Como EstadosUnidos,Argentina nació a partir de la unión de estados preexistentes, en un proceso de poblamiento que comenzó en el Norte y Centro para luego avanzar hacia Buenos Aires, durante siglos una ciudad pequeña y alejada del centro de las decisiones virreinales. Por este motivo, por tener en su base a provincias tan disímiles como Salta, en su momento parte del imperio inca, y Santa Cruz, que recién se pobló en el siglo XX, y por las distancias oceánicas de un territorio que de norte a sur mide 3.694 kilómetros, las desigualdades territoriales son en Argentina más profundas que las de países cuyo PIB per cápita es más bajo, pero que se encuentran más cohesionados desde el punto de vista geográfico, como Uruguay o Chile.
Las estadísticas son como los sueños, que cada uno interpreta a su modo, pero a veces no hay más remedio que recurrir a ellas. La diferencia territorial entre niveles de desarrollo es ostensible. Si el producto bruto geográfico por habitante de la región pampeana, la más rica del país, equivale a 1 peso, el del noroeste es de 0,84 y el del noreste es de 0,66. Esta brecha se refleja en otros indicadores: las exportaciones per cápita en el noroeste (a pesar del auge de la minería) equivalen a la mitad de las pampeanas (en el noreste representan apenas un quinto de las pampeanas). En cuanto al salario, si es de 1 peso en la región pampeana, equivale a 0,67 en el noroeste y a 0,62 en el noreste (1).
Junto a la democracia representativa y el republicanismo, el federalismo constituye uno de los tres pilares político-jurídicos de Argentina. Pero el federalismo no es una foto congelada sino la película de una negociación permanente. Su estado actual es complejo. Por un lado, la distribución de recursos entre la Nación y las provincias favorece a la primera más que en cualquier otro momento de la historia, dato que está en la base de la capacidad de supervivencia del kirchnerismo (si antes de 1976 la recaudación fiscal se dividía equitativamente entre el gobierno federal y los provinciales, hoy, como resultado del impacto de impuestos no coparticipables como las retenciones, la proporción es 70 a 30). En combinación con una ley de coparticipación injusta, el resultado son administraciones provinciales en algunos casos muy dependientes de las transferencias nacionales, como sucede en casi todas las provincias del norte pero no sólo allí: Buenos Aires, por ejemplo, vive en una situación de permanente emergencia fiscal.
Es curioso, pero la dependencia fiscal se produce en un momento en que los gobernadores gozan de una autonomía política inédita, a la que contribuyen factores de todo tipo: desde la posibilidad de desdoblar las elecciones (lo que les permite desengancharse de la candidatura nacional) y las reformas constitucionales realizadas en los últimos años (que en general habilitaron la reelección del gobernador), hasta el control de la educación y la salud, transferidas durante los 90. En aquellas provincias que además cuentan con recursos propios, como las hidrocarburíferas del sur, las mineras de la cordillera o las que han sabido aprovechar el auge de las economías regionales, el margen de maniobra de los mandatarios es enorme.
Cordón
El federalismo argentino arrastra problemas innegables: no sólo las dificultades para equilibrar territorialmente el reparto del bienestar sino también la incapacidad para subsanar los déficits institucionales arraigados en muchas provincias, feudalizadas en términos democráticos pero a veces económicamente muy prósperas (2). Los gobiernos municipales, a cargo de intendentes que a menudo tienen un contacto muy cercano y fluido con la población sobre la cual gobiernan, podrían ser una de las claves para comenzar a solucionar estos problemas.
Hasta tanto eso suceda, la distribución de recursos entre los diferentes niveles de gobierno, la creciente autonomía electoral de los gobernadores y las idas y vueltas de un régimen federal en permanente construcción constituyen la base por usar una palabra retro: material sobre la que se desenvuelve la dinámica Nación-provincias, que es la que termina definiendo el rumbo de Argentina.
No es una exageración. Al revisar los análisis y opiniones del día a día, en los diarios, la televisión y la radio, uno tiene la sensación de que todo pasa por la discusión pública, el debate de ideas, el discurso y el relato. Pero no es así. Las luces de Buenos Aires, sede de los tres poderes del Estado y los medios de comunicación, núcleo económico y capital cultural del país, a menudo encandilan, pero si se levanta un poco la vista es fácil descubrir que la política se juega en muchos lados pero se define sobre todo en el territorio.
Y si no veamos este dato: a excepción de Raúl Alfonsín, que por motivos obvios no tuvo oportunidad, el resto de los grandes líderes de la democracia recuperada Carlos Menem, Fernando de la Rúa, Eduardo Duhalde, Néstor Kirchner no desarrollaron su carrera desde las corrientes de opinión ni desde las asambleas ni desde la sociedad civil, sino a partir de la vieja, clásica, nunca del todo comprendida construcción territorial. Incluso aquellos que provienen de lugares extra políticos (de los noventistas Palito Ortega y Carlos Reutemann al muy actual Daniel Scioli) entendieron que la consolidación en un distrito es clave para cualquier ambición posterior.
Hasta Macri lo sabe. Su victoria en la primera vuelta de las elecciones de la Ciudad se explica por una larga serie de motivos, desde el gorilismo de un sector de la sociedad porteña al reflejo conservador de un votante que lo apoya a él un día y a Cristina Kirchner al otro, incluyendo desde luego la valorización positiva de ciertos aspectos de su gestión. Pero entre todos hay uno que ha sido pasado por alto en la mayoría de los análisis y que vale la pena destacar: la electoralmente muy sabia decisión del macrismo de no desarmar la estructura que el PJ Capital algunos de cuyos líderes forman parte del gobierno porteño viene desplegando desde hace décadas en el sur de la Ciudad, con sus comedores, clubes de barrios y unidades básicas, reflejo de lo que algunos definen como la conurbanización (3) de zonas enteras de la Capital y demostración de que el clientelismo se cocina también de este lado de la General Paz. Frente a la campaña edulcorada y clasemediocéntrica de Daniel Filmus, Macri apostó a una estrategia amplia que apeló al electorado de Recoleta pero no descuidó la construcción territorial en Lugano. Él diría: una campaña multitarget (4).
Todo esto no debería leerse como un elogio a la realpolitik sino como un reconocimiento de que el éxito electoral involucra otras cosas además de ideas. Porque la política es imagen y discurso y, para usar una expresión de moda, relato, pero también es construcción de aparato, mantenimiento de alianzas corporativas, creación de estructuras.
Un ejemplo reciente. El kirchnerismo ha sido muy criticado por su sociedad con la CGT de Hugo Moyano, costosísima en términos de su proyección electoral hacia la clase media, y ha sido cuestionado, también, por su decisión de ubicar al peronismo bonaerense que lidera Daniel Scioli, con todas sus zonas oscuras, en el centro de su ecuación de gobernabilidad. Pero ambas estructuras, la CGT moyanista y el peronismo conurbanero, resultaron cruciales para la supervivencia del gobierno en tiempos del conflicto del campo, el momento políticamente más complicado que le tocó vivir y ante el cual algunos de sus aliados progresistas huían horrorizados. ¿Qué hubiera pasado si estos aparatos, tan opacos como bien aceitados, no le hubieran respondido como lo hicieron?
Se trata de ver los dos términos de la ecuación. Sin discursos e ideas, la política se limita al pragmatismo vacío. Pero sin lo otro, sin la construcción de poder en su sentido más puro, corre el riesgo de estrellarse contra la pared de la realidad, dura como el cemento. Para ponerlo en otras palabras: los intelectuales de Carta Abierta y los caciques bonaerenses están umbilicalmente unidos por un cordón más sólido de lo que a algunos les gustaría. Quienes desde el progresismo cuestionan a los segmentos más opacos del dispositivo político oficial hacen bien en tensar la cuerda. Lo que parece menos lógico es pretender que no existe. n
1 Víctor J. Elías, La desigualdad territorial en la Argentina, Foreign Affairs (en español), Vol. 9, Nº 1.
2 Varios de estos temas se analizan en el dossier (páginas 4 a 8).
3 Artemio López suele usar la expresión en su blog rambletamble.blospot.com
4 Y que dos semanas después tuvo un segundo capítulo, totalmente inesperado, con la brillante elección del capocómico Miguel del Sel en la provincia de Santa Fe, que podría ser el origen de una construcción macrista en el cuarto distrito más importante del país.