EDICIÓN 103 - ENERO 2008

Entre reformas y revolución (2)

Por Carlos Gabetta
Cambios imprescindibles Reformas o revolución... La verdad es que la disyuntiva suena bizantina, inútil, porque en el estado institucional y social en que, con matices, se encuentran todos los países de América Latina, cualquier política que tienda simplemente al buen funcionamiento republicano, a la igualdad de oportunidades, a una equitativa distribución del ingreso (sistema fiscal y justas retribuciones mediante), a acabar con la corrupción desenfrenada y a un Estado que garantice un buen sistema de educación y salud para todos -o sea, el ABC de un país moderno- sería "revolucionaria", puesto que transformaría radicalmente la situación. El venezolano Hugo Chávez hace muy bien en plantear la meta de un "socialismo del siglo XXI", porque al paso que va el sistema capitalista, parece cada vez más evidente que deberá ser reemplazado por algo que evite una catástrofe planetaria. Pero también es cierto que, vistos los resultados del "socialismo real" en el siglo pasado, la consigna "socialismo" es una nebulosa de la que lo único que se sabe es que será democrático o no será, razón por la que necesitará de una amplia base social muy educada, muy consciente, muy desarrollada cultural y políticamente, lo que está por el momento muy lejos de ser el caso en las sociedades latinoamericanas y, por lo que se ve, en cualquier parte del mundo, salvo quizá en los países escandinavos. La derrota de Chávez en el plebiscito del pasado 2 de diciembre es en parte un ejemplo de esto (3). De modo que mientras enarbola esa alentadora, necesaria bandera, Chávez tendrá que procurar para su pueblo las mismas cosas que, por ejemplo, la argentina Cristina Fernández, el brasileño Lula, o el ecuatoriano Rafael Correa, que no hablan de socialismo pero enfrentan los mismos problemas a la hora de intentar cualquier modificación, por mínima o modesta que resulte. En Ecuador, uno de los países relativamente más ricos y también más desiguales de la región, la reforma tributaria que propone Correa -un economista destacado, con un estilo distante de la ampulosidad de Chávez- ha puesto en pie de guerra a la burguesía. Su proyecto fiscal contempla gravámenes graduales a las tierras improductivas, a las ganancias, a las herencias, a la salida de capitales e incluso a la educación privada, para matrículas que superen los 5.000 dólares anuales. Lo mismo que en cualquier país capitalista desarrollado, de esos que encandilan a las burguesías latinoamericanas. También, como en los países desarrollados -en particular Estados Unidos- la reforma contempla penas de cárcel para los evasores (4). El proyecto está siendo analizado por la Asamblea Constituyente ecuatoriana, que en un marco de absoluta legalidad y legitimidad, sesiona en la ciudad de Montecristi. Pero los banqueros y empresarios ecuatorianos no están dispuestos a aceptar semejante arbitrariedad. Apoyados por la mayoría de los medios de comunicación, han llamado a un paro patronal. El alcalde de Guayaquil, Jaime Nebot, promociona incluso marchas de protesta hacia Montecristi. Correa ha respondido que autorizará a los trabajadores a ocupar las empresas que paralicen sus actividades: "Nos hacen paro empresarial (...) autorizamos a los trabajadores, a los obreros, a que operen esas empresas; no nos vamos a someter a las mafias de siempre". El Presidente ecuatoriano también llamó a sus partidarios a marchar hacia Montecristi "a defender nuestra Asamblea" (5). ¿No suena esto conocido? ¿No recuerda acaso al Chile de Salvador Allende? ¿No está ocurriendo ahora mismo algo similar en Bolivia? (Stefanoni, pág. 16.) ¿No le ocurrió a Chávez al principio de su mandato, cuando aún no hablaba de socialismo y simplemente evitó la privatización de PDVSA, la compañía nacional venezolana de petróleo, principal riqueza del país? Pero bien mirado, el problema es algo más (aunque nada menos) que la resistencia "burguesa" e imperial a la modernización. Es también, y en gran medida, un problema de tácticas y tempos políticos. De decisión, por supuesto, como la que exhibe Correa ante la patronal ecuatoriana; pero además de razonabilidad, sentido común y aceptación de los propios errores, de la propia historia. ¿Necesitaba Chávez de la bravuconada de anunciar, como cualquier caudillejo populista, que pensaba gobernar eternamente? ¿Necesita Evo Morales equiparar las leyes tribales indígenas a la legalidad moderna, en lugar de procurar que todos los pueblos originarios sean realmente amparados por la ley republicana? Prever la crisis mundial La situación varía mucho de país a país, pero a todos les cabe además una regla: el sistema capitalista mundial no está en auge como a fines del siglo XIX, cuando arreciaron las luchas sociales impulsadas por anarquistas, socialistas y comunistas; ni como a mediados del XX, momento de gloria de los populismos latinoamericanos, que en su fase inicial concretaron muchas de aquellas demandas económicas y sociales. El capitalismo concentrado y global de nuestros días ya no crea empleos e igualdad, sino mayores desigualdades y marginación masiva, y además parece precipitarse hacia una crisis de proporciones. La excepcional y desesperada ayuda financiera que los bancos centrales de Estados Unidos, la Unión Europea, Suiza, Gran Bretaña y Canadá (6) prestaron al sistema en diciembre pasado, parece que no dará resultado (7). Y aumentan las previsiones sobre una stagflation (recesión con inflación), el peor de los escenarios (8). Hacerse cargo seriamente de esa realidad también sería revolucionario. Y hay más problemas. La ilegalidad, la mafistización, han penetrado hasta el tuétano del esqueleto institucional y social (9). Los partidos políticos, las asociaciones empresariales, los sindicatos, en muchos casos ya no son asociaciones de trabajo, servicio y esperanza, sino conglomerados de intereses en la frontera delincuencial, cuando no directamente del otro lado. Las clases medias y populares, por no hablar de las enormes masas marginales, son en general sectores alienados por un consumismo ilusorio alentado por los medios "de comunicación", cuando no sometidos a mafias políticas, judiciales, policiales... Aunque varía de país a país, el marco es similar. Y es por eso que la dirigencia latinoamericana que actualmente suscita tantas esperanzas en muchos países no saldrá de décadas de desencanto y corrupción política con algunas consignas y sólo porque el aliento social le quema el trasero. Necesitará de propuestas movilizadoras, de acciones concretas y de un contacto directo con la sociedad, por medio de instituciones de base que cortocircuiten a los medios masivos de comunicación; creando y sirviéndose de una red moderna de comunicaciones del Estado, es decir de la sociedad. Argentina, por ejemplo

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