La ofensiva del Pacífico
El despertar sudamericano, puesto en evidencia tras el fracaso del ALCA en la Cumbre de Mar del Plata de 2005, alcanzó su máxima expresión tres años más tarde con la creación de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur). Pero el quinquenio dorado para la integración latinoamericana, comprendido entre el rechazo al ALCA y la creación de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) (1) en febrero de 2010, se esfumó cuando los presidentes de Chile, Colombia, México y Perú anunciaron en abril de 2011 la creación de la Alianza del Pacífico (AP), de carácter liberal, librecambista, alineada con los intereses funcionales de Estados Unidos y abierta a la participación de cualquier país extrazona que comulgue con las ideas del libre mercado.
Una iniciativa que surgió para contrarrestar el avance de la Unasur en la región –para no decir directamente del Mercosur– a la vez que para devolverle a Estados Unidos la capacidad de injerencia en los asuntos latinoamericanos. Porque en la Unasur y, especialmente, en el Mercosur, están concentrados gran parte de los recursos naturales estratégicos de la región latinoamericana, que cuenta con el 25% de las reservas mundiales de agua potable, más de 123.000 millones de barriles de petróleo, grandes extensiones de tierras cultivables, minerales esenciales para todo tipo de industrias, metales preciosos y alimentos.
Retorno del libre comercio
Al término de la reunión de ministros de Relaciones Exteriores de la Celac en abril de 2011, los presidentes Sebastián Piñera (en el poder en Chile entre 2010 y 2014), Alan García Pérez (en el poder en Perú entre 2006 y 2011), Juan Manuel Santos (en el poder en Colombia desde 2010) y Felipe Calderón Hinojosa (en el poder en México entre 2006 y 2012) dejaron perpleja a la región con este nuevo esquema de integración, cuyo corte político-económico contrasta sustancialmente con los lineamientos ideológicos del Mercosur y del ALBA.
La AP se define a sí misma como defensora y promotora del libre comercio y exige este tipo de esquema comercial a los Estados para su membresía. En materia de relacionamiento externo, el foco se concentra en la región del Asia-Pacífico, y dentro de ella, especialmente en la Alianza Transpacífica (2). En otras palabras, aunque la AP es latinoamericana, la impronta de su nacimiento es la asociación a través del libre comercio con los países del Asia-Pacífico, particularmente con la Alianza Transpacífica, bendecida por Estados Unidos, y que casualmente no cuenta con China entre sus socios miembros. Una suerte de mundo ideal, en el que los Estados latinoamericanos esperan obtener grandes beneficios al alinearse detrás de los objetivos estadounidenses en la otra parte del globo.
La AP, de esta manera, es funcional a los intereses de Estados Unidos, que es proteccionista fronteras adentro y liberal en su relacionamiento externo. No es de sorprender entonces que la Casa Blanca celebrara la creación del bloque en el comunicado que emitió en julio del año pasado, tras solicitar a la AP la observaduría: “La participación en la Alianza es una extensión natural de las relaciones económicas ya existentes y un mecanismo para apoyar y expandir el libre comercio, además de ser los países que la conforman nuestros principales aliados en la región y el ejemplo a seguir para el resto de los Estados” (3).
La pérdida de peso de América Latina como piedra angular de la AP se pone de manifiesto además en la composición de los Estados observadores que integran el bloque: la mayor parte son países extra-regionales. Sin embargo, actualmente la Alianza comienza a llamar la atención también de países sudamericanos, como Paraguay y Uruguay –los pequeños Estados del Mercosur– descontentos por los recurrentes conflictos con los socios mayores.
La competencia directa con el Mercosur aún no fue explicitada en los discursos de los padres fundadores de la AP. Pero éstos no ahorraron esfuerzos en divulgar indicadores macroeconómicos para ubicar al bloque en el lugar de mayor dinamismo y atractivo de la región. Según datos de 2012: “Los cuatro países miembros totalizan una población de 209 millones de personas, con un PIB per cápita promedio de 10.000 dólares y un PIB de 2.000 millones de dólares, lo que representa un 35% del producto de América Latina y concentra el 50% del comercio de América Latina con el mundo” (4), sin dejar de mencionar por supuesto que los Estados miembros constituyen un oasis para la inversión extranjera directa, dado que sus economías sumadas ocupan el octavo puesto a nivel mundial. El Mercosur, en contrapartida, ocupa entre el cuarto y el quinto lugar en la economía internacional, y sus Estados miembros tienen peso en las decisiones globales al ser sus socios más grandes miembros del G20. De la AP, sólo México juega en los asuntos globales.
Pero lejos de entrar en la competencia acerca de cuál es el bloque más poderoso o influyente en la región, la cuestión de fondo es el quiebre o la fisura latinoamericana a raíz de los objetivos del Atlántico y los del Pacífico, y los reales intereses que persiguen: libre comercio regulado por la mano invisible o comercio protegido por el Estado, resguardando a los sectores productivos nacionales. Y es que las economías “pacíficas” ya tienen un acuerdo de libre comercio con Estados Unidos, y al ser exportadoras netas de determinados commodities no tienen nada que perder frente a la invasión de productos del Norte. Además, no cuentan con una industria diversificada que proteger, sostener y potenciar, como sí sucede en el caso de Brasil o Argentina, cuya agricultura, si bien es más eficiente que la estadounidense, no cuenta, como esta última, con los beneficios de la protección por subsidios a la producción que le permite competir en los mercados internacionales con ventajas comparativas.
La unidad en crisis
Además de la flamante emergencia de la AP y la coexistencia de diferentes procesos de integración en la región –como la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), Mercado Común del Sur (Mercosur), Alianza Bolivariana para los Pueblos de nuestra América (ALBA), Comunidad Andina (Can) y Asociación Latinoamericana de Integración (Aladi), entre otras organizaciones– otros problemas también juegan en contra de la unidad regional. La integración latinoamericana está tensionada por varios conflictos bilaterales, siendo el diferendo territorial entre Bolivia y Chile uno de los más importantes, y con menos probabilidades de resolución en el corto plazo. El reclamo boliviano por la salida al mar llegó a la Corte Internacional de Justicia de La Haya, en donde también se resolvieron otras disputas limítrofes como la de Honduras y Colombia por la soberanía de algunas islas del Mar Caribe.
Los conflictos bilaterales dentro del Mercosur también empantanan la integración y contribuyen al quiebre del mapa político regional. Los roces políticos entre Argentina y Uruguay por motivos que van desde los ambientales hasta los navieros, pasando por los comerciales, se han intensificado en los últimos tiempos. Prueba de ello es el reclamo uruguayo por el impedimento del trasbordo de cargas en Montevideo que llegó al órgano de solución de controversias del Mercosur. Entre los socios mayores del bloque también existieron tensiones más allá de las comerciales, producto de las diferencias de posición respecto a las negociaciones con la Unión Europea, promovidas por Brasil y más resistidas por Argentina. Y, en lo que respecta a Paraguay, recién “reingresó” formalmente al bloque (del cual había sido suspendido en junio de 2012 tras la destitución del presidente Fernando Lugo) en diciembre del año pasado, tras aceptar finalmente la incorporación de Venezuela, que se había decidido durante su suspensión.
La petición de Paraguay y Uruguay de adquirir el estatus de Estados observadores de la AP aumenta las fracturas internas del bloque. Si bien estas adhesiones responden a diferentes motivos, no deja de ser una señal de alarma para el Mercosur. Paraguay, por ejemplo, solicitó la membresía durante el gobierno de Federico Franco. El país cumplió con el requisito necesario para integrar el club: tener en vigencia acuerdos de libre comercio con los socios fundadores, gracias a un acuerdo comercial con México, el “hegemón” del grupo, que negoció en 2012. Sin embargo, aún es pronto para aventurar si Horacio Cartes saldrá del Mercosur para formar parte de esta zona de libre comercio. Por el momento, la estrategia es presionar a los socios mayores del bloque.
Es claro que Paraguay va tras una nueva orientación económica y de política exterior, en la que el coqueteo con la AP “novel y pujante”, en palabras del ex canciller José Félix Fernández Estigarribia, muestra que el Mercosur dejó de ser la plataforma excluyente para la inserción internacional. Además, el sector privado paraguayo está presionando al gobierno para que éste favorezca la alternativa del Pacífico. De hecho, el titular de la Unión Industrial paraguaya llegó a afirmar que los empresarios ya no miran más al Mercosur (5).
Los criterios de adhesión del Presidente de Uruguay, José Mujica, por otro lado, son de carácter político más que económico, ya que se relacionan con la voluntad de frenar la influencia de Estados Unidos en la región. Mujica destacó que de esta manera se podrá dar batalla al país del Norte. Sin embargo, el vicepresidente, con una perspectiva más realista, especificó que la búsqueda de la membresía plena de la AP es una clara señal de que el Mercosur no avanza sustancialmente hacia el mercado común y la unión aduanera, ya que no existe el libre tránsito de bienes en la “zona de libre comercio” del bloque.
Brasil, por otra parte, considera a la Alianza sólo un éxito del marketing, una unión que no suma nada nuevo puesto que se basa en acuerdos ya existentes en el marco de la Aladi. Pero Brasil está verdaderamente preocupado ante la posibilidad de que la AP adquiera mayor importancia en la región. Esta preocupación quedó plasmada claramente cuando Brasilia intentó evitar la membresía de Paraguay como Estado observador de la AP, a través de conversaciones directas con los presidentes de la región con la excusa de la cláusula democrática de la Unasur, de la que también son miembros los Estados del Pacífico. También intentó evitar este acercamiento proponiendo que el Mercosur sea observador como bloque, propuesta que fue rechazada por la AP porque las observadurías son nacionales.
Argentina y Venezuela no hicieron pronunciamientos oficiales. Pero de la orientación de sus políticas externas se deduce que no comparten las bases sobre las que se sustenta la nueva asociación.
La actual configuración política muestra una América Latina unida y contenida en dos supra instituciones, pero fragmentada por las estrategias de relacionamiento intra y extra regional de los bloques, las realidades nacionales –su estructura productiva y su estrategia de inserción– y la relación con las grandes potencias.
Para las economías pequeñas dotadas de pocos productos para comercializar, los acuerdos de libre comercio constituyen una alternativa para insertar sus productos de exportación en varios mercados, sin que ello represente una amenaza para su propia matriz económica. Pero para las grandes economías esta alternativa puede conducir al desmantelamiento de su aparato productivo.
El equilibrio entre el acceso al mercado y la protección de la industria no es fácil. Por ejemplo en el Mercosur, la defensa y la protección de la industria nacional por parte de Argentina afectaron casi en forma terminal la relación con los socios menores.
Las debilidades internas del Mercosur, sumadas a las presiones externas, terminan generando un contexto propicio para el avance de la derecha continental, que se aparta de la integración para acercarse cada vez más a los lineamientos de Estados Unidos.
A pesar de que América Latina alcanzó un elevado grado de integración en la última década, aún no está exenta de los juegos de poder, ni del pivoteo entre modelos opuestos para alcanzar el interés económico nacional. Resta ver si el legado de los grandes artífices de la integración latinoamericana perdura en el tiempo o si se desvanece frente a las presiones externas que definitivamente siguen influyendo en el mapa político de la región.
1. Integran la Celac los siguientes Estados: Antigua y Barbuda, Argentina, Bahamas, Barbados, Belice, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica, Cuba, Dominica, Ecuador, El Salvador, Granada, Guatemala, Guyana, Haití, Honduras, Jamaica, México, Nicaragua, Panamá, Paraguay, Perú, República Dominicana, San Cristóbal y Nieves, Santa Lucía, San Vicente y las Granadinas, Surinam, Trinidad y Tobago, Uruguay y Venezuela.
2. Véase Lori Wallach, “Un tifón amenaza a Europa”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, Buenos Aires, diciembre de 2013.
3. www.State.gov/R/PA/PRS/PS/2013/07/212205.htm
4. www.alianzapacifico.net
5. http://lanacion.com.py/articulo/143689-fmi-el-mercosur-pierde-terreno.html
Este artículo forma parte de la edición especial de Le Monde diplomatique:
Fracturas en América Latina (mayo/junio 2014)
Un número extra dedicado a analizar la actualidad latinoamericana, el balance de la izquierda en el poder, los problemas de la integración y el desafío de la Alianza del Pacífico.
Las experiencias concretas y los grandes temas pendientes en Venezuela, Brasil, Bolivia, Cuba, Chile. Los nuevos embates de la derecha, tratados de libre comercio, ofensivas del extractivismo, neoliberalismo peruano, el caso peculiar de Colombia. Notas sobre cine y literatura y un fragmento de la extensa entrevista de Ignacio Ramonet a Hugo Chávez.
Escriben: Álvaro García Linera, Leonardo Padura, Ignacio Ramonet, José Natanson, Luciana Garbarino, Pablo Stefanoni, Darío Pignotti, entre otros.
Encontrá aquí otros artículos de la edición especial:
Nuestro ogro filantrópico, por José Natanson
¿Triunfará la Patria Grande?, por Andrés Malamud
Un partido decisivo, por Darío Pignotti
* Politóloga y periodista.
© Le Monde diplomatique, edición Cono Sur