EDICIÓN 129 - MARZO 2010
LOS FINANCISTAS IMPULSAN UNA OFENSIVA DEMOLEDORA

La revancha neoliberal

Por Frédéric Lordon*

Había razones para no estar totalmente convencido de la tesis de Naomi Klein sobre la «doctrina del shock» 1. Sin duda que es muy pertinente en un buen número de casos, sobre todo en los países del Sur o en las economías en transición. Pero no tiene la generalidad que implícitamente reivindica para sí misma, y resulta bastante evidente que la instalación del neoliberalismo en las economías llamadas «desarrolladas» no responde al modelo del «shock» sino más bien a la implementación, progresiva y «en frío», de una agenda que se vio sistematizada y profundizada a medida que se fue desplegando. Sin embargo hay que reconocer que, por primera vez, el análisis de Klein podría verse espectacularmente verificado en el corazón mismo del capitalismo «desarrollado».
Con el implacable determinismo de un mecanismo de relojería, la crisis de las finanzas privadas mutó hacia una crisis de las finanzas públicas, una mutación que, a priori, resultaba fatal por dos razones, como mínimo. En primer lugar, era completamente imposible que los poderes públicos se desinteresaran del inminente riesgo de derrumbe total del sector bancario. El legítimo estallido de furia social que suscita el espectáculo de las finanzas, que hoy vuelve a resplandecer a expensas del contribuyente, no quita nada a este estado de hecho: el salvataje no era una opción. No hay dudas de que el reflotamiento de los bancos mezcló solidaridad de clase y amiguismos varios 2 con las necesidades de la urgencia vital, pero ello no justifica en modo alguno que se niegue alguno de los ingredientes de dicha mezcla; sobre todo el último.
Aun así, los gobiernos, que no están muy orgullosos de sí mismos -en todo caso, menos orgullosos por haber salvado las finanzas que por resultar incapaces de imponerles algo de seriedad como contrapartida, que es el verdadero debate-, sacan pecho frente a la opinión pública y explican que, con las finanzas en orden y las deudas cubiertas, los planes de salvataje a fin de cuentas no habrán costado nada, y a veces hasta habrán «reportado algún dinero al contribuyente». Hay que reconocer objetivamente que la declaración no es una pura fanfarronada ni una de las imposturas de siempre. Los gastos reales del gobierno francés han sido muy modestos; el restablecimiento general de las finanzas permitió que las garantías no tuvieran que actuar, y las refinanciaciones de urgencia otorgadas a los bancos fueron debidamente reembolsadas, para beneficio del presupuesto estatal 3. La reducción del costo del salvataje de las finanzas tiene una apariencia todavía más espectacular en Estados Unidos. Por razones bastante semejantes, el Trouble Asset Relief Program (TARP, Programa de Alivio para Activos en Problemas, un delicioso eufemismo), que partió de una suma de 700.000 millones de dólares, ve su cuenta final reducida a menos de 100.000 millones, dinero que, por otra parte, la administración Obama pretende recuperar completamente, gracias a un impuesto especial aplicado a los bancos por un período de diez años.
La presentación favorable de este final feliz, sin embargo, deja de lado unos pocos detalles desafortunados; en particular, el papel decisivo que desempeñaron entidades paragubernamentales tales como Fannie Mae, Freddie Mac y la Federal Housing Agency (FHA), intensamente solicitadas para evitar el derrumbe completo del sector inmobiliario y de la construcción, pero cuyos costos particulares de salvataje fueron prudentemente eliminados del balance anterior por una doble razón: por el volumen de esos costos -400.000 millones de dólares- y por la posibilidad mucho menor de ser recuperados. Las finanzas fueron salvadas y la recesión limitada, pero gracias al confinamiento de la mayoría de las tensiones a un lugar en el que nadie puede garantizar que no explote estruendosamente 4.
En segundo lugar -y sobre todo-, al circunscribir estrictamente el costo de la intervención pública al salvataje de las instituciones financieras, los balances ventajosos dejan en el camino lo esencial, a saber: lo que les cuesta a los presupuestos enfrentar la brutal desaceleración de la actividad productiva y las abismales pérdidas de ingresos fiscales que le siguieron. Así pues, la explosión de los déficits y las deudas públicas se deben mucho menos a los «planes de salvataje» propiamente dichos que a la mediación ampliada de la macroeconomía (y ahí no hay escapatoria ni restablecimiento milagroso posibles).

Cinismo y falta de escrúpulos

Como el alargamiento de los caminos que llevan de las causas a los efectos finales es el recurso más seguro para hacer perder de vista las relaciones de conjunto, ahora las finanzas creen poder hacer como si ellas mismas hubieran pagado el precio de sus pequeños desbordes y remitir todo el resto (desempleo, recesión, déficit) a las lejanas complejidades de la macroeconomía (un tema muy triste, pero no de su incumbencia). Y como «vergüenza» es una palabra que no entra en su vocabulario, las finanzas, una vez recuperadas, no dudan en aleccionar como en el pasado a los Estados, empobrecidos y definitivamente irresponsables. «La explosión de las deudas públicas es un problema», repiten, con el ceño fruncido, los gerentes de los fixed incomes 5 que, en medio de la urgencia mortal, fueron salvados por el dinero de los contribuyentes.
Florecientes de nuevo -en parte gracias a que el enorme apoyo público de la coyuntura los salvó de perecer por segunda vez bajo la explosión de las malas deudas que, de otro modo, se los habría llevado fatalmente por delante-, resulta evidente que los bancos no tienen ningún escrúpulo, una vez restablecida su salud, en especular ahora contra los Estados que los salvaron del precipicio, con lo cual hacen subir el costo de los préstamos públicos, y agravan así el problema de los déficits… que ellos mismos originaron.
Y es aquí donde el «shock» comienza a tomar forma. ¿Los asalariados sufren recesión? ¡Como contribuyentes, además pagarán el ajuste presupuestario! Así pues, es un castigo doble. Con una habilidad que no puede dejar de admirarse, la ideología neoliberal está operando en su favor la inversión radical de un acontecimiento que habría debido firmar su partida de defunción: lejos de contentarse con una de esas recurrentes secuencias «de rigor», he aquí que anuncia un programa de desmantelamiento del Estado de una envergadura nunca vista (de hecho, de las mismas proporciones que la explosión de los déficits y deudas públicos que sus propios actos acaban de engendrar). Un judoca no lo hubiera hecho mejor.
Mientras los shocks «ordinarios» considerados por Naomi Klein venían generalmente desde el exterior -golpes de Estado, contrarrevoluciones, catástrofes naturales-, creando un estado de desorden que, como consecuencia, sólo la agenda neoliberal podía desatascar, el shock presente fue totalmente producido desde el interior, y se encuentra explotado por las fuerzas que hubieran debido estar definitivamente descalificadas… pero que tienen la audacia de extraer de ello la oportunidad de una ventaja extra. Es así como la propia amplitud de la derrota del neoliberalismo crea, por sus consecuencias, el motivo y el pretexto de su renovación ¡a mayor escala! Porque es evidente que si se pretende que el déficit de dos cifras o casi (en puntos del PIB) vuelva a estar al 3% del pacto de estabilidad de la Unión Europea, habrá que operar sin anestesia, con una brutalidad sin precedentes. Se abandona, pues, el registro de la «reforma» vigente desde hace dos décadas para entrar en un régimen inédito de transformación acelerada, pues hay umbrales «de ajuste» en los que no se trata ya de un cambio de grado, sino de un cambio de naturaleza.
Y allí donde las finanzas se limitan a mantener el discurso técnico sobre los riesgos de default y las tensiones sobre las tasas de interés de largo plazo, el aparato ideológico ampliado -expertos que han vuelto a levantar cabeza, medios de comunicación serviles más allá de alguna contradicción- ya comenzó a ofrecer sus servicios. No pasa un día sin que se haga oír en alguna parte una voz profética que advierte del desastre y llama a hacer un esfuerzo. El martilleo «deuda pública» se convirtió en un ruido de fondo permanente; y sería difícil encontrar en el pasado reciente casos en que se haya «agitado» la opinión pública de modo más intenso y continuo (por otra parte, puede verse en ello un indicio de la amplitud de las transformaciones que se están preparando).

Sacerdotes del capital

Asombrosamente revitalizado después de un año de depresión intelectual durante el cual él también consideró a su querido capitalismo al borde del derrumbe, The Economist no quiere dejarle a nadie la conducción de la reconquista. He aquí pues que, desde hace un trimestre, la revista multiplica metódica y exhaustivamente los dossiers especiales sobre «finanzas públicas». Reino Unido, Estados Unidos y por supuesto los casos más picantes -demasiado buenos para ser verdad- de Irlanda, España y Grecia, todos representan ocasiones para repetir la misma orden apasionante: «reducción». A quien quisiera convencerse de que los grandes liberales salen de su período vergonzoso y están de nuevo a la ofensiva, bastaría con informarle el tono con el cual el «semanario de referencia» transmite sus consejos imperativos: «En el mundo de la empresa, reducir los empleados en un 10% es moneda corriente. No hay razón por la que los gobiernos no puedan hacer lo mismo […]. Los salarios del sector público pueden bajarse, teniendo en cuenta la seguridad del empleo […]. Las jubilaciones del sector público son demasiado generosas […]» 6, todo en un editorial sutilmente titulado «Stop!» que concluye con una advertencia sin ambigüedades: «The Economist volverá sobre todas estas cuestiones durante los próximos meses». Podemos confiar en él.
También podemos no consentir por completo a esta fatalidad anunciada sin por ello salir como carne de cañón de barrera ideológica (para no hablar de las consecuencias materiales del «shock» mismo). Por eso, resulta útil reunir en un cuadro coherente el conjunto, todavía disperso, de los signos anunciadores, con el fin de dar una idea más nítida del programa que se está elaborando. Los empleados del sector público irlandés, a quienes se les «propuso» bajas nominales de salario del orden del 10%, ya saben a qué atenerse; por el mismo motivo, a sus homólogos griegos se les promete el mismo castigo (con el agregado del caluroso apoyo de la Comisión Europea); en cuanto a los franceses, pronto tendrán lista la reforma de las jubilaciones, los proyectos de despido de los funcionarios y la idea (insensata) de una constitucionalización del equilibrio presupuestario para tener una visión más clara de la destrucción del Estado social que los espera; tal vez el efecto en todos estos países será que, rompiendo con el prudente gradualismo de décadas anteriores, esta vez la violencia concentrada inherente al mismo «shock» no dejará sin reacción a los cuerpos sociales.
Es por eso también que, ante esta eventualidad -y aunque es difícil caer en la negación del problema presupuestario-, no estamos obligados a contemplar como única vía de salida los recortes salvajes; hay algunas alternativas interesantes (pero sistemáticamente apartadas) que merecen ser recordadas.

Impuestos a los culpables

A riesgo de considerar sólo una, por supuesto hay que pensar en el aumento de la deducción fiscal, siempre que esté bien dirigida, para no matar el crecimiento ni hacer pagar el costo de la crisis a los que no tuvieron nada que ver con su detonación. Se dirá que esta cláusula deja un margen de sujetos imponibles sumamente estrecho. Esto no es falso en número, pero -afortunadamente- es muy inexacto en cuanto a la base tributaria. A decir verdad, los «sujetos» en cuestión entran en categorías bastante variadas, que se multiplican en otras tantas modalidades fiscales, cuyos rendimientos pueden ser muy prometedores. Transacciones financieras, instituciones financieras y «personas financieras» son los felices candidatos para reparar sus propios daños, ya que, como se ha comprendido, la única idea rectora del ajuste fiscal que puede admitirse depende de que sean exclusivamente las finanzas las que paguen la totalidad del costo de su crisis.
Aunque se puede dudar de los méritos de la tasa Tobin como instrumento de transformación radical de los «datos» de la especulación financiera internacional, cuyas estructuras dicha tasa no modifica fundamentalmente, sí es útil recordar que, precisamente como tasa, no pierde nada de sus robustas propiedades fiscales: ¡reporta! 7. Y reporta mucho, puesto que, como ha sido advertido muchas veces, el volumen astronómico de las transacciones ofrece una ventaja fenomenal que vuelve extraordinariamente jugosas las más modestas tasas nominales de retención.
Aun cuando un impuesto sobre las transacciones sería pagado en primer lugar por las instituciones financieras, estas últimas vienen inmediatamente después y -más directamente- como encargadas de pasar la escoba. Será difícil que un impuesto a los bancos (y a los fondos) sea hoy descalificado como «delirio revolucionario» cuando incluso hasta la administración Obama toma ese camino; y es un vasto ámbito el que se ofrece a la imaginación fiscal para determinar las modalidades precisas de esa retención: ¿sobre las ganancias, sobre el activo total, sobre los activos más arriesgados (para desalentar su crecimiento), sobre la masa salarial de los que más ganan, para rellenar simplemente el agujero presente o para constituir además un futuro fondo de garantía? Y ya que no se entiende por qué los accionistas, propietarios y por lo tanto responsables, se verían exentos de las pequeñas tareas domésticas de sus bancos, la prohibición de todo dividendo durante el período de pago sería una medida perfectamente lógica.
Por último están las personas físicas. Directivos de los bancos, administradores (demasiado a menudo los olvidamos), brokers, a quienes habría que sumar, más allá del perímetro de las instituciones financieras, a todos los semejantes del mismo orden 8. Sin duda en este punto habrá quienes se ofendan con medidas que, de tan estrechamente dirigidas, podrán reportar muy poco; medidas que, por consiguiente, sólo pueden tener eficacia simbólica, y que así dejarán ver su carácter exclusivamente punitivo y basado en el resentimiento. Pero ello significaría olvidar que ese grupo de contribuyentes -que efectivamente es muy estrecho en número- no deja de recibir por ello, desde hace una década y media, la mayor parte del crecimiento global de la renta nacional, y que por sí solo constituye una base tributaria que se traduce en puntos de PIB.
Vale repetir que si bien es cierto que la cuestión de los bonos y las remuneraciones (para el sector bancario) sigue siendo secundaria en la economía general de la crisis financiera, no deja de ser de la más alta importancia desde el punto de vista político de la justicia social (y ahora de la oportunidad fiscal). Como sin duda -el discurso de las finanzas y sus colaboradores es muy previsible- deberemos enfrentar el fantasma de la «fuga de cerebros», vale advertir que ese fantasma está entrando en la zona de los rendimientos decrecientes, ya casi no asusta a nadie (hasta empieza a irritar un poco) y de hecho no resiste un segundo si se lo confronta con objeciones serias 9.
Finalmente, a riesgo de insistir en la advertencia, más vale decir las cosas más directamente todavía. El proceso que convirtió la crisis de finanzas privadas en crisis de finanzas públicas no detendrá su marcha en un camino tan favorable: la etapa posterior convierte la crisis de finanzas públicas en crisis política. Hay quienes en el «sistema» empiezan a sentir cómo nace en ellos un santo susto, y es una señal muy significativa que algunos eminentes enemigos de las finanzas, como Dominique Strauss-Kahn y Jean-Claude Trichet, hayan expresado públicamente su preocupación frente a la posibilidad de que los cuerpos sociales tomen mal el pedido de que paguen una nueva crisis financiera. Lo más gracioso, si puede llamárselo así, es el hecho de que no sólo no se descarta la hipótesis de una «próxima» crisis, sino que tiene grandes posibilidades de desencadenarse en el sector de las deudas públicas, como consecuencia directa de la gestión de la crisis anterior (es cierto que va a empezar a resultar lejana).
Apostemos que, para sosegar un poco al populacho descontento, los sindicatos más institucionales -que ahora forman parte, junto a la derecha y la «izquierda» socialdemócrata, de un bloque de poder unificado más allá de sus divisiones secundarias- organizarán algunas marchas inocentes, si es posible un día de sol, por las calles de París; tal vez hasta hay picnics. Es posible, sin embargo, que la opción «paseo urbano» ya no sea suficiente y que el populacho en cuestión, un poco harto de pasear, acabe dándose cuenta de que también tiene derecho a sentir que lo están paseando.
Sin predecir lo que podría pasar entonces -los griegos posiblemente nos darán una muestra muy pronto- es útil recordar que un grupo que no es naturalmente malo nunca pasa a serlo si no es a fuerza de haber sido maltratado y sobre todo de verse en una situación de la cual se le dice sin cesar que no tiene salida: no hay otra salida que la que lo maltrata. Pero hay otras salidas 10. Presentadas con un poco de firmeza, hasta podrían lucir como contragolpes (o contrashocks).

  1. Naomi Klein, La doctrina del shock: el auge del capitalismo del desastre, Ediciones Paidós, Barcelona, 2009.
  2. Las condiciones del salvataje de AIG, convertido de hecho en el salvataje de «las contrapartes» de AIG, y en particular (pero no solamente) de Goldman Sachs, merecerían una discusión detallada.
  3. Ello se debe a que la SFEF (Sociedad de Financiamiento de la Economía Francesa) prestó a los bancos a una tasa superior en 400 puntos básicos a las tasas de sus propios recursos.
  4. Dan cuenta de ello la reciente supresión del límite de subsidios previsto inicialmente (dos veces 200.000 millones de dólares para Fannie-Freddie) y la prórroga hasta 2012 de la garantía del Estado sobre sus pérdidas.
  5. Instrumentos de las actividades sobre los productos de tasa, gran parte de los cuales están dedicados a las transacciones de los títulos de deuda pública.
  6. The Economist, Londres, 23-1-10.
  7. André Orléan, «Beaucoup mieux qu’une taxe Tobin», Challenges, París, 29-10-09.
  8. Es decir, de ese 1% superior de la población.
  9. Ver, por ejemplo, «Bonus et primes: le (résistible) chantage des compétents», y «Bonus: les faux-semblants de la régulation Potemkine», en el blog «La pompe à phynance» de Le Monde diplomatique, París.
  10. Ver «Au-delà de la Grèce: déficit, dette et monnaie» y «Si le G20 voulait…», en el blog «La pompe à phynance».

* Filósofo. Autor de Figures du communisme, La Fabrique, París.

Traducción: Mariana Saúl

Edición MARZO 2010
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