Los mitos de la educación
La idealización del pasado de la educación argentina es una de las operaciones culturales e ideológicas más exitosas. Como suele suceder en estos casos, se basa en verdades, a medias; se basa en percepciones concretas y verificables, que no saben acerca del conjunto del país. Esa idealización tiene consecuencias políticas: las soluciones de nuestra educación deben ser rastreadas en el pasado. La utopía está en los inicios. Volver a Sarmiento, como si fuera un lugar o una síntesis. Esa variante conservadora que niega el analfabetismo de la primera mitad del siglo XX, la escasa población de la escuela secundaria, el carácter muy restringido de la universidad o la violencia como herramienta de la enseñanza es un obstáculo para los debates actuales. Dicho de modo claro: en ningún momento de nuestra historia los distintos sectores sociales tuvieron un acceso igualitario a la educación. Los grandes desafíos de la educación argentina exigen innovación y cambio a partir de principios claros de justicia e igualdad. Son soluciones propias del siglo XXI.
La sociedad argentina está repleta de cazadores furtivos que se encuentran al acecho del culpable de todos nuestros males. Muchas veces imponen este diagnóstico: todo está muy mal en Argentina; y si así no fuera, al menos está muy mal respecto de cómo podrían estar las cosas. Un poco de catastrofismo, un poco de frustración. ¿Por qué? A través de mecanismos de condenas express se declaran culpables a veces a los gobiernos y otras veces a la educación. Es sabido: si la educación funcionara a la perfección, como se supone que funcionó a principios del siglo XX, no habría violencia, delincuencia, contaminación, corrupción…
Ese torrente de creencias que se derrama sobre nuestros discursos coloquiales torna muy difícil desarrollar una mirada crítica, rigurosa, que distinga avances, problemas y desafíos justamente sobre uno de los temas estratégicos. La educación es un tema crucial que sufre de modo especial al chocar con la pobreza que caracteriza a buena parte del debate público argentino. Las tendencias a la simplificación, al cortoplacismo y al catastrofismo son obstáculos significativos para poder abordar los desafíos educativos que tiene nuestro país.
La educación corre el riesgo de ser capturada por la mitología decadentista de que “todo tiempo pasado fue mejor”, “antes la escuela pública era maravillosa”, “docentes eran los de antes” y otras frases por el estilo. Es sabido que los sectores urbanos de Argentina experimentaron a principios y mediados del siglo XX una escuela pública socialmente heterogénea. Ahora bien, hay datos relevantes que la experiencia personal en las grandes ciudades no permitió percibir. En 1914, el 36% de los habitantes del país era analfabeto, en 1947 todavía lo era el 14%. En algunas provincias, como Formosa, a mitad del siglo XX, la mayoría de los niños en edad escolar no asistía a la escuela. En la misma época, sólo el 10% de los jóvenes de Argentina asistía a la secundaria. Quienes experimentaban en la Capital esas escuelas socialmente heterogéneas no tenían forma de percibir a quienes estaban excluidos del sistema.
Argentina perdió la posición de avanzada en albafetización que le otorgó la escolarización más temprana que otros países de América Latina. En la medida en que otros países también iniciaron esas políticas, las diferencias se fueron reduciendo hasta desaparecer. Alguien podría interrogarse acerca de si esa posición de avanzada no se podría haber mantenido, ya no en analfabetismo, sino en otros rubros.
Aquí la respuesta es combinada. Por una parte, no caben dudas de que si Argentina no hubiera atravesado las dictaduras de 1966 y 1976, si no hubiese estado presa de la crisis de la deuda en los años ochenta y de la convertibilidad en los noventa, la educación (y todo el país) serían muy diferentes. El conocido economista Aldo Ferrer utilizó en 1980 el término “neoliberalismo” para caracterizar al gobierno de Onganía. Con breves interrupciones que nunca lograron torcer el rumbo, Argentina estuvo alrededor de 35 años debilitando al Estado y desfinanciando la educación pública.
Por otra parte, la Argentina actual tiene algunos rasgos muy favorables en la región así como desafíos significativos.
El papel de la educación pública
“Defender la educación pública” es una expresión que puede tener distintas significaciones e implicancias en contextos distintos. Puede haber contextos de desfinanciación donde las herramientas de la lucha sindical tradicional o acciones innovadoras como la Carpa Blanca ocupen un lugar central. Ahora bien, en contextos donde ha habido un incremento del presupuesto y una recomposición salarial, la educación pública debe también defenderse de su propia inercia, de su propio conservadurismo. Frente a lo que la sociedad percibe como un déficit de la educación pública, la opción no es negarlo, dejando ese espacio vacío para las propuestas de reforma neoliberales. Debemos, por el contrario, precisar qué defectos y virtudes tiene nuestra educación pública, desnudando las simplificaciones de los propagandistas del “todo mal”. A partir de un diagnóstico guiado por el principio de construir una educación de alto nivel para todos los sectores sociales, debemos precisar también qué cambios resultan necesarios. Debemos defender el patrimonio de todo lo que ha logrado la sociedad argentina, y al mismo tiempo construir una defensa que incluya cambios para continuar procesos reflexivos y colectivos de mejora.
¿Cuál ha de ser el papel de la educación pública? Las sociedades presentan desigualdades que persisten a través del tiempo, donde los hijos de los más pobres están condenados a seguir en la parte más baja de la pirámide social. La educación pública es una herramienta crucial para romper ese determinismo social. La segmentación de la oferta y la segregación amenazan seriamente con estabilizar una educación de calidad para los más ricos y una educación poco nutrida para los más pobres. Los niveles de aprendizaje, en
cualquier país que se evalúen, no están marcados por el carácter público o privado de la educación, sino fundamentalmente por los niveles socioeconómicos de los alumnos. En cualquiera de las ciudades importantes de Argentina pueden detectarse escuelas y colegios públicos de calidad, a veces de carácter universitario, otras veces no, donde buscan una vacante las clases medias profesionales que intentan evitar la educación privada.
Las herramientas construidas para una creciente inclusión educativa deben mantenerse y profundizarse. El incremento del presupuesto y de los salarios, la construcción de escuelas, el mejoramiento de la infraestructura, Conectar Igualdad, Progresar, son sólo algunos ejemplos de los programas y planes instrumentados.
Los avances educativos de los últimos años lograron una mayor inclusión, pero no pudieron revertir las tendencias de segmentación, que se agravaron. Ciertamente, hay tendencias que son generales de América Latina y, además, exceden al ámbito educativo, ya que pueden observarse la expansión de la salud privada, de las urbanizaciones privadas, de la seguridad privada. En ese marco, el Estado tiene la obligación de mitigar o revertir esas tendencias del mercado. ¿Cómo lo hace? Aumentando la inversión en educación pública, su infraestructura, los salarios y mejorando la formación docente, entre muchas otras iniciativas. El punto de la formación docente no debería menospreciarse, ya que en la actualidad hay un millar de instituciones públicas o privadas abocadas a esta tarea, lo cual hace imposible garantizar estándares de calidad y desplegar políticas eficaces.
Afirmar que las escuelas privadas son buenas y las públicas son malas es un mito. La pregunta es por qué son buenas las escuelas buenas. Evidentemente si cuentan con recursos económicos extraordinarios la respuesta es sencilla, pero hay escuelas públicas de reconocida calidad con recursos análogos a otras. Este es un tema para hacer un estudio en sí mismo, sobre lo que suele llamarse “buenas prácticas”. De hecho, si los salarios y la economía explicaran todo nadie sabría por qué las universidades públicas argentinas mantuvieron su prestigio nacional e internacional incluso ante contextos adversos. Permítanme sugerir que no pocas veces en escuelas públicas que se destacan se percibe un liderazgo institucional, una dirección que cumple un papel relevante.
Una construcción permanente
La ampliación del acceso lograda en estos años plantea nuevos desafíos. Una de las grandes preguntas es cómo garantizar educación de alta calidad para todos. Obviamente, esto sólo puede concretarse si se concibe el acceso al conocimiento como un derecho, y no como una mercancía. Esto, junto al incremento presupuestario, son condiciones necesarias, pero no suficientes. Se torna necesario un amplio acuerdo para fortalecer aún más la educación pública, focalizando en prioridades, garantizando mecanismos que prevean siempre la presencia de un maestro en el aula, asegurando los recursos de infraestructura, mejorando la formación y capacitación docente, ofreciendo más tiempo y recursos a quienes más los necesitan, comprendiendo las dinámicas culturales heterogéneas de los niños y adolescentes y sus motivaciones, fortaleciendo a las instituciones y sus agentes, construyendo autoridad (que es lo contrario de la demagogia y del autoritarismo), mejorando las oportunidades de ingreso y promoción de los trabajadores de la educación, entre otros aspectos. En fin, la educación es una construcción constante.
La sociedad en la escuela
Resulta clave debatir y definir prioridades de los programas de enseñanza. “Enseñar para el trabajo”, “formar ciudadanos”, “científicos para desarrollar el país”, pueden ser partes relevantes de una visión integral. En el mundo de las especializaciones la formación más básica es la única que fortalece las capacidades para seguir estudiando a lo largo de la vida. No tiene sentido restringirse a enseñar técnicas que pueden perder aplicación en el corto plazo. La propia enseñanza de esas técnicas y de oficios debe contemplar las potenciales transformaciones.
Por otra parte, no puede discutirse entre enseñar a ajustar el tornillo y enseñar griego clásico, en una escuela donde la prioridad son las competencias expresivas y la capacidad para el pensamiento lógico-matemático. Es muy sencillo: sin saber hablar adecuadamente, escuchar, entender, escribir, comprender un texto, hay muy pocas personas que podrían obtener un puesto de trabajo decente en el mundo actual. Se dice que se lee cada vez menos. Los estudios sociológicos muestran que se lee de otros modos. ¿Qué empleado de servicios, el área que más trabajo genera hoy en Argentina, puede trabajar sin leer, escribir y hablar adecuadamente? En ese sentido, el aprendizaje del inglés quizás deba ser rediscutido y jerarquizado. Si el inglés es una barrera que impedirá o permitirá acceder a ciertos puestos y si la educación pública busca generar iguales condiciones de formación, convendrá asumir que el porcentaje de niños que hoy aprende inglés en la escuela es muy reducido. El acceso al conocimiento del inglés hoy se compra en el mercado. Son conocidas las resistencias abiertas o silenciosas en función del hecho de que el éxito del inglés como lengua franca global expresa un éxito de poder político y cultural. El punto es que cuando en un futuro, ojalá cercano, podamos abordar con países de todo el planeta esa crítica al neocolonialismo, nos guste o no, sólo podremos entendernos en inglés. Y no es una ironía.
Se puede colocar como prioridad básica la formación de ciudadanos ecológicamente responsables, la educación sexual, la prevención en violencia de género. ¿Es posible colocar a todas ellas y muchas otras? Debemos tener cuidado con la idea de que todo contenido interesante e importante puede ser encajado en la currícula escolar.
Por otra parte, la idea de que el medio ambiente mejorará gracias a la educación debe ser relativizada, por todo lo dicho. Puede serlo si hay leyes, instituciones y políticas que apunten en el mismo sentido. La escuela no resuelve aquello de lo cual la sociedad no se hace cargo. En ese sentido, estableciendo prioridades sociales, culturales, políticas, la escuela es una parte clave de un engranaje de alta complejidad, no el depositario de las frustraciones de la sociedad. O no debería serlo, como si allí radicara la única expectativa de un futuro mejor.
Así como por una parte se establecen prioridades que requieren consensos amplios en países federales como Argentina, una de ellas debería ser un mayor conocimiento de la sociedad actual, en la cual viven los docentes y los estudiantes. El conocimiento de las tendencias económicas, demográficas, de las dinámicas del mercado de trabajo, de la industria, el papel de la innovación y la ciencia es un tipo de información y de formación de orden estratégico. Ahora, el conocimiento de la historia, la geografía y la sociedad contemporánea tiene otro papel relevante que cumplir en la Argentina del futuro. Es en esas ciencias sociales y en la formación ciudadana donde se juega el enorme desafío de que la escuela cumpla un rol, junto a los medios públicos de comunicación y a las políticas culturales, para que la sociedad argentina pueda repensarse a sí misma. Una imaginación centralista, eurocéntrica, elitista, civilizatoria no puede ser la base de la construcción de una sociedad justa. Es necesario que la escuela resguarde un espacio para la reflexión acerca de nuestras desigualdades y heterogeneidades territoriales.
Promover el debate comprometido con una educación para una sociedad justa es una tarea colectiva y fundamental.
Este artículo forma parte de la edición especial de Le Monde diplomatique y la Universidad Pedagógica de la Provincia de Buenos Aires
HACIA DÓNDE VA LA EDUCACIÓN
Un número especial para entender los principales desafíos, las claves y los problemas de la educación en el siglo XXI.
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* Antropólogo social.
© Le Monde diplomatique, edición Cono Sur y UNIPE: Universidad Pedagógica.