimillonaria, puede presentarse de esta forma. Pero sí puede tener gustos comunes que, gracias a los privilegios de cuna y el éxito personal, concreta in extremis: le gusta el fútbol y fue presidente de Boca, le gustan las mujeres y sus parejas son hermosas, quiere a sus hijos y tiene muchos (la descripción es un elogio). Despojados de ese peso, los integrantes de su partido se muestran como simples vecinos, tal como revelan las confesiones de Horacio Rodríguez Larreta sobre la relación con su padre, las inflexiones barriales de María Eugenia Vidal (“Soy una chica de Flores”) y la empatía natural de Gabriela Michetti. La caricatura de esta declinación del estilo político es por supuesto Miguel del Sel, cuyas aspiraciones terminaron derrotadas por los desangelados tecnócratas del socialismo santafesino, lo que deja la enseñanza de que toda normalidad tiene un límite: Del Sel perdió por ser un hombre demasiado común.

En todo caso, y más allá de los nombres, el contraste con el liderazgo hegemónico de los últimos ocho años resulta asombroso. Cristina pronuncia discursos largos cargados de datos, citas y estadísticas, no reconoce explícitamente sus errores (aunque sí, por supuesto, políticamente) y se niega a transigir ante ciertos imperativos de la época: su presencia en ShowMatch, el programa-símbolo del hombre común, es sencillamente inconcebible (nótese que Néstor se acercaba más al ideal del hombre común: de hecho se presentaba como “un hombre común con responsabilidades importantes” y hablaba de “verdad relativa” en unos discursos enfáticos pero cargados de furcios, torrentosos y pronunciados como a los picotazos; lucía una vestimenta descuidada y a veces dejaba entrever, en el trato con periodistas y funcionarios, un estilo jodón, de vestuario; nunca fue al set de Marcelo Tinelli pero sí aceptó salir al aire por teléfono).

En su desesperada búsqueda de votos, la política no sólo propone candidatos a medida –políticos-commoditie– para el hombre común. También ofrece dispositivos técnicos (el presupuesto participativo que se implementa en diferentes municipios), ilusiones tecnológicas de aprovechamiento de su sabiduría (el felizmente fallido Partido de la Red) e incluso un experimento electoral concreto: el partido PP (Propulsar al País), inventado por el ex juez Julio Cruciani para las elecciones del 2009, que llevaba en sus listas a un ama de casa, un dentista, un jubilado, un obrero calificado y una médica, con el slogan: “Vótese, yo soy usted”. Fracasó estrepitosamente, porque la representación, como ya señalamos, no es un reflejo de la sociedad sino una ficción políticamente construida: pretender reemplazarla por un espejo es como querer hacer el amor con tu propia sombra.

Rock & roll

Tras una década de reformismo profundo y sobrecarga ideológica (una década de intensidad kirchnerista), la sociedad expresa una demanda de moderación y continuidad con correcciones reflejada en el estilo templado de los principales candidatos presidenciales, y recientemente confirmada por el asombroso giro estatista de Macri.

¿Ha llegado el momento del hombre común? Tal vez sí. Y si esto por un lado podría estar revelando un deseo conservador de retorno a lo privado, por otro confirma una tendencia anti-elitista profundamente arraigada en la sociedad argentina: bien mirado, el auge del hombre común es una forma de saldar la brecha que aún separa a la clase política de la sociedad. Ocurre que, pese a las ilusiones del kirchnerismo sunnita, la política, como sostiene Hirschman (3), supone siempre una tensión entre hombre (vida privada) y ciudadano (vida pública): uno puede dedicar tiempo y energía a los asuntos públicos, pero la vida privada protesta (hay que dormir a los hijos, mañana tengo que estar a las ocho en el trabajo, llegaron las expensas). A diferencia de la vida pública, la vida privada siempre está ahí, no es opcional. Y aunque en ciertos momentos históricos (los 70, la primavera democrática, el kirchnerismo), la política desborda el microclima, se trata de períodos irremediablemente acotados que, además, involucran a sectores minoritarios de la sociedad. Silenciosa o no, la mayoría sigue con su vida (4).

No sólo la política, también la música es un género de masas. En Seven ages of rock, la excelente historia del rock elaborada por la BBC y transmitida aquí por VH1, el segmento dedicado a Bruce Springsteen arriesga la tesis de que su refulgente éxito inicial radicó en su capacidad no sólo de expresar sino de identificarse con el hombre común de las calles (su primera banda, de hecho, se llamaba justamente E-Street Band) y transformar en música la angustia individualista de los 80 y el primer malestar de las reaganomics. En el documental, un amigo del músico lo resume de esta forma: “Lo increíble, lo que explica su popularidad, es que la gente pensaba que después de dar un concierto para 50 mil personas Bruce realmente volvía a trabajar a un lavadero de autos en New Jersey”.

1. Rocío Annunziata, “La figura del hombre común en el marco de la legitimidad de proximidad: ¿un nuevo sujeto político?”, Astrolabio, Nº 10, 2013.
2. Max Weber, Economía y sociedad, Fondo de Cultura Económica, 2004.
3. Albert O. Hirschman, Interés privado y acción pública, Fondo de Cultura Económica, 1986. Agradezco a Ignacio Ramírez por facilitarme la cita.
4. Una radiografía de la mayoría silenciosa en Sebastián Carassai, Los años setenta de la gente común, Editorial Siglo XXI, 2014.

© Le Monde diplomatique, edición Cono Sur

Edición AGOSTO 2015
Destacadas del archivo