Un partido decisivo
“El 2014 no será fácil. Tendremos que ganar dos Copas del Mundo, primero la que se jugará mitad en las canchas y mitad en las calles, después la de las urnas para reelegir a Dilma. Soy optimista, pero diría que para vencer en la segunda es mejor andar bien en la primera” (1). En su oficina del Palacio del Planalto, a metros del despacho de Dilma Rousseff, el secretario general de la Presidencia, Gilberto Carvalho, discurre sobre fútbol y política como si fueran –y este año sí que lo son– dos tiempos de un mismo partido que se jugará entre el 12 de junio, cuando las selecciones de Brasil y Croacia disputen el primer encuentro del Mundial, y las elecciones del 5 de octubre.
Tres sondeos publicados en abril muestran a una Rousseff declinante en su popularidad, lo que sin embargo no le impediría vencer a los precandidatos Aécio Neves, del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB), autoproclamado como continuador del “legado” de Fernando Henrique Cardoso, y Eduardo Campos, del Partido Socialista Brasileño (PSB).
El lobby financiero
Si esas proyecciones se confirmaran, el Partido de los Trabajadores (PT) conquistaría su cuarto gobierno consecutivo para desagrado del bloque de poder dominante, en cuyo centro de gravedad se sitúa la banca; la misma que fue beneficiada en los dos mandatos de Lula y en el de su correligionaria Dilma. Rousseff asumió en 2011 prometiendo fijar tasas de interés “civilizadas”, del orden del 7%, compromiso incumplido debido al muro de contención erigido por los bancos nacionales y extranjeros, cuyos aliados enquistados en el Banco Central subieron los intereses al desmesurado 11% anual.
Está en lo cierto la Presidenta cuando reniega de la “barbarie” financiera que en 2013 succionó del Estado 249.000 millones de reales (alrededor de 110.000 millones de dólares) en concepto de intereses de la deuda, cifra que trepa a los 1,1 billones de reales (unos 500.000 millones de dólares, algo así como el PIB argentino) si se computa el quinquenio 2009-2013. Los gastos de la Copa suman unos 5.000 millones de dólares, según estimaciones probablemente exageradas de los grandes medios privados, todos adversarios del gobierno. En otras palabras, con los intereses pagados en un año alcanza para costear 20 Mundiales.
Dotada de una capacidad de lobby superior a la de los influyentes industriales, la corporación financiera no se contenta con tamaña acumulación de capital: su estrategia de dominación va más allá de lo contable y concibe como un obstáculo la consolidación electoral del PT.
A través de sus brazos mediático y legislativo, el mercado comenzó a presionar para que en 2015 sea revisada la legislación petrolera promulgada por Dilma y se sancione una ley que garantice la independencia del Banco Central.
Se repite el chantaje preventivo del que fue objeto el candidato Lula en 2002, quien ante el riesgo de un putsch cambiario prometió aplicar una política económica ortodoxa, y una vez electo nombró a Henrique Meirelles, del Banco de Boston, al frente del Banco Central donde permaneció 8 años. En 2011 Rousseff fue menos concesiva y rechazó prorrogar el mandato de Meirelles.
En suma, los banqueros, escoltados por el agronegocio (en fase de acelerada desnacionalización) y las empresas de comunicaciones –con el grupo Globo a la cabeza– constituyen un dispositivo bastante orgánico que jugará, si es necesario reciamente, para impedir el triunfo de la izquierda.
Pero el poder fáctico de las derechas carece de una polea de transmisión partidaria que esté a la altura. Le falta una fuerza conservadora predominante, como lo fuera el PSDB, y no ha surgido un líder incuestionable (Cardoso es el guía pero no quien lleva las riendas) como sí lo es Lula, y no Dilma, para el grueso de la izquierda y las organizaciones sociales.
Izquierda y derecha
El escenario partidario muestra la supremacía de un PT socialdemocratizado y pragmático, integrando una coalición de gobierno con el centrista Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB), una confederación de caciques provinciales ideológicamente volátiles y éticamente sinuosos.
Desde la perspectiva del teórico marxista Francisco de Oliveira, ese contrato entre el PT y el PMDB repite “el eterno casamiento entre lo avanzado y lo atrasado”, que ha caracterizado a la historia brasileña, por lo cual el legado de Lula no es muy diferente al dejado por Cardoso (2).
Otra línea de interpretación es la de André Singer, para quien el “lulismo” es un fenómeno político, sociológico y electoral, que pese a haber abandonado el anticapitalismo originario del PT, no puede ser calificado como una fuerza retardataria. Al contrario, basado en un “desarrollismo nacional, democrático y popular” –en el que es fácil identificar vestigios del ideario varguista– los dos mandatos del ex presidente contribuyeron a una transformación progresista, sustentada en la inclusión de decenas de millones de brasileños a través de una economía política sui generis, sujeta al recetario neoliberal, pero sensible a las demandas de un subproletariado que nunca había sido petista y que devino lulista (3).
Desde el punto de vista del autor de esta nota, el lulismo es, con todos sus bemoles, un fenómeno transformador (y no un vector del atraso), que fue capaz de sobrevivir a dos mandatos presidenciales y que desde 2011, sin la presencia de su líder pero a través de su heredera, continúa aplicando políticas que han impulsado cambios sólidos aunque menos ambiciosos que los implementados por otros gobiernos sudamericanos. De allí que Lula –un actor gravitante en el actual gobierno y pieza crucial en la campaña electoral– representa, junto a Rousseff, a la izquierda realmente existente, frente a la derecha corporizada en el PSDB y el PSB.
Es cierto que por momentos el PT y la oposición adoptan discursos equivalentes impregnados de un sentido común tedioso, pero esa falta de intensidad ideológica no anula la densa disputa de poder en curso. Se equivoca quien subestime lo mucho que se juega en octubre.
Garrincha
“Sería una tragedia si ocurre otro ‘Maracanazo’, pero no hay de qué preocuparse porque cosas así pasan una vez cada cien años, y nosotros ya la tuvimos en 1950. Así que estadísticamente hablando, es prácticamente nula la probabilidad de que nos pase otra vez si llegamos a la Final” (4). Obligado a ser optimista, el ministro de Deportes, Aldo Rebelo, descarta la hipótesis de que la selección brasileña sufra una derrota equivalente a la del 50 ante Uruguay. Doscientos mil brasileños, sobre una población de 52 millones, presenciaron de pie aquel partido en el recién construido Maracaná, donde el próximo 13 de julio alrededor de 75.000 espectadores, todos sentados, asistirán a la definición de este mundial gerenciado por la FIFA, en un país con más de 195 millones de habitantes.
En rigor, lo que preocupa al gobierno no es un fracaso del scratch en el intento de conquistar su sexto título, sino que se desaten protestas masivas como las ocurridas durante la Copa de Confederaciones, o que estallen huelgas en cadena de las policías estaduales, generalmente corruptas y vinculadas a los escuadrones de la muerte según lo documentan informes de la ONU. En lugar de actuar como fuerzas de seguridad, las policías operan con la lógica de partidos, habituados a extorsionar al Gobierno y capaces de instalar un clima de inseguridad pública, tan funcional a los planes de las derechas.
Y si el impacto del hipotético estallido erosionara la popularidad de Dilma, habrá llegado la hora –proponen algunos dirigentes del PT– de que Lula entre al campo de juego como postulante a un tercer mandato. Por lo pronto las encuestas muestran que si fuera candidato vencería con holgura.
Si bien su postulación parece imposible, quienes lo conocen dicen que con Lula nunca está dicha la última palabra, como ocurría con el delantero Mané Garrincha –bicampeón del mundo en 1958 y 1962– capaz de sorprender a sus rivales con gambetas impensadas.
Diplomacia en gestación
“La relación de la Presidenta con el primer Papa latinoamericano es más que buena. Ella está encantada con Francisco, hablan de temas que les interesan por igual, la cuestión social, la problemática de la región”, resume el ministro Gilberto Carvalho, un ex seminarista a quien le cupo el trabajo de reconstruir el diálogo con el Vaticano. El vínculo con la Santa Sede se había deteriorado desde las elecciones presidenciales de 2010, cuando Joseph Ratzinger militó a favor de la oposición que equiparó a Dilma con el “diablo” por defender el aborto.
El hielo diplomático comenzó a diluirse el 13 de marzo de 2013 cuando, a poco de ser electo Jorge Bergoglio adoptó el nombre pontificio de Francisco siguiendo una sugerencia del cardenal brasileño Claudio Hummes, próximo a Lula desde los tiempos de la dictadura. En Brasilia tomaron nota de la señal romana.
El acercamiento prosiguió con el trabajo conjunto del Planalto y la Iglesia para la Jornada Mundial de la Juventud en 2013, y se afianzó con los dos viajes de Dilma al Vaticano (a pesar de su poca disposición para los asuntos externos). El último fue en febrero de este año, cinco meses después de otro episodio central en la agenda externa: la suspensión de su aguardada visita de Estado a Washington en represalia por el espionaje de la Agencia de Seguridad Nacional estadounidense (NSA).
La aproximación al Vaticano y el distanciamiento de la Casa Blanca –hecho frustrante para la nomenclatura del Palacio de Itamaraty (cancillería), empeñada en mejorar los vínculos con la potencia hegemónica para neutralizar el “tercermundismo” petista– son acontecimientos que posiblemente moldearán la estrategia internacional entre 2014 y 2019 si Dilma fuera reelecta.
En ese caso, el motor de la política externa seguirá siendo, como lo es desde 2003, la relación con Argentina, América del Sur y los países emergentes, y probablemente se buscará reconstruir puentes con Washington, aunque sin el ímpetu dado por Rousseff en 2011 cuando recibió a Obama en Brasilia.
El escenario será otro si la derecha retorna a la Presidencia. El precandidato Aécio Neves adelantó su vocación de construir una agenda “más racional” con Estados Unidos, revisar los alcances del Mercosur y archivar la amistad con la “dictadura” venezolana, según lo planteó ante la opositora Corina Machado. “Estamos con usted, Corina” le manifestó Neves luego de que Machado propusiera en Brasilia el boicot al diálogo que estaba comenzando en esos días entre el gobierno y la oposición en Venezuela.
Es en este contexto que la acción conjunta de Rousseff –liderando la Unasur– y Bergoglio como facilitadores de la todavía tímida distensión venezolana constituye una articulación que merece ser observada con atención porque, de ser exitosa, podría repetirse en el futuro.
En su primer mandato Dilma adoptó un perfil diplomático austero, conjugado con la intención de construir una “Tercera Vía” que mantenga cierta distancia del eje bolivariano y establezca una frontera rotunda con la Alianza del Pacífico horneada en Washington.
Si continúa en el Planalto, Rousseff deberá asumir una actitud más potente frente a una región volátil, que precisa de Brasil para garantizar la continuidad de los experimentos progresistas y de izquierda en curso.
1. Gilberto Carvalho, entrevista exclusiva con el autor en el Palacio del Planalto, Brasilia, 6-02-14.
2. Francisco Chico de Oliveira, “O avesso do avesso”, revista Piauí, octubre de 2009.
3. André Singer, Os sentidos do lulismo, Companhia das Letras, San Pablo, 2012, págs. 123 y 143.
4. Aldo Rebelo, entrevista con corresponsales extranjeros en su despacho del Ministerio de Deportes, Brasilia, 13-03-14.
* Periodista, Brasilia.
© Le Monde diplomatique, edición Cono Sur