Violencia, inseguridad y víctimas en África
“Todo el mundo es consciente de que África es el futuro estratégico del mundo… ¡salvo los africanos!”, se lamenta Cheikh Tidiane Gadio, presidente del Instituto Panafricano de Estrategia, principal organizador del Foro Internacional sobre Paz y Seguridad en África, celebrado en Dakar (Senegal) a mediados de diciembre pasado (1). Esta reunión informal –la primera en África, destinada a realizarse anualmente– convocó a cuatrocientos militares, líderes políticos, investigadores, periodistas, tal como sucede en otras regiones del mundo (2).
Más de cincuenta años después de iniciado el proceso de descolonización, “resulta imperioso que un pensamiento estratégico africano se exprese en los ámbitos apropiados”, recuerda el geógrafo y diplomático francés Michel Foucher (3). De hecho, este foro permitió constatar una “falta de conciencia geopolítica” en el continente negro, según los términos de un oficial vinculado a una escuela militar de África Central, para quien la seguridad “debería ser considerada un bien público global”.
La fragilidad de los Estados y su debilidad en materia de mantenimiento de la paz y la seguridad, especialmente en el Sahel, son evidentes. Expulsados en su mayoría de Argelia, su matriz inicial, los grupos yihadistas se dispersaron por el Sahel y se militarizaron, al igual que los shebab en Somalia o la organización del Estado Islámico (EI) en Siria e Irak. “Para ellos, no existen fronteras, desde el Atlántico hasta el Mar Rojo”, señala preocupado un diplomático africano, quien expresa el temor de una “confluencia de teatros de operaciones” mientras Boko Haram, la secta nigeriana, se expande en Camerún, Níger y hasta en República Centroafricana (4), y surgen “puntos de conexión” –según el ministro de Defensa francés Jean-Yves Le Drian– entre el EI y organizaciones que hasta ahora reivindicaban a Al Qaeda en la zona sahelo-sahariana.
La mayoría de los grupos armados, a su vez divididos, privilegian las zonas olvidadas –la periferia o los confines– en las cuales el poder central tiene poca influencia, y se apoyan en las realidades locales, como el separatismo tuareg en el norte de Malí o la guerra civil en Libia. Echan raíces gracias a lazos familiares y clánicos, asegurándose redes de solidaridad e inteligencia. Se instalan en la economía local, escoltando vehículos, percibiendo derechos de peaje, participando en el tráfico –de armas, drogas, cigarrillos, rehenes– para financiarse. Abrevan en el semillero de una juventud extremadamente pobre, atraída a su vez por esta nueva clase de “propuesta política” y los salarios asignados a los combatientes de la yihad.
“Se comportan como empresarios de la violencia ciega y masiva, a veces como empresarios de la economía del crimen –revela Gadio, quien fue ministro de Relaciones Exteriores del presidente senegalés Abdoulaye Wade de 2000 a 2009–. Poseen recursos financieros y una capacidad militar que a menudo superan los de nuestras fuerzas de defensa y seguridad tradicionales. Y además, actúan en red y aceptan la mutualización, algo de lo que nosotros no somos capaces.” “Llevamos años de retraso”, se lamenta, por su parte, un ex dirigente de la Unión Africana, para quien los Estados deben revisar de cabo a rabo sus doctrinas estratégicas.
Así, cada vez más analistas africanos reconsideran los paradigmas de la seguridad, incorporando especialmente la dimensión antropológica de la evolución hacia el radicalismo político-religioso: “Hay algo que falta si se califica solamente de ‘terrorista’ a un grupo armado tan organizado como Boko Haram, que controla pueblos enteros, desarrolla una ideología que conquista los corazones y las mentes, y ofrece un marco de socialización”, sostiene un intelectual beninés. Mientras que el senegalés Alioune Sall, director del African Futures Institute, sugiere privilegiar la seguridad de las personas, su salud, sus empresas, sus barrios: los Estados ya no pueden ser los únicos actores; la sociedad civil debe tomar el relevo, y estará en mejores condiciones para prevenir las tensiones locales o regionales. Además, todos se preocupan por el futuro de la juventud –la edad promedio en África es de 19 años, contra 41, por ejemplo, en Francia–, una “bomba social”.
Los fracasos de la Unión Africana
Más larga y significativa que el paréntesis colonial, la propia historia del continente africano es un yacimiento de experiencias de socialización, esquemas de organización política o técnicas de ingeniería social (como la discusión o la mediación) al que convendría recurrir. “Hablamos mucho de diálogo de culturas, pero ya no tenemos la cultura del diálogo”, sostiene así un ex ministro de África Occidental. Para él, en un continente de dos mil idiomas, las grandes lenguas locales –por ejemplo, el suajili en África Oriental– pueden contribuir al acercamiento entre Estados y entre poblaciones.
“No se ha hecho más que reproducir el modelo occidental, desfasado de nuestros valores”, se lamenta el dirigente de una asociación: “Démonos el tiempo para reinvertir en los campos sociales y culturales. Resulta imperioso refundar nuestros sistemas educativos, el aprendizaje y el uso de nuestras lenguas”. Pero, al igual que otros, confiesa tropezar, en un combate ante todo ideológico, con el obstáculo de Palestina, a menudo invocada por los extremistas como un “estandarte de la ‘comunidad’ islámica humillada”.
¿Cómo eliminar la peligrosa dualidad de los sistemas educativos? El sistema pedagógico a la europea, que fabrica élites pero que actúa como un “defoliante cultural” (según las palabras del historiador burkinés Joseph Ki-Zerbo), convive con el gueto de la escuela secundaria, la primaria, incluso la simple escuela coránica para el humilde pueblo de los barrios y las zonas rurales. Ahora bien, esta dualidad lleva “el germen del cuestionamiento, la marginalización, la frustración, que los predicadores del yihadismo pueden aprovechar”, señala con preocupación Bakary Sambe, coordinador del Observatorio de radicalismos y conflictos religiosos en África de la Universidad Gaston Berger de Saint-Louis (Senegal) (5). El académico menciona una “estrategia de conquista” apoyada especialmente por algunos países del Golfo, que vehiculizan la ideología wahabita y salafista, sacando provecho del cuestionamiento del islam de las cofradías que existe en el Sahel. Acusando a los Estados de comportarse como vulgares agentes del Occidente cristiano, estos yihadistas obtienen argumentos de las intervenciones militares extranjeras y utilizan el Sahel, tradicional fractura entre el mundo musulmán y el África animista o cristiana, a la vez como campo de acción ideológica, teatro de operaciones y zona de repliegue estratégico.
Sin embargo, hasta el momento, la letanía de las “soluciones africanas para los problemas africanos” sigue siendo la mayoría de las veces cautivante. Aun cuando no pudiera considerársela responsable de todo, la Unión Africana acumuló fracasos. Comenzando por su impotencia para impedir la intervención militar de 2011 en Libia, cuyas consecuencias desastrosas aún se sufren: lanzada sin preocuparse por lo que sucedería después del conflicto, la operación franco-anglo-estadounidense tuvo como efecto la propagación de armas y combatientes en todo el Sahel, y la desestabilización especialmente de Malí, para desembocar en una guerra civil en la propia Libia. La Unión Africana había intentado sin éxito oponerse a esta operación, montada con el aval de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y bajo la bandera de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) (6). La amargura y la desconfianza se perciben en el continente negro, especialmente entre los argelinos, muy influyentes aún en la dirección de la organización panafricana.
Durante el intento de anexión del norte de Malí por parte de los yihadistas en 2012, la falta de preparación y disponibilidad de las fuerzas africanas de paz, así como las divergencias entre países de la región fueron, una vez más, evidentes: “Cuántas reuniones del Estado Mayor se necesitaron para implementar la Misión Internacional de Apoyo a Malí con liderazgo africano, para que termine llegando en 2013, en plena intervención de emergencia del ejército francés, ¡cuando era demasiado tarde!”, se indigna un investigador camerunés.
En el Sahel, los franceses debieron tomar la delantera con las operaciones “Serval” y “Barkhane” (7), aunque hoy existan muchas expectativas en la cooperación regional entre Estados del “G5” –Malí, Níger, Burkina Faso, Chad, Mauritania– con un creciente reparto de información, el comienzo de una planificación coordinada de operaciones, proyectos de “derechos de persecución”, perspectiva de patrullas, incluso de unidades mixtas, y la esperanza de que Argelia, el más poderoso de la región, se sume al juego. Estos países, en perjuicio de Argel y sin el aval de la Unión Africana, reclamaron el 18 de diciembre, durante una cumbre en Nuakchot, una nueva intervención internacional en Libia. Otra preocupación en África Occidental: el crecimiento de Boko Haram en Nigeria, que el gobierno de Abuya parece incapaz de contener, mientras que la Unión Africana guarda silencio respecto del tema.
Los esfuerzos de paz africanos en República Centroafricana tampoco tuvieron gran éxito. El presidente chadiano Idriss Déby, preocupado por asumir su autoridad regional, había enviado tropas a Bangui; éstas fueron retiradas durante 2013, al igual que el contingente sudafricano que las había reemplazado. Actualmente, la República Centroafricana enfrenta una nueva guerra civil larvada, con divisiones entre las regiones predominantemente musulmanas y las predominantemente cristianas. El ejército francés intervino de manera urgente a fines de 2013 para detener las masacres; inmediatamente, se montó una operación de Naciones Unidas. Pero “la impunidad de la que gozan los actores centroafricanos es una de las principales causas de la crisis en ese país”, estima Adama Dieng, asesor del secretario general de la ONU para la prevención de genocidios –males “mucho más graves, agrega, que el terrorismo, la droga, la piratería, que obsesionan hoy a todo el mundo”–.
Es el concepto mismo de “soluciones africanas para los problemas africanos” el que parece estar en conflicto, señala Pan African Strategy, la revista del Instituto Panafricano de Estrategia de Dakar (8): “Si la fórmula es tan popular en Washington, Londres, París o Berlín, es sobre todo porque les evita enormes responsabilidades”. Además de la poca capacidad técnica, “sería ingenuo creer que los cincuenta y cuatro países del continente comparten una visión común de la paz en África”.
Sin embargo, la Unión Africana concibió una ambiciosa “arquitectura de la paz”, dotada de un “mecanismo de prevención, gestión y resolución de conflictos”. Un Consejo de Paz y Seguridad (CPS) se puso en funcionamiento en 2004, como órgano de conducción política, al igual que un Comité de Estado Mayor, que tiene como principal proyecto la creación, en las cinco grandes regiones del continente, de brigadas de mantenimiento de la paz que constituyen la Fuerza Africana de Reserva (FAR) (9). A lo que se sumaron un Sistema Continental de Alerta Temprana, con el fin de hacer supuestamente una evaluación permanente y un análisis prospectivo, y el Consejo de Sabios, con el fin de hacer supuestamente una prevención activa. Para activar este dispositivo, se constituyó un Comité Técnico especializado en Defensa y Seguridad (CTEDS). Y, como todo esto demoraba en concretarse, en diciembre de 2010 debió designarse a un alto representante de la Unión Africana encargado de la operatividad de la FAR, el general Sekouba Konate, ex presidente de la transición guineana…
Pero esta impresionante maquinaria no siempre funciona a la perfección: tres sucesivas “hojas de ruta” –2006, 2009, 2011– impidieron darle un rostro definitivo a la famosa FAR. De postergación en postergación –y aunque Smaïl Chergui, comisario para la Paz y la Seguridad de la Unión Africana, haya prometido su capacidad operativa total para fines de 2015 (Radio France Internationale, 28-6-14)–, ninguna de las cinco brigadas llamadas “de reserva” se puso realmente en funcionamiento. La base logística continental que debía instalarse en Duala (Camerún) no se ha creado aún. La cuestión de los créditos sigue sin resolverse: un informe del ex presidente nigeriano Olusegun Obasanjo sobre financiamiento innovador duerme en los cajones desde hace tres años.
Estos bloqueos se deben a la falta de medios y de conocimientos específicos, así como a la disparidad entre las diversas subregiones; además, ni Nigeria, ni Sudáfrica, ni Egipto –los mayores contribuyentes al presupuesto de la Unión Africana y poseedores de los principales ejércitos del continente– están en condiciones de asumir un papel de liderazgo. “La decisión de poner en primera línea a una organización regional o la Unión Africana es menos el resultado de una estrategia claramente elaborada que el reflejo de una relación de fuerzas entre Estados miembros”, explica Amandine Gnanguênon, investigadora del Institute for Security Studies (ISS) en Dakar. La cooperación entre la Unión, las comunidades económicas regionales (CER) y los mecanismos regionales (MR) se esfumaría detrás de una competencia. Según ella, los países tienen razones para no ofrecerse como voluntarios: “Prevenir un conflicto ofrece poca visibilidad a los actores políticos: es difícil valerse de la eficacia de una acción preventiva si nadie mide realmente lo que se ha evitado.”
Una fuerza provisoria
La lenta puesta en funcionamiento de la FAR condujo a una docena de gobiernos a lanzar, de manera transitoria en 2013, una Capacidad Africana de Reacción Inmediata a las Crisis (CARIC) (10). Los Estados voluntarios se hacen cargo de su participación, deben poder mantener a sus tropas al menos durante unos treinta días y encontrar aliados para el transporte, la logística y la inteligencia. La idea es disponer de una fuerza provisional capaz de actuar dentro de los diez días, con efectivos adaptables, que se abastezca de una reserva de fuerzas de cinco mil personas. Este dispositivo puede ser activado por una nación-coordinadora o por un grupo de Estados, tal como lo hace la Unión Europea. Pero la activación de la CARIC al igual que su conducción estratégica dependen efectivamente de la dirección de la Unión Africana. En principio, esta fuerza debía estar operativa a comienzos de 2015; su función es integrarse a la FAR, tal como se precisó en la última cumbre de la Unión Africana celebrada en Malabo (Guinea Ecuatorial), en junio de 2014. Con Uganda como nación-coordinadora, la CARIC podría hacer sus primeras armas en Sudán del Sur a partir de este año, según el general Katumba Wamala, jefe del Estado Mayor del ejército ugandés.
Sin embargo, Cyrille Ndayirukiye, un general burundés encargado durante cuatro años de la organización de las brigadas de reserva, admite estar desilusionado respecto de los procesos decisorios frenados por lo que se calla, al privilegiar cada país o institución sus propias prioridades. Lo resume con un proverbio de su país: “No acusen al pozo de ser profundo, cuando la cuerda es demasiado corta”. Para Gadio, si África quiere convertir a su Consejo de Paz y Seguridad en “una suerte de Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas a escala africana”, debe “meter la mano en el bolsillo”, para evitar tener que recurrir a la Unión Europea o a otros socios bilaterales (y especialmente a Francia).
Todo iría mejor si las organizaciones internacionales se pusieran de acuerdo sobre los puntos esenciales. Por ejemplo, en lo que respecta a la responsabilidad de proteger, Solomon Ayele Dersso, del ISS de Addis Abeba (Etiopía), estima que debido a la “histórica desconfianza” de África con relación a las intervenciones extranjeras y la “suspicacia general” en cuanto a las intenciones reales de los países que intervinieron en Libia en 2011, el punto de vista de la Unión Africana debió ser tenido más en cuenta por el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Del mismo modo, las dos entidades no tienen las mismas concepciones del alcance de los mandatos de intervención y las reglas de enfrentamiento de las fuerzas de paz. La Unión, aunque en gran medida menos activa, da muestras de flexibilidad asumiendo –además de las misiones de mantenimiento de la paz– operaciones de restablecimiento de la paz, incluso de contraterrorismo (como la African Union Mission in Somalia, Amisom). Mientras que la ONU sólo interviene cuando las partes beligerantes se comprometen en un proceso de paz, el recurso a los medios militares ofensivos se limita a los casos de legítima defensa y ayuda táctica, como la utilización de helicópteros en Costa de Marfil en 2011 o en República Democrática del Congo en 2014.
En la práctica, el restablecimiento de la paz depende de procesos confusos que implican un ir y venir de enviados especiales o representantes permanentes de múltiples instituciones, embajadores y jefes militares, mediadores, “grupos de contacto”… por no hablar de asesores más o menos ocultos, facilitadores e intermediarios. Las respuestas a las crisis suelen compartirse, según fórmulas de geometría variable: operaciones conjuntas (como en Darfur), apoyo de la ONU a la Misión de la Unión Africana en Somalia (Amisom), sucesivas intervenciones paralelas (“Serval” en Malí, “Sangaris” en República Centroafricana), etc. La ONU, la Unión Africana, la Unión Europea (o algunos de sus Estados miembros) desarrollaron alianzas para combinar mejor sus fuerzas. Estos modelos presentan ventajas evidentes, pero también implican riesgos. Jean-Marie Guéhenno, presidente del International Crisis Group, se pregunta: “¿Puede existir un enfrentamiento subregional armado imparcial? ¿Puede existir un riesgo de regionalización del o de los conflictos? En los casos en que una fuerza europea abrió el camino, ¿cómo estar seguros de que el relevo estará bien garantizado, mientras que subsisten amenazas asimétricas? ¿Cómo asegurar una buena coordinación entre varias cadenas de mando?”.
Evidentemente, lo mejor sigue siendo no llegar al conflicto abierto. Pero “el sistema de alerta temprana no es una garantía: nos hemos equivocado en varias oportunidades”, reconoce el ghanés Mohamed Ibn Chambas, jefe de la Oficina de las Naciones Unidas para África Occidental, quien cita los ejemplos de Malí o recientemente Burkina Faso: “En ese caso, brindamos una respuesta rápida”. Y hace saber que “no aceptaríamos un golpe de Estado 100% militar. Velaremos luego por el desarrollo de elecciones, para restablecer la legitimidad del poder”. Con el mismo espíritu, el diplomático de la ONU promete seguir con atención las elecciones del 14/15 de febrero en Nigeria. Y velar por el buen desarrollo de las elecciones en Togo, Guinea, Guinea-Bissau, Etiopía, República Centroafricana, Burundi y Benín.
Presencia permanente
Más de cincuenta años después de las independencias, París sigue asegurando un “nivel mínimo” en materia de seguridad a los países del Sahel, lo que lleva a decir a un especialista que, paradójicamente, “el campo de intervención de las fuerzas francesas, con el consentimiento de los países de la región, nunca fue tan extenso”. Francia asegura no concebir más una intervención unilateral, y querer desarrollar alianzas que, finalmente, le permitan desaparecer: con el “G5” en el Sahel; con la Comisión del Lago Chad, para contener a Boko Haram; con las herramientas de coordinación creadas en plena cumbre de Yaundé para la lucha contra la piratería en el Golfo de Guinea –todo ello de manera concertada con la Unión Africana–. La red francesa de bases militares, en proceso de reconversión, tiene actualmente la función de apoyar a las fuerzas africanas “de reserva”… a medida que éstas comiencen a funcionar.
Un dispositivo preventivo francés continúa desplegado, a través de la operación “Barkhane” en Malí y para controlar el sur libio, con la creación de una nueva base en el norte de Níger, y la actualización de una lista de personajes a eliminar, al más puro estilo estadounidense. Pero, a pesar de los reiterados llamados de los Estados de la región, no es cuestión de “repetir lo que se hizo en Libia, que nos fue reprochado por el mundo entero”, explica un funcionario del Ministerio de Defensa francés. “Golpear sin solución de salida política es siempre estéril”, señala el ministro francés Le Drian, en respuesta a las múltiples voces de alarma lanzadas estas últimas semanas.
1. Reunión organizada conjuntamente con la Fundación para la Investigación Estratégica (FRS) y la Compañía Europea de Inteligencia Estratégica (CEIS), cercanas al Ministerio de Defensa francés.
2. Wehrkunde de Munich para Europa, Diálogo de Manama para el Golfo Pérsico, Diálogo de Shangri-La (Singapur) para Asia, Foro de Seguridad Internacional de Halifax (Canadá) para América…
3. Michel Foucher, “Frontières d’Afrique, frontières africaines”, en Guerres et paix en Afrique, edición especial de la revista Diplomatie, enero de 2015.
4.Véase Rodrigue Ngassam, “Camerún bajo la amenaza terrorista”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, Buenos Aires, enero de 2015.
5. www.cer-ugb.net/observatoires/orcra
6. Véase Jean Ping, “¿Era necesario matar a Gadafi”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, Buenos Aires, agosto de 2014.
7. “Barkhane” –en todo el Sahel– sucedió a “Serval” (Malí) en agosto de 2014: tres mil hombres en cinco países, jefatura en Yamena, plataforma aérea en Niamey, seis aviones caza, cinco drones, veinte helicópteros, doscientos vehículos, una decena de establecimientos.
9. Simon-Pierre Omgba-Mbida (diplomático en Addis Abeba), “Les solutions africaines aux crises: défis de l’opérationnalisation”, Diplomatie, París, enero de 2015.
10. Argelia, Senegal, Níger, Guinea, Mauritania, Chad, Etiopía, Sudán, Uganda, Tanzania, Angola, Sudáfrica.
* Periodista.
Traducción: Gustavo Recalde